—Me dijo usted antes que su único interés en ver abierto nuevamente el portal eran los beneficios que eso aportaría a la gente de nuestro mundo —dijo Jurard Selgan.
Ponter asintió, cortante.
—Así es.
— Y como la habilidad para entrar en contacto con ese otro mundo dependía del ordenador cuántico que usted había desarrollado con Adikor Huld, naturalmente se quedaría aquí, en esta Tierra, ayudando a supervisar las instalaciones de cálculo cuántico.
—Bueno… —empezó a decir Ponter, pero entonces se calló.
—Dijo que no tenía ningún interés personal en este asunto, ¿no?
—Sí, pero…
—Pero se enfrentó de nuevo al Gran Consejo Gris, ¿no? Insistió en que se le permitiera regresar personalmente a la otra Tierra.
—Era lo único que tenía sentido —dijo Ponter—. Nadie de nuestro mundo excepto yo había estado allí. Conocía a algunas personas de allí y había aprendido mucho sobre su mundo.
—Y se negó a transferirle a nadie la base de datos lingüística gliksin que su implante Acompañante había recopilado a menos que se le garantizara el derecho a formar parte del siguiente grupo que viajara al otro mundo.
—No fue así —dijo Ponter—. Simplemente sugerí que mi presencia sería útil.
El tono de Selgan era amable.
—Hizo algo más que «sugerir simplemente». Como prácticamente todo el mundo, lo vi casi todo en mi mirador. Si su propio recuerdo de los acontecimientos se ha borrado, podemos acceder fácilmente a su archivo de coartadas de ese día. Para eso fue construido aquí el centro de terapia, tan cerca del Pabellón de Archivos de Coartadas. ¿Vamos allí y…?
—No —dijo Ponter—. No, eso no será necesario.
—¿Entonces utilizó usted … coacción quizá sea una palabra demasiado fuerte, para volver al otro mundo?
—Quería hacer la mayor contribución posible. El Código de la civilización requiere eso de cada uno de nosotros.
—Sí —reconoció Selgan— y si esa contribución, si pudiera servirse mejor al bien de la mayoría cometiendo un crimen, bueno, entonces…
—Se equivoca —dijo Ponter—. Entonces ni siquiera había imaginado mi crimen. Mi único objetivo… —Hizo una pausa, luego continuó—: Mi único objetivo era contribuir a que continuara el contacto y, sí, ver a mi amiga Mary Vaughan. Nunca hubiese ido allí de haber sabido lo que acabaría haciendo…
—Eso no es completamente cierto, ¿verdad? —dijo Selgan—. Dijo que si hubiera tenido la oportunidad de revivir el momento de su crimen, lo habría cometido igualmente.
—Sí, pero…
—¿Pero qué?
Ponter suspiró.
—Pero nada.
El Gran Consejo Gris había aceptado por fin la exigencia de Ponter de que le permitieran dejar d ordenador cuántico al cuidado de Adikor, para que él regresara al mundo gliksin. Esperaba que se mostraran conformes pero reacios (y estaba seguro de que así había sido), pero no que le concedieran el titulo de «enviado».
Por mucho que quisiera regresar, y ver de nuevo a Mary, tenía sentimientos encontrados. Su última visita había sido un accidente, y le había aterrado no poder volver a casa. Aunque Adikor y él creían que era factible reabrir el portal y mantenerlo abierto durante tiempo indefinido, nadie lo sabía realmente con seguridad. Ponter ya casi había perdido a Adikor, Jasmal y Megameg una vez: no estaba seguro de poder soportar perderlos de nuevo.
Pero no. Iría. A pesar de sus inquietudes, Ponter quería ir. Sí, le interesaba averiguar cómo se desarrollarían las cosas con Daklar Bolbay. Pero pasaría casi otro mes entero antes de que Dos volvieran a ser Uno, su próxima oportunidad de verla y, si todo iba bien, volvería a este mundo mucho antes.
Además, esta vez Ponter no viajaría solo. Lo acompañaría Tukana Prat, una hembra de la generación 144, diez años mayor que él.
La primera apertura del portal había sido un acontecimiento imprevisto; la segunda, un intento de rescate a la desesperada. Esta vez sería una operación planeada y ordenada.
