Mary entró sin hacer ruido en la habitación del hospital donde estaba Ponter. Los cirujanos no habían tenido ningún problema para extraer la bala: la anatomía neanderthal era similar a la del Horno sapiens, después de todo, y al parecer Hak había conversado con ellos durante todo el procedimiento. Ponter había perdido bastante sangre y lo normal hubiese sido realizarle una transfusión, pero se consideró mejor evitar eso hasta que se supieran más cosas sobre la hematología neanderthal. Conectaron un gotero salino al brazo de Ponter, y Hak dialogaba frecuentemente con los médicos acerca del estado del paciente.
Ponter había estado inconsciente casi todo el tiempo desde la operación. De hecho, durante la intervención le habían puesto una inyección para dormir de un producto que llevaba en el cinturón médico, según instruyó Hak.
Mary vio cómo el ancho pecho de Ponter subía y bajaba. Recordó la primera vez que lo había visto, también en una habitación de hospital. Entonces lo había mirado con asombro, incapaz de creer que fuera un neanderthal moderno.
Ahora, sin embargo, no lo veía como un espécimen extraño, como una rareza, como una imposibilidad. Ahora lo miraba con amor. Y el corazón se le partía.
De repente, Ponter abrió los ojos.
—Mary —dijo en voz baja.
—No quería despertarte —comentó ella, acercándose a la cama.
—Ya estaba despierto. Hak ha estado reproduciéndome música y luego te he olido.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Mary, acercando a la cama una silla de metal.
Ponter tiró de la sábana. Su cuerpo velludo estaba desnudo, pero un gran trozo de gasa, manchado de rojo claro por la sangre seca, sujeto con esparadrapo, le cubría el hombro.
—Viviré.
—Lamento mucho que te haya pasado esto.
—¿Cómo está Tukana? —preguntó Ponter.
Mary alzó las cejas, sorprendida de que Ponter no supiera nada.
—Persiguió al hombre que te disparó. —Una débil sonrisa asomó en la amplia boca de Ponter. —Sospecho que entonces estará en peor estado que ella.
—Y que lo digas —contestó Mary—. Ponter, lo mató.
Ponter permaneció callado un momento.
—Rara vez nos tomamos la justicia por nuestra propia mano.
—Los escuché discutiendo de eso en televisión mientras estabas en el quirófano —dijo Mary—. La mayoría opina que fue en defensa propia.
—¿Cómo lo mató?
Mary se encogió un poco de hombros, porque no había manera de decirlo agradablemente.
—Le aplastó la cabeza contra la acera y… se la reventó.
Ponter permaneció en silencio un rato.
—Oh —dijo por fin— ¿Qué le sucederá a ella?
Mary frunció el ceño. Una vez había leído en ¡The Globle and Mail! la historia de un extraterrestre que era juzgado en Los Ángeles, acusado de haber asesinado a un humano. Pero en aquel caso había una diferencia esencial…
—Los embajadores extranjeros están al margen de la mayoría de las leyes; eso se llama «inmunidad diplomática», y Tukana la tiene, ya que habló en las Naciones Unidas como diplomática canadiense.
—¿Qué quieres decir?
Mary frunció el ceño, buscando un ejemplo.
—En el año 2001, Andrei Kneyazev, diplomático ruso en Canadá se emborrachó y atropelló a dos peatones con su coche. No se presentó ningún cargo contra él en Canadá porque era el representante de un Gobierno extranjero reconocido, aunque una de las personas a las que atropelló murió. Eso se llama inmunidad diplomática.
Ponter abrió mucho los ojos.
—Y, en cualquier caso, cientos de personas vieron a ese tipo dispararte a ti, y dispararle a Tukana, antes de que ella… mm, reacciona como lo hizo. Como digo, probablemente será considerado defensa propia.
—Sin embargo —dijo Ponter, en voz baja—, Tukana es una persona de buen carácter. Eso le pesará mucho. —Un latido—. ¿Estás segura de que no habrá peligro para ella? —Ladeó la cabeza—. Después de lo que le sucedió a Adikor cuando desaparecí, supongo que me preocupan un poco los sistemas legales.
—Ponter, ella ya ha vuelto a casa… a tu mundo. Dijo que tenía que hablar con… ¿cómo lo llamáis? El Consejo Gris.
—El Gran Consejo Gris —dijo Ponter—, si te refieres al Gobierno mundial. —Un latido—. ¿Y el muerto?
Mary frunció el ceño.
—Se llamaba Cole, Rufus Cole. Todavía están intentando averiguar quién era, y qué tenía exactamente contra vosotros.
—¿Cuáles son las opciones?
Mary se sintió momentáneamente confusa.
—¿Cómo dices?
—Las opciones —repitió Ponter—. Los posibles motivos que pudiera haber tenido para intentar matamos.
Mary alzó las cejas.
—Puede que fuese un fanático religioso; alguien opuesto a vuestra política atea, o incluso a vuestra misma existencia ya que contradice el relato bíblico de la creación.
Ponter abrió mucho los ojos.
—Matarme no habría cambiado el hecho de que existí.
—Cierto. Pero, bueno… estoy elucubrando… puede que Cole pensara que eres un instrumento de Satanás…
Mary dio un respingo cuando oyó el pitido.
—El diablo. El Maligno. El oponente de Dios.
Ponter se quedó estupefacto.
—¿Dios tiene un oponente?
