Ars moriendi

Los marcianos, dijo Jason, no eran el pueblo sencillo, pacífico y bucólico que Wun nos había hecho (o dejado) creer.

Era cierto que no eran especialmente belicosos; las Cinco Repúblicas habían dirimido sus diferencias políticas hacía casi mil años; y eran «bucólicos» en el sentido de que dedicaban la mayoría de sus recursos a la agricultura. Pero no eran «sencillos» bajo ningún concepto. Eran, como había señalado Jase, maestros en el arte de la biología sintética. Su civilización se fundamentaba en eso. Les habíamos construido un planeta habitable con herramientas biotecnológicas, y no había habido una sola generación marciana que no comprendiera la función y usos potenciales del ADN.

Si su tecnología a gran escala a veces parecía burda, la nave espacial de Wun, por ejemplo, era debido a las limitaciones radicales de recursos naturales que se les imponía. Marte era un mundo sin petróleo ni carbón, que mantenía una frágil ecología al borde del desastre por la falta de agua y nitrógeno. Una base industrial omnipresente y a gran escala como la de la Tierra jamás podría darse en el planeta de Wun. En Marte, la mayor parte del esfuerzo humano estaba encaminado a producir alimento suficiente para una población estrictamente controlada. La biotecnología servía admirablemente para ese propósito. Las industrias contaminantes no.

—¿Wun te contó eso? —pregunté, mientras la lluvia seguía cayendo de forma continua y la tarde se retiraba hacia la noche.

—Confió en mí, sí, aunque la mayor parte de lo que me dijo estaba implícito en los archivos.

Una luz color óxido procedente de las ventanas se reflejó en los ojos ciegos y alterados de Jason.

—Pero podía haber mentido.

—No creo que mintiera jamás. Lo único que pasaba es que era un poco tacaño con la verdad.

Los replicadores microscópicos que Wun había traído a la Tierra eran biología sintética de vanguardia. Eran capaces de hacer todo lo que Wun había dicho. De hecho, eran más sofisticados de lo que Wun había estado dispuesto a admitir.

Entre las funciones no reconocidas de los replicadores estaba un subcanal oculto para comunicarse entre ellos y con su punto de origen. Wun no había dicho si se trataba de radio de banda estrecha o algo tecnológicamente más exótico… Jase sospechaba que se trataba de eso último. En cualquier caso, requería un receptor más avanzado que cualquier cosa que se podía construir en la Tierra. Requería, según Wun, un receptor biológico. Un sistema nervioso humano modificado.

—¿Y te presentaste voluntario para eso?

—Lo hubiera hecho si alguien me lo hubiera pedido. Pero la única razón por la que Wun se confió a mí es que temía por su vida desde el mismo día en que llegó a la Tierra. No albergaba ninguna ilusión sobre la venalidad humana o los intereses políticos. Necesitaba a alguien a quien confiarle la custodia de su farmacopea si le ocurría algo a él. Alguien que entendiera su propósito. Jamás me propuso que me convirtiera en el receptor. La modificación sólo funciona en un Cuarto. ¿Recuerdas lo que te dije? El tratamiento de longevidad es una plataforma. Ejecuta otras aplicaciones. Ésta es una de ellas.

—¿Te hiciste esto a propósito?

—Me inyecté la sustancia tras su muerte. No fue traumático y no tuvo ningún efecto inmediato. Recuerda, Tyler, no había forma de que las comunicaciones de los replicadores penetraran la membrana del Spin cuando estaba activo. Lo que hice fue darme una habilidad latente.

—¿Para qué, entonces?

—Porque no quería morir en estado de ignorancia. Todos suponíamos que si el Spin terminaba, moriríamos a los pocos días u horas. La única ventaja de la modificación de Wun era que durante esos días u horas, lo que sobreviviera, estaría en contacto íntimo con una base de datos casi tan grande como la galaxia misma. Sabría, tanto como puede saberlo alguien de la Tierra, quiénes eran los Hipotéticos y por qué nos habían hecho esto.

