11

Despojado de masculinidad por el cambio del mar, Clay se levanta para hacer inventario. El rito, puede verlo, ha transformado a todos: Hanmer y Bril son hembras ahora, Angelon, Ninameen y Ti, varones. Para ellos no hay caos, empero; para él, al revés. Clay examina su cuerpo. Ha perdido quince centímetros de estatura, no es más alto que Hanmer, ahora, y el ángulo desde el que contempla el mundo es distinto. Se ha amalgamado carne en sus caderas. Pasa sus manos desde las axilas hasta los muslos y le asombra ese curvado contorno. Aprieta su carne y percibe tenuemente la estructura ósea enterrada, la oculta faja pélvica. Tiene pechos. Oscilan al mover los hombros. Vistos desde arriba parecen tener forma de pera, encogiéndose hasta los menudos y oscuros pezones. Esos pechos están más separados que lo que él suponía. Pone una mano entre ellos, la pasa por la amplia franja del esternón y sólo nota la lisa cualidad del hueso. Rebusca en su memoria. ¿Deben los senos estar casi a un lado, brotando prácticamente de los sobacos? Está exagerando. Sus pechos están colocados normalmente. Nunca antes había estudiado las mamas con tanta intensidad, piensa Clay. Ni desde este punto de vista. Pone las manos sobre sus pechos. Aprieta. Atrapa los pezones entre los dedos. Junta los carnosos bultos hasta crear un hondo y engañoso valle. Los agarra por debajo con las manos ahuecadas, saborea su peso. Clay no ha tocado auténticos pechos de mujer desde su despertar. Ahora comprende cuán distinto es el tacto de una Deslizadora del de la genuina carne de Homo sapiens. Sin embargo, no experimenta indebida excitación. Estos pechos son suyos.

Clay los suelta. Desliza las manos hacia abajo, sobre la suave curvatura de su vientre. Considera la misteriosa maraña anatómica interna, la vena femoral, los conductos ováricos, el útero, el pubis, los vasos iliacos externos, el fórnix vaginal, el cuello del útero, las trompas de Falopio, los folículos ováricos, los infundíbulos, los ligamentos infundibulopélvicos. Clay se pregunta si será fértil en caso de que alguien le preñe. Ti no, seguro (¿cómo parirán en esta época? ¿Tienen hijos?), pero quizás otro cautivo del flujo temporal que se tope con él, se le eche encima y le penetre, le llene de flotante esperma…, un embrión que se desarrolla, un útero que se expande…, ¿será posible? Clay se estremece. Se palpa los muslos, tan tersos, tan extrañamente lisos y, tras dudar un instante, lleva cuatro dedos de su mano derecha hacia la entrepierna. La ausencia de los normales genitales le alarma mucho menos que lo que nunca habría supuesto. Los familiares y oscilantes órganos han desaparecido, sí, dejando un vacío, un lugar abierto, pero al fin y al cabo tiene otra cosa. Aparta el apretado y elástico vello púbico y, atónito, toca la hendidura, la prominencia, el húmedo interior, mientras piensa: estos son mis labios menores, esto debe de ser el clítoris, aquí están los labios mayores, este es el orificio vaginal, esto es el monte de Venus. A partir de ahora tendré que acuclillarme para orinar. Seré el penetrado y no el penetrador. Ve una escena como a través de un fluoroscopio: su cuerpo muy apretado a otro, y un objeto largo y grueso que se ha introducido y golpea y desplaza sus órganos. Qué extraño. Clay analiza la gramática de su metamorfosis: no joder, sino ser jodido, así deberá ser. Debo aprender a mantener los muslos separados durante prolongados espacios de tiempo; debo conocer mis músculos internos; debo acostumbrar mi espalda a nuevas posturas horizontales. ¿Tendré la regla? ¿Será dolorosa? ¿Cómo evitaré que mis pechos se magullen cuando vaya por ahí sin cuidado? ¿Será mi andar suficientemente femenino? ¿Debo ser remilgado y contornearme? ¿Me saldrán arrugas dentro de poco? ¿Haré frente a las situaciones de otra manera a partir de ahora? Clay cierra los ojos. Se apoya en un lado del peñasco, sacude la cabeza, pasa sus asombradas manos sobre los pechos, vientre, muslos, nalgas. El cambio empieza a afectarle. Recuerda a Ti encima de él, penetrándole. ¿Así lo ven todos, sus compañeros del sexo femenino? ¿Como una invasión? ¿Una apisonadora? Por fuerza deben apreciarlo más. Un millón de millones de años y siguen haciéndolo; mi reacción no puede ser típica. Es el resultado de mi orientación masculina. O simplemente la hostilidad inicial de la ex virgen. E incluso obtuve placer. Aunque me sentía insultado y atacado.

