Sí, Lento trata de retenerle. Clay resbala por el borde del risco sin excesiva celeridad, y cae tranquilamente, no adaptado todavía al ritmo temporal del mundo externo. De esta forma Clay puede arreglar su postura durante el descenso: se dobla como en un salto de carpa para corregir esa inquietante zambullida con la cabeza por delante y da la vuelta en el aire para aterrizar sobre el trasero, parte que él considera mejor acolchada para el choque que sus pies. Y aterriza, con un punzante golpe en las nalgas. Rebota un poco y queda quieto.
Clay decide prontamente que está ileso.
Se levanta rápidamente, mientras glorifica la sensación del movimiento rápido.
Agita los brazos. Da patadas al aire. Brinca. Sacude la cabeza. Aquí no hay gravedad extrema, ni misteriosas fuerzas de retardo, ni frío insoportable, ni intenso calor, ni la sensación de agobio producida por inesperada senectud. Clay siente alivio al notar la ausencia de estos rasgos negativos en el lugar en que se halla. Por otra parte, descubre escasos rasgos positivos aquí. Se encuentra en una gran llanura de monótono aspecto que al parecer está formada por completo de una sola losa de lustrosa piedra gris extendida hasta el horizonte. El cielo también es gris y se une con el terreno de tal modo que Clay no logra determinar dónde acaba uno y dónde empieza otro. No hay vegetación. No hay rastro de vida animal. No hay montañas. No hay valles. No hay cursos de agua. Clay percibe una ininterrumpida extensión gris, sumamente falta de contenido.
Clay se da cuenta de que aún no se ha liberado de los parajes de incomodidad. Presume que ha llegado al lugar denominado Vacío.
—¿Hola? —grita—. ¡Hey! ¿Hay alguien? ¡Eh! ¿Dónde?
Ningún eco le responde.
Se arrodilla y apoya la mano en la grisácea piedra. No está fría ni caliente. Intenta arañarla y no puede. Acerca la cara, en busca de imperfecciones, y no las encuentra. El terreno podría ser perfectamente una inconsútil plancha de plástico. Tras levantarse, Clay mira atrás, tratando de ver la meseta donde se halla Lento, pero esta se pierde en el dominante tono gris. El sol no es visible. Aquí no hay nada. A Clay le sorprende encontrar moléculas de aire alrededor de él en este lugar libre de materia: ¿por qué no el vacío total? Pero él cree estar respirando. Al menos tiene esa ilusión. Clay se resigna a cruzar Vacío. Nunca había visto tanta desolación. Él podría ser el único objeto del universo. Quizás ha sido atrapado de nuevo por el flujo del tiempo, y barrido millones de años hacia delante, hasta la época del triunfo de la entropía, donde lo gris ha conquistado todo. ¿Adonde irá? ¿Cómo pasará el tiempo?
La situación podría ser peor. Clay no está aplastado aquí. No está paralizado. No se arriesga a congelarse, ni a quemarse, ni a envejecer. ¿No será capaz de enfrentarse a la soledad? ¿Tendrá aquí el aislamiento un rasgo muy distinto al que él experimentaba en compañía de Hanmer y sus amigos?
Clay inicia la marcha, caminando. Garbosamente al principio. Que Vacío haga con él lo que quiera. Tendrá que terminar en algún punto. El seguirá tambaleándose, como hizo en Viejo, en Hielo, en Fuego, en Pesado y en Lento, y quizá pase por otra prueba, o tal vez se reunirá con sus antiguos compañeros, pero en ningún caso sufrirá mientras marcha. Al cabo de un rato, empero, Clay no está seguro. Aquí cualquier rumbo parece idéntico, porque no hay marcas que le guíen: podría estar describiendo confusos círculos, y no puede confiar en que la salida del sol o la luz de las estrellas le den alguna pista. Ni siquiera sabe si está avanzando o si el grisáceo suelo que pisa se desliza constantemente hacia atrás mientras él avanza. Pueden transcurrir siglos sin que haya un cambio. Se trata de un estasis peor que todo lo que ha padecido en Pesado o Lento. Y mientras el tiempo pasa en desconocidos intervalos, una caliginosa desesperación mordisquea el alma de Clay. Su humor se ensombrece por momentos. Clay sabe ya cuál es el peor lugar. En este océano de nada él está más aplastado incluso que un pellejo. Su vida flota ante sus ojos y él no ve nada: ningún accidente, ninguna crisis, ninguna relación, ningún hecho, simplemente el fluir de días, semanas, meses y años, tristeza, monotonía, vacío. Un reino infinito. Una ciudad continua. ¿Cómo podrá liberarse? Clay camina. Camina. Camina. No se molesta en pedir ayuda. Esto es Vacío. El pantano del desespero.
