30

El trato fue: entrégate a mí, sin preguntas, sin garantías. Hasta ahora no había hecho preguntas, pero en esta ocasión no me quedaba más remedio que preguntar. Carvajal me estaba empujando a una decisión que no podía adoptar sin algún tipo de explicación.

—Me prometió no hacer preguntas —dijo sombriamente.

—A pesar de ello, o me da alguna clave o rompo el trato.

—¿Va en serio?

—Totalmente.

Intentó anularme con la mirada. Pero, por alguna razón, aquellos ojos vacíos suyos, en algunas ocasiones irresistibles, no me intimidaron en ésta. Mi capacidad de intuición me decía que debía seguir adelante, presionarle, exigirle conocer la estructura de los acontecimientos en que me estaba adentrando. Carvajal se resistió. Se retorció, sudó y me dijo que con ese inadecuado estallido de inseguridad estaba haciendo retroceder mi proceso de formación en semanas, o incluso meses. Tenga fe, me instó, ajústese al guión, haga lo que se le dice y todo saldrá bien.

—No —respondí—. La quiero, e incluso hoy en día el divorcio no es cosa de broma. No puedo hacerlo por capricho.

—Su proceso de formación…

—Al infierno con él. ¿Por qué debo separarme de mi esposa, simplemente porque no nos hemos llevado muy bien durante los últimos tiempos? Romper con Sundara no es como cambiar de estilo de corte de pelo, ¿sabe?

—Por supuesto que sí.

—¿Cómo?

—A la larga todos los acontecimientos se reducen a lo mismo —respondió.

Solté un bufido.

—No diga tonterías. Actos distintos tienen consecuencias distintas, Carvajal. El que yo me deje el pelo largo o corto no repercute gran cosa sobre lo que me rodea. Pero los matrimonios dan a veces origen a niños, los niños son constelaciones genéticas únicas, y los niños a los que, si así lo decidiéramos, daríamos origen Sundara y yo serian distintos de los que podríamos tener con otras parejas, y las diferencias… ¡Dios! Si rompemos yo puedo casarme con alguna otra y convertirme en el tatarabuelo del próximo Napoleón, mientras que si sigo a su lado… Bien, ¿cómo puede afirmar que, a la larga, todos los acontecimientos se reducen a lo mismo?

—Es muy lento en comprender —dijo Carvajal con tristeza.

—¿Qué?

—Yo no me refería a consecuencias, sino simplemente a acontecimientos. Lew, todos los acontecimientos son iguales en sus probabilidades, lo que quiere decir que es totalmente probable que se produzca cualquier acontecimiento que se va a producir.

—¡Eso es tautología!

—Sí. Pero tanto usted como yo nos ocupamos de temas tautológicos. Le digo que le veo divorciándose de Sundara, exactamente igual que le ví cortándose el pelo de esa forma, y, por tanto, ambos acontecimientos tienen las mismas probabilidades.

Cerré los ojos. Me quedé inmóvil durante un buen rato.

—Explíqueme por qué me divorcio de ella —dije finalmente—. ¿No hay ninguna esperanza de salvar nuestra relación? No nos peleamos. No tenemos desacuerdos graves en lo referente al dinero. Pensamos de forma parecida con respecto a casi todo. Sí, hemos perdido contacto el uno con el otro, pero eso es todo. Estamos simplemente deslizándonos hacia esferas distintas. ¿No cree que si ambos hiciéramos un esfuerzo sincero podríamos volver a sentirnos unidos?

—Sí.

—Entonces, ¿por qué no intentarlo en lugar de…?

—Usted tendría que hacerse fiel del Tránsito —respondió.

Me encogí de hombros.

—Creo que, si no tuviese más remedio, podría soportarlo. Si la otra alternativa fuese la de perder a Sundara…

—No podría. Es algo extraño a usted, Lew. Se opone a todo aquello en lo que cree y a todo por lo que ha venido trabajando.

—Pero para conservar a Sundara…

—Ya la ha perdido.

—Sólo en el futuro. Sigue siendo mi mujer.

—Lo que se ha perdido en el futuro está perdido ya.

—Me niego a…

—¡No tiene más remedio! —gritó—. Es todo uno, Lew, ¡es todo uno! ¿Ha llegado conmigo hasta aquí y todavía no se da cuenta?

Lo vi. Conocía todos los argumentos que él estaba a punto de esgrimir y creía en todos ellos, y mi fe no era algo que viniera desde fuera, sino algo intrínseco, algo que había crecido, y extendiéndose dentro de mí durante todos aquellos meses. Y, sin embargo, me resistía. Y, sin embargo, seguía buscando escapatorias. Seguía buscando un clavo ardiendo al que agarrarme, aun en el momento de mi caída.

—Termine de contármelo —dije—. ¿Por qué es necesario e inevitable que deje a Sundara?

—Porque el destino de ella está en el Tránsito, mientras que el suyo está lo más alejado posible de dicha fe. Ellos propenden a la falta de certeza, usted a la certeza. Ellos intentan minar, destruir; usted construir. Se trata de un abismo filosófico básico que se hará cada vez más ancho y profundo y que no se puede salvar. Por tanto, ustedes dos tienen que separarse.

—¿Cuándo?

—Se quedará solo antes de que finalice el año —me dijo—. Le he visto varias veces en su nueva casa.

—¿No vivirá una mujer conmigo?

—No.

—El celibato no me va nada. Apenas lo he practicado.

—Tendrá mujeres, Lew; pero vivirá solo.

—¿Y Sundara se queda con el apartamento?

—¿Con las pinturas, las esculturas, el…?

—No lo sé —respondió Carvajal, con aspecto de aburrirse—. En realidad no he prestado la menor atención a detalles como ése. Ya sabe que no me interesan.

Me dejó marchar. Caminé unas tres millas en dirección a la parte alta de la ciudad, sin ver nada, sin oír nada, sin pensar en nada. Era como si flotase en el vacío, como si fuese un miembro de la nada total. En la esquina de no-sé-qué-calle, con sólo-Dios-sabe-qué-avenida, encontré una cabina telefónica, deposité una moneda en la ranura y marqué el número del despacho de Haig Mardikian; luego conseguí abrirme camino entre la férrea protección de varios recepcionistas, hasta que el propio Mardikian se puso al aparato.

—Me voy a divorciar —le dije, y, durante un buen rato, escuché el silencioso rugido de su sorpresa que zumbaba a través de la línea telefónica como las olas del mar durante una tormenta—. No me preocupa el lado financiero de la cuestión —añadí al cabo de un rato—. Sólo quiero una ruptura limpia. Dime el nombre de algún abogado en el que confíes, Haig. Alguien que lo haga rápido y sin herirla.

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