15

—Muerte —recuerda Clay a Serifice—. Debes contármelo. Lo prometiste. Todo.

—Fue paz —dice ella—. Estuve vacía. Fue como un doble sueño.

Están descansando en un lago de oscura miel, los siete. Sólo falta el esferoide, que no ha vuelto del viaje a las estrellas. La miel gotea de grandes, rugosos árboles cuyas copas se inclinan bajo el peso del elixir. La miel entra en los Deslizadores a través de la piel, realzando su luminoso fulgor. De vez en cuando Clay prueba unas gotas; la miel le hace zumbar los oídos. Todos los Deslizadores han adoptado la forma femenina, excepto Hanmer, que nada y describe viriles círculos por las orillas del lago.

—¿Viste algo allí? —dice Clay—. ¿Notaste algo alrededor?

—Vacío.

—Pero tú sabías que existías en alguna parte.

—Sabía que no existía.

—¿Cómo te sentías?

—Me sentía como si no sintiera nada.

—¿No puedes ser más concreta? —pregunta Clay, un poco exasperado—. Quiero saber cómo fue.

—Muere y ve —sugiere Serifice.

—Muere y ve —murmura Ninameen.

—Muere y ve —dice Ti.

—Muere y ve —dice Angelon.

—Ve y muere —dice en cambio Bril y todos se echan a reír.

—Todos moriremos —dice Hanmer—. Todos veremos.

—¿Y todos volveréis al cabo de un rato?

—Creo que no —dice perezosamente Hanmer—. Eso lo estropearía.

—Es un reino brillante —dice Serifice—. Todas las cosas están allí, reunidas, como se reúnen los colores para formar el blanco. Es un lugar fuera de todos los lugares. Ese lugar es…, es él. Con brillantes paredes. Con blancura. Con un cielo que cae más allá del horizonte. Y todos nosotros éramos nada. Y pronto nos olvidamos de nosotros mismos. Yo no era Serifice y ellos no eran lo que habían sido, y resplandecíamos. Y resplandecíamos. Y luego regresé.

—No —dice Clay, chapoteando en la miel en su confusión—. No lo creo. La muerte es la muerte, y después no hay nada. El significado de la palabra. El fin de la existencia. No es un lugar. No estuviste en ninguna parte.

—Estuve.

—En ese caso, no pudiste morir —insiste Clay.

—Serifice murió —le dice Hanmer, que flota con las piernas cruzadas.

—Morí —dice Serifice—. Y me fui. Y estuve. Y regresé. Y te lo he contado. ¡Un lugar, un lugar, un lugar!

—Una ilusión —dice tercamente Clay—. Como vuestros viajes a las estrellas. Como vuestro deslizamiento hasta el núcleo del mundo. Como el alzamiento del mar. Inventaste un lugar de la muerte, y lo visitaste, y te complació. Pero no era la muerte.

—Fue la muerte —dice Serifice.

Ti y Ninameen nadan para acercarse más.

—Agriáis la miel con vuestras peleas —dice Ti.

—La solución es sencilla —dice Ninameen—. Cuando vayamos a morir al lugar donde murió Serifice, ven con nosotras y compruébalo tú mismo, y así sabrás la verdad.

—Yo no soy un Deslizador —gruñe Clay—. Cuando muera, estaré muerto y no habrá regreso.

—¿Tan seguro estás? —pregunta Bril, sorprendida.

—Lo creo, eso es todo.

—¿Cómo puedes creerlo, si nunca has estado allí? —pregunta Angelon.

—Serifice estuvo —dice Ti.

—Creemos a Serifice —dice solemnemente Ninameen.

Clay está en minoría. Los Deslizadores discuten como niños. Él no puede hacer impacto en sus mentes. Esta charla sobre la muerte y el regreso de la muerte le deja tenso y encogido.

—Sólo fue una muerte pequeña —afirma Serifice—. Debemos probar la grande algún día. Él tiene razón y yo también: fue la muerte, pero no toda la muerte, lo que yo probé. Y quizá no fue suficiente. Para averiguar realmente qué es la muerte, debemos morir de verdad. Y eso es lo que haremos cuando llegue el momento.

—Basta —dice Clay.

—¿Te aburrimos? —pregunta Angelon.

—A mí me aburrió la muerte —dice Serifice—. La pequeña muerte que tuve. Era hermosa, pero al final me aburrí.

—Nosotras somos hermosas —observa Ninameen—, y quizás estemos resultando aburridas.

—No me aburrís —aclara Clay—. Me deprimís. Hablando de la muerte. De morir.

—Tú preguntaste —le reprocha Serifice.

—Ojalá no lo hubiera hecho.

—¿Debemos deshacer la conversación? —inquiere Hanmer.

Clay le mira fijamente, asombrado. Sacude la cabeza. Localiza la fuente de su irritación: es presuntuoso, decide Clay, que estos seres inmortales jueguen con la muerte. Cuando los humanos que él conoció vivieron siempre bajo la cruel sentencia. Para nosotros no era un juego. A Clay no le gusta pensar que los Deslizadores consideren la posibilidad de morir. Morir es incompatible con su naturaleza; morir, para ellos, sería quebrantar la estética, un fallo de la ley natural. Sin embargo, acarician la idea. Se ocupan superficialmente de la mortalidad. Se mofan de la transitoriedad de Clay cuando ofrecen renunciar a sus engalanadas vidas. Y los amo, se da cuenta Clay.

—¿Te encuentras solo entre nosotros? —pregunta Ninameen.

Una nube color lavándula se desliza sobre el grupo. Cae una repentina y vehemente lluvia que golpea la superficie de la miel como un diluvio de balas. Géiseres de oscuro fluido brotan y cesan. Durante la tormenta, nadie habla. Una explosión de relámpagos verdes. De inmediato, el trueno, y a lomos de su poderoso sonido lo que al principio parece ser un cloqueo pero que Clay reconoce en seguida como el llanto de Mal. ¿Conoceré por fin a la molesta deidad? El sollozo no se escucha mucho tiempo. Las gotas de lluvia caen con menos vehemencia. Se forman charcos de brillante agua en la viscosa superficie del lago de miel. Los Deslizadores se han reunido cerca de Clay, casi protectivamente.

—¿Quieres soñar con nosotros? —pregunta Angelon.

—¿Qué soñaréis?

—Soñaremos en tu mundo —dice ella con serena sonrisa—. Porque te sientes solo.

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