Siempre cabía la posibilidad de que las cosas salieran mal, de que el portal se abriera a algún otro mundo, o que Ponter hubiera malinterpretado a los gliksins y estuvieran esperando una oportunidad para invadirlos desde el otro lado. En previsión de esto último, uno de los miembros más viejos del Consejo tendría un detonador en la mano. Se habían colocado explosivos en todas las salas de la instalación cuántica subterránea. Si las cosas iban mal, Bedros detonaría los explosivos; miles de pertavs de roca se desplomarían, llenando la cámara. Y aunque las transmisiones del implante Acompañante de Bedros no llegaran a la superficie desde allí, sí que llegarían a los explosivos: si Bedros tenía que morir (si los gliksins u otras criaturas los invadían disparando sus armas) su Acompañante dispararía los explosivos.
Adikor, mientras tanto, se encargaría de un botón de emergencia menos radical. Si algo fallaba, podría desconectar toda la energía del ordenador cuántico, lo cual cortaría el enlace. Y si moría, su Acompañante podría hacer lo mismo. En la superficie, la entrada a la mina de níquel Debral había sido preparada igualmente con explosivos, y los controladores vigilaban, dispuestos a actuar en caso de emergencia.
Naturalmente, Ponter y Tukana no iban a aparecer sin más al otro lado. Se enviaría una sonda primero, con cámaras, micrófonos, aparatos para tomar muestras de aire y de más. La senda había sido pintada de un naranja vivo y un aro de luces la rodeaba. Querían que no hubiera ninguna posibilidad de que los gliksins la confundieran con un aparato espía: Ponter había explicado la extraña obsesión de los gliksins por proteger su intimidad.
Como el robot enviado para rescatar a Ponter, la sonda suministraría datos a este lado a través de un cable de fibra óptica. Pero, al contrario que aquel desgraciado robot, estaría también sujeto por una fuerte cuerda de fibra sintética.
Aunque la sonda era tecnológicamente muy sofisticada, y el tubo de Derkers que se emplearía para obligar al portal a permanecer abierto era una pieza de ingeniería mecánica razonablemente compleja, la introducción del tubo sería una operación simple.
El ordenador cuántico de Ponter y Adikor había sido construido para hallar números verdaderamente enormes. Al hacerlo, accedía a universos paralelos donde ya existían otras versiones de sí mismo, y cada una de esas versiones probaba un solo factor potencial. Al combinar los resultados de todos los universos, se podían comprobar simultáneamente millones de factores potenciales.
Pero si el número era tan gigantesco que tenía más factores candidatos que universos paralelos donde aquella instalación de cálculo cuántico ya existía, el ordenador cuántico se veía obligado a tratar de acceder a universos donde no existía una versión de sí mismo. En cuanto conectara con uno de esos universos) el proceso de búsqueda de factores se interrumpiría, creando el portal.
La instalación de cálculo cuántico constaba originalmente de sólo cuatro habitaciones: un baño seco, un comedor, la sala de control y la enorme cámara de ordenadores. Pero se acababan de añadir tres habitaciones más: una pequeña enfermería, un dormitorio y una gran sala de descontaminación. La gente tendría que ser descontaminada al ir en cada dirección, para reducir la posibilidad de que llevara algo lesivo al otro mundo y limpiarla de cualquier patógeno que pudiera traer. Los gliksins tenían una tecnología de descontaminación limitada: tal vez al no tener casi vello corporal les resultaba fácil mantenerse limpios, O aquella nariz suya diminuta los mantenía benditamente ignorantes de su propia suciedad. Pero los descontaminadores corporales sintonizados por láser (que atravesaban limpiamente las estructuras proteínicas específicas de la piel humana, la carne, los órganos y el pelo, pero que desintegraban gérmenes y virus) hacía tiempo que se utilizaban en este mundo.
Nunca había habido tanta gente en las instalaciones de cálculo cuántico. Ponter y Adikor estaban allí. Y la embajadora Prat, y tres miembros del Gran Consejo Gris, incluidos los representantes locales. Dem, el experto en robótica estaba presente también, para manejar la sonda. Y dos exhibicionistas con sus unidades grabadoras tomaban imágenes que transmitirían en cuanto volvieran a la superficie.
