Capítulo XIII UN VISITANTE INDESEABLE

Cuando los cazadores estuvieron bastante cerca de la colina para poder distinguir, no solamente layurta, sino también la silueta de los hombres y los perros, Kashtánov dijo a su compañero, que tenía la vista y el oído menos penetrantes:

— Algo insólito ocurre en el campamento: los hombres corren de un lado para otro y los perros no cesan de ladrar.

Se detuvieron para prestar oído. En efecto, escucharon distintamente los ladridos feroces de los perros y luego un disparo, otro, un tercero…

— ¿No será un ataque de mamuts u otros animales antediluvianos? Ahora estoy dispuesto a creerme cualquier cosa — declaró el zoólogo.

— Vamos corriendo, que quizá necesiten nuestra ayuda.

Emprendieron una carrera todo lo rápida que les permitían su carga y su cansancio, Abandonaron los esquís y la trompa al pie de la colina, que escalaron en un abrir y cerrar de ojos.

Los perros, atados, hacían esfuerzos para liberarse. Layurtaestaba vacía. Pero en la otra vertiente de la loma vieron a Borovói e Igolkin con las escopetas en la mano, de pie junto a una masa oscura.

En un instante Kashtánov y Pápochkin estuvieron junto a sus compañeros.

— ¿Qué es? ¿Qué ha ocurrido?

— Pues ahí tienen ustedes — contestó Borovói agitado. Este extraño animal ha atacado a nuestros perros, si no ha sido al revés. Estábamos en layurtay no hemos visto el comienzo de la batalla. Pero, en fin, cuando hemos llegado con las escopetas había aplastado ya a dos perros. Y, para poner término a este entretenimiento, nos hemos visto en la obligación de meterle en el vientre dos balas explosivas que le han matado de indigestión.

Igolkin se llevó a los perros, que saltaban en torno al animal muerto, y los tres viajeros se pusieron a examinarlo. En cuanto se fijaron en la cabeza, K Kashtánov y Pápochkin exclamaron al mismo tiempo:

— ¡Pero si es un rinoceronte!

— ¿Un rinoceronte aquí, en el continente polar? — objetó Borovói incrédulo-. Cierto que se parece a los rinocerontes que, por otra parte, sólo he visto retratados, pero, de todas formas, ¿puede haber aquí, en esta tundra, un animal originario de los trópicos? ¡No puedo concebirlo!

— ¿Y concibe usted — le interrumpió Kashtánov— vengamos de la caza del mamut? Del mamut, ¿comprende usted? ¡Del mamut, que se consideraba hasta ahora un animal fósil que ha existido hace decenas de milenios!

— ¡Por amor de Dios! — rugió Borovói-. No se burlen de esta manera, porque me parece que voy a perder la razón. Todo lo que venimos viendo estos últimos días es tan extraordinario, tal, sobrenatural, que me parece simplemente que estoy soñando o loco.

— ¡Pero cálmese usted, hombre! — exclamó Kashtánov agarrando a Borovói por un brazo-. Todos nosotros estamos agitados. También a nosotros nos deja estupefactos lo que vemos. Es extraño y de — momento inexplicable, pero en la naturaleza no hay nada sobrenatural. No olvidemos que nos encontramos en un continente polar profundamente incrustado en la superficie de nuestro planeta y separado del resto del mundo por una ancha barrera de hielos. En un continente así pueden darse condiciones físicas particulares gracias a las cuales continué existiendo el mamut, desaparecido hace tiempo en los demás países. ¿Por qué no ha podido sobrevivir también el rinoceronte, contemporáneo suyo?

— ¿El rinoceronte africano o indio en la tundra polar?

— No digo que el africano pero si el de Siberia, el rinoceronte de pelo largo que vivió en las tundras siberianas al mismo tiempo que el mamut.

— ¡Ah, vamos! Yo no sabía que hubiesen existido rinocerontes de ésos. Pero, ¿por qué piensa usted que no se trata de uno africano?