Y pensé: «¿Y ahora lo sabes?» Pero quizá así era. Quizá eso era lo que quería comunicar antes de que perdiera la facultad de hablar, la razón por la que quería que grabara esto.

—¿Sabía Wun que harías algo así?

—No, y dudo que lo hubiera aprobado… aunque él mismo corría la misma aplicación.

—¿De verdad? A él no se le notaba.

—No tenía por qué. Recuerda: lo que me está ocurriendo, a mi cuerpo, a mi cerebro, no es la aplicación. —Volvió sus ojos ciegos hacia mí—. Es un fallo del sistema.

Los replicadores habían sido lanzados desde la Tierra y habían medrado en el sistema solar exterior, lejos del sol. (¿Se habían percatado de eso los Hipotéticos y habían declarado culpable a la Tierra de lo que en el fondo era una intervención marciana? ¿Era eso, como E. D. había dejado caer, lo que los astutos marcianos habían pretendido desde el principio? Jason no dijo nada al respecto, y supuse que no lo sabía.)

A su tiempo, los replicadores se expandieron hasta la estrella más cercana y más allá… y al final mucho más allá. Las colonias de replicadores eran invisibles a distancias astronómicas, pero si las cartografiabas en una cuadrícula de nuestro vecindario estelar, verías una nube en constante expansión, una explosión glacialmente lenta de vida artificial.

Los replicadores no eran inmortales. Como entidades individuales vivían, se reproducían y al final morían. Lo que quedaba en su lugar era la red que habían construido; un arrecife de coral de nodos interconectados en el que la información nueva era acumulada y redirigida hacia el punto de origen de la red.

—La última vez que hablamos —le recordé a Jase—, dijiste que había un problema. Dijiste que la población de replicadores se estaba muriendo.

—Se toparon con algo que nadie había previsto.

—¿Y con qué fue, Jase?

Se quedó en silencio unos momentos, como ordenando sus pensamientos.

—Suponíamos —dijo—, que cuando lanzamos los replicadores estábamos introduciendo algo nuevo en el universo, una forma de vida artificial completamente nueva. La suposición era ingenua. Nosotros, los seres humanos, terrestres o marcianos, no fuimos la primera especie inteligente que evolucionó en la galaxia. Ni de lejos. De hecho no hay nada particularmente inusual en nosotros. Virtualmente todo lo que hemos hecho en nuestra breve historia ya se ha hecho antes, en otro lado y por algún otro.

—¿Me estás diciendo que los replicadores se tropezaron con otros replicadores?

—Una ecología de replicadores. Las estrellas son una jungla, Tyler. Más rebosantes de vida de lo que jamás habíamos imaginado.

Intenté visualizar el proceso tal y como lo describía Jason.

Muy lejos de la Tierra incomunicada por el Spin, muy lejos del sistema solar, tan lejos en el espacio que el sol es sólo una estrella más en un cielo superpoblado, una semilla de replicador se posa en un fragmento de hielo sucio y empieza a reproducirse. Inicia el mismo ciclo de crecimiento, especialización, observación, comunicación y reproducción que ha tenido lugar incontables veces anteriormente durante las lentas migraciones de sus ancestros. Quizá llega a la madurez; puede que incluso empiece a enviar microrráfagas de datos; pero esta vez, el ciclo es interrumpido.

Algo ha sentido la presencia del replicador. Y ese algo está hambriento.

El predador (según explicó Jase) es otro tipo de sistema semiorgánico de bucles de retroalimentación catalítica, otra colonia de mecanismos celulares autorreplicantes, es tanto máquina como biología. Y el predador está conectado a su propia red, que es mucho más grande y vasta que la que los replicadores terrestres han tenido tiempo de construir durante su éxodo desde la Tierra. El predador está mucho más evolucionado que su presa: sus subrutinas de búsqueda de nutrientes y utilización de recursos se han afinado durante miles de millones de años. La colonia de replicadores terrestres, ciega e incapaz de huir, es devorada al instante.

