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Lo comprendí y le he ahorrado a Lombroso los posibles peligros que pudieran derivarse de nuevas llamadas telefónicas. Desde aquella conversación han pasado casi once meses, y durante ese tiempo no he hablado con él para nada; ni una palabra con el hombre que había sido mi mejor amigo durante todos los años pasados en el equipo de Quinn. Tampoco he tenido el menor contacto con éste, ni directo ni indirecto.

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