5

Ponter y Daklar caminaban por la plaza, charlando. Montones de niños correteaban, jugando, persiguiéndose, divirtiéndose.

—Siempre he querido preguntárselo a un hombre —dijo Daklar—. ¿Echas de menos a tus hijas cuando Dos están separados?

Un niño pequeño (un 148) corrió delante de ellos, capturando un triángulo volador. Ponter nunca lamentaba haber tenido dos hijas, pero a veces deseaba haber tenido también un hijo.

—Por supuesto —contestó—. Pienso en ellas constantemente.

—Jasmel y Mega son unas chicas maravillosas —dijo Daklar.

—Tenía entendido que Jasmel y tú os enfadasteis mientras yo estuve fuera.

Daklar se rió sin alegría.

—Oh, sí, desde luego. Ella habló en favor de Adikor en el dooslarm basadlarm, y yo era la acusadora. Pero no soy tonta, Ponter. Obviamente, yo estaba equivocada y ella tenía razón.

—¿Entonces las cosas vuelven a marchar bien entre vosotras?

—Tardará algún tiempo —dijo Daklar—. Ya sabes cómo es Jasmel. Testaruda como una estalactita, agarrándose a pesar de que todo intenta hacerla caer.

Ponter se echó a reír. Conocía muy bien a Jasmel… y parecía que Daklar la conocía también.

—Puede ser difícil —dijo.

—Acaba de cumplir 225 meses —dijo Daklar—. Claro que es difícil. Yo era igual a su edad. —Hizo una pausa— Las muchachas están sometidas a un montón de presión, ya sabes. Se espera de ella que tome dos compañeros antes del invierno. Sé que Tryon se convertirá probablemente en su hombre-compañero, pero todavía está buscando una mujer-compañera.

—No tendrá ningún problema —dijo Ponter—. Es un buen partido.

Daklar sonrió.

—Sí que lo es. Tiene las mejores cualidades de Klast y… —De nuevo hizo una pausa, quizá preguntándose si estaba siendo demasiado directa. —Y las tuyas también.

Pero Ponter se sintió halagado por la observación.

—Cuando Klast murió, Jasmel y Mega estuvieron muy tristes. Megameg era demasiado joven para comprender realmente lo que había pasado, pero Jasmel… Es difícil para una muchacha no tener madre.

Guardó silencio, y Ponter se preguntó si estaba esperando a que él le dijera que Jasmel había tenido una sustituta excelente. Ponter estaba empezando a pensar que eso era probablemente cierto, pero no sabía qué decir.

—He intentado ser una buena tabant —continuó Daklar—, pero no es lo mismo que tener una madre que las cuide. Una vez más, Ponter no estuvo seguro de cuál era la respuesta adecuada.

—No —dijo por fin— Imagino que no.

—Sé que era imposible que pudieran haber ido a vivir con Adikor y contigo —dijo Daklar—. Dos niñas en el Borde…

—No —reconoció Ponter—. Eso habría sido imposible.

—¿Te…? —Daklar se calló, y miró de nuevo la hierba recién cortada que cubría la plaza. —¿Te molestó que yo acabara cuidando de ellas?

Ponter se encogió un poco de hombros.

—Eras la mujer-compañera de Klast. Era lógico que ella te nombrara tabant.

Daklar ladeó levemente la cabeza. Habló en voz baja.

—No es eso lo que preguntaba.

Ponter cerró los ojos y resopló.

—No, no lo era. Sí, supongo que me molestó… perdóname por decirlo así. Quiero decir, yo soy su padre, su pariente genético. Tú…

Daklar esperó a que continuara, pero cuando quedó claro que no iba a hacerlo, acabó su frase por él.

—No era de su sangre —dijo—. No eran mis hijas, y sin embargo acabé cuidando de ellas.

Ponter no dijo nada; no había ninguna respuesta amable.

—No importa —dijo Daklar, tocando el brazo de Ponter durante un latido. —Es normal que te sientas de esa forma. Es natural.