Pero «devorada» tiene un significado especial en este contexto. El predador quiere algo más que simplemente moléculas carbonosas complejas de las cuales se compone la forma madura del predador, por útiles que puedan ser. Para el predador es mucho más interesante el propósito del replicador, las funciones y estrategias escritas en sus plantillas reproductivas. Adopta aquellas que considera potencialmente valiosas; luego se reorganiza y explota a la colonia de replicadores para sus propósitos. La colonia no muere, pero es absorbida, devorada antológicamente, sometida junto con sus hermanas a una jerarquía galáctica mucho más grande, más compleja y enormemente más antigua.

No es el primero ni el último artefacto que fue absorbido de esa manera.

—Las redes de replicadores —dijo Jason—, son una de las cosas que las civilizaciones tienden a producir. Dadas las dificultades inherentes en los viajes sublumínicos como método de exploración de la galaxia, la mayoría de las culturas tecnológicas al final se contentan con una red en expansión de máquinas Von Neumann (que es lo que son nuestros replicadores) que no tienen coste de mantenimiento y que generan una corriente de información que se expande exponencialmente con el tiempo.

—Vale —dije—. Eso lo entiendo. Los replicadores marcianos no son únicos. Se tropezaron con lo que llamas una ecología…

—Una ecología Von Neumann, por el matemático del siglo veinte John von Neumann, que fue el primero en sugerir la existencia de máquinas autorreplicantes.

—Una ecología Von Neumann, y fueron absorbidas por ella. Pero eso no nos dice nada acerca de los Hipotéticos o el Spin.

Jason frunció los labios en ademán de impaciencia.

—No, Tyler. No lo entiendes. Los Hipotéticos son la ecología Von Neumann. Son la misma cosa.

Llegados a ese punto tuve que echarme atrás y reconsiderar quién estaba exactamente en la habitación conmigo.

Se parecía a Jase. Pero todo lo que decía ponía en duda eso.

—¿Te estás comunicando con esa… entidad? ¿Ahora, quiero decir, mientras hablamos?

—No sé si lo llamarías comunicación. La comunicación funciona en ambos sentidos. Esto no, no de la forma que quieres decir. Y la comunicación de verdad no sería tan abrumadora. Y esto lo es. Especialmente de noche. La entrada de información queda moderada durante las horas diurnas, posiblemente porque la radiación solar interfiere con la señal.

—Y por la noche ¿la señal es más fuerte?

—Quizá la palabra «señal» lleve a equivocaciones. Una señal es lo que los replicadores originales fueron diseñados para transmitir. Lo que recibo viene en la misma onda portadora, y transporta información, pero es activa, no pasiva. Está intentando hacerme lo que le hace a cualquier otro nodo en la red. De hecho, Ty, está intentando hacerse con el control de mi sistema nervioso y reprogramarlo.

Así que había una tercera entidad conmigo en la habitación. Yo, Jase… y los Hipotéticos, que se lo estaban comiendo vivo.

—¿Pueden hacer eso? ¿Reprogramar tu sistema nervioso?

—No con éxito, no. Para ellos tengo el aspecto de un nodo más en la red de replicadores. La biotecnología que me inyecté es sensible a sus manipulaciones, pero no de la forma que ellos prevén. Como no me perciben como una entidad biológica, todo lo que pueden hacer es matarme.

—¿Hay alguna manera de apantallar la señal o interferiría?

—No que yo sepa. Si los marcianos tenían esa técnica, se olvidaron de incluirla en la información de sus archivos.

La ventana de la habitación de Jason daba al oeste. El resplandor rosáceo que penetraba en la habitación era el sol poniente, oscurecido por las nubes.

—Pero están contigo. Te hablan.

—Ellos. Ello. Necesitamos un pronombre mejor. Toda la ecología Von Neumann es una única entidad. Piensa sus lentos pensamientos y hace sus propios planes. Pero muchas de sus billones de partes también son individuos autónomos, que a menudo compiten entre ellos, actuando más rápidamente que la red en conjunto y muchísimo más inteligentes que cualquier ser humano aislado. La membrana del Spin, por ejemplo…

—¿La membrana del Spin es un individuo?

