35

Todavía faltaba un día para que Dos se convirtieran en Uno, pero Ponter y Mary se encontraron en el Pabellón de Archivos de Coartadas. Ponter la había conducido al ala sur, y ahora estaban delante de una pared llena de pequeños compartimentos, cada uno con un cubo de granito reconstituido de aproximadamente el tamaño de una pelota de voleibol. Mary había aprendido a leer los números neanderthales. Aquel cubo en concreto al que Ponter acercaba su Acompañante era el número 16.321. No tenía ninguna otra etiqueta pero, como en todos los cubos, una luz azul brillaba en el centro de una de sus caras.

Mary sacudió la cabeza, asombrada.

—¿Tu vida entera está grabada aquí dentro?

—Sí.

—¿Todo?

—Bueno, todo menos el trabajo realizado allá abajo, en las instalaciones de cálculo cuántico: las señales de mi Acompañante no podían atravesar los miles de brazadas de roca de encima. Oh, y mi primer viaje entero a tu mundo falta también.

—¿Pero el segundo viaje no?

—No, eso se descargó en cuanto los archivos de coartadas readquirieron la señal de Hak, cuando salimos de la mina, Una grabación entera de ese viaje está guardada aquí.

Mary no estaba del todo segura de cómo se sentía por eso. Desde luego no era un modelo de buena chica católica, pero ahora había una película porno de primera ahí dentro…

—Sorprendente —dijo Mary, Lilly, Kevin y Frank, del Grupo Sinergia, matarían por estar delante. Miró de nuevo el bloque de granito reconstituido. ¿Puedes borrar las memorias almacenadas?

—¿Por qué querrías hacer eso? —preguntó Ponter. Pero entonces apartó la mirada—. Lo siento. Una pregunta estúpida.

Mary negó con la cabeza. A pesar de lo que habían venido a investigar, Mary no estaba pensando en la violación.

—La verdad es que estaba pensando en mi primer matrimonio. De repente sintió que las mejillas se le ponían coloradas. Nunca antes se había referido al tema como su primer matrimonio.

—De todas formas —dijo—, empecemos.

Ponter asintió y se acercaron al mostrador, donde le habló a una mujer mayor.

—Me gustaría acceder a mi propio archivo, por favor.

—¿Identificación? —dijo la mujer.

Ponter pasó el brazo por encima de una placa escáner situada sobre el mostrador. La mujer miró una pantalla cuadrada.

—¿Ponter Boddit? —dijo—. Creía que estaba muerto.

—Graciosa —dijo Ponter—. Muy graciosa.

La mujer sonrió.

—Vengan conmigo.

Los condujo de vuelta al cubo de coartadas de Ponter, que acercó a Hak a la luz azul.

—Yo, Ponter Boddit, deseo acceder a mi propio archivo de coartadas por razones de curiosidad personal. Sello temporal.

La luz se volvió amarilla.

La mujer mayor alzó entonces su Acompañante.

—Yo, Mabla Dabdlab, mantenedora de coartadas, certifico que la identidad de Ponter Boddit ha sido confirmada en mi presencia. Sello temporal.

La luz se volvió roja y sonó un pitido.

—Todo listo —dijo Dabdalb—. Pueden usar la sala siete.

—Gracias —respondió Ponter—. Día sano.

Ponter condujo a Mary hasta la sala de visionado. Por primera vez, ella comprendió realmente cómo debía de sentirse Ponter en su mundo. Pudo sentir que todos los ojos en aquel enorme lugar se volvían hacia ella, ansiosos. Trató de no parecer cohibida. ,

Ponter entró en la sala, que tenía una pequeña consola amarilla montada en la pared y dos de aquellas sillas para sentarse a horcajadas que tanto gustaban a los neanderthalcs, presumiblemente por sus anchas caderas. Se acercó al panel de control y empezó a tirar de las varillas que manejaban la unidad. Mary miró por encima del hombro.

—¿Cómo es que no usáis botones? —preguntó.