— ¡Fíjese bien! Este tiene largas lanas de color pardo, mientras el rinoceronte de los trópicos está pelado; además, es más voluminoso que los representantes de estos mamíferos existentes ahora, el cuerno delantero, de enormes dimensiones, tiene forma de paleta.

Al ver que Yashtánov y Pápochkin tomaban con tanta tranquilidad aquel prodigieso suceso, Borovói acabó calmándose y preguntó:

— ¿Y dónde está el mamut que han cazado ustedes?

— ¡No íbamos a traerlo a cuestas! — contestó riendo Pápochkin-. Lo hemos matado en la tundra, bastante lejos de aquí. Había cuatro y, desde lejos, nuestro geólogo los confundió con montecillos basálticos. Pero luego vimos con espanto que estas colinas volcánicas echaban a andar por la tundra. ¡Ja, ja, ja! A propósito, ¿y la trompa? Sólo hemos traído la trompa y el rabo. Sería una lástima que los hubiesen estropeado los perros.

— Vamos a buscarlo.

La fotografía, la medición y la descripción del rinoceronte exigieron más de ti es horas y únicamente después pensaron los exploradores que debían descansar un poco. Mientras almorzaban se acordaron de que aun faltaban dos de sus compañeros y sintiéronse inquietos por su larga ausencia.

— Con este sol, siempre en el cenit, acaba uno perdiendo enteramente la noción del tiempo — rezongaba Borovói-. La mañana, el mediodía o la tarde, ¡todo es lo mismo! El día parece interminable.

— Aquí es efectivamente interminable, puesto que el sol está siempre en el mismo sitio del cielo — confirmó Kashtánov.

— La noche pasada, llamémosla así, la luz se había debilitado un poco, al fin y al cabo — observó el meteorólogo-. Aunque ustedes se inclinaban a explicarlo por un recrudecimiento de la niebla, yo salí de layurtaalrededor de la media noche y me fijé en que la niebla no era más densa que durante el día, pero ese extraño astro lucía con mucha menos fuerza y en su disco parecían verse grandes manchas oscuras.

— ¡Eso es muy interesante! — exclamó el profesor-. ¿Y por qué no nos habló usted de ese nuevo hecho tan chocante?

— Hechos chocantes hay aquí a montones. Además, quería comprobar que no me había equivocado antes de contárselo a ustedes. Hoy, alrededor de mediodía, he vuelto a observar ese astro disparatado y me he convencido de que no tiene manchas oscuras. ¿Sería una equivocación?

— Pues yo creo que le ha ocurrido alguna catástrofe al astro central de nuestro sistema planetario mientras nosotros viajábamos por entre la niebla de la Tierra de Nansen. Por eso brilla día y noche en el cenit a 81 de latitud Norte.

— ¿Y si nuestro globo hubiera girado gradualmente hasta presentar su región ártica al sol?

— Es bastante incomprensible — rezongó Borovói-.

Cómo podría producirse en breve plazo, sin graves conmociones, semejante desviación del eje de la Tierra?

— Hemos podido no advertir esas conmociones entre las nieblas y los hielos. No logro explicarme de otra forma la extraña posición del sol — insistía Kashtánov.

— ¿Está usted seguro de que el astro que estamos viendo en este momento sea el mismo que hemos visto la última vez sobre las sierras de la cordillera Russki? — preguntó Borovói.

¿Qué otra cosa puede ser? — replicó Pápochkin asombrado.

— Con el mismo fundamento se puede conjeturar que la luna se ha incendiado de nuevo o que otro cuerpo luminoso ha penetrado fortuitamente en nuestro sistema planetario, arrastrando a nuestra tierra como satélite — dijo el meteorólogo con sonrisa enigmática.

