Es de día. El grupo se halla en una espléndida garganta, acampado en un saliente reborde de roca negra proyectada sobre el lecho del río que corre muchos metros por debajo. El ambiente es templado y fragante. Los pájaros dan vueltas en el liso cielo azul. El opresivo sol se encuentra a baja altura sobre el horizonte.
—Haremos el rito del Alzamiento del Mar —anuncia Hanmer.
Clay asiente. La fatiga y el terror le han abandonado con la llegada del sol. Se siente alerta, receptivo, abierto a nuevas experiencias. El deseo sexual brota en su interior una vez más; Clay se pregunta si no podría convencer a un Deslizador para que copule con él. El grupo entero ha sido casto, por lo que él sabe, desde la desaparición de Serifice. ¿Abstinencia deliberada? ¿O simplemente el ajetreo de otras cosas que hacer? Arrellanado junto al borde del saliente, los lomos vueltos al sol, Clay se encuentra muy excitado por los próximos senos, muslos y traseros. Los Deslizadores le siguen pareciendo extraños maniquíes de plástico, pero el torrente de pasión que le atiesa es el auténtico determinante; como quiera que lo hayan conseguido, estos seres han logrado presentarse ante él como humanos. ¿Habría respondido igual él con las demás especies? ¿Habría introducido su rígida verga en el gelatinoso cobijo de un esferoide? ¿Se habría agarrado a las hediondas ubres de una mujer cabra? ¿Se habría despachado a su gusto con el trasero de una mujer rana?
—¿Compartirás este ritual con nosotros, amigo? —dice Hanmer.
—Si puedo.
—Puedes y lo harás. Sólo pedimos paciencia y moderación.
Clay se compromete. Ninameen, Angelon y Ti, que han adoptado la forma femenina esta mañana, se tienden boca abajo en el saliente y con delicada facilidad doblan sus cuerpos hasta formar aros: la cabeza apretada a los pies, las rodillas flexionadas hacia afuera de modo imposible para la especie de Clay, las nalgas vueltas hacia arriba en franco ofrecimiento de las partes sexuales.
—Debemos participar en esto —observa Hanmer, y mientras se acerca a Ninameen su miembro se desliza del lugar donde está oculto; el Deslizador lo introduce en la descubierta ranura de Ninameen con la misma frialdad con que enchufaría un aparato eléctrico, y la agarra por los muslos para sostenerla en su contorsionada postura.
Bril entra en el cuerpo de Angelon con idéntica calma. Hanmer agita la mano hacia Clay en un gesto de afable impaciencia.
—Sí, comprendo —dice Clay y, tras asir el rollizo trasero de Ti, desliza la punta de su vara hasta el objetivo.
Ti emite un suave sonido. Clay se inclina hacia delante, falto de la elasticidad de los dos Deslizadores varones aunque aventajándolos en dimensión, y se aprieta a fondo a Ti. El sexteto forma un extraño grupo en este encumbrado saliente, un cuadro de erotismo acrobático, inmóviles, igual que estatuas de apasionados fantasmas. Al ver que Bril y Hanmer no hacen los movimientos típicos del acto sexual, sino que se limitan a permanecer detrás de sus parejas, unidos y paralizados, Clay los imita. Aguarda. ¿Cuál es la señal? ¿Cuándo empieza el rito?
