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Cuando sueño despierto me imagino un tiempo en el que seré verdaderamente capaz de ver. Mi visión rompe la lóbrega cortina invisible que rodea todo, y penetro en el reino de la luz. He estado dormido, he estado prisionero, he estado ciego, y ahora, ahora que la transformación se ha iniciado, es como si despertase finalmente. Mis cadenas se han esfumado; mis ojos se han abierto. A mi alrededor se mueven inciertas figuras en sombras, ciegas y dando traspiés, con los rostros grises de asombro e incertidumbre. Esas figuras sois vosotros. Y bailo entre vosotros y alrededor vuestro, con los ojos luminosos y el cuerpo encendido por la alegría de una nueva percepción. Ha sido como vivir bajo el mar, oprimido por una terrible presión y alejado de la deslumbradora luminosidad por esa membrana, flexible, pero impenetrable, que constituye la superficie entre mar y cielo; y ahora la he roto, he llegado a un lugar donde todo brilla y reluce, donde todo está rodeado por un radiante halo, resplandeciente en oros, violetas y escarlatas. Sí, sí. Finalmente, veo.

¿Qué es lo que veo?

Veo la suave y tranquila Tierra, escenario de nuestros dramas. Veo las sudorosas luchas de los ciegos y sordos, golpeados según van avanzando hacia un destino incomprensible. Veo los años desplegándose como las largas y tersas hojas de los helechos de primavera, con las puntas de un verde intenso, alejándose de mí hacia el infinito. En deslumbrantes flashes de iluminación intermitente, veo las décadas transformándose en siglos y los siglos en eones y épocas. Veo el lento desfile de las estaciones, la sístole y diástole del invierno y el verano, de la primavera y el otoño, el ritmo delicadamente sobrepuesto del calor y el frío, de la sequía y las lluvias, del sol y la niebla y la oscuridad.

No hay límites a mi visión. Aquí están los laberintos de las ciudades del mañana, levantándose, decayendo y volviéndose a levantar. Nueva York con su crecimiento lunático, rascacielos sobre rascacielos, los viejos cimientos transformándose en los cascotes sobre los que se levantan los nuevos, capa sobre capa como las mezcladas estratificaciones de la Troya de Schliemann. Por retorcidas calles circulan extraños, vestidos con ropas desconocidas y hablando una jerga ininteligible para mí. Hay máquinas que caminan sobre piernas articuladas. Por encima de mi cabeza revolotean pájaros mecánicos, gorjeando como puertas mal engrasadas. Todo está en continuo flujo y reflujo. ¡Mira, el océano se retira, y resbalosas bestias de color marrón yacen sobre el desnudo lecho marítimo, encalladas e intentando fatigosamente respirar! ¡Mira, el océano retorna, rozando con sus olas las antiguas autopistas que rodeaban la ciudad! ¡Mira, el cielo está verde! ¡Mira, la lluvia es negra! ¡Mira, aquí hay cambio, transformación, aquí están los antojos o caprichos del tiempo! ¡Y yo lo veo todo!

Estos son los eternos movimientos de las galaxias, sombríos e inescrutables. Estos son los equinoccios precedentes, éstas son las arenas movedizas. El sol calienta mucho. Las palabras se han convertido en afiladas como agujas. Capto rápidas visiones de grandes entidades que surgen, florecen, decaen y mueren. Estos son los límites del imperio de los sapos. Este muro señala el lugar donde comienza la república de los insectos de largas patas. El propio ser humano cambia. Su cuerpo se transforma numerosas veces, se hace tosco, luego puro y refinado, luego más tosco que nunca; desarrolla extraños órganos que tiemblan como tentáculos salidos de las protuberancias de su encallecida piel; carece de ojos, es inconsútil desde los labios a la nuca, tiene muchos ojos, está cubierto de ojos, ha dejado de ser varón y hembra y funciona como una especie de sexo intermedio; es delgado, grueso, líquido, metálico; salta por los espacios siderales, se amontona en húmedas cavernas, inunda el planeta con legiones de su propia especie; por decisión propia, se reduce luego a unas pocas docenas, agita el puño amenazante contra un henchido cielo rojo, canta terroríficas canciones en un zumbido nasal, concede su amor a monstruos, declara abolida la muerte, descansa al sol como una gigantesca ballena en el mar, se convierte en una horda de afanosos trabajadores, como zumbantes abejas, levanta su tienda en las arenas de desiertos deslumbrantes como diamantes, se ríe con el sonido de tambores, yace junto a dragones, escribe poemas de hierba, construye naves de aire, se transforma en un dios, se transforma en un demonio, lo es todo, no es nada. Los continentes se deslizan pesadamente, como hipopótamos que bailasen una regia polca. La luna se hunde en los cielos, mirando por encima de su propia frente como una dolorosa ampolla blanca, y se hace añicos con un maravilloso sonido de vidrio, con un ¡ping!, que reverbera durante años y años. El mismo sol se aleja en sus amarras, pues en el universo todo está en constante movimiento y los caminos son infinitamente variados. Le veo alejarse poco a poco en la oscuridad de la noche, y espero que retorne, pero no lo hace, y una capa de hielo se desliza sobre la negra piel del planeta, y los que viven en esa era se convierten en seres de la noche, amantes del frío, autosuficientes. Y sobre el hielo aparecen bestias de dificultosa respiración que arrojan niebla por las fauces; y de debajo del hielo surgen flores de cristal azulado y amarillo; y en el cielo resplandece una nueva luz que no sé de dónde procede.

