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Mary había regresado a su laboratorio del primer piso y estaba sentada en un sillón giratorio de cuero negro, el tipo de mueble lujoso propio de ejecutivos que no hay nunca en el despacho de un catedrático de universidad, Se había dado la vuelta, apartándose de la mesa, y contemplaba a través del ventanal encarado al norte el lago Ontario. Sabía que Toronto estaba frente a Rochester, pero ni siquiera en un día claro lo veía desde allí; la costa opuesta estaba más allá del horizonte. La estructura libre más alta del mundo, la Torre CN, estaba justo en la orilla de Toronto. Casi había esperado que, al menos, despuntara en la curva de la superficie de la Tierra, pero…

Pero recordaba a Ponter diciendo que había sido un error pedir que su implante Acompañante, Hak, estuviera programado con la voz de su esposa muerta. En vez de darle consuelo, era un doloroso recordatorio de cosas perdidas. Tal vez era mejor que Mary no pudiera ver nada de Toronto a través de su ventana,

Le habían dicho que Seabreeze era un lugar maravilloso en verano, pero ahora que empezaba el otoño, era bastante sombrío, Mary se había aficionado a las noticias de la WROC, la afiliada local de la CBS, pero en todos los partes meteorológicos que había oído usaban el término «efecto lago», algo que nunca había visto cuando vivía en el lado norte del mismo lago. Toronto estaba razonablemente libre de nieve en invierno, pero al parecer Rochester quedaba embotado por la materia blanca, gracias al aire frío que bajaba de Canadá y acumulaba humedad cuando alcanzaba el lago Ontario.

Mary tomó un tazón de café, lo llenó con su poción favorita de Maxwell House mezclado con batido de chocolate, y dio un sorbo. Se había aficionado al Upstate Dairy’s Extreme Chocolate Milk, que, como el fabuloso Heluva Good French Onion Dip, no estaba disponible en Toronto. Al menos, estar lejos de casa tenía unas cuantas compensaciones…

Mary salió de su ensimismamiento cuando sonó el teléfono de su escritorio. Soltó el tazón de café. Muy pocas personas tenían su número de aquí… y no era una llamada interna del Grupo Sinergia: ésas eran anunciadas por un timbre diferente.

Descolgó el auricular negro.

—¿Diga?

—¿Profesora Vaughan? —dijo una voz de mujer.

—¿Sí?

—Soy Daria.

Mary sintió que su espíritu se animaba. Daria Klein, su estudiante de posgrado en la Universidad de York. Naturalmente, Mary había dado su nuevo número de teléfono a los miembros de su antiguo departamento; después de dejarlos colgados justo antes de empezar las clases, era lo menos que podía hacer.

—¡Daria! —exclamó Mary—. ¡Cuánto me alegro de oírte!

Mary visualizó el rostro anguloso y sonriente de la esbelta muchacha de pelo oscuro.

—Yo también me alegro de oír su voz —dijo Daria. Espero que no le importe que la llame. Es que no quería enviar un e-mail con esto.

Mary casi podía oír a Daria dando saltitos arriba y abajo.

—¿Con qué?

—¡Con Ramsés!

Daria se estaba refiriendo obviamente al cadáver del antiguo egipcio en cuyo ADN había estado trabajando.

—Supongo que ya tienes los resultados —dijo Mary.

—¡Sí, sí! ¡Es en efecto miembro del linaje Ramsés… presumiblemente Ramsés I! ¡Apunte otro éxito para la Técnica Vaughan!

Mary probablemente se ruborizó un poquito.

—Eso es magnífico —dijo. Pero era Daria quien había hecho la concienzuda secuenciación—. Enhorabuena.

—Gracias. La gente de Emory está encantada.

—Maravilloso —dijo Mary—. Buen trabajo. Estoy realmente orgullosa de ti.

—Gracias —repitió Daria.

—Bueno, ¿y cómo van 1as cosas en York?

—Igual que siempre —dijo Daria—. Los interinos hablan de ir a la huelga, están zurrrando de lo lindo a los Yeomen, y el Gobierno provincial ha anunciado más recortes.

Mary soltó una risa triste.

—Lamento oír eso.

—Sí, bueno, ya sabe. —Daría hizo una pausa—. La noticia realmente preocupante es que violaron a una mujer en el campus a principios de semana. La noticia apareció en el Excalibur.

El corazón de Mary se paró durante un segundo,

—Dios mío —dijo.

Hizo girar el sillón para mirar de nuevo por la ventana, visualizando York.

—Sí —continuó Daria—. Sucedió cerca de aquí… cerca de Farquharson.

—¿Dijeron quién fue la víctima?

—No. No se han dado detalles.

—¿Han capturado al violador?

—Todavía no.

Mary inspiró profundamente.

—Ten cuidado, Daria. Ten mucho cuidado.

—Lo tendrá. Josh me recoge después del trabajo todos los días.

Josh (Mary nunca podía recordar si apellido) era el novio de Daria, un estudiante de derecho de Osgoode Hall.

—Bien —dijo Mary—. Eso está bien.

—De todas formas, sólo quería que supiera lo de Ramsés —dijo Daria, decidida a adoptar un tono más ligero—. Estoy segura de que causará algo de revuelo en la prensa. Alguien de la CBC vendrá maña al laboratorio.

—Eso es magnífico —dijo Daria, la mente desbocada.

—Estoy que no quepo en mí. ¡Todo esto es tan guai!

Mary sonrió. Sí que lo era.

