5

Respirar agua no resulta tan difícil como él preveía. Clay llena sus pulmones de fluido, lo introduce en su cuerpo hasta que la última arruga, el último bulto, la última grieta quedan saturados. Luego extrae energía del líquido. El pánico pasa con rapidez. Clay se adapta. Se halla en un negro estanque cinco veces más hondo que ancho, y el agua está fría. Clay recorre lentamente el centro de la charca con suaves aleteos de sus pies, mientras expulsa las últimas burbujas de aire de su cuerpo. El otro ocupante del estanque aguarda pacientemente, espera a que Clay se aclimate.

«Soy Quoi», le dice al cabo de un rato, enviándole la información en un chorro de burbujas azules, verdes y rojas que cruzan el fondo de la charca como sobre puntos de fósforo. «Soy enemigo del Mal. Aquí estás a salvo.»

«Soy Clay.»

«Yo te protegeré, Clay.»

Clay percibe los alrededores con creciente claridad. Las aguas del estanque están nítidamente divididas en nueve zonas de distinta temperatura, salinidad, densidad y forma molecular dominante. El punto de contacto de dos zonas está claramente señalado por una temblorosa entrecara de inconfundible e inequívoca resonancia. Sobre la férrea banda de tensión de la superficie de la charca revolotean tres manchas de espasmódica niebla roja con franjas de color amarillo rojizo: las frustradas cabras, que miran tristemente hacia abajo. Clay ocupa la cuarta zona a partir de la superficie. Tres zonas por debajo está Quoi, que se manifiesta en forma de un esmeraldino fulgor tubular. Clay agudiza sus percepciones y averigua que Quoi es un enorme ser parecido a un calamar, alargado, guarnecido en una punta por cinco delgados tentáculos y, en la otra, por aplanadas y superficiales aletas. Una plácida pero potente inteligencia es obvia en esa criatura; la emanación de su sensibilidad es un halo color turquesa pegado a su negra y lustrosa piel, y los pensamientos de Quoi crean burbujas en las profundidades igual que copos de multicolor nieve, burbujas que remolinean, se mezclan, chocan. Clay se acerca.

«El flujo del tiempo me trajo aquí», explica. «¿Igual que a ti?»

«No. Soy nativo.»

«Aquí hay más de una especie inteligente, deduzco.»

«Muchas», dice Quoi. «En primer lugar nosotros, los Respiradores, y luego están los Deslizadores, los Devoradores, los Esperadores, los Intercesores, los Destructores, los…»

«¡No tan rápido, no tan rápido! ¡Enséñame un Deslizador!»

Quoi le muestra a Hanmer, ágil, pulido, ambiguo, sutil, somero.

«¿Y un Esperador?»

Imagen nebulosa, algo hundido en la tierra, como una gigantesca zanahoria animada, pero más interesante.

«¿Un Devorador?»

Enorme boca con colmillos. Hilera tras hilera de dientes que retroceden hacia el sombrío interior. Platillos por ojos. Un alma triste y amarga emite un tictac dentro. Escamas. Garras.

«¿Se considera humanos a todos?», dice Clay.

«A estos. Sí. Y a los demás.»

Clay está perplejo. La lógica, de nuevo, falta.

«¿Por qué tantas formas evolucionando simultáneamente?»

«Simultáneamente, no. Sucesivamente. Pero sin la desaparición de las viejas formas. En estos tiempos estamos mejor dotados para sobrevivir.»

«¿Son los Deslizadores la forma más reciente?»

«Sí», dice Quoi.

«¿Y los dominantes? ¿Los superiores?»

«Los más recientes.»

«Pero con facultades que las formas más viejas no poseen», insiste Clay. «La diferencia no es simplemente de forma. ¿Cierto?»

Quoi lo admite.

«¿Y los demás?»

«Supervivientes.»

«¿Evolucionó tu forma poco después de mi época?»

«No.»

Clay muestra los hombres cabra a Quoi.

«¿Y éstos?»

«Más cerca de ti que de mí. »

«Ah.»

Clay trata de reunir y comprender los nuevos datos. Deslizadores, Devoradores, Esperadores, Respiradores, Destructores, Intercesores: un mínimo de seis especies que ocupan el mundo al mismo tiempo, que representan seis épocas sucesivas en el desarrollo de la humanidad. Sí. Los Deslizadores, la fase actual; los demás, simples residuos del pasado, todavía aferrados al presente. Sí. ¿Y los hombres cabra, y el esferoide? Formas extintas, arrastradas por el flujo del tiempo y transportadas aquí. Sí. ¿Y él, blando mono despojado de su pelaje? Lo mismo. Su especie ha desaparecido, los logros de su época están borrados, sólo los genes perduran, brillantes semillas que recorren a chorros los milenios, inextirpables, inextinguibles. ¿Cuántas formas, se pregunta Clay, hay entre él y el más viejo de estos tercos supervivientes? Él contiene una reluciente cadena de humanidad que se extiende a través de las épocas. Somos una impertinente forma de vida. Cambiamos, pero no perecemos. Estamos olvidados, pero perduramos. ¿Por qué tememos encolerizar a los dioses, si vivimos más que ellos?