El comienzo es imperceptible. Los cinco Deslizadores emiten un solapado zumbido, tan tenue que prácticamente está fuera y no dentro del universo. El canto apenas tiene una molécula de anchura cuando Clay lo percibe y casi no alcanza la altura de un fotón de extremo a extremo, pero el sonido va insinuándose en el mundo de los fenómenos, cobra forma, color y masa al invadir el continuo de Clay, condensa su timbre, aumenta su altura. Finalmente el canto es una estruendosa columna de tono suspendida sobre el saliente, un martillo de sonido gris oscuro que sube y baja con devastador impacto. El crescendo prosigue, el canto cobra dimensión por momentos, ahora es más pulido, más suave, crea sutiles toques de luz que centellean y chisporrotean en el centro. Y Clay, temeroso de que el peso le destruya si no se protege, se presta tímidamente al canto tras descubrir un desocupado peldaño de tono en la ya tremenda masa y reclamarlo para él. Al unirse al cántico mira dubitativo a sus compañeros, temiendo que crean que él está echando a perder el esfuerzo conjunto, pero ellos le animan con una sonrisa; Hanmer, Bril, incluso las contorsionadas hembras vuelven la cabeza hacia atrás para apoyarle cordialmente. Clay siente alivio por ello y eleva su potencia para igualar el volumen de sus compañeros. Las cavidades de su cráneo resuenan cuando el potente zumbido explota en todo su cuerpo. Clay se convierte en uno de ellos. Comprende su unidad, más intensa incluso que la que une a los Respiradores en sus diversos estanques. Una vez introducido en el circuito ya no teme dar un paso en falso. Ti inicia una serie de espasmos interiores, adopta un complejo y exquisito ritmo, y Clay comprende por intuición que no se trata de su pie para intervenir. Permanece en estasis, deja que ella gire alrededor del eje que él le ofrece. Las sensaciones físicas son intensas, pero Clay resiste con una paciencia desconocida para él mismo. Y cuando cree que es imposible continuar quieto, que debe surcar las aguas de Ti o morir, le resulta muy sencillo desviar su exceso de excitación hacia Hanmer y Bril, que se hacen cargo del sobrante. Clay aguarda. Ti se mueve. Han creado una máquina en este saliente: él es una de las seis piezas. Ahora ha pasado del punto de estimulación inmediata; todo su cuerpo vibra y resplandece, pero él está sereno como vidrio. Las energías sexuales se han propagado a través de su cuerpo. Su pene le ha absorbido por completo y ya no existe un Clay, sino simplemente esa sola vara, ese erecto miembro introducido en el circuito. Después desaparece incluso la conciencia de sexualidad. Él es un dibujo de negras líneas y blancos puntos. Una melladura en un gráfico. Fuerza sin masa. Masa sin dimensión. Aceleración sin velocidad. Él es energía. Potencialidad. Respuesta. Creación.
Es el momento del Alzamiento del Mar.
Rosadas cintas saltan del saliente, brincan sobre el terreno hasta llegar a la gran esfera verde del agua. Él las sigue. Se transforma en un río de sensación pura que se precipita con relampagueantes zigzags por la pendiente continental. Ahí está el mar, un soñoliento gigante que aplasta su lecho. Clay lo abraza. Lo percibe todo: el peso, el verdor, la salinidad, la turbulencia, la calma, la calidez, el frío. Las olas azotan una diáfana playa. Secretos valles y picos con festones de légamo. Negrura. Brillo. Luz que desciende brincando hasta los chispeantes pólipos. Las criaturas de la noche eterna, rastreando pesadillas. Fugitivos hijos de la humanidad, alterados, ocultos, enfurecidos en las profundidades. Aquí están los cordones que sujetan el planeta. Las costuras del alma. Un ser alado aletea en un dominio de rielante arena. Negras espinas se retuercen en una roca llena de incrustaciones verdes. Caprichosas garras aferran tubos temblorosos y carnosos. Bocas. Dientes. Vibrantes masas de inquieta agua. Frágiles células atezadas lanzadas a las mareas. Silenciosas y resbaladizas corrientes que erosionan golfos y bahías anegados. El ballet del plancton. La sinfonía de las ballenas. El peso. El peso. El peso. El mar se agita, interroga a los intrusos. Pero es lo correcto. El rito es preciso. Los que salieron del mar deben regresar al origen. Brazos que se hunden en el rocoso lecho del océano. Manos que aferran las palancas de mando. Cuerpos