Del arbusto surge una voz:
—¿Puedo ayudarte?
—¿Qué conseguirás con eso?
—Ser amable con un pobre vagabundo.
—Tu amabilidad tiene un precio —dice Clay.
—No. No. Estás confundido. No me conoces.
—En ese caso, déjame conocerte.
—Hay formas de ayudarte. Yo lo haré.
—¿Qué eres?
—Mal —dice Mal.
—¿Un dios?
—Una fuerza.
—¿Cuál es tu relación con, por ejemplo, los Deslizadores?
—No lo sé.
—No lo sabes. —Clay se echa a reír. Percibe una muralla de grasienta porcelana alrededor de su cabeza—. Gracias. Muchas gracias. ¿Qué deseas?
—Ayudarte. —Dulcemente. Delicadamente.
—Ayúdame, pues. Mándame a casa.
—Estás en casa.
Clay mira alrededor. Sólo ve un terreno ardiente y cubierto de maleza, desconocido, desolado, moteado de extrañas plantas. Clay prosigue sus esfuerzos mientras nota crecientes náuseas.
—¿Dónde están mis amigos? —pregunta—. Me refiero a los Deslizadores Hanmer, Ninameen, Ti, Bril…
Mal le ofrece una visión relampagueante, aturdidoramente clara: los seis Deslizadores sentados en solemne círculo, con semblantes contraídos y furtivos, ojos nublados, una aureola de condena resonando sobre ellos.
—Están preparándose para morir —dice Mal—. Los seis. La Muerte llegará pronto.
—No. No. ¿Por qué?
—¿Morir?
—Morir, sí. ¿Por qué?
—Para descubrir —le explica tranquilamente Mal—. ¿Sabes una cosa? Serifice ya ha estado allí. El viaje a la primera casa de la Muerte. Pero no ha sido suficiente para ellos. No ha sido satisfactorio, ¿comprendes? Tenía un rasgo erróneo. Ahora ellos buscan la verdadera muerte, la muerte permanente.
—¿Por qué razón? —pregunta Clay.
Su voz resbala torpemente entre tono y tono. Clay se siente terriblemente joven.
—Para escapar.
—¿Escapar de qué? ¿Del aburrimiento? ¿De la vida en un verano eterno?
—Eso es sólo una parte.
—¿Y la otra?
—Escapar de ti —dice Mal, sollozando.