¿Volveré a cambiar alguna vez?

Clay se lleva ambas manos a la entrepierna. Trata de recordar su perdida virilidad. ¡Tener una erección, qué sensación tan buena! Y el intuitivo picor, la palpitación, los martillazos, el repentino chorro. Todo perdido. Ahora él se limitará a ponerse blando y húmedo, y a recibir.

Hanmer, varón de nuevo, se acerca a Clay.

—Qué hermoso aspecto tienes —dice—. Qué extraño. Qué elegante.

Clay piensa: ojalá pudiera taparme el cuerpo. Hanmer se acerca más.

—¿Puedo tocarte? ¿Puedo examinarte? Admiramos tu otra personalidad, pero valoramos la nueva. ¿Es copia exacta del original?

Clay emite un turbio sonido de asentimiento.

—Te amo —dice tranquilamente Hanmer.

—Por favor.

—Deberíamos celebrar otra vez. Ha sido un Alzamiento del Mar muy logrado.

—Quizás en otra ocasión.

—Posponerlo sería cruel. Vamos. Vamos.

Hanmer toca los pechos de Clay. Los menudos y delgados dedos se asemejan a mil articulaciones de artrópodo mientras erizan los pezones. Clay muestra su disgusto. Hanmer se entristece.

—Debemos compartir sensaciones —dice el Deslizador—. Vamos. Déjame entrar en tu cuerpo como tú entraste en el mío una vez.

Clay recuerda: Hanmer convertido en hembra, poco después de que se conocieran, un cordial y delicioso compañero que pronto desaparecería. Entonces Clay no puso reparos a la metamorfosis sexual de Hanmer. No le pareció incorrecto copular con alguien que hacía muy poco había sido varón. Pero ahora, cuando las posiciones se han alterado, él no puede consentir. No se entregará. Una mujer difícil, una virgen de hierro. Trata de tapar su desnudez, una mano apoyada en los oscilantes senos, otra extendida sobre la base de su vientre. Un dechado de pudor. Hanmer esboza la sonrisa del libertino frustrado, se bate en prudente retirada ante la invencible virginidad; no forzará a Clay, porque quizás el resultado no justifique la molestia. ¿Eh? ¿Eh? Los ojos de Clay aletean. Doradas abejas zumban alrededor de su cabeza. Clay echa a correr. Huye precipitadamente, baja una empinada senda hacia el río que hay al pie de la garganta. Las zarzas le arañan, rasgan un blando pecho y dejan una señal roja. No tarda en perder el aliento. La senda se tuerce y cambia de dirección; al poco rato Clay ya no ve el saliente donde reposan los Deslizadores. No le han seguido. Desnudo, dando tumbos, Clay corre hacia abajo.

Cae en los últimos tres metros del camino y queda atontado un rato. Luego se levanta. Está solo. Se recobra. Las paredes de la garganta se alzan sobre él como losas de negro cristal. El cielo es una distante grieta. Aquí no hay árboles, sólo pequeños hongos rojos y fálicos que brotan en la vaporosa ribera. Se abre paso entre los hongos, temblando ante la idea de aplastar uno con el talón.

El río no es como él supone que son los ríos.

El color básico del agua es el azul, aunque teñido de brillantes franjas rojas, amarillas y verdes, como si arrastrara un enjambre de coloreadas partículas que apenas alcanzan el umbral de la visibilidad. El efecto es sorprendente, de cambio perpetuo; las diversas tonalidades del arco iris pasan, se encrespan, se mezclan. En los puntos donde rocosos colmillos sobresalen de la corriente, una deslumbrante rociada se lanza al aire.