— ¿A qué lanzarnos en conjeturas improbables? — objetó Kashtánov-. Existen hipótesis basadas sobre hechos geológicos de que el eje de nuestra Tierra se ha desplazado. Así se explican, por ejemplo, las congelaciones que se han producido durante ciertos períodos geológicos en la India, áfrica, Australia y China, así como la flora subtropical que en otros períodos existió en la Tierra de Francisco José, en Groenlandia, etc.

— No discuto, porque usted debe estar mejor informado. Pero he medido hoy el radio angular de este astro, y es igual a 20 minutos mientras el radio angular del sol es de casi 16 minutos como usted naturalmente sabe.

— ¡Eso sí que tiene importancia! — exclamó Kashtánov sorprendido.

— Además, ¿y esta luz rojiza en lugar de la luz amarilla?

— ¿No será un efecto de la niebla? — intervino Pápochkin.

— Es lo que yo había pensado. Pero hoy he logrado observar ese astro en un momento en que la niebla se había disipado enteramente. Y el disco era de color rojo, como el sol cuando está al borde del horizonte y brilla a través de las capas inferiores más húmedas de la atmósfera o durante una tormenta de polvo.

— ¡También eso es chocante!

— ¿Y esas manchas oscuras que condicionan una disminución de la luz a determinadas horas del día? Esta noche procuraré verificarlo. Si el fenómeno se repite, quedaré definitivamente convencido de que lo que brilla encima de nosotros no es el sol, sino otra cosa.

— Pero, adónde se habrá metido nuestro sol? — preguntó inquieto Pápochkin.

— ¡Cualquiera sabe! Este es otro eslabón en la cadena de increíbles fenómenos que hemos presenciado los últimos días.

— En efecto, toda una cadena — murmuró pensativo Kashtánov-. Una inmensa depresión en El continente, las extrañas indicaciones de la brújula, las incomprensibles variaciones de la presión atmosférica y un clima templado a 81 de latitud — y que no es un efecto de la casualidad, a juzgar por el límite de los hielos y la tundra verdeante —, los mamuts y los rinocerontes que andan por ella y un sol que no es un sol y permanece en el cenit día y noche…

— Y habrá más, estoy convencido. Ahí vuelven, al fin, nuestros compañeros y apuesto lo que ustedes quieran a que nos traen algún otro techo curioso.

Todos se pusieron en pie de un salto, mirando a lo lejos donde se divisaban dos siluetas que llevaban un objeto oscuro colgado de una pértiga. Pápochkin colocó la tetera sobre el infiernillo de alcohol y se puso a preparar un asado de carne de rinoceronte mientras los demás corrían al encuentro de sus compañeros.

— Estamos rendidos — declaró Makshéiev-. Hemos visto vacas y toros, pero sólo hemos conseguido matar un ternero y lo traemos a cuestas desde hace tres horas.

— Además, hemos reunido interesantes ejemplares de la flora de la tundra. Son muy curiosos y hubiera dicho incluso que se trataba de flora antediluviana si no los hubiese recogido yo mismo — añadió Grameko, a cuya espalda colgaba una caja llena de plantas.

Mientras comían, Makshéiev y Gromeko comunicaron sus impresiones.



— Durante unos diez kilómetros la tundra es igual que aquí, aunque menos húmeda. Luego la vegetación empieza a ser más abundante y aparecen arbustos e incluso pequeños árboles…

— Abedules y sauces polares, pero de especies desconocidas, y luego alerces enclenques — añadió Gromeko-. También hay algunas plantas florecidas, unas que no conozco en absoluto y otras descritas por distintos investigadores como representantes de la flora post-terciaria del Canadá.

— Al fin llegamos a un río estrecho pero muy profundo. Como no había ningún vado, echamos a andar siguiendo la corriente. Los árboles iban teniendo ya una altura superior a la de un hombre y, los matorrales, entre ellos, formaban una espesura casi impenetrable. Y entonces nos dimos de manos a boca con un rebaño de toros que habían bajado al río a beber.

— ¿Qué género de toros? — preguntó Pápochkin interesado.