—¿Botones? —repitió Ponter.

—Ya sabes, esos interruptores mecánicos que se aprietan.

—Oh. Lo hacemos en algunas aplicaciones. Pero no en muchas. Si alguien resbala y cae, puede golpear accidentalmente los botones con la mano. De las clavijas de control hay que tirar: las consideramos más seguras.

Mary recordó un episodio de Star Trek en el que Spock, nada menos, apretaba por accidente algunos botones mientras se ponía en pie, alertando a los romulanos de la presencia de la Enterprise.

—Tiene sentido —dijo.

Ponter siguió tirando de las varillas.

—Muy bien —dijo por fin—. Ya está.

Para asombro de Mary, una gran esfera transparente apareció en el centro de la sala, flotando libremente. Se fue dividiendo en esferas más y más pequeñas, cada una teñida de un color distinto. La subdivisión continuó hasta que Mary advirtió que estaba viendo una imagen tridimensional de la sala de interrogatorios de la comisaría de policía de Toronto. Allí estaba el detective Hobbes, de espaldas a ellos, hablándole a alguien. Y allí estaban la propia Mary, más gruesa de lo que le gustaba, y Ponter. Ponter alargó la mano para hacerse con el clasificador que Hobbes había dejado sobre la mesa, y lo hojeó rápidamente. Las imágenes de las páginas pasaron demasiado rápidamente para que Mary las viera, pero Pontcr regresó al principio, y luego las reprodujo lentamente. Para sorpresa de Mary, la imagen no se volvió borrosa ni nada: podía leer fácilmente las páginas mientras pasaban, aunque tuvo que ladear la cabeza para hacerla.

—¿Bien? —preguntó Ponter.

—Espera un segundo… —dijo Mary, buscando algo que no supiera ya—. No, nada. ¿Puedes pasar a la siguiente página, por favor? ¡Ahí! Para. Muy bien, vamos a ver…

De repente Mary sintió un nudo en el estómago.

—Oh, Dios mío —dijo—. Dios mío.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ponter.

Mary retrocedió, tambaleándose. Tropezó contra una silla de horcajadas y la utilizó para sujetarse.

—La otra víctima…

—¿Sí? ¿Sí?

—Fue Qaiser Remtulla.

—¿Quién?

—Mi jefa, Mi amiga. La jefa del Departamento de Genética de York.

—Lo siento —dijo Ponter.

Mary cerró los ojos.

—Y yo también —dijo—. Si por lo menos…

—Mary —dijo Ponter, poniéndole una mano en el hombro, lo pasado, pasado está. No puedes hacer nada al respecto. Pero tal vez haya algo que hacer de cara al futuro.

Ella alzó la cabeza pero no dijo nada.

—Lee el resto del informe. Tal vez encuentres información útil. Mary tardó un momento en recuperar la compostura, luego regresó al halo grama y siguió leyendo, a pesar del picor en los ojos, hasta que…

—¡Sí! —exclamó—. ¡Sí, sí!

—¿Qué pasa?

—La policía de Toronto —dijo Mary—. Tienen pruebas físicas del ataque a Qaiser. Datos completos de la violación. —Hizo una pausa—. Tal vez pillen al hijo de puta, después de todo.

Pero Ponter frunció el ceño.

—El controlador Hobbes no parecía seguro.

—Lo sé, pero… —Mary suspiró—. No, probablemente tengas razón. —Guardó silencio un momento—. No sé si podré volver a mirar a Qaiser a la cara.

Mary no pretendía tratar el tema de la vuelta a casa, de verdad que no. Pero si quería ver a Qaiser, tendría que regresar, y allí estaba, en el aire, flotando entre ellos.

—Ella te perdonará —dijo Ponter—. El perdón es una virtud cristiana.

—Qaiser no es cristiana, sino musulmana.

Mary frunció el ceño, avergonzada de su propia ignorancia. ¿Tenían los musulmanes el perdón en alta estima también? Pero no, no. Eso no importaba. Si la situación hubiese sido la contraria, ¿podría Mary haber perdonado de verdad a Qaiser?

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó.

—¿Sobre el violador? Lo que podamos, cuando podamos.

—No, no. No sobre el violador. Sobre mañana. Sobre Dos que se convierten en Uno.

—Ah —dijo Ponter—. Sí.

—Jasmel lo pasará con Tryon, ¿no?

Ponter sonrió.

—Oh, sí, desde luego.

—Y acabas de ver a Megameg.

—Nunca la veo lo suficiente… pero comprendo lo que quieres decir.

—Y eso deja…

Ponter suspiró.

—Eso deja a Daklar.

—¿Qué va a hacer?

Ponter lo consideró.

—Ya he violado la tradición viniendo al Centro un día antes. Supongo que no importará si vaya ver a Daklar ahora.

El corazón de Mary dio un vuelco.

—¿Solo?

—Sí —dijo Ponter—. Solo.

Ponter esperaba ante la puerta de la oficina de Daklar, intentando hacer acopio de valor. Se sentía como si hubiera vuelto al mundo gliksin: todas las hembras que pasaban por su lado lo miraban como si no perteneciera a aquel lugar.

Y, en efecto, no pertenecía… hasta el día siguiente. Pero aquello no podía esperar. De todas formas, a pesar de haberlo repasado mentalmente durante el largo trayecto desde el Pabellón de Archivos de Coartadas, no tenía ni idea de como empezar. Tal vez…

De repente, la puerta de la oficina de Daklar se desplegó.

—¡Ponter! —exclamó ella—. ¡Me pareció olerte!

Abrió los brazos, esperando recibirlo, y él acudió al abrazo. Pero ella debió de sentir la tensión en su espalda.

—¿Qué sucede? —preguntó—. ¿Qué va mal?

—¿Puedo pasar? —preguntó Ponter.

—Sí, por supuesto.

Ella entró en su oficina (semicircular, la mitad del núcleo ahuecado de un tronco enorme), y Ponter la siguió, cerrando la puerta tras él.

—No estaré aquí, en este mundo, para el Dos que se convierten en Uno.

Daklar abrió mucho los ojos.

—¿Te han llamado de la otra Tierra? ¿Algo va mal allí?

Ponter sabía que las cosas que iban mal allí eran innumerables, pero negó con la cabeza.

—No.

—Entonces, Ponter, tus hijas querrán verte.

—Jasmel no querrá ver a nadie más que a Tryon.

—¿Y Mega?

Ponter asintió.

—Ella se entristecerá, sí.

—¿Y… yo?

Ponter cerró los ojos un momento.

—Lo siento, Daklar. Lo siento muchísimo.

—Es ella, ¿verdad? Esa mujer gliksin.

—Su nombre es… —y Ponter deseó fervientemente poder defenderla adecuadamente, deseó poder pronunciar su nombre bien—. Su nombre es Mary.

Pero Daklar se aprovechó.

—¡Escúchate! ¡Ni siquiera puedes pronunciar su nombre! Ponter, nunca funcionará entre vosotros. Sois de mundos distintos… ¡ella ni siquiera es uno de nosotros!

Ponter se encogió de hombros.

—Lo sé, pero…

Daklar dejó escapar un enorme suspiro.

—Pero vas a intentarlo. Cartílagos, Ponter, los hombres nunca dejáis de sorprenderme. Os agarráis a cualquier cosa.

Ponter volvió atrás 229 meses, cuando estaba en la Academia de Ciencias con Adikor, cuando tuvieron aquella estúpida pelea, cuando él provocó tanto a Adikor que éste lanzó el puño contra su cara. Hacía tiempo que había perdonado a Adikor, pero ahora, finalmente, comprendió, comprendió estar tan enfurecido que la violencia pareciera la única alternativa.

Se dio media vuelta y salió en tromba del edificio, buscando algo que destruir.

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