Y había llegado el momento.
Adikor se situó ante su consola de control, a un lado de la sala, y Ponter ante la suya, en el otro. Dern tenía una consola independiente sobre una mesa.
—¿Llevas todo lo necesario para el viaje? —preguntó Adikor.
Ponter hizo una última comprobación. Hak, naturalmente, estaba allí, como siempre, y había sido mejorada con una completa base de datos de medicina y cirugía, por si algo les sucedía a Ponter o a Tukana en el mundo gliksin.
Una ancha banda de cuero cubierta de bolsas rodeaba la cintura de Ponter. Ya había hecho inventario: antibióticos, antivirales, potenciadores del sistema inmunológico, vendas esterilizadas, un escalpelo cauterizador láser, tijeras quirúrgicas y una selección de anticongestivos, analgésicos y somníferos. Tukana lucía un cinturón similar. También llevaban las dos maletas con varias mudas de ropa.
—Todo listo —dijo Ponter.
—Todo listo —repitió Tukana.
Adikor miró a Dern.
—¿Y tú?
El grueso científico asintió.
—Listo.
—Cuando queráis, entonces —le dijo Adikor a Ponter.
Ponter le hizo un gesto extendiendo los dedos.
—Vayamos a ver a nuestros primos.
—De acuerdo —dijo Adikor—. ¡Diez!
Había un exhibicionista de pie junto a Adikor; el otro estaba junto a Ponter.
—¡Nueve!
Los tres miembros del Gran Consejo Gris se miraron entre sí: muchos más hubiesen querido asistir, pero se decidió que no podían arriesgarse más que tres.
—¡Ocho!
Dern tiró de algunas clavijas de control de su consola.
—¡Siete!
Ponter miró a la embajadora Prat; si estaba nerviosa lo disimulaba bien.
—¡Seis!
Entonces miró por encima del hombro la ancha espalda de Adikor.
Deliberadamente no se habían despedido de ninguna manera especial la noche anterior: ninguno de los dos quería admitir que, si algo salía mal, cabía la posibilidad de que Ponter nunca regresara a casa.
—¡Cinco!
Y no perdería sólo a Adikor. La idea de que sus hijas se quedaran huérfanas a una edad tan temprana había sido la principal preocupación de Ponter al repetir aquel viaje.
—¡Cuatro!
Una preocupación menor (pero significativa) era volver a caer enfermo en el mundo gliksin, a pesar de que los doctores habían reforzado su sistema inmunológico y Hak había sido modificada para analizar constantemente su sangre en busca de cuerpos extraños.
—¡Tres!
También le preocupaba que él mismo o Tukana desarrollaran alergias a las cosas del otro lado.
—¡Dos!
Y Ponter tenía algún que otro recelo sobre la estabilidad a largo plazo del portal, basado, después de todo, en procesos cuánticos que eran, por su propia naturaleza, impredecibles. Sin embargo…
—¡Uno!
Sin embargo, a pesar de todos los problemas potenciales, de todos los inconvenientes potenciales, regresar al mundo gliksin tenía un aspecto muy positivo…
—¡Cero!
Ponter y Adikor tiraron simultáneamente de las clavijas de sus paneles de control.
De repente se produjo un gran rugido en la cámara de cálculo, visible a través de una ventana de la sala de control. Ponter sabía lo que estaba sucediendo aunque nunca lo había visto como espectador, Todo lo que no estuviera atornillado en la sala de cálculo estaba siendo lanzado al otro universo. Los cilindros de registro de cristal y acero (incluso el defectuoso, el 69) permanecieron firmes, pero todo el aire de la cámara estaba siendo intercambiado por una masa comparable en el otro universo. Cuando Ponter había sido trasladado accidentalmente, el espacio correspondiente del otro lado contenía una gigantesca esfera acrílica llena de agua pesada… el corazón de un detector de neutrinos gliksin.
Pero esta vez no llegó ningún borbotón de agua pesada. Habían achicado la cámara antes del regreso de Ponter, para que el daño que su llegada había causado a la esfera acrílica pudiera ser reparado.