Nada cambia.
Clay trata de desligarse de su mente. Se convertirá en una mera máquina andante, avanzará sin pensar y quizás acabe llegando a la frontera, y de esta forma privará a este paraje de una victoria succionadora del alma. Pero no pensar no es tan fácil. La conciencia del aislamiento martillea la mente de Clay, enciende pasiones, lamentaciones, temores y esperanzas. Clay camina. Nada cambia. ¿Se desliza hacia atrás el terreno? ¿Se une el cielo con la tierra? Esto es Vacío. Esto es Vacío. Esto es la definitiva muerte del corazón, la negación incluso de la negación.
Clay busca formas de derrotar la vacuidad. Cuenta los pasos que da, da cincuenta empezando con el pie derecho, luego junta ambos pies y empieza de nuevo, otros cincuenta pasos con el pie izquierdo. Varía la cantidad: ochenta y sesenta, setenta y cincuenta, noventa y cuarenta, cien y treinta, treinta y cien pasos. Camina a la pata coja, primero apoyado en el pie derecho. Camina a la pata coja, apoyado en el pie izquierdo. Avanza furtivamente. Anda contoneándose, rígida, mecánicamente. Se detiene y descansa, acuclillado en la monótona nada. Se masturba. Evoca recuerdos de su vida anterior mientras camina, imagina las caras de sus compañeros de escuela, de sus maestros, de sus compañeros de trabajo, de sus amantes. Piensa en edificios, calles y parques. Se tumba y trata de dormir, con la esperanza de que, al despertar, se encuentre en otro sitio, pero no le queda sueño. Clay avanza de espaldas. Canta. Recita el catecismo. Escupe. Practica el salto de longitud.
Todo en vano. La vacua monotonía prosigue inalterada, y oleadas de miasmático aburrimiento remolinean igual que niebla alrededor del caminante. Esta es la tierra de la noche, el lugar que no es lugar, la axila del universo, el hogar de los sonidos del silencio. Todas las estratagemas fallan. La mente de Clay suelta amarras. Él es un hombre mecánico que da un paso, y otro, y otro más, sin acercarse nunca a nada.
—¡Yo! —grita.
—¡Tú!
—¡Nosotros!
Ni siquiera un eco. Ni siquiera un eco.
—Jesucristo nuestro Salvador.
—¡Cuando en el curso de los hechos humanos!
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Silencio. Silencio. Silencio.
No le derrotarán. Seguirá, ocurra lo que le ocurra, aunque la nada se extienda desde aquí hasta el borde más bajo del universo. El ha escapado de Viejo, de Hielo, de Fuego, de Pesado y de Lento, y también escapará de Vacío, aunque tenga que andar un millón de años por la cargante lobreguez.
—¡Clay! —grita.
—¡Padre! ¡Hijo! ¡Espíritu Santo!
—¡Hanmer! ¡Ninameen! ¡Ti!
El aire traga sus palabras. Sus más violentos rugidos resbalan en la estructura de la nada y desaparecen gradualmente. Pero Clay continúa gritando. Y patalea. Y aplaude. Y agita los puños. Y camina. Y camina. Y camina. Su talante fluctúa. Hay momentos en que está tan agobiado por la desesperación que cae de rodillas, fláccidamente desanimado, y cierra los ojos, y aguarda el instante en que lo último le sobrecoja. Pero en otros momentos él sabe que el fin de sus sufrimientos le aguarda delante, siempre que mantenga en alto el ánimo y continúe andando resueltamente: él es el representante del hombre en estos avanzados tiempos y no debe defraudar la gran confianza que han depositado en su persona. Clay sigue caminando, atento a una señal. ¿No es una estrella eso que se ve en el horizonte? No. No. ¿No se hace más intensa la textura de la monotonía en algunos lugares? Tal vez. ¿No es eso oscuridad que se asienta? Parece serlo. Si esta pareja tiene alguna posibilidad de cambio, deberá tener fin. Él perseverará. El carácter de la monotonía parece haberse alterado claramente. Clay debe de haber cruzado una frontera sin darse cuenta. La recompensa de la fe: otorgada por Vacío. La alegría de la huida, no obstante, se ve mitigada por la dificultad de percibir el actual ambiente. Aquí hay una terrible oscuridad. Clay continúa andando, sin topar con árboles o piedras, sin captar cambio alguno en el liso terreno que pisa, y la oscuridad crece hasta ser absoluta. Clay empieza a preguntarse si realmente ha dejado atrás Vacío, o si se halla en la noche del lugar, que cae tras un día infinito. Sin dejar de andar, Clay comienza a comprender qué ha sucedido. Lo cierto es que ha salido de Vacío, pero su ejercicio de valor y determinación le ha conducido únicamente al territorio vecino, que es Oscuro, que no es mejor y probablemente será mucho peor. Aquí Clay carece de todo lo que faltaba en Vacío, y además se enfrenta a la ausencia de luz, por lo que él lamenta incluso la pérdida del grisáceo terreno. Ahora está catando auténtica desesperanza. Vacío era el jardín de las delicias en comparación con Oscuro.