Clay se arrodilla en la orilla, inclinado hacia delante para examinar atentamente el agua. Sí, partículas teñidas, separadas y definidas, no hay duda de ello. Puede ser agua, pero contiene pasajeros. ¿Un torrente de medusas? Clay ahueca la mano y coge un poco de agua. Chispeantes luces juguetean en el líquido, hay cosas que centellean. Pero, rápidamente, los colores se apagan. El agua que gotea ahora entre los apretados dedos de Clay tiene el color que le corresponde, nada más. Clay vacía la mano y prueba de nuevo. Otra vez igual: recoge algo, pero este algo no perdura.

Tras apoyar las manos en una roca que sobresale, Clay acerca la cara a la corriente. Escucha un confuso ruido de parloteo, como si el río hablara para sí mismo con vaga monotonía. Y los colores son brillantes. No parecen provenir de las partículas que contiene el río, empero, sino que se diría que son componentes del mismo, fragmentos de su mole. Existe superposición de identidades entre la serie de colores y su portador. Clay, de pronto, ve el río como un ser vivo, en la frontera que separa lo animado de lo inanimado. Estas son las células, los corpúsculos, los homúnculos del río.

¿Debe Clay entrar en el río?

Localiza una zona arenosa donde el curso es accesible y lo vadea. Con el agua hasta los tobillos, Clay observa los cosquilleantes colores que relucen alrededor de sus pies. Percibe una invitación a continuar.

Más hondo. El agua hasta los muslos, ahora. Salpica con agua sus pechos y hombros. Se restriega la cara. Da otro paso; el fondo es liso y firme. Sus nalgas tocan el agua. Sus lomos. Vamos, dice al río, devuélveme los testículos. El oscuro triángulo púbico brilla con los colores del río. Algo extraño está pasando con sus pies, pero él ya no puede verlos. Sigue adentrándose. El agua le llega al ombligo. Se estremece. La corriente le alza y le arrastra. Chapotea y cae boca abajo en el agua. Nota la violencia de la corriente en sus senos. ¡Quémalos, sí, abrásalos! Patea, nada. Luego se relaja. ¿Por qué cansarse? A pesar de todo, va río abajo. Flota. Su talante se apacigua. Siente moderado arrepentimiento, ahora, por querer renunciar tan rápidamente a su nueva femineidad. ¿Por qué tanto pánico? ¿Por qué tanta precipitación? ¿No debería aprender primero lo que se siente con un cuerpo así? Siempre se ha mostrado receptivo a nuevas experiencias; es un rasgo que le enorgullece. ¿Acaso no es cierto que hace muy poco intentó esta misma transformación en su persona, simplemente para ver si era posible conseguirlo? Y ahora lo ha conseguido. Y está oponiéndose. Angustiado por el horror de que Ti le ha metido algo en el cuerpo. Ha rechazado a Hanmer. Arisco, descortés, egoísta. Una zorra. Un fastidioso. De repente, le abruma la pena. Ni siquiera ha empezado a explorar las posibilidades de este cuerpo. ¿Acaso entregarse es mucho más repugnante que apetecer la entrega? ¿Tanto te conmociona que te penetren después de una vida entera penetrando? ¿Eres incapaz de adaptarte? ¿Eres rígido en tu orientación? ¿Por qué no echarse boca arriba, abrir las piernas, dejarles entrar? Expande tu comprensión. Llega a entender al Otro Bando. Cede. Cede. Cede. Ya recuperarás el pájaro en otra ocasión.

Clay trata de salir del río.

Pero es incapaz de alcanzar la orilla. Agita las piernas bruscamente, transforma en aspas de molino sus brazos, corta el agua con las manos ahuecadas, y pese a todo la corriente le arrastra serenamente. La reluciente y rocosa ribera no se aproxima. Clay busca el fondo con los pies, intenta anclarse para nadar hacia tierra, y no encuentra fondo. Continúa avanzando inciertamente. Se debate con más fuerza y el resultado es idéntico. El agotamiento lancea su cráneo. Traga océanos. Los brillantes corpúsculos del río impregnan sus intestinos.