Justo según lo previsto, la brillante sonda (cilíndrica, de aproximadamente una brazada de largo) atravesó el fuego azul que marcaba el portal, la luz abrazando los contornos de la sonda al hacerlo. Ya sólo se veían los cables de sujeción y telecomunicación sujetos a la sonda, tensos, que desaparecían en el aire a la altura de la cintura. Ponter dirigió su atención al gran monitor de pared añadido a la sala de control para mostrar lo que captara la sonda.
Y lo que captaba eran…
—¡Gliksins! —exclamó la embajadora Prat.
—Y yo que no me lo podía creer —dijo el consejero Bedros.
Adikor se volvió a mirar a Ponter, sonriendo.
—¿Hay alguien a quien conozcas?
Ponter observó la escena. Como antes, el portal había aparecido a varios cuerpos por encima del suelo; la instalación de cálculo cuántico parecía estar levemente por encima y ligeramente al norte del centro de la cámara de detección de neutrinos. Una docena o más de gliksins trabajaba dentro de la cámara, todavía seca. Todos llevaban mono y, en la cabeza, aquellas conchas de tortuga amarillas de plástico. La mayoría de los gliksins tenían la misma piel clara que el pueblo de Ponter, pero dos la tenían marrón oscuro. A Ponter le pareció que la mayoría de los trabajadores eran varones, pero era muy difícil decirlo con los gliksins. Naturalmente, la única cara que esperaba ver era femenina, pero no había ningún motivo para que estuviera haciendo reparaciones en el fondo de una mina.
Todas las caras miraban directamente la sonda y varios de los individuos señalaban con sus flacos brazos.
—No —dijo Ponter—, Nadie conocido.
Los micrófonos de la sonda estaban captando sonidos, que resonaban extrañamente en la cavernosa cámara. Ponter no entendía demasiado de lo que se decía, pero escuchó su nombre en algún momento.
—Hak —dijo Ponter, hablando a su Acompañante—, ¿qué están diciendo?
Hak tenía una nueva voz: mientras mejoraban a su Acompañante, Ponter le había pedido a Kobast Gant que programara una agradable voz masculina que no se pareciera a la de nadie que Ponter conociera.
Hak habló a través de su altavoz externo, para que todo el grupo pudiera oírlo.
—El varón situado a la derecha de la pantalla acaba de invocar a esa cosa que llaman Dios… al parecer, en este contexto, es una exclamación de sorpresa. El varón que está a su lado mencionó al hijo putativo de esa cosa Dios. Y la mujer que está a su lado ha dicho: «Santo cielo.»
—Muy extraño —dijo Tukana.
—El varón de la derecha —continuó Hak—, acaba de gritarle a alguien que se encuentra fuera de nuestro campo de visión que pongan a la doctora Mah en el enlace de comunicaciones.
Mientras Hak hablaba, varios humanos se acercaron a la sonda, A Ponter le gustó oír los jadeos de sorpresa de los tres miembros del Gran Consejo Gris y la embajadora Prat mientras veían sus primeras imágenes de cerca de los extraños y afilados rostros gliksin, con aquellas narices ridículamente pequeñas.
—Bueno —dijo Dera experto en robótica—, parece que hemos establecido contacto, y parece que las condiciones al otro lado son adecuadas.
Los tres miembros del Gran Consejo Gris consultaron entre sí durante varios latidos, y entonces Bedros asintió.
—Adelante —dijo.
Ponter y Dern agarraron cada uno un extremo del tubo de Derkers plegado. Adikor abrió la puerta que conducía a la sala de cálculo. No hubo ningún siseo ecualizador, ningún zumbar de oídos; aunque el aire de la cámara de cálculo procedía presumiblemente ahora en su mayoría del mundo gliksin, se habían intercambiado volúmenes comparables. Los gliksins filtraban con cuidado el aire del detector de neutrinos, y el aire que Ponter estaba respirando ahora no olía a nada.
El punto de entrada al otro universo quedó claramente delimitado por los dos cables que desaparecían en un agujero rodeado de azul en el espacio. Dern, que había estado presente durante el rescate de Ponter, maniobró el extremo del tubo de Derkers plegado para que entrara en contacto con el cable de sujeción de la sonda. Ponter blandió el tubo (de unas buenas ocho brazadas), y lo colocó paralelo al cable de sujeción.