Clay no puede continuar la batalla.
Ha pasado por todas las pruebas, ha sobrevivido a todos los peligros. Pero no ha ganado nada y ha perdido mucho. Ahora se rinde. No se enfrentará a Oscuro.
Clay se sienta. Cruza los brazos alrededor de las rodillas. Mira fijamente al frente y no ve nada.
—¿Por qué me has abandonado?
Si tan sólo hubiera una señal, Clay se esforzaría en continuar: una sola gota de lluvia, el sonido de un lejano sollozo, el paso de un pájaro, un centelleo, un instante de fulgor estelar. Pero la negrura es total. Clay está vencido. Se tiende en el suelo, con los brazos extendidos, mirando el ausente cielo, con los ojos abiertos pero sin ver nada. No hará nada más. Aguardará.
Clay recuerda un mundo de contenido, forma y color. Las fulgurantes constelaciones, las oscuras y arrugadas ramas de los árboles, un dorado ojo de rana, las insistentes verticales de una tormenta de nieve, el brillante tono rojo de la arena del desierto al amanecer, el rosa oscuro de un pezón sobre el rosado color de un pecho, el asustado relampagueo de una carpa dorada en un estanque verde, torres de alta tensión con su negrura perfilada en el cielo del estío, una llamativa iguana inmóvil como una estatua en la fronda de una Jacaranda, los deslumbrantes pliegues de la aurora boreal, la intensa chispa del arco de una soldadora, el agonizante sol rojo de New Jersey esparcido en las torres de Manhattan, la blanca espuma de un azulado río, las risueñas piedras del jardín de un harén, el océano, las montañas, los prados, el mar. No volver a ver ninguna de estas cosas… Contemplar con ansiosos ojos un mundo que se ha hecho invisible… ¿Dónde están los árboles? ¿Dónde están las ranas? ¿Dónde están las estrellas? ¿Dónde está la luz?
Un millón de años de vacía negrura aplastan a Clay.
—Ya basta! —murmura—. ¡Ya basta!
Y el rayo hiende la noche. Y Mal solloza. Y un pájaro relincha al sobrevolar la nariz de Clay entre una agitación de plumas. Y la lluvia fustiga el vientre del aturdido Clay. Y las estrellas despiden luz en plena noche. Y por todas partes surgen los elementos de la naturaleza, árboles, arbustos, plantas en flor, rocas y guijarros, ruidosos insectos, velos de musgo, amarillentos lagartos, azulados líquenes, rojizas setas… En la parte inferior del cielo aparece una mota de luz que se ensancha, se convierte en fulgor de mercurio, en flameante ojo, en sol radiante. Coros celestiales cantan. El cielo azul, salpicado de nubes, arropa a Clay. Rezuma color de todas partes.
—Soy Hanmer —dice una suave voz—. Soy amor.
Clay se incorpora. Los Deslizadores le rodean. Todos han adoptado la forma femenina. Ninameen le acaricia los brazos y le dice:
—Soy amor. Soy Ninameen.
Ti juguetea con los dedos de los pies de Clay, Bril con su cabello, Angelon enlaza diez de sus dedos con cuatro de los de Clay. Serifice le roza la mejilla con los labios.
—Soy amor —musita Serifice.
—Soy Angelon —dice Angelon.
Entre todos le ayudan a levantarse. Clay parpadea. Ahora la brillantez es demasiado fuerte.
—¿Dónde he estado? —les pregunta Clay.
—En Fuego —dice Bril.
—En Pesado —dice Hanmer.
—En Lento —dice Ninameen.
—En Vacío —dice Angelon.
—En Oscuro —dice Ti.
—¿Dónde estoy ahora? —pregunta Clay.
—Con nosotros —le contestan todos.
—¿Dónde estabais? —les pregunta Clay.
—Nadando en el Pozo de las Primeras Cosas. Hemos discutido acerca de la muerte con los Intercesores. Hemos visitado Marte y Neptuno. Nos hemos burlado de Mal. Hemos enseñado belleza a los hombres cabra. Hemos amado a los Destructores y hemos cantado a los Devoradores.
—¿Y ahora? ¿Y ahora?
—Ahora —dice Hanmer- haremos el Relleno de los Valles.