20

Este lugar, sospecha Clay, se llama Pesado. Debe de ser otro más de los parajes de incomodidad. Ha llegado aquí poco después del amanecer. Clay considera ésta como la peor de las pruebas a que ha estado sometido.

No hubo aviso alguno al principio, no hubo transición repentina, ni la sensación de cruzar una frontera. El efecto fue formándose poco a poco, creciendo paso a paso, oprimiéndole sólo un poco los primeros momentos, luego más, después mucho más. Ahora se encuentra sometido a la plena opresión del lugar. Es una región de grisáceos arbustos de grueso tallo, con muchas hojas y bajos. Fría niebla pende del aire. Aquí la disposición general es la falta de colorido: algo ha desangrado el color. Y hay esa espantosa atracción del suelo, esa grapa de la gravedad que se aferra con inexorable fuerza a todo el cuerpo del viajero. ¿Hasta qué punto podrá soportarlo? El tirón hacia abajo que nota en sus testículos es tan potente que Clay considera la posibilidad de caminar con las rodillas dobladas. Sus párpados están cargados. Sus mejillas cuelgan. Sus entrañas descienden. Su garganta es una bolsa que pende sueltamente. Sus huesos se tuercen con la tensión. ¿Cuál será su peso aquí? ¿Trescientos kilos? ¿Tres mil? ¿Tres millones? Pesado. Pesado. Pesado.

El peso le comprime los pies contra el suelo. Cuando levanta uno para dar un paso, Clay escucha el bong de reverberación del planeta al retroceder, al soltarse de su piel. Percibe la sangre de sus arterias, oscura y soñolienta mientras recorre las debilitadas catenarias del pecho. Nota una monstruosa giba de hierro apoyada en su espalda. Pero sigue andando. Este lugar debe de tener final.

No hay final.

Tras detenerse, Clay se arrodilla, simplemente para recobrar el aliento, y prorrumpe en lágrimas de alivio cuando parte del peso abandona la estructura de su cuerpo. Igual que gotas de mercurio, las lentas lágrimas ruedan por sus mejillas y caen pesadamente al suelo. Retrocederé, piensa Clay. Desandaré el camino y buscaré otra ruta.

Trata de levantarse.

Lo consigue al quinto intento, oscilando y apoyándose en los nudillos, el trasero en alto, los intestinos estirándose hacia la tierra, la columna vertebral restallando, el cuello crujiendo, arriba, arriba, otro empujón: Clay se levanta. Jadea. Anda. Encontrar el camino que ha seguido no es tarea difícil, porque están sus huellas, hundidas dos o tres centímetros en la blanda arena. Apoya las puntas de los pies en los anteriores talones y camina. Pero el tirón de la gravedad no mengua en la retirada del centro de Pesado. Muy al contrario: la gravedad sigue aumentando. Clay calcula que se halla a medio camino del principio de este paraje. A pesar de ello, él no experimenta descenso gradual de la fuerza mientras se lanza por la región de gradual aumento. La mera inversión de dirección no le sirve de nada. Respirar es una batalla. Su caja torácica no se alza si no es coaccionándola; sus pulmones se han agrandado como cintas de goma. Los carrillos le caen hacia las clavículas. Tiene una roca en la garganta. Una voz seca y periférica recita: «La intensidad de la gravedad depende del tiempo que estés sometido a ella, y no de tu proximidad al núcleo del cuerpo de atracción».

—¿Cuerpo de atracción? —pregunta débilmente Clay—. ¿Qué cuerpo? ¿El cuerpo de quién?

Pero repite las palabras mentalmente y lo entiende. Las leyes de la física no han previsto tales fenómenos. Pero él sabe que, si permanece aquí mucho tiempo, acabará aplastado. Se convertirá en una película de moléculas que cubre el suelo como la escarcha en invierno. Debe alejarse.

Los problemas empeoran mucho.

Clay ya no puede estar en pie. La cabeza le pesa y la masa del cráneo tuerce su espalda. Sus vértebras se deslizan, rechinan y crujen. Debe arrastrarse. Clay resiste la tentación de quedarse tumbado y rendirse a la espantosa fuerza.

Algo empuja el cielo hacia Clay. Tiene una pantalla negra apretada a la espalda. Sus rodillas están echando raíces. Clay repta. Repta. Repta. Repta.

—¡Hanmer, ayúdame! —grita.

Sus palabras tienen peso. Brotan de su boca y caen en picado hacia el suelo.

—¡Ninameen! ¡Ti! ¡Serifice! ¡Alguien!

Clay se arrastra.

Tiene un horrible dolor en un costado. Teme que la punta del intestino perfore su piel. También las uñas de sus dedos responden al tirón. Los huesos de codos y rodillas están separándose. Clay repta. Repta.

Clay repta.

Su esófago es piedra. Los lóbulos de sus orejas son piedra. Sus labios son piedra. Clay se arrastra. Sus manos se hunden en la arena. Las arranca de ahí. Repta. Está al límite de sus recursos. Perecerá. Sufrirá una muerte lenta y espantosa. El gris manto del cielo está estrujándole. Está atrapado entre tierra y aire. Pesado. Pesado. Pesado. Clay se arrastra. Sólo ve el áspero y desnudo suelo a veinte centímetros de su nariz.

Clay ve agua.

Ha llegado a un estanque. El liso líquido gris le aguarda. Ven a mí, llama el agua. Despójate de tu carga. En mi regazo no hay pesadez. Pero ¿podrá él arrastrarse el último metro? Sus labios tocan el agua. Su pecho araña el suelo. Apoya la mejilla en la superficie del estanque: el agua le mece, es una película firme y flexible. Clay se retuerce, jadea. Es un gusano de la gravedad que lucha por su supervivencia. Un milímetro. Otro. Otro. Otro más. Nota frío en el pecho. Menéate. Empuja. Inclínate. Adentro. Adentro.

Clay está flotando.

¿Es agua este líquido? Parece tan espeso, tan palpable… ¿Agua pesada? Clay se deja llevar, libre de la aplastante fuerza, con las piernas hundidas y los brazos extendidos. Su corazón retumba. Aquí estoy, pero ¿dónde estoy? ¿Y cómo ir de un sitio a otro? Cuanto más tiempo pierda aquí, sospecha Clay, tanto peor serán las cosas para él, ya que sigue expuesto al poder de Pesado y el impacto gravitatorio se acumula. Y cuando salga del estanque se expone al castigo de la bidimensionalidad tras un rápido y violento zarpazo. Pero ¿debe salir? Quizás haya otra forma. Clay succiona aire.

Se zambulle.

El descenso es fácil. El agua le acepta. Recorre capas de semioscuridad moteada por el sol hasta que descubre, cerca del suelo de la charca, una grieta rodeada de rocas tres veces más ancha que un hombre. Aunque sus pulmones están a punto de estallar, Clay decide entrar. Se impulsa hacia delante con irregulares y nerviosas brazadas. Ahora está desplazándose horizontalmente bajo la superficie de la tierra. ¿Será el túnel un callejón sin salida? ¿Morirá él ahogado en esta negra cavidad? ¿Es preferible esa muerte a perecer bajo la hipergravedad de arriba? Clay nada. Nada. Nada. Más adelante ve una zona de brillantez. Asciende.

Clay sale a la superficie.

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