Selgan, el escultor de personalidad, miró a Ponter durante un rato.
— Ya veo que le gusta bromear.
—¿Qué quiere decir?
—«Asunto concluido.» Me ha dicho que cometió un crimen en el mundo gliksin… es fácil deducir cuál.
—¿Sí? Dudo que lo haya deducido.
Selgan se encogió levemente de hombros.
—Posiblemente no. Pero he deducido una cosa que tal vez se le haya pasado por alto a usted.
Ponter parecía irritado.
—¿Y cuál es?
—Mary sospechaba que iba a hacerle algo a Ruskin.
—No, no, ella es completamente inocente.
—¿Lo es? Una mujer de su inteligencia… ¿y sin embargo aceptó su pobre excusa para que le enseñara dónde vivía Ruskin?
—¡Teníamos la firme intención de enviarle una carta de advertencia! Tal como habíamos discutido. Mary es pura, sin pecado… ¡eso es lo que significa su nombre! Lleva el nombre de la madre de Su Dios encarnado, una mujer que concibió inmaculadamente, sin el pecado original. Lo aprendí durante mi primer viaje a su mundo. Ella nunca…
Selgan alzó una mano.
—Cálmese, Ponter. No pretendía ofenderlo. Por favor, continúe con su narración…
— Ponter? —preguntó Hak a través de los implantes del oído.
Ponter movió la cabeza con un pequeñísimo gesto de asentimiento.
—A juzgar por el ritmo de su respiración, Mary duerme profundamente. No la despertarás si te vas ahora.
Ponter se levantó de la cama de Mary. Los brillantes dígitos rojos del reloj de la mesita de noche señalaban la 1.14. Salió de la habitación, recorrió el pequeño pasillo hasta el salón. Como siempre, se puso el cinturón médico y comprobó el contenido de una de las bolsas para asegurarse de que tenía la llave magnética que Mary le había dado; sabía que la necesitaría para volver al edificio. Luego abrió la puerta principal de la casa, salió al pasillo y bajó en ascensor hasta la planta baja.
Recorrió el gran vestíbulo y salió a la noche por las puertas dobles. ¡Pero qué distinta era la noche en este mundo! Había iluminación por todas partes: procedente de las ventanas, de las luces eléctricas colgadas en altos postes verticales, de los vehículos que pasaban por la carretera. Probablemente hubiese sido más fácil su completa oscuridad. Aunque sabía que desde lejos no se distinguía mucho de un gliksin (al menos de un levantador de pesas gliksin), hubiese preferido hacer aquel viaje en total oscuridad.
—Muy bien, Hak —dijo Ponter en voz baja—. ¿Por dónde?
—A tu izquierda —repuso Hak, usando el implante de su oído—.
Mary suele tomar una carretera diseñada exclusivamente para vehículos de motor, sin peatones, cuando viene a casa desde York.
—La Cuatro-cero-siete —dijo Ponter—. Así es como la llama.
—En cualquier caso, tendremos que encontrar otra ruta paralela más segura.
Ponter empezó a trotar. Había unas quince mil brazadas hasta su destino: no tardaría más de un diadécimo en llegar, si mantenía una velocidad decente.
La noche era fresca, maravillosamente fresca. y, en efecto, aunque había visto muchas hojas caducas que ya habían cambiado de color en su mundo, aquí todas parecían verdes… sí, verdes; incluso en plena noche había iluminación más que suficiente para discernir los colores con facilidad.
Ponter nunca había pensado antes en matar a nadie, pero…
Pero hasta entonces nadie había hecho tanto daño a alguien a quien él quisiera, y… y, aunque alguien se lo hubiera hecho, en un mundo civilizado esa persona hubiese sido capturada fácilmente y el Gobierno habría tomado medidas.
¡Pero aquí! Aquí, en esta loca Tierra reflejada…
Ponter tenía que hacer algo más que enviar una anónima carta de papel. Tenía que asegurarse de que Ruskin supiera no sólo que había sido descubierto, sino quién lo había descubierto. Tenía que hacerle comprender que no habría ninguna posibilidad de que volviera a librarse de un crimen semejante. Sólo entonces, Ponter estaba seguro, podría Mary empezar a encontrar la paz que la había estado eludiendo. Y sólo entonces sabría él si había verdad en la anterior sugerencia de Hak de que la actual conducta de Mary hacia él era atípica de su especie.
Ponter recorría una calle flanqueada por residencias de dos pisos, muchas con árboles en sus parcelas interiores de hierba. Mientras continuaba corriendo, vio a otra persona (un varón gliksin, de piel blanca y casi sin pelo en la cabeza) caminando hacia él. Ponter cruzó la calle, para no pasar cerca de esa persona, y siguió adelante, hacia el oeste.
—Gira a la izquierda aquí —dijo Hak—. Parece que no hay salida al fondo de este bloque de residencias.