— Eran más bien una especie de yacks salvajes — corrigió Gromeko-: negros, con lanas largas, enormes cuernos gruesos y joroba.

— Estos eran unos — continuó Makshéiev-; pero otros. animales, que debían ser hembras, no eran tan corpulentos y tenían los cuernos más finos y más cortas. También había algunos terneros. Como no pensábamos encontrar en la tundra más que aves acuáticas y animales pequeños, llevaba sólo una escopeta ligera.

— ¡Y yo iba sin armas!

— Conque tuve que disparar contra un ternero con postas que llevaba en las cartucheras. El rebaño desapareció en la espesura y el ternero se cayó al río, de donde le sacamos para rematarle con los cuchillos.

— Como el ternero pesaba sus cincuenta kilos largos y teníamos que traerlo a cuestas unos doce kilómetros, le vaciamos para aligerar la carga, aun a sabiendas de que Sermón Semiónovich se disgustaría por ello.

— ¡Bastante satisfacción ha tenido ya! — replicó Kashtánov riendo-. ¿Saben ustedes de qué es el asado que acaban de comer?

— ¿Alguna liebre polar? Aunque no sé si existe el género.

— Nada de liebres: era carne de rinoceronte y, además, prehistórico!

— iPuah! ¿Conque han encontrado un cadáver de rinoceronte en la tundra de congelación perpetua y han querido probar la carne conservada desde hace decenas de milenios? — sorpreadióse Gromeko-. Si lo llego a saber, no como. Ahora me van a dar náuseas.

— Pues el asado estaba sabroso; únicamente un poco duro — declaro Makshéiev.

— Se comprende: ¡una carne de esa antigüedad!

— ¿Y saben ustedes — intervino a su vez Pápochkin— para la cena pensamos obsequiarles con una trompa de mamut asada?

— ¡Esto ya es excesivo! — indignóse Gromeko-. ¿Se han propuesto envenenarnos? ¿Quieren ver el efecto que produce sobre un estómago moderno toda esta carroña geológica?

Makshéiev, que durante sus andanzas por Alaska y Chukotka había perdido la costumbre de hacer aspavientos, opinó:

— He leído que la trompa de elefante es un plato muy delicado; conque la trompa de mamut ha de ser algo delicioso.

— Pues yo no lo pruebo — dijo Gromeko furioso-. Prefiero asar el hígado del ternero: por lo menos sé que está fresco.

Después de haber gozado durante algún tiempo de la sorpresa de sus compañeros, los otros les contaron los acontecimientos de la jornada. El botánico se calmó cuando le enseñaron el cadáver del rinoceronte, la trompa, el rabo y el puñado de lanas del mamut. Incluso intervino en la discusión sobre la manera de condimentar la famosa trompa y sacó de su bolsillo unas cuantas cabezas de ajos silvestres que había descubierto cerca del sitio donde se habían tropezado con los toros.

— Serán muy buen condimento para la trompa — dijo-. Siento haber encontrado tan pocos.

Mientras cenaban decidieron quedarse un día más en aquel sitio para ir los cinco adonde estaba el cadáver del mamut y traer a layurtaprovisiones de carne y las partes del animal que se quería conservar.

— Ahora debemos estudiar muy seriamente hacia dónde y cómo hemos de ponernos en camino — propuso Kashtánov después de la cena-. Nuestros reconocimientos por la tundra nos dan ciertos materiales para ello. Y, mientras hablamos, ayudaremos a nuestro zoólogo a preparar los cráneos del rinoceronte y del ternero que queremos conservar. Y, a propósito, Sermón Semiónovich, ¿a qué especie cree usted que pertenece el ternero?

— Si no hubiera visto con mis propios ojos un mamut y un rinoceronte de Siberia vivos — contestó el zoólogo —, habría dicho que los animales que hemos encontrado son parientes del yack del Tibet. Pero ahora pienso que se trata de toros primitivos, desaparecidos de la superficie del globo al mismo tiempo que el mamut y el rinoceronte.



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