tensos. ¡Ah, sí, sí, sí! ¡El mar se alza! Fácil, orgullosa, confiadamente, el grupo levanta el océano, tiran de una sola e inverosímil masa hasta arrancarla de su antiquísima ubicación. Sostienen el mar en lo alto. Empieza a caer salina lluvia. Descarriados erizos y plantas de mar se desprenden, pero todo es recogido y devuelto a su posición correcta. El líquido sol baña el burbujeante y lodoso fondo. Las raíces de la piel del planeta están al descubierto. La voz del mar se ha unido al cántico, inundándolo de tonos turbios y confusos, y tiernos y retumbantes fragores. Burbujeantes trompetas suenan dulcemente. Los Deslizadores se alborozan. El poder de los hijos del hombre es patente. El círculo de las estaciones se cierra. En la superficie de la levitada esfera marina, surgen y se hunden con rapidez espinosas prominencias ya que los movedizos clavos de la gravedad perturban su armonía. Ahora la esfera desciende, mientras los humanos que la han alzado se congregan estáticamente en el centro matemático del hemisferio, llevándola con suavidad en sus hombros, introduciendo perdidas ramas de kelp y alguna que otra revoltosa anguila. ¿Ha llegado el momento del esplendor de la culminación? No. No. Aún no. El mar se asienta. El distante murmullo de los ecos de su carne se vuelve más tenue. El océano retorna a su lecho. Suave, suave, suavemente, todo su contenido inalterado, las enormes criaturas acuáticas continúan abriéndose camino en la oscuridad, las anegadas ciudades de la antigüedad quedan ocultas de nuevo al igual que las huellas de exploradores perdidos, y las embarcaciones de los milenios quedan arropadas por el familiar légamo. Las exigencias del rito están satisfechas. Ahora los humanos que han alzado el océano pueden recobrar su identidad individual y buscar éxtasis personales. Clay se desliza fuera del enlace. Oye el suave estruendo del reemplazado océano mientras extiende su borde sobre las costas del mundo. Clay sale de su estasis, dispuesto ya para realizar lo que ha pospuesto en consideración al acontecimiento.
Su cuerpo sigue unido al de Ti. Ella se mueve; él se mueve; se inicia la apasionada fricción. Han resbalado juntos hasta el suelo del saliente. Las piernas de Clay se abren, su espalda se arquea; el peso de Ti desciende sobre él. Clay nota los fríos labios de ella apretados a los suyos, las manos de Ti aferran los pechos de Clay y acarician los endurecidos, ardorosos pezones. Ti le penetra, se desliza sin cesar en la lubricada raja, sondea más profundamente, golpea la entrada del útero de Clay. Él nunca había sido invadido de esta forma, y la penetración es extraña y terrorífica, aunque le causa placer. Jadeante, Clay acaricia la fuerte y musculosa espalda de Ti, su tiesa cintura, sus lisas nalgas. Levanta las rodillas para que la unión sea más intensa todavía. Nota la frialdad de la roca en su espalda. Una rara sensación de dislocación le molesta incluso en pleno frenesí. Sus caderas se mueven a sacudidas, su pelvis se agita. Olas de éxtasis emanan de su entrepierna, hacen estremecer sus muslos, su vientre, su pecho, su cráneo. Hay un estallido de sensación. Pero no es el final. ¿Podrá continuar Ti? Sí: está impulsándole hacia la siguiente explosión. El cuerpo de Ti le empuja fieramente. Clay nota el pecho del Deslizador en sus senos, la dura vara que le taladra con firme fricción. Otra explosión. Sí. Sí. ¡Basta! Clay está perdido, perplejo, atónito. Rodea las caderas de Ti con sus muslos y chilla antes del definitivo frenesí. Ti introduce su ariete a más profundidad que hasta ahora, le golpea los riñones, los ovarios, los intestinos y la oculta maquinaria de su carne interna, y acto seguido llega el torrente de fluido que mana del miembro del Deslizador, la cascada que se forma de pronto y golpea a Clay con repentina y sorprendente fuerza, y él cede, se rinde y deja que la plena furia del clímax se apodere de su ser. Ha terminado. Ti se calma. Al cabo de un rato, el Deslizador se aparta. Con el ceño fruncido, Clay permanece inmóvil, boca arriba, las rodillas dobladas, las piernas extendidas, y trata de comprender las razones de las sensaciones de desorientación que le han obsesionado desde la culminación del Alzamiento del Mar. Poco a poco entiende la naturaleza de la situación. Él ha adoptado la forma femenina.