—Sí… bueno, quiero decir, eso es lo que dice la Biblia. Pero a excepción de los fundamentalistas (los que toman cada palabra de la Biblia como la verdad literal), la mayoría de la gente ya no cree en Satanás.
—¿Por qué no? —preguntó Ponter.
—Bueno, supongo que es una creencia ridícula. Ya sabes, sólo un loco podría tomarse la idea en serio.
Ponter abrió la boca para decir algo, pero al parecer se lo pensó mejor y volvió a cerrarla.
—Bueno —dijo Mary, hablando rápidamente; en realidad no quería verse empantanada en eso—, Puede que también fuera agente de un Gobierno Extranjero, o de un grupo terrorista. O…
Ponter alzó la ceja, invitándola a continuar.
—O puede que estuviera loco.
—¿Dejáis que los locos tengan armas? —preguntó Ponter.
El pensamiento canadiense natural de Mary era que sólo los locos las querían, pero se lo guardó para sí.
—Es lo mejor que cabe esperar —dijo—. Si estaba loco, y actuaba solo, entonces no hay ningún motivo para preocuparse por si esto puede volver a suceder. Pero si forma parte de algún grupo terrorista…
Ponter agachó la cabeza… y, naturalmente, su mirada se posó sobre su pecho vendado.
—Esperaba que fuera seguro que mis hijas visiten este mundo.
—Me gustaría mucho conocerlas —dijo Mary.
—¿Qué le habría pasado a ese… ese Rufus Cole? —Ponter frunció el ceño—. ¡Imagínate! ¡Un nombre gliksin que puedo decir sin dificultad, y pertenecía a alguien que quiso matarme! En todo caso, ¿qué le habría sucedido a este Rufus Cole si no hubiera muerto?
—Un juicio —dijo Mary—. Si lo hubieran declarado culpable, probablemente habría ido a la cárcel.
Hak volvió a pitar.
—Mmm, una institución de seguridad, donde los criminales están separados de la población general.
—Dices «si lo hubieran declarado culpable». Pero me disparó.
—Sí, pero… bueno, si estaba loco, eso habría servido en su defensa. Podrían haberlo declarado inocente por motivos de locura.
Ponter volvió a alzar la ceja.
—¿No tiene más sentido decidir si alguien está loco antes de dejarle tener un arma que después de que la use?
—No puedo estar más de acuerdo contigo. Pero, sin embargo, así son las cosas. .
—¿Y si… y si me hubiera matado? ¿O hubiera matado a Tukana? ¿Qué le habría pasado a ese hombre entonces?
—¿Aquí? ¿En Estados Unidos? Puede que lo hubieran ejecutado.
El pitido inevitable.
—Condenado a muerte. Lo habrían matado en castigo por su crimen, y como aviso a otras personas con intención de hacer lo mismo.
Ponter movió la cabeza a derecha e izquierda, su pelo marrón dorado creando un sonido de roce contra la almohada.
—Yo no hubiese querido eso —dijo—. Nadie se merece una muerte prematura, ni siquiera quien se la desea a otros.
—Vamos, Ponter —dijo Mary, sorprendiéndose a si misma por su brusquedad—. ¿Puedes ser de verdad tan… tan cristiano? Ese maldito tipo intentó matarte. ¿De verdad te preocupa lo que pudiera haberle pasado?
Ponter guardó silencio durante un rato. No dijo, aunque Mary sabía que podría haberlo hecho, que ya una vez alguien había intentado matarlo: durante su primera visita, le había dicho a Mary que en su juventud le habían roto la mandíbula de un tremendo golpe. En cambio, simplemente alzó la ceja y dijo:
—Es una tontería, en cualquier caso. Este Rufus Cole ya no existe. —Pero Mary no estaba dispuesta a dejar el tema. —Cuando te golpearon… hace todos esos meses, la persona que lo hizo no lo había premeditado, e inmediatamente se llenó de pesar: tú mismo me lo dijiste. Pero, evidentemente, Rufus Cole había planeado matarte con antelación. Sin duda eso crea una diferencia.
Ponter cambió levemente de postura en la cama.
—Viviré —dijo—. Aparte de eso, nada podría borrar la cicatriz que llevaré hasta el día de mi muerte.
Mary negó con la cabeza, pero consiguió hablar con buen tono.
—A veces eres demasiado bueno para ser real, Ponter.
—No tengo respuesta a eso.
Mary sonrió.
—Lo cual demuestra mi argumento.
—Pero tengo una pregunta.
—¿Sí?
—¿Qué pasará ahora?
—No lo sé —respondió Mary—. El médico me ha dicho que han enviado una valija diplomática desde Sudbury. Supongo que es eso que está ahí, junto a la mesa.
Ponter volvió la cabeza.
—Ah. ¿Quieres acercármela, por favor?
Mary así lo hizo. Ponter abrió la bolsa y extrajo una cosa alargada parecida a un coche pero de diseño neanderthal, perfectamente cuadrado. Lo abrió (se desplegaba como una flor) y sacó de dentro una diminuta esfera de color rubí.
—¿Qué es eso? —preguntó Mary.
—Una perla de memoria —respondió Ponter.
Tocó a su Acompañante, y Mary se sorprendió al ver que se abría, revelando un compartimento interior con un pequeño grupito de clavijas de control adicionales y un agujerito del diámetro aproximado de un lápiz.
—Encaja aquí —indico, poniéndola en su sitio—. Si quieres…
—Me voy —dijo Mary—. Sé que necesitