23

Todos echan a correr con él. Clay se ve agobiado para ir al mismo paso y teme que sus compañeros vuelvan a perderle cuando apenas acaban de encontrarle, pero ellos nunca se adelantan en exceso y, al cabo de un rato, se detienen en una arboleda de elevados árboles triangulares con fibrosas y colgantes ramas. El sol está alto y es muy fuerte. Los Deslizadores se tienden con Clay en la densa y azulada hierba bajo los extraños árboles. Clay ha estado solo tanto tiempo que apenas sabe hablar.

—¿Por qué no vinisteis a buscarme antes? —dice por fin.

—Pensábamos que estabas disfrutando —replica Hanmer.

—¿Lo dices en serio? Sí, claro. Pero… —Clay menea la cabeza—. Yo sufría.

—Tú aprendías. Madurabas.

—Estaba en apuros. Tanto físicos como morales.

Hanmer acaricia los muslos de Clay.

—¿Estás seguro de que sufrías? —dice ella, y se transforma en varón—. Es la hora del Relleno de los Valles.

—¿Uno de los Cinco Ritos? —pregunta Clay.

—El cuarto. El ciclo está casi terminado. ¿Querrás tomar parte?

Clay se encoge de hombros. Estos Deslizadores, sus rituales, sus rarezas, sus caprichos, han empezado a fastidiar a Clay. Siente simpatía hacia ellos, pero se pregunta si no sería preferible regresar al estanque de Quoi, a la enfangada ribera del Esperador, incluso al mundo túnel antes de que alguna travesura de los Deslizadores resulte ser más siniestra que las anteriores. Clay desecha la idea. Ellos son sus guías y sus amigos. Él los quiere. Ellos le aman. Clay asiente.

—¿Qué debo hacer? —pregunta.

—Seguir tumbado —dice Hanmer—. Cierra los ojos. Debes ser receptivo.

Clay presiente que está a punto de volver a perder a los Deslizadores.

—No te vayas, Hanmer, ¿no podríamos conocernos mejor? ¿Por qué no me dejas penetrar en esa aprensiva apariencia? ¿Qué sientes realmente? ¿Cuál crees que es la finalidad de la vida? ¿Por qué estamos en este lugar? ¿Tienes miedo alguna vez? ¿Nunca te sientes inseguro? ¿Hanmer?

Clay mira al Deslizador. Hanmer parece insustancial, muy adelantado en el camino de la invisibilidad. No queda nada más que la sonrisa.

—¿Hanmer? No te vayas, Hanmer. No inicies el rito aún. Háblame. Si me quieres, Hanmer, ¡háblame!

—Continúa acostado —dice Hanmer—. Cierra los ojos. Debes ser receptivo.

Incluso la sonrisa ha desaparecido. Solo de nuevo. Clay obedece.

En seguida nota manos que acarician su cuerpo. Blandos y carnosos dedos siguen sendas de sensualidad en su pecho, en los huecos comprendidos entre el cuello y los hombros, en las mejillas, en los lóbulos de las orejas. El tierno contacto atraviesa su vientre y llega al fláccido pene, que se yergue rápidamente en cuanto los dedos aferran el tenso tallo. Otras manos juguetean con los dedos de sus pies. La tímida yema de un dedo punza delicadamente la base de su escroto. La respiración de Clay se hace irregular a causa de la excitación. Se remueve, jadea, arquea la espalda. ¡Qué expertas son esas manos! ¡Cuan suave su tacto! Clay siente las deliciosas caricias en muslos, costados, cara, manos, pies, pantorrillas, brazos, cuello. Cientos de manos le tocan al mismo tiempo.

¿Cientos?

Hanmer, Ninameen, Angelon, Ti, Bril y Serifice tienen sólo doce manos entre todos. Clay sabe que ahora están tocándole más de una docena, muchas más. Sin abrir los ojos, Clay se esfuerza en aislar las diversas zonas de contacto y contar las manos. Imposible. Reptan por todo su cuerpo. Cientos.

Asustado, Clay abre los ojos. Ve tinieblas y una cuna de enmarañados dedos. No ve un solo Deslizador encima de él. ¿Quién le toca? Clay lo comprende. Las manos pertenecen a los árboles triangulares, que se han inclinado para que las oscilantes y fibrosas ramas lleguen casi al suelo. Todas las ramas terminan en manos, todas las manos vagan por la piel de Clay. ¿Es obsceno ser tratado de este modo por un árbol? Clay no se atreve a escabullirse. Teme que, si hace un movimiento para retirarse, las manos le agarren y le aprieten el cuello. O que le tiren de las piernas. Él no tiene intención alguna de ensayar su resistencia a la tracción con la potencia de estos árboles. Clay se entrega, temeroso. Cierra los ojos de nuevo. Se rinde a los árboles.

Las manos que no ve le acarician, se deslizan cada vez con más frecuencia hacia su cintura, toquetean sus testículos, frotan su falo. ¡Idiota!, piensa Clay. Pervertido. Consentir que unos árboles te masturben… ¡Levántate! ¡Aparta sus asquerosas manos! ¿Adonde irás a parar? ¿Acabarás violando patos? ¿Masturbando con la boca a lascivos salmones? El ansia de ofrecer resistencia le agita. Está nervioso, tenso, enfadado. Ellos son unos descarados. Deberías ir a que te examinaran la cabeza. ¿Dónde está tu juicio? ¿Dónde está tu vergüenza? Esto es sucio. Muestra un poco de firmeza moral. ¡Manos fuera! ¿Qué clase de maricón os pensáis que soy? ¡Fuera! ¡Fuera! El apogeo de la polimorfía. Pero Clay no se mueve. Lóbregos pensamientos van de un lado a otro en los circuitos de su cerebro.