Clay está atrapado en un torbellino, en una maraña de brillantez. Sus muslos están encadenados. El río no quiere soltarle. Pero más adelante asoma una posibilidad de fuga: una lisa cúpula de roca gris que se alza en el centro del canal. Se dejará arrastrar hasta la roca, trepará a ella de alguna forma y descansará hasta que tenga fuerza suficiente para superar la corriente. Sí. La roca se acerca. Clay se prepara para el choque. Recíbela con el hombro por delante, decide. Protege los sensibles senos. Clay se ve por los aires, un alboroto de piernas que patean, blanca carne, pelo oscuro, rosados pezones, vacío en la entrepierna. Agárrate. Agárrate. Pero no sucede de ese modo. Clay se precipita contra la pétrea masa y ésta hiende su cuerpo: queda dividido limpiamente en dos partes, una que pasa a la izquierda de la roca, otra que lo hace a la derecha. Las partes se unen al otro lado y Clay prosigue su viaje sin esfuerzo.

Ahora lo comprende.

El río le ha devorado. Este cuerpo, esta disposición de órganos, carne, músculo y hueso, este montón de calcio, fósforo, hidrógeno y demás, es una ilusión. Estos senos son una ilusión. Este trasero rollizo y seductor es una ilusión. Este velludo triángulo es una ilusión. Clay y la refulgente corriente se han unido. Él ha aportado su cuerpo. Ahora está formado por las mismas chispeantes partículas, en suspenso en la frontera que separa la vida de la no vida, que admiró cuando llegó a este río. Y no puede distinguir las partículas que son él de las que no lo son. Todas están unidas en este torrente de vida.

¿Es posible la huida?

Imposible.

Él seguirá así mucho tiempo, arrastrado por la veloz corriente, hasta llegar al mar en cuyo alzamiento ha colaborado hace muy poco. Se verterá con el agua y se dispersará en el vasto regazo del océano. ¿Conservará intacto el conocimiento cuando vaya de un sitio a otro en forma de un millón de millones de multicolores puntos en las insondables profundidades? Ya se está perdiendo. Innumerables y minúsculas llamaradas de extraño fuego se han mezclado con su dividida esencia. Clay está diluido. Está disolviéndose. Ha renunciado a cualquier sensación de ser hembra o macho, y apenas recuerda haber sido un organismo con procesos metabólicos. Han desaparecido senos, testículos, ojos, pies; sólo quedan partículas corpusculares. Sufrir una muerte puntillista: ¡qué etéreo! ¡Perderse en una acometida de encandilantes luces! El universo riela. Clay padece un movimiento browniano del alma. Percibe vagamente las migraciones de sus antiguos componentes a través del cuerpo del río: una rizada hebra sale disparada hacia delante, otra se hunde, aquélla queda atrapada en un vertiginoso remanso. Clay percibe igualmente el terreno que atraviesa el río. La garganta ha desaparecido, y la tierra es lisa, de aluvión. El río serpentea por una amplia zona aluvial, forma imprevisibles recovecos, supera islas con paredes de barro. La noche se acerca. Las aguas se apresuran. Clay está desmembrado, desintegrado, divorciado, desprendido, dividido. Con el anochecer el río adopta brusco brillo; su luz ilumina el terreno aluvial entero. Clay desciende. El mar está cerca. El río ha entrado en el delta. ¿Qué depósitos dejará aquí? ¿De qué sedimentos va a desprenderse? Por delante se extienden numerosos canales, pero esta corriente se abre tortuoso camino hacia la Madre Marina. Clay sufrirá nuevas subdivisiones. Quedará disperso por completo. Las aguas cantan. Tiemblan con brillante furia y furioso brillo. Los corpusculares amigos de Clay le gritan hosanna. El destino, aquí. Paz, delante. Separado, despedazado, solo, a la deriva. Irse, ahora. Nunc dimittis. Fin de trayecto, aquí, nuevo trayecto que comienza. A los hijos del hombre, adiós. Irse. Irse. Separarse. Cae brillantez del aire. Luces por todas partes. ¡Luces! Qué fulgor tan hermoso. Estos colores son yo mismo. Este rojo, este verde, este amarillo, este azul, este violeta. Suave, suave, suavemente, iluminan mi camino a través de la noche, abajo, abajo, sin ofrecer resistencia, un último parpadeo de brillantez antes de marcharme. ¿Qué es esto? ¿Eso que cae, aquí? Mi peso. La masa. La aspereza. Soy sedimento. Voy a ser el delta. ¿Es posible? Sí. Sí. Sí. Sí. Me adheriré. Me pegaré. Me agarraré. Coagularé. Me uniré. Aquí. Aquí. Aquí. Me condenso. Me acumulo. Me consolido. Me amalgamo. Me incorporo.