Ponter así lo hizo y continuó su cómoda carrera a lo largo de la calle, en perpendicular. Tras recorrer sólo una manzana Hak le hizo girar de nuevo a la derecha, de nuevo rumbo al oeste, hacia York.
Un gato pequeño cruzó la calle ante Ponter, con la cola tiesa. A Ponter le sorprendía que aquellos humanos hubieran decidido domesticar gatos, que eran inútiles para cazar y ni siquiera recogían un palo. «Pero —pensó—, a cada uno lo suyo…» Siguió corriendo, sus pies planos resonando contra la pétrea superficie de la carretera.
Poco después, Ponter vio un gran perro negro que corría hacia él.
Eso sí que lo comprendía, ¡tener un perro por mascota! Había advertido que los gliksins tenían muchos tipos diferentes de perros… aparentemente creados por medio de cría selectiva. Algunos parecían poco adecuados para la caza, pero supuso que su aspecto era agradable para sus dueños.
Pero claro, Ponter había oído hablar a los paleo antropólogos en la reunión de Washington sobre su propio aspecto. Al parecer sus rasgos eran de lo que llamaban «neanderthaloide clásico»: una forma extrema. Estos eruditos se sorprendieron de que el pueblo de Ponter no hubiera visto reducidas la prominencia de la frente y el tamaño de la nariz, e incluso que no hubiese empezado a desarrollar esa ridícula proyección en la parte delantera de la mandíbula.
Pero desde el momento en que la verdadera conciencia había florecido en su pueblo y el universo se dividió, hacía medio millón de meses. Había sido la selección deliberada de parejas lo que había conducido a la conservación y, de hecho, al incremento de los rasgos que su pueblo consideraba tan hermosos.
—¿Te estás cansando ya? —preguntó Hak.
—No.
—Bien. Te falta la mitad.
De repente sobresaltó a Ponter un fuerte ladrido. Otro perro (grande, marrón) corría hacia él, y no parecía feliz. Ponter sabía que no podía vencer corriendo al cuadrúpedo, así que se detuvo y se dio la vuelta.
—Venga, venga —dijo, en su propio lenguaje, esperando que el perro captara el tono tranquilizador aunque no entendiera las palabras—. Eso es, lindo perrito.
La bestia marrón continuó corriendo hacia Ponter, todavía ladrando. Una luz se había encendido en la ventana del primer piso de una morada cercana.
—Eso es, lindo perrito —repitió Ponter, pero notó que se envaraba… lo cual sabía que era una tontería.
Igual que un barast, los perros olían el miedo…
Ponter no podía decir por qué el perro corría hacia él. Supuso que no atacaba a todo el mundo que asomaba por la calle, pero igual que él distinguía a un gliksin de un barast por el olor, al parecer también podía hacerlo esta bestia… y aunque sin duda nunca había visto a nadie del pueblo de Ponter, sabía que algo extraño había llegado a su jardín.
Ponter se estaba preparando para intentar agarrar al perro por el cuello cuando el animal se agachó y saltó hacia él y…
Un destello de luz en la semioscuridad…
Un sonido como de cuero mojado golpeando el hielo… y el perro aullando de dolor.
Había golpeado a Ponter con suficiente fuerza para disparar el escudo que le había dado Goosa Kusk. El animal, sorprendido, mareado y (Ponter lo olía) sangrando por el hocico, se dio media vuelta y se marchó corriendo tan rápido como había venido. Ponter inspiró profundamente, para calmarse, y luego reemprendió su carrera.
—Muy bien —dijo Hak, al cabo de un rato—. Ahora tenemos que cruzar esa carretera, la Cuatro-cero-siete. Ve hacia la izquierda, cruza ese puente. Ten cuidado, no te vaya a atropellar un coche.
Ponter hizo lo que Hak le pedía, y pronto estuvo al otro lado de la carretera, corriendo hacia el sur. Lejos, muy lejos en la distancia, vio las parpadeantes luces de la Torre CN, junto a la orilla del lago de Toronto. Mary le había dicho lo maravillosa que era la vista desde allí, pero hasta ahora no había visto la estructura más que desde una gran distancia.
Ponter cruzó otra carretera ancha por la que los coches circulaban, incluso a esa hora de la noche, cada pocos latidos. Poco después se encontró en el campus de la Universidad de York, y Hak lo dirigió, dejando atrás edificios y aparcamientos y espacios despejados, hasta el otro lado.
Y, después de varios cientos de brazadas de carrera, Ponter se encontró en una calle pequeña y sucia, cerca del edificio donde vivía Ruskin. Se inclinó y apoyó las manos sobre las rodillas, jadeando hasta recuperar el aliento. «Creo que me estoy haciendo viejo…» pensó. Un viento agradable le soplaba directamente en la cara, refrescándolo.