—Amor. Amor. Somos amor.

—¿Quién ha dicho eso?

—Todas las cosas son una sola. El amor es todo. Cede. Cede.

—No.

El no de Clay sube como un cohete hacia el sol. El mundo se estremece. Las nubes se sonrojan.

—Sí —dicen los árboles—. Sí, sí, sí.

—Sí.

—Amor.

—Amor.

—Entrega.

—Entrega.

—Completa.

—Completa.

—Cordialidad.

—Cordialidad.

Clay se rinde. No luchará contra ellos. Ha entrado en el ritmo del acto, los pies apretados al suelo, los hombros machacando la hierba, la cabeza echada atrás, la espalda doblada, las nalgas en el aire, las caderas en movimiento. Clay fricciona sin cesar su inflamado miembro en la suave y resbaladiza mano que lo aferra. Él no tiene vergüenza. Es esclavo del placer. Oye el canto de los coros, escucha el sollozo en lo alto, igual que un tañido de campanas, y el sonido cae en luminosas lágrimas doradas. Clay cree que está llegando al orgasmo: sus músculos tiemblan y se retuercen en todo su cuerpo, incluso en sus labios. Pero la sensación de éxtasis se ha difundido por toda su piel y Clay es incapaz de concentrarla en la parte baja de su vientre. El impulso pasa poco a poco y le deja satisfecho pero sin haber alcanzado el orgasmo. Y la excitación crece de nuevo, porque esa mano (¿o esa otra?) no le suelta. Y él empuja, empuja y empuja sin cesar y de nuevo encuentra un transductor cósmico en funcionamiento, un dispositivo que disemina las corrientes meramente sexuales hasta transformarlas en algo excesivamente general para ser sexual. Tras un suspiro, Clay se sume en una neblina de misceláneos placeres. Y todo se repite, pero esta vez Clay sobrepasa el punto de indistinguible éxtasis y llega a un momento de puro fervor sexual en el que su verga se ha agrandado hasta llenar el cielo y arde con claras y brillantes llamas. Clay nota la contracción de sus labios conforme crece la pasión: alcanza el orgasmo con los dientes asomando entre los labios, las ventanas nasales fluctuando y los globos oculares escondidos tras los párpados, y despide ardientes chorros escarlatas que resuenan en el cosmos. Clay se calma. Las manos de los árboles le sueltan. Suena un gran gong. AI incorporarse, aturdido, bañado en sudor, Clay observa que el Relleno de los Valles ha comenzado.

Los Deslizadores están desterrando la desigualdad de la esfera terrestre. Están aplanando los lugares escabrosos. Montañas y colinas descienden. Mientras el planeta gira, los Deslizadores dan vueltas en torno al globo, aplastan todo lo que se eleva, rellenan barrancos con mesetas, derruyen salientes, tapan grietas. Eliminan todas las imperfecciones. El mundo se convertirá en un globo perfecto, en una reluciente canica blanca que describe su órbita.

La transformación se realiza con rapidez. Continentes enteros están ya aplanados. Imponentes cordilleras se han desmoronado y quedan elegantemente distribuidas en hoyos y depresiones. Clay percibe todo ello sin abandonar su lugar bajo los árboles, y sabe que él, de alguna forma, ha proporcionado parte de la energía con que se ejecuta el titánico esfuerzo. Pero él no hace nada. No ve a los Deslizadores, aunque ellos deben de estar ahí arriba, seis remolinos de fuerza en el espacio, cambiando y arreglando la Tierra. Nada se opondrá a su esfuerzo. Las mismas criaturas que han afinado la oscuridad, alzado el mar y abierto la Tierra rellenarán ahora los valles, y el mundo estará una etapa más cerca de la perfección.

Y ahora los Deslizadores llegan al lugar donde yace Clay.

Y del este llega una oleada de sustancia que pasa sobre Clay en fluido torrente y anula las tachas topográficas del paraje. Clay queda encerrado en la tierra. Sepultado de nuevo, pero no del mismo modo que cuando conoció al Esperador, porque en aquella ocasión se limitó a descansar en el suelo y a emitir raíces, mientras que ahora es parte integrante del terreno, está fusionado, es un componente del planeta que gira sin cesar. Clay carece de forma. No tiene existencia independiente. Es un grano de arena. Un trozo de cuarzo. Tierra negra. Basalto. Burbujeante magma.

Clay está en paz. Piensa que incluso le sería posible volver a dormir.

—¿Hola? Es Hanmer, que le llama desde muy lejos—. ¿Clay? ¿Clay? ¿Hola?

—Soy amor —dice Ninameen desde un punto distinto.

—La muerte se parecía un poco a esto —dice Serifice—. Todos juntos la probaremos.

—Hola —dice Ti.

—Hola —dice Bril.

—¿Hola? ¿Hola? ¿Hola? —Es Angelon.

Muestran a Clay la luz solar que se desliza sobre la perlina y perfecta superficie de la Tierra. Al parecer desean que Clay aplauda el logro. Pero él no replica. Está esforzándose en dormir.

—Hola —dice Hanmer.

—Soy amor —dice Ninameen.

—¿Cuándo moriremos?-pregunta Serifice.

Clay permanece en silencio. Y Mal solloza, y aparecen grietas en la perfecta piel del mundo. Y las montañas se levantan. Y los valles se hunden. Y los barrancos se abren. Pero eso no tiene importancia.

—Hemos completado el rito —dice Hanmer—. Lo que suceda a partir de ahora no es de nuestra incumbencia.

Загрузка...