Varios gansos pasaron volando y algunos zorzales posados en la hierba echaron a volar cuando los dos se acercaron.

—Quiero mucho a mis hijas —dijo Ponter.

—Yo también las quiero —dijo Daklar—. Sé que no son mías, pero he vivido con ellas toda su vida y, bueno, las amo como si lo fueran.

Ponter dejó de caminar y miró a Daklar. Nunca había reflexionado sobre ese tipo de relación; siempre había dado por sentado que los hijos de otra persona eran un poco molestos… desde luego Dab, el hijo de Adikor, era un pillastre. En una familia normal, Daklar hubiese tenido hijos propios. Una hija o un hijo de la generación 148 todavía viviría con su madre y la mujer-compañera de ésta, y una hija de la generación 147 estaría también en casa, aunque se emparejara con un hombre-compañero y una mujer-compañera propios al cabo de varios meses.

—Pareces sorprendido —dijo Daklar—. Yo quiero a Jasmel y a Mega.

—Bueno, yo… supongo que nunca lo había pensado. Daklar sonrió.

—Así que ya ves, tenemos mucho en común. Los dos amábamos a la misma mujer. Y los dos amamos a las mismas niñas.

Ponter y Daklar decidieron empezar viendo una obra que se representaba en un anfiteatro al aire libre. A Ponter siempre le había gustado el teatro en vivo y aquella obra era una de sus favoritas: Wamlar y Kolapa, una pieza histórica sobre un cazador varón y una recolectora hembra. Aquel tipo de obra sólo se representaba cuando Dos se convertían en Uno y actores y actrices podían trabajar juntos. El argumento dependía de todo tipo de giros y quiebros imposibles en la moderna era del Acompañante: gente que se perdía, o que no podía comunicarse a distancia, otros que no podían demostrar que habían estado en un lugar concreto en un momento específico, y conflictos de intereses.

Ponter descubrió que su rodilla se apretaba contra la de Daklar, mientras permanecían sentados cruzados de piernas, uno al lado del otro, en el anfiteatro.

Si que era una buena obra.

La pequeña Megameg, que estaba jugando con unos amigos, pareció encantada de ver a su padre y cruzó corriendo el patio para salir a su encuentro.

—Hola, cariño—, dijo Ponter, alzándola en brazos.

—¡Hola, papá! —Miró a Daklar y dijo, en un tono que Ponter consideró igualmente cálido—: ¡Hola, Daklar!

Ponter sintió un leve retortijón. Esperaba que la niña demostrara una preferencia obvia por él, su padre biológico, en vez de por su tutora legal. Pero se le pasó rápidamente. Su hija menor, lo sabía, tenía amor de sobra para repartir. La abrazó de nuevo y la soltó.

—¡Mirad lo que sé hacer! —dijo la niña. Corrió unos cuantos pasos y dio una voltereta hacia atrás.

—¡Guau! —dijo Ponter, sonriendo con orgullo.

—¡Maravilloso! —exclamó Daklar dando una palmada. Ponter miró a Daklar y sonrió. Daklar le devolvió la sonrisa. Megameg quería evidentemente hacer otra pirueta, pero Ponter y Daklar no la estaban mirando.

—¡Papá! ¡Mamá! ¡Mirad! —gritó.

Ponter se quedó sin respiración. Megameg parecía cortada.

—¡OOps! —dijo con su vocecita—. Quiero decir, papá, Daklar… ¡mirad!


A media tarde, Ponter estaba cada vez más nervioso. Después de todo, aquello era Dos que se convierten en Uno, y él no era ningún idiota. Pero no había practicado el sexo con una mujer… bueno, su primer pensamiento fue que no lo había practicado desde la muerte de Klast, hacía dos diezmeses. Pero hacía más todavía. Oh, había amado a Klast hasta el día de su fallecimiento, pero el cáncer había hecho estragos antes de eso. Había sido… en realidad, no estaba seguro. Ponter nunca se había permitido pensar que aquélla era la última vez que hacía el amor con Klast, que aquélla era la última vez que entraría en ella, pero…

Pero había habido una última vez, un apareamiento final antes de que ella estuviera demasiado débil para volver a hacerlo. Eso debió de ser un diezmes entero antes de su muerte.