Con aire triunfante, Clay se desliza de nivel en nivel en el estanque de Quoi. Se recrea en su conocimiento de las gradaciones del ambiente. Aquí el agua es más fría y más resbaladiza que allá; aquí tiene un cobrizo sabor salino, allá a fulgurante lima. Aquí Clay se comprime. Aquí se expande. Aquí debe ponerse de costado y apretar para atravesar la pared de moléculas. Clay se ve transformado: es un ser pulido y lustroso, igual que una foca, con afilado hocico y potentes aletas. ¡Se agita! ¡Se lanza! ¡Se zambulle! ¡Asciende! Corre hacia la superficie. Los hombres cabra siguen rondando, cavilosos, echando al agua gotas de baba.

—¡Ahogaos conmigo! —les dice.

No. Se quedan donde están. Igual que Clay. Sumergido, bebe la sabiduría de Quoi.

«¿Qué haces?», pregunta Clay.

«Examino.»

«¿Todo?»

«Últimamente investigo la naturaleza de la comunicación. Estudio los intercambios de amor y recorro sus canales. ¿Había amor en tu época?»

«Creíamos que sí.»

«¿Conocíais la fluidez, el entrelazado, el intercambio y la fusión?»

«Los términos no me son conocidos», dice Clay. «Pero presiento el sentido.»

«Hablaremos de estas cosas.»

«Con mucho gusto.»

Pero después de acceder Clay, Quoi guarda silencio, y durante un rato aquél no logra localizarlo en la charca. Luego ve que el Respirador se mueve lentamente en el mismo fondo, enterrándose en el lodoso suelo. Ascienden negras burbujas. ¿Acaso Quoi ha perdido interés por él? Quoi le envía un temblor de confianza.

«Te mostraré nuestro modo de amar.»

Quoi ofrece una visión.

Otra charca, negra, fría y profunda. Otro Quoi que nada lentamente en las regiones inferiores. Entre Quoi y Quoi reluce una intensa y brillante franja de armonía. Un tercer Quoi en un tercer estanque. Quoi está unido a Quoi y a Quoi. Un cuarto. Un quinto. Un sexto. Los estanques son cápsulas de fría oscuridad, introducidas como clavos en la piel del planeta, y en cada cápsula hay un Quoi. Todos unidos. Gracias a Quoi, Clay percibe setenta y nueve Quois que circundan la Tierra. Es la población total de esta especie, aunque en otro tiempo eran más, cuando los Quois dominaban el planeta, en otra época. Ahora no nacen más Quois. Ningún Quoi muere. Los torpes monstruos, encerrados en sus acuáticos hoyos, se han especializado en un estable tipo de supervivencia. Y hay amor entre ellos, entre todos ellos. ¡Atención! ¡La lanza de la conexión, al rojo blanco, salta de charca en charca! Los pesados cuerpos fluyen, los tentáculos se enroscan y desenroscan, las aletas fustigan el agua, enturbian la pulcra estratificación. Y sin embargo no se trata de un extático acto físico. Más bien es una seria comunión, una comunión asexual, metálica. Los Quois entrelazan almas. Los Quois intercambian la esencia de la experiencia vital. Los Quois se fusionan para convertirse en Quoi. Clay, que participa de modo indirecto, siente un padecimiento tan vivo que sus aletas caen y su cuerpo asciende velozmente tres niveles. ¿De modo que la humanidad llegó a esto, a evolucionar hacia sepultados calamares que intercambian melancólicamente sus tedios mediante transmisión remota? ¿Qué puede ocurrirle a un Quoi en su estanque? Una criatura así cayó al agua; se produjo un cambio químico de ese tipo en la hora precisa; las burbujas empezaron a brotar del detritus inferior. Aquí estamos nosotros, setenta y nueve en total, explicándonos cosas que conocemos hace milenios. Clay llora. Pero al introducirse más en la unión de los Quois percibe la riqueza del acto, sus múltiples dimensiones, los flexibles paralajes de una unión tan varia. Los Quois son viejos cónyuges; extraen placer de la simple acumulación de individualidades. Así fuimos, y así hicimos, y eso llegó a pasar, y esta especie irrumpió en el mundo, y ésa, y aquélla, y el flujo temporal sopló y ahora nos ha traído a Clay, y amamos, y amamos, y amamos, y somos Quoi. Y Clay es Quoi. Clay se pierde en este acuático sueño. Sus bordes se disuelven. Se mezcla con la quoidad. Jamás se ha sentido tan seguro. Yace en el fondo del estanque, enquoiado, bajo cinco atmósferas de presión. Pasan siglos. Clay respira cautelosamente, dejando que brillantes chorros de agua entren suavemente en su cuerpo, despidiendo el nebuloso producto evacuado. Percibe el lento girar de los múltiples Quois en sus distintos pozos. ¡Qué profundo es su amor! ¡Qué puro! El contacto se interrumpe y Clay queda solo, destrozado, moviéndose sin control hacia la superficie. Escucha la ronca risa de las cabras que aguardan; ve las emanaciones rojas y amarillas que se ciernen en lo alto. Lo atraparán. Pero Quoi lo coge antes, con tranquilidad, y lo abraza benévolamente. Clay se recobra.

«¿Estás bien», pregunta Quoi.

«Estoy bien.»

«¿Comprendes ahora nuestro modo de vida?»

«Lo comprendo.»

«¿Podemos, pues, examinar el tuyo?»

Y Clay responde: «Podéis, sí.»

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