Mary podría haberse despertado ya y advertido su ausencia, pero en su breve experiencia de compartir una cama con ella Ponter había visto que dormía profundamente, y faltaban aún casi dos diadécimos para que saliera el sol. Ya habría vuelto a casa para entonces, aunque no mucho antes, y…
—Quieto —siseó una voz a su espalda, y Ponter sintió algo duro contra su riñón. De repente advirtió el fallo en el diseño del escudo de Goosa Kusk. Oh, sí, podía rechazar una bala disparada desde cierta distancia, pero era inútil si la disparaban contra alguien con el cañón en contacto directo con el cuerpo.
De todas formas, aquello era Canadá… y Mary había dicho que allí había pocas armas de fuego. Pero la idea de que le estuvieran hurgando el riñón con un cuchillo tampoco lo consoló.
Ponter no sabía que hacer. En ese momento, con la falta de luz, desde atrás, quien lo amenazaba presumiblemente no sabía que Ponter era un neanderthal. Pero si hablaba, incluso en voz baja, en su propia lengua, para que Hak pudiera traducir, revelaría ese hecho y…
—¿Qué quiere? —dijo Hak, en inglés, tomando la iniciativa.
—La cartera —dijo la voz. Masculina, y en absoluto nerviosa.
—No tengo cartera —dijo Hak.
—Lástima —dijo el gliksin—. O me das dinero… o me das sangre.
Ponter no tenía ninguna duda de que podía derrotar a cualquier gliksin desarmado en un combate cuerpo a cuerpo, pero aquél tenía un arma. De hecho, en ese momento, Hak debía de haber advertido que Ponter no podía ver qué arma era.
—Tiene un cuchillo de acero —dijo en los implantes del oído—, con una hoja de sierra de 1,2 palmos de largo, y un mango cuya firma térmica sugiere que es de madera pulida.
Ponter pensó en darse rápidamente la vuelta, esperando que la visión de su rostro barast fuera suficiente para sobresaltar al gliksin, pero lo último que quería era un testigo de que había ido a casa de Ruskin.
—No deja de apoyar el peso en la pierna izquierda primero y luego en la derecha —dijo Hak—. ¿Lo oyes?
Ponter asintió levísimamente.
—Se está apoyando en la izquierda… ahora en la derecha… la izquierda. ¿Captas el ritmo?
Otro leve gesto de asentimiento.
—¿Qué va a ser? —siseó el gliksin.
—Muy bien —le dijo Hak a Ponter—. Cuando yo diga «ahora» echa atrás el codo derecho con todas tus fuerzas. Deberías golpear al hombre en el plexo solar y, como mínimo, retrocederá tambaleándose, lo que quiere decir que el escudo debería protegerte del inminente golpe con el cuchillo.
Hak pasó a su altavoz externo.
—De verdad que no tengo dinero.
Y, mientras lo decía, Ponter advirtió que Hak había cometido un error, porque el sonido «i» de dinero lo suministró una voz gliksin que no casaba con la de Hak.
—¿Qué demo…? —dijo el gliksin, claramente sorprendido por el sonido—— Date la vuelta, pedazo de…
—¡Ahora! —dijo Hak al oído de Ponter.
Ponter echó el codo atrás con todas sus fuerzas, y pudo sentir que conectaba con el estómago del gliksin. El hombre soltó un ¡ooo! mientras el aire escapaba de sus pulmones, y Ponter se dio media vuelta para encararse a él.
—¡Jesús! —dijo el gliksin, al ver la cara peluda y el arco ciliar de Ponter.
El gliksin se abalanzó hacia delante, tan rápido que el escudo de Ponter se alzó con un destello de luz, bloqueando la hoja del cuchillo. Ponter disparó el brazo derecho, y agarró al gliksin por el flaco cuello. La persona parecía tener la mitad de la edad de Ponter. Durante un breve instante, Ponter pensó en cerrar el puño, aplastando la laringe del joven, pero no, no podía hacer eso.
—Suelte el cuchillo —dijo Ponter.
El gliksin miró hacia abajo. Ponter hizo lo mismo y vio que la hoja del cuchillo estaba doblada por el impacto con el escudo. Ponter tensó un poco los dedos. La presa del gliksin se abrió mientras la de Ponter se cerraba, y el cuchillo cayó al suelo con un tintineo.
—Ahora márchese de aquí —dijo Ponter, y Hak tradujo. — Márchese de aquí y no hable con nadie de esto.
Ponter soltó al gliksin, que inmediatamente empezó a jadear en busca de aire. Ponter levantó el brazo.
—¡Váyase!
El gliksin asintió y se marchó corriendo, agarrándose con una mano el vientre, allí donde le había golpeado el codo de Ponter.
Pontcr no perdió más tiempo. Se encaminó acera arriba, hacia la entrada del bloque de apartamentos.