¿Qué es lo que veo, qué es lo que veo?

Estos son los nuevos líderes de la humanidad, los nuevos reyes y emperadores, con sus cetros en la mano y atizando el fuego desde las cumbres de las montañas. Estos son los dioses todavía inimaginables. Estos son los hechiceros y los brujos. Y éstos los cantantes, estos los poetas, estos los creadores de imágenes. Estos son los nuevos ritos. Estos los frutos de la guerra. ¡Mira: amantes, asesinos, soñadores, videntes! ¡Mira: generales, sacerdotes, exploradores, legisladores! ¡Mira! Hay continentes desconocidos por descubrir. Hay manzanas no probadas por comer. ¡Mira! ¡Locos! ¡Cortesanos! ¡Héroes! ¡Víctimas! Veo los planes. Veo los errores. Veo los logros asombrosos, que hacen brotar de mis ojos lágrimas de orgullo. Esta es la hija de la hija de tu hija. Este es el hijo de una inacabable sucesión de hijos. Estas son naciones todavía desconocidas; estas otras, naciones recién resucitadas. ¿Qué es este idioma, todo de chasquidos y silbidos? ¿Qué es esta música, toda de bufidos y chirridos? Roma caerá nuevamente. Habrá una segunda Babilonia, que extenderá sus tentáculos por todo el mundo como un enorme pulpo. ¡Qué asombrosos son los tiempos todavía por venir! ¡Todo lo que puedas imaginar ocurrirá, y más, mucho más, y yo lo veo todo!

¿Son éstas las cosas que veo?

¿Están todas las puertas abiertas para mí? ¿Se transforman los muros en ventanas?

¿Miro al príncipe asesinado y al salvador recién nacido, a los fuegos del imperio destruido ardiendo en el horizonte, a la tumba del señor de señores, a los viajeros de dura mirada atravesando el dorado mar que amplía el vientre del mundo transformado? ¿Inspecciono el millón de millones de mañanas de la especie humana, lo asumo y convierto en mía propia la carne del futuro? ¿Los cielos que caen? ¿Las estrellas que colisionan? ¿Qué son estas constelaciones desconocidas que se forman una y otra vez según las contemplo? ¿Quién se oculta tras estos rostros enmascarados? ¿Qué representa este ídolo de piedra, alto como tres montañas? ¿Cuándo se transformarán en rojo polvo las orgullosas colinas que amurallan el mar? ¿Cuándo descenderá el hielo polar como una noche inexorable sobre los campos de rojas flores? ¿Quién posee estos fragmentos? ¡Oh! ¿Qué es lo que veo, qué es lo que veo?

Todo el tiempo, todo el espacio.

No. Por supuesto que no será así. Todo lo que veré será lo que pueda enviarme a mí mismo desde mis propios escasos mañanas. Mensajes breves y sosos, como las vagas transmisiones de los teléfonos que hacíamos de pequeños con latas vacías; nada de esplendores épicos, nada de apocalipsis barrocos. No obstante, aun estos sonidos confusos y ahogados son mucho más de lo que podría haber esperado cuando estaba dormido como vosotros, cuando era una de esas figuras ciegas y tambaleantes deslizándose en torpes y lentos bandazos por el reino de sombras que es este mundo.

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