—En todos los sentidos relevantes, sí. Su objetivo definitivo se deriva de la red, pero evalúa acontecimientos y hace elecciones autónomamente. Es más complejo de lo que jamás soñamos. Suponíamos que la membrana estaba bien encendida o bien apagada, como el interruptor de una bombilla, como el código binario. No es cierto. Tiene múltiples estados. Múltiples propósitos. Múltiples grados de permeabilidad, por ejemplo. Hemos sabido desde hace años que puede dejar pasar una nave espacial y repeler un asteroide. Pero tiene facultades mucho más sutiles que eso. Por eso no nos hemos visto inundados de radiación solar en los últimos días. La membrana sigue dándonos un cierto grado de protección.

—No conozco las cifras de muertos, Jase, pero debe de haber miles de personas sólo en esta ciudad que han perdido familiares desde que el Spin se detuvo. Yo sería reacio a decirles que están «protegidos».

—Pero lo están. En general si no en particular. La membrana de Spin no es Dios, no puede ver el gorrión que cae. Sin embargo, sí que puede impedir que el gorrión se ase en luz ultravioleta letal.

—¿Con qué fin?

Ante eso frunció el ceño.

—No lo entiendo bien —empezó a decir—, o quizá lo que pasa es que no puedo traducirlo…

Llamaron a la puerta. Carol entró con un fardo de ropa de cama en los brazos. Apagué la grabadora y la puse a un lado. La expresión de Carol era lúgubre.

—¿Sábanas limpias? —pregunté.

—Sujeciones —dijo ella secamente. Las sábanas estaban cortadas en tiras—. Para cuando empiecen las convulsiones.

Carol hizo un gesto con la cabeza hacia las ventanas, hacia las sombras del día que se alargaban.

—Gracias —dijo Jason con amabilidad—. Tyler, si necesitas un descanso, ahora sería un buen momento. Pero no tardes demasiado.

Fui a ver a Diane, que se encontraba en un momento de descanso entre crisis, durmiendo. Pensé en la droga marciana que le había administrado (un paquete «Cuarto básico», como lo había llamado Jason), moléculas semiinteligentes a punto de batallar contra la abrumadora carga de bacterias del SDCV de su cuerpo, batallones microscópicos que se preparaban para repararla y reconstruirla, a menos que su cuerpo estuviera demasiado debilitado para aguantar el esfuerzo de la transformación.

La besé en la frente y le dije palabras de consuelo que probablemente no podía oír. Luego salí de su dormitorio y bajé al piso inferior, y salí al jardín de la Gran Casa, robando un momento para mí solo.

La lluvia había dejado de caer al fin de forma abrupta y por completo, y el aire era más fresco de lo que había sido en todo el día. El cielo era de un azul profundo en su cénit. Unas cuantas nubes de tormenta harapientas encapotaban al sol monstruoso allí donde tocaba el horizonte occidental. Los arcoíris se alzaban de cada hoja de hierba como diminutas perlas ambarinas.

Jason había admitido que se estaba muriendo. Ahora empecé a admitirlo yo.

Como médico, había visto más muerte de la que ve la mayoría de la gente. Sabía cómo moría la gente. Sabía que la conocida historia de cómo se enfrenta alguien a la muerte (negación, ira, aceptación) era en el mejor de los casos una burda generalización. Esas emociones podían evolucionar en segundos o no evolucionar para nada; la muerte podía triunfar sobre ellas en cualquier instante. Para muchas personas, enfrentarse a la muerte no era nunca un problema; sus muertes llegaban de improviso y sin anunciarse: la rotura de una aorta o una mala elección en un cruce de mucho tráfico.

Pero Jase sabía que se moría. Y me asombraba que pareciera aceptarlo con esa calma ultraterrena, hasta que me di cuenta de que su muerte también era el cumplimiento de sus ambiciones. Estaba a punto de entender aquello que llevaba toda su vida luchando por comprender: el significado del Spin y el lugar de la humanidad en él… su lugar, ya que él había sido un instrumento clave para el lanzamiento de los replicadores.