Bueno. Al menos treinta meses. Sí, Adikor lo había satisfecho durante ese lapso de tiempo, pero…

Pero no era lo mismo. Las relaciones físicas entre dos hombres (o dos mujeres, para el caso), aunque igualmente señales de amor, eran entretenimiento, diversión. Pero el sexo era el acto de procreación potencial.

No había manera de que Daklar, o ninguna mujer, se quedara preñada durante este Dos que se convierten en Uno. Todas las mujeres, al vivir juntas, al inhalar las feromonas de las demás, tenían sincronizados sus ciclos menstruales. No sería posible que ninguna de ellas se quedara preñada en esta época del mes. Sí, el año próximo, cuando fuera a ser concebida la generación 149, el Gran Consejo Gris cambiaría las fechas del Dos que se convierten en Uno para que coincidiera con el momento de máxima fertilidad.

Con todo, aunque no hubiera ninguna posibilidad de que Daklar concibiera, había pasado mucho tiempo desde…

—Llevemos a las niñas a la plaza Darson y comamos algo —dijo Daklar.

Ponter sintió que su ceja subía por su ceño. Las niñas. No había duda de a quién pertenecían. Sus niñas.

Las niñas de ella.

Las niñas de ambos.

Daklar sabía cómo hacerse querer. Un acercamiento sexual lo hubiera hecho sentirse incómodo, inseguro. Pero una salida con las niñas…

Era justo lo que él necesitaba.

—Claro —dijo—, Claro.

Ponter llamó a Megameg, y se fueron a buscar a Jasmel, cosa que fue bastante fácil, ya que su Acompañante y Hak podían comunicarse entre sí. Había montones de niños jugando todavía, pero muchos adultos se habían ido a sus casas para hacer el amor. Unos pocos adultos (hombres y mujeres) estaban todavía en la calle.

Ponter no había visto a muchos niños en el mundo gliksin, pero había deducido que no se quedaban solos de aquella manera. La sociedad gliksin estaba doblemente herida. Primero, nunca había purgado su poso genético, eliminando las tendencias psicológicas más indeseables. Y segundo, ningún Lewis Trob había aparecido para liberarla: sin los implantes Acompañantes y grabadores de coartadas, los gliksins estaban todavía expuestos a ataques personales y, basándose en lo poco que había visto del sistema de vídeo gliksin, los niños eran objetivos corrientes.

Pero aquí, en este mundo, los niños podían vagar libremente noche y día. Ponter se preguntó cómo conservaban la cordura los padres en el mundo gliksin.

—¡Allí está! —dijo Daklar, divisando a la hija de Ponter antes de que lo hiciera él mismo. Jasmel y Tryon miraban un conjunto de artefactos de desguace expuesto al aire libre.

—¡Jasmel!, —llamó Ponter, saludando. Su hija alzó la cabeza, y a él le encantó ver una sonrisa instantánea, no una mirada de decepción porque hubiera interrumpido su momento con Tryon.

Ponter y Daklar recorrieron la distancia que los separaba.

—Estábamos pensando en ir a la plaza Darson, para comer búfalo.

—Me gustaría pasar un rato con mis padres —dijo Tryon, ya fuera porque captó algún indicio por la postura de Ponter o porque quería de verdad hacer lo que decía. Tryon se inclinó hacia delante y le lamió la cara a Jasmel—. Te veré esta noche.

—Vamos —dijo Megameg, agarrando la mano de Ponter con la izquierda y la de Daklar con la derecha. Jasmel se situó junto a Ponter, y él le pasó un brazo por los hombros, y los cuatro se marcharon juntos.

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