27

La siguiente vez que nos vimos me contó cómo iba a ocurrir su muerte. Le quedaba menos de un año de vida, afirmó. Su muerte acaecería en la primavera, en algún momento comprendido entre el 10 de abril y el 25 de mayo; aunque manifestó conocer la fecha exacta, incluyendo el momento del día, se mostró reacio a concretar más.

—¿Por qué ocultármelo a mí? —le pregunté.

—Porque no quiere verme abrumado por sus tensiones y presentimientos privados —me respondió Carvajal tajantemente—. No quiero que ese día aparezca sabiendo que ha llegado el momento y en un estado de confusión emocional impropia.

—¿Voy a estar presente? —le pregunté atónito.

—Seguro.

—¿Y me puede decir dónde va a ocurrir?

—En mi apartamento —dijo—. Usted y yo estaremos discutiendo qué hacer en relación con un problema que le preocupará en esos momentos. Sonará el timbre de la puerta. Yo iré a abrir e irrumpirá en la casa un hombre de pelo rojo y armado, quien…

—Un momento. En cierta ocasión me dijo que en aquel barrio nadie le había molestado nunca y que nadie lo haría.

—Nadie que viva allí —respondió Carvajal—, pero este individuo será un extraño. Alguien le habrá dado mi dirección por error, tendrá anotado un número erróneo de apartamento, e irá allí esperando recoger un paquete de drogas, algo que utilizan los drogadictos. Cuando le diga que no tengo drogas, se negará a creerme; pensará que se trata de algún tipo de doble juego, y comenzará a ponerse violento, a esgrimir la pistola, a amenazarme.

—¿Y qué voy a hacer yo mientras todo esto ocurre?

—Mirará.

—¿Miraré? ¿Me limitaré a estarme quieto, de brazos cruzados, como un espectador?

—Se limitará a observar —dijo Carvajal—, como un espectador —su voz adoptó un tono duro, como si estuviese transmitiéndome una orden—. Usted no hará nada durante toda esta escena. Se mantendrá al margen, a un lado, como un simple espectador.

—Podría golpearle con una lámpara. Intentar quitarle la pistola.

—No lo hará.

—Está bien —dije—. ¿Y qué ocurre luego?

—Alguien llama a la puerta. Es uno de mis vecinos, que ha oído el ruido y se siente preocupado por mí. El pistolero se asusta. Cree que se trata de la policía, o puede que de una banda rival. Dispara tres veces, luego rompe una ventana y desaparece por la escalera de incendios. Las balas me dan en el pecho, el brazo y en un lado de la cabeza. Duro más o menos un minuto. No hay últimas palabras. Usted resulta totalmente indemne.

—¿Y luego?

Carvajal se rió.

—¿Luego? ¿Luego? ¿Cómo voy a saberlo? Ya se lo he dicho, veo como a través de un periscopio, el periscopio alcanza hasta ese momento, pero nada más. Para mí la percepción termina entonces. ¡Con qué tranquilidad lo decía!

—¿Es eso lo que vio el día que comimos juntos en el Merchants and Shippers Club? —dije.

—Sí.

—¿Estaba usted allí, viendo cómo le mataban a tiros, y un momento después pudo pedir tranquilamente la carta?

—La escena no era nueva para mí.

—¿Cuántas veces la ha visto? —pregunté.

—Ni idea. Veinte, cincuenta, puede que cien veces. Es como un sueño que se repite.

—Una pesadilla que se repite.

—Uno se acostumbra a ello. Tras la primera media docena de veces o así deja de afectar mucho emocionalmente.

—¿Y para usted no es nada más que algo así como una película, como una vieja película de James Cagney que ponen en el último programa de televisión?

—Sí, algo sí —dijo Carvajal—. La escena en sí se convierte en algo trivial, aburrido, sin interés, previsible. Aunque los detalles han perdido su importancia, lo que permanece, lo que no pierde nunca su impacto sobre mí, son las implicaciones.

—Se limita a aceptarlo. Cuando llegue el momento no intentará darle al tipo con la puerta en las narices. No me permitirá que me esconda detrás de la puerta y que le deje inconsciente de un golpe. No le pedirá a la policía que le ponga una guardia especial ese día.

—Por supuesto que no. ¿De qué serviría nada de eso?

—Como experimento…

Apretó los labios. Pareció molesto por mi tozuda insistencia en un tema que le resultaba absurdo.

—Lo que veo es lo que va a ocurrir. El momento de los experimentos fue hace cincuenta años, y fracasaron. No, no intervendremos, Lew. Interpretaremos nuestros papeles obedientemente, tanto usted como yo. Sabe que así lo haremos.

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