Era como si hubiera levantado la mano y tocado las estrellas.

Y ellas le habían tocado a su vez. Las estrellas lo estaban matando. Pero moriría en estado de gracia.

—Tenemos que apresurarnos. Ya casi es de noche, ¿no?

Carol se había marchado a encender velas por toda la casa.

—Casi —dije.

—Y la lluvia ha parado. O al menos no puedo oírla.

—La temperatura también está bajando. ¿Quieres que abra las ventanas?

—Por favor. ¿Y has encendido la grabadora?

—Está funcionando. —Levanté la hoja de la ventana unos centímetros y el aire fresco se infiltró en la habitación.

—Estábamos hablando de los Hipotéticos…

—Sí. —Silencio—. ¿Jase? ¿Sigues conmigo?

—Oigo el viento. Oigo tu voz. Oigo…

—¿Jason?

—Lo siento… no te preocupes por mí, Ty. Ahora me distraigo con facilidad… ¡Ah!

Sus brazos y piernas se tensaron violentamente contra las sujeciones que Carol había atado cruzando la cama. Su cabeza se alzó sobre la almohada. Parecía que sufría un ataque epiléptico, aunque fue breve: se había terminado antes de que pudiera acercarme a la cama. Jason jadeó y tomó aire profundamente.

—Lo siento, lo siento…

—No te disculpes.

—No puedo controlarlo, lo siento.

—Sé que no puedes. No tiene importancia, Jase.

—No les culpes por lo que me está ocurriendo.

—¿Culpar a quién? ¿A los Hipotéticos?

Intentó sonreír, aunque era evidente que sufría.

—Tendremos que buscarles un nuevo nombre, ¿no? Ya no son tan hipotéticos como solían ser. Pero no les culpes. No saben lo que me está ocurriendo. Estoy por debajo de su umbral de abstracción.

—No entiendo lo que quieres decir.

Habló rápidamente y con ansiedad, como si la charla fuera una afortunada distracción del sufrimiento físico. U otro síntoma de eso mismo.

—Tú y yo, Tyler, somos comunidades de células vivas, ¿no es así? Y si dañaras un número suficiente de mis células, moriría, me habrías asesinado. Pero si nos damos la mano y pierdo unas cuantas células epiteliales en el proceso ninguno de los dos se daría cuenta de la pérdida. Es invisible. Vivimos en un determinado nivel de abstracción; interactuamos como cuerpos, no como colonias celulares. Lo mismo sucede con los Hipotéticos. Habitan en un universo mayor que el nuestro.

—¿Y eso les da derecho a matar a la gente?

—Estoy hablando de su percepción, no de su moralidad. La muerte de cualquier ser humano individual, mi muerte, podría ser significativa para ellos, si la vieran en el contexto adecuado. Pero no pueden.

—Han hecho esto antes, sin embargo, han creado otros mundos con Spin… ¿no fue eso una de las cosas que descubrieron los replicadores antes de que los Hipotéticos se desconectaran?

—Otros mundos con Spin. Sí. Muchísimos. La red de los Hipotéticos ha crecido hasta abarcar la mayor parte de la zona habitable de la galaxia, y eso es lo que hacen cuando encuentran un planeta que alberga alguna especie inteligente y que usa herramientas con un cierto grado de madurez… lo envuelven en una membrana de Spin.

Me vino a la mente la imagen de arañas envolviendo a sus víctimas en seda.

—¿Por qué, Jase?

La puerta se abrió. Carol había vuelto, trayendo una vela en un plato de porcelana. Puso el plato en la mesilla y encendió la vela con una cerilla. La llama bailoteó, amenazada por la brisa que entraba por la ventana.

—Para preservarla —dijo Jason.

—Para preservarla ¿de qué?

—De su propia senilidad y su muerte final. Las culturas tecnológicas mueren como todo lo demás. Florecen hasta que agotan sus recursos; luego mueren.

A menos que, simplemente, no se murieran. A menos que continúen floreciendo, expandiéndose por sus sistemas solares, trasplantándose a las estrellas…

Pero Jason había previsto mi objeción.

—Incluso el viaje espacial a escala local es lento e ineficiente para seres con una esperanza de vida humana. Quizá hubiéramos podido ser la excepción a la regla. Pero los Hipotéticos llevan por ahí desde hace muchísimo tiempo. Antes de diseñar la membrana del Spin vieron cómo incontables mundos habitados se ahogaban en sus propias heces.

Inhaló y pareció atragantarse. Carol se volvió hacia él. Su máscara de competencia se le cayó, y durante el momento que Jason tardó en recuperarse quedó claro que estaba puramente aterrorizada, que no era una doctora sino una mujer con un hijo moribundo.

Jase, afortunadamente quizá, no podía verlo. Tragó saliva y empezó a respirar normalmente de nuevo.

—Pero ¿por qué el Spin, Jase? Nos empuja hacia el futuro, pero no cambia nada.

—Al contrario —dijo—. Lo cambia todo.

La paradoja de la última noche de Jason fue que su discurso se volvió más extraño e intermitente según parecían ampliarse exponencialmente sus conocimientos adquiridos. Creo que en esas pocas horas aprendió muchísimo más de lo que fue capaz de compartir, y lo que sí compartió fue increíble… una explicación de un poder asombroso y provocativo en cuanto a sus implicaciones para el destino de la humanidad.

Dejando a un lado el trauma, la lucha agónica para encontrar las palabras adecuadas, lo que dijo fue…

Bueno, comenzó con un «Intenta verlo desde su punto vista».

Su punto de vista: el de los Hipotéticos.

Los Hipotéticos, ya los consideráramos un solo organismo o muchos, habían evolucionado a partir de los primeros organismos Von Neumann que habitaron en nuestra galaxia. El origen de esas máquinas autorreplicantes primigenias era oscuro. Sus descendientes no tenían recuerdos directos de ello, no más de lo que tú o yo podemos «recordar» la evolución humana. Puede que fueran el producto de una temprana cultura biotecnológica de la cual no queda ningún rastro; o puede que emigraran desde otra galaxia más antigua. En cualquier caso, los Hipotéticos de hoy pertenecían a un linaje casi inimaginablemente antiguo.

Habían visto incontables veces la aparición y muerte de especies inteligentes en planetas como el nuestro. Al transportar pasivamente material orgánico de una estrella a otra puede que incluso ayudaran a sembrar los procesos de la evolución orgánica. Y habían observado cómo las culturas biológicas generaban burdas redes de máquinas Von Neumann como subproducto de su complejidad cada vez mayor (pero insostenible a largo plazo)… no una vez, sino muchas. Para los Hipotéticos todos parecíamos salas de maternidad de replicadores: extraños, fecundos, frágiles.

Desde su punto de vista esta gestación interminable y renqueante de redes simples de máquinas Von Neumann, seguida por el rápido colapso ecológico de los planetas de origen, era un misterio y una tragedia.

Un misterio porque los fenómenos fugaces a escala puramente biológica les eran difíciles de comprender o siquiera percibir.

Una tragedia, porque habían empezado a considerar esas culturas progenituras como redes biológicas fallidas, similares a ellos mismos: creciendo hacia la verdadera complejidad pero destruidas prematuramente por ecosistemas planetarios finitos.

Para los Hipotéticos, por tanto, el Spin era un medio para preservarnos, a nosotros y otras docenas de civilizaciones similares que habían emergido en otros mundos antes y después que nosotros, en nuestra edad de oro tecnológica. Pero no éramos piezas de museo, congeladas en el tiempo para mostrar al público. Los Hipotéticos estaban redefiniendo nuestro destino. Nos habían suspendido en un tiempo lento mientras ensamblaban las partes de un grandioso experimento, un experimento que se había estado formulando durante millones de años y que ahora estaba acercándose a su meta definitiva: construir entornos biológicos enormemente expandidos en los que esas culturas que de otra manera estarían condenadas pudieran expandirse y en las cuales al fin pudieran encontrarse y entremezclarse.