¿Qué inesperada coalescencia le acontece?

Su vertiginoso viaje se ha interrumpido a poca distancia del mar. Clay se ha precipitado fuera del curso. El impulso se agota por fin y, partícula a partícula, Clay cae pesadamente y se amontona en la orlada costa de un islote. Se repone. No se une, no recobra forma humana, ni masculina ni femenina; es meramente un montículo de fragmentos arrojados por el agua, igual que minúsculas larvas de crustáceos lanzadas por la marea. Mezcladas con su materia hay extrañas partículas que de algún modo ha transportado con él a este lugar; las percibe introducidas en él como hojas. Clay sospecha que toda la isla está formada por desechos fluviales, y el barro que la constituye no es barro sino materia orgánica abandonada como él mismo. ¿Y ahora qué? ¿Quedarse aquí, pudrirse en la oscuridad? El río todavía le lame un lado, pero no lo erosiona: Clay ha sido expulsado. ¿Podrá moverse? No. ¿Podrá percibir algo? Sólo vagamente. ¿Podrá recordar? Sí. ¿Habrá más cambios en su naturaleza? No lo sabe. Está en reposo. Es un detrito. Esperará nuevos acontecimientos.

—Yo también espero —afirma una potente voz.

¿Quién ha hablado? ¿Dónde? ¿Otro montón de desechos arrastrados por el río? ¿Cómo puede responder Clay?

Clay no tiene medio alguno de réplica.

Si puedo oír, insiste en su interior, puedo hablar. Y puedo oír. En consecuencia, Clay dice:

—¿Puedes ayudarme? ¿Puedes explicarme en qué me he convertido?

—Eres simple potencialidad.

—¿Y tú?

—Yo espero.

—Déjame verte —ruega Clay.

Una visión: Clay ve una criatura de gran tamaño plantada en la rojiza arena de la isla. Sólo cabeza y hombros sobresalen en la superficie. La cabeza es lisa y ancha, con ojazos grandes como platos y ningún otro rasgo; brota sin cuello de los amplios y enormes hombros. Clay ve también la porción de la criatura enterrada en el suelo. Es larga y sin extremidades, con una piel áspera y porosa y un circundante manto de fibrosos filamentos que al parecer realizan la función de raíces, extrayendo sustancias nutritivas de la arena. Clay reconoce a la criatura como un Esperador de los que Quoi el Respirador le describió brevemente. Así pues, pese a su apariencia vegetal, se trata de un animal y, más que eso, una de las varias especies humanas que coexisten en esta época. La visión se hace borrosa y se esfuma.

—Yo también soy humano —dice Clay—. Lo fui.

—Aún lo eres.

—Pero ¿qué soy ahora?

—Una constelación de posibilidades. Todavía estás en tránsito, aunque tu paso se ha detenido ahora. ¿Qué te gustaría ser?

—Yo mismo de nuevo.

—Eres tú mismo.

—Ésta no es mi verdadera forma.

El Esperador parece reír.

—¿Cómo puedes saber cuál es tu forma verdadera?

—La forma que tenía al iniciar el viaje.

El Esperador le muestra una serie de cambiantes formas: Clay bebé, Clay pubescente, Clay adulto, Clay dormido, Clay despierto, Clay vigilante, Clay atontado, Clay desnudo, Clay vestido, Clay alterado por el riachuelo limpiador, Clay como Respirador en el estanque de Quoi, Clay hembra, Clay disuelto por el río viviente, Clay amontonado en el delta.

—¿Qué forma es la tuya? —pregunta el Esperador.

—Todas —dice Clay.

—Éstas y otras —responde el Esperador—. ¿Por qué limitarte? Acepta las experiencias tal como vienen. ¿Qué te gustaría ser?

—Elige tú por mí —dice Clay, y de este modo se convierte en un Esperador.

Загрузка...