—¿Listo? —preguntó Dern, mirando a Ponter por encima del hombro.
Ponter asintió.
—Listo.
—Muy bien —dijo Dern—. Con suavidad ahora.
Dern empezó a pasar el tubo por el portal, que se ensanchó lo suficiente para acomodarse a su estrecho diámetro. Ponter empujó con cuidado desde atrás. Adikor había traído un monitor portátil que reproducía la imagen de la sonda. Movió el aparato para que Dern y Ponter pudieran ver lo que estaba pasando al otro lado. Aunque habían bajado la sonda al suelo de la cámara detectora de neutrinos, de modo que los dos cables atados iban hacia abajo al atravesar el portal, el tubo de Derkers sobresalía paralelo al suelo. Los gliksins no podían alcanzarlo: estaba demasiado por encima de sus cabezas. Pero lo señalaban, y gritaban entre sí.
—Ya es suficiente —dijo Dern cuando vio que había pasado casi la mitad del tubo. Había hecho una pequeña marca de referencia en el punto medio. Ponter dejó de pasar tubo. Dern se acercó al extremo para ayudarlo a abrirlo.
Al principio, Ponter y Dern apenas podían meter una mano en la estrecha boca del tubo, pero éste cedió cuando tiraron en direcciones opuestas, expandiendo su diámetro más y más mientras sus mecanismos de encaje emitían fuertes chasquidos.
Ponter metió la otra mano en la boca ensanchada, y Dern metió la izquierda también, y los dos continuaron abriéndola. Pronto el tubo adquirió una buena brazada de diámetro, pero eso era sólo la tercera parte de su extensión máxima, y siguieron abriéndolo más y más.
La embajadora Prat y los tres Grandes Consejeros Grises habían bajado a la sala de cálculo. Uno de los exhibicionistas los acompañaba; el otro estaba en el escalón superior que conducía a la sala de control: era evidente que quería poder largarse de allí si algo salía mal.
Parecía que el viejo Bedros quería echar una mano: estaban haciendo historia, después de todo. Ponter asintió para que colaborara. Pronto, seis manos estuvieron tirando de la boca del tubo. En el monitor portátil, Ponter vio las extrañas mandíbulas puntiagudas de los gliksins abiertas de asombro.
Finalmente, terminaron: el tubo había alcanzado su diámetro máximo y su parte inferior reposaba en el suelo de granito de la sala de cálculo. Ponter miró a Tukana y le indicó que avanzara.
—Usted es la embajadora —dijo.
La mujer del pelo gris negó con la cabeza.
—Pero le conocen a usted: una cara reconocible y amistosa.
Ponter asintió.
—Como usted quiera.
Adikor le dio a Ponter un fuerte abrazo. Entonces Ponter regresó a la boca del túnel, e inspiró profundamente, pues aunque había visto a través de los ojos de la sonda, no podía dejar de recordar lo que le había sucedido la última vez que pasó al mundo gliksin. Empezó a recorrer la longitud del tubo. Desde el interior, la única señal del portal era un leve anillo azul de luz, visible a través de la membrana translúcida entre los componentes entrecruzados de metal del tubo: parecía que al forzar el portal a abrirse de esta forma, no tendrían que soportar la inquietante visión de las secciones transversales de sí mismos al ir al otro lado.
Ponter caminó hacia el anillo azul y, con un paso de gigante, cruzó el umbral que conducía al mundo gliksin. Por la abertura del túnel vio la pared del fondo de la cámara de detección de neutrinos, un poco más lejos. Sólo tardó unos latidos en llegar al final del túnel, que, puesto que Adikor y Dern lo sujetaban con fuerza desde el otro lado, no temblaba mucho bajo su peso.
Asomo la cabeza al final del tubo y miró a los gliksins de abajo con lo que, lo sabía, debía ser una enorme sonrisa. Pronunció unas cuantas palabras y Hak proporcionó la traducción al máximo volumen de su Altavoz externo.
—¿Alguien quiere ser tan amable de acercar una escalerilla?