Al principio no comprendí el sentido de todo eso: ¿Entornos biológicos ampliados? ¿Mayores que la propia Tierra?

Ahora estábamos en la plena oscuridad de la noche. Las palabras de Jason quedaban interrumpidas por movimientos convulsivos y sonidos involuntarios, que he dejado fuera de este relato. Periódicamente comprobaba los latidos de su corazón, que se debilitaban por momentos.

—Los Hipotéticos —dijo— pueden manipular el tiempo y el espacio. La prueba de eso nos rodea por todos lados. Pero crear una membrana temporal no es la menor ni la mayor de sus habilidades. Pueden conectar, literalmente, nuestro planeta mediante bucles espaciales a otros planetas parecidos… Nuevos planteas, algunos diseñados y creados artificialmente, a los cuales podríamos viajar instantánea y fácilmente… viajar por medio de enlaces, puentes, estructuras, estructuras ensambladas por los Hipotéticos, ensambladas a partir, si es que es posible de verdad, de la materia de estrellas muertas, estrellas de neutrones… estructuras que han arrastrado literalmente por el espacio, pacientemente, pacientemente, durante el transcurso de millones de años…

Carol se sentó a un lado en la cama y yo me senté al otro lado. Le sujeté por los hombros cuando su cuerpo se convulsionó y Carol le acarició la frente durante los intervalos en los que no podía hablar. Sus ojos chispeaban a la luz de la vela y contemplaba fijamente la nada.

—La membrana del Spin sigue en su sitio todavía, trabajando, pensando, pero la función temporal ya ha terminado, ha sido completada… eso eran las fluctuaciones, el subproducto del proceso de desintonización, y ahora la membrana se ha hecho permeable de forma que algo puede penetrar en la atmósfera atravesándola, algo grande…

Posteriormente el significado de sus palabras fue obvio. En aquel momento me sentí asustado y sospechaba que había empezado a caer en la demencia, una especie de sobrecarga metafórica gobernada por la palabra «red».

Por supuesto, me equivocaba por completo.

Ars moriendi ars vivendi est: el arte de morir es el arte de vivir. Lo había leído en algún momento de mis años de interinidad y lo recordé mientras estaba allí a su lado. Jason murió como había vivido, en la búsqueda heroica de la comprensión. Su regalo al mundo serían los frutos de esa comprensión, no acaparados por unos pocos sino libremente distribuidos.

Pero el otro recuerdo que me vino a la mente, mientras el sistema nervioso de Jason era transformado y corroído por los Hipotéticos de una forma que no podían saber que era letal para él, fue el de aquella tarde hacía tanto tiempo, cuando se había montado en mi pesada bici de segunda mano para bajar desde lo alto de Bantam Hill Road. Recordé la pericia, casi de bailarín de ballet, con la que había controlado esa máquina en desintegración, hasta que no quedó nada excepto la velocidad y la balística, el inevitable colapso del orden en el caos.

Su cuerpo, y era un Cuartogenario, era una máquina finamente ajustada. No moriría fácilmente. En algún momento antes de la medianoche Jason perdió el habla, y entonces fue cuando comenzó a parecer asustado y no del todo humano. Carol le cogió de la mano y le dijo que estaba a salvo, que estaba en casa. No sé si ese consuelo llegó hasta él en las extrañas y enrevesadas cámaras en las que su mente había entrado. Espero que sí.

No mucho después de eso puso los ojos en blanco y sus músculos se relajaron. Su cuerpo continuó luchando, respirando de forma convulsiva, casi hasta la mañana.

Entonces lo dejé con Carol, que le acarició la cabeza con ternura infinita y le susurró como si aún pudiera oírla, y no me di cuenta de que cuando el sol se alzó no era una cosa hinchada y rojiza, sino tan brillante y perfecto como era antes del Spin.

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