—Bueno, pues la dejo —dijo Daria—. Sólo quería ponerla al corriente. Ya hablaremos otro día.

—Adiós —dijo Mary.

—Adiós —repitió Daria, y cortó la comunicación.

Mary trato de colgar el auricular, pero la mano le temblaba y no llegó a colocarlo en la horquilla.

Otra violación.

¿Significaba eso otro violador?

¿O… o… o…?

¿O era el monstruo, el animal, el que ella no había denunciado. Que volvía a golpear?

Mary sintió que se le revolvía el estómago, como si estuviera en un avión que hubiera entrado en picado.

Maldición. Maldición.

Si hubiera denunciado la violación… si hubiera alertado a la policía, al periódico del campus…

Sí, hacía semanas que había sido atacada. No había ningún motivo para, suponer que fuera el mismo violador. Pero, por otro lado, ¿cuánto dura la excitación, el subidón de violar a alguien? ¿Cuánto se tarda en acumular el valor (el horrible y destructor valor) para cometer de nuevo un crimen semejante?

Mary había advertido a Daria. No sólo ahora, sino antes, a través de un e-mail desde Sudbury. Ontario. Pero Daria era sólo una de las miles de mujeres que había en York, una de…

Mary había colaborado con el Departamento de Estudios Femeninos; sabía que la expresión feminista correcta era que todas las hembras adultas eran mujeres. Pero Mary tenía treinta y nueve años (Su cumpleaños había llegado y pasado sin que nadie lo advirtiera), y las estudiantes de York rondaban los dieciocho. Oh, eran desde luego mujeres… pero también chiquillas, al menos en comparación con Mary; muchas de ellas estaban lejos de casa por primera vez, empezando su andadura en la vida.

Y una bestia las estaba convirtiendo en sus presas. Una bestia que, tal vez, ella había dejado escapar.

Mary miro de nuevo por la ventana, pero esta vez se alegró de no poder ver Toronto.

Un poco después (Mary no tenía en realidad idea de cuánto) La puerta del laboratorio se abrió y Louise Benoit asomó la cabeza.

—Eh, Mary. ¿y si cenamos?

Mary hizo girar el sillón de cuero para mirar a Louise.

—¡Mon dieu! —exclamó Louise—. ¿Qu'est-ce qu'il y a de mal?

Mary sabía suficiente francés para comprender la pregunta.

—Nada. ¿Por qué lo dices?

Louise, hablando ahora en inglés, parecía como si no pudiera creer la respuesta de Mary.

—Has estado llorando.

Ausente, Mary se llevó una mano a la mejilla y la retiró. Alzó las cejas, asombrada.

—Oh —dijo en voz baja, sin saber con qué mas llenar el silencio.

—¿Qué ocurre? —preguntó de nuevo Louise.

Mary tomo aire y lo dejó escapar lentamente. Louise era lo más parecido que tenía a una amiga, allí, en Estados Unidos. Y Keisha, la consejera del Centro de Crisis de Violación con la que había hablado en Sudbury, parecía a años luz de distancia. Pero…

Pero no. No quería hablar de ello. No quería dar voz a su dolor. O a su culpa.

Sin embargo, tenía que decir algo.

—No es nada —dijo Mary por fin—, Es sólo… —Encontró una caja de pañuelos de papel en la mesa y se secó las lágrimas—. Sólo los hombres.

Louise asintió sabiamente, como si Mary estuviera hablando de algún… ¿cómo lo llamaría ella? Algún affaire de coeur que hubiera salido mal. Louise, sospechaba Mary, había tenido un montón de novios.

—Hombres —coincidió Louise, poniendo en blanco sus ojos marrones—. No se puede vivir con ellos, y no se puede vivir sin ellos.

Mary estuvo a punto de asentir, pero, bueno, había oído que en el mundo de Ponter lo que Louise acababa de decir no era cierto. Y Cristo, Mary no era ninguna escolar… ni Louise tampoco.

—Son responsables de muchos de los problemas del mundo —dijo Mary.

Louise asintió también, y pareció captar el cambio de tono.

——Bueno, desde luego no hay mujeres detrás de la mayoría de ataque terroristas.

Mary que convenir con Louise en eso, pero… Pero no se trata sólo de los hombres de otros países. Son los hombres de aquí… de Estados Unidos y Canadá.

Louise frunció el ceño, preocupada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

Y finalmente Mary contestó, al menos en parte.

—Me han llamado de la Universidad de York. Ha habido una violación en el campus.

—¡Oh Dios mío! —dijo Louise—. ¿Alguien conocido?

Mary negó con la cabeza, aunque de hecho advirtió que no sabía la respuesta. «Dios», pensó, ¿y si había sido alguien que conocía, alguna de sus estudiantes?

—No —contestó, como si su gesto con la cabeza hubiera sido insuficiente—. Pero me ha deprimido.

Miro a Louise, tan joven, tan hermosa, y luego bajó los ojos.

—Es un crimen terrible.

Louise asintió aquel mismo gesto sabio y mundano que había hecho antes, como si (Mary sintió que se le contraía el estómago), como si tal vez, Louise realmente supiera de qué estaba hablando Mary. Pero Mary no podía seguir ahondando en aquello sin revelar su propia historia, y no estaba dispuesta a hacerlo… al menos todavía.

—Los hombres pueden ser horribles —dijo Mary.

Sonaba a tópico. A Bridget Jones, pero era cierto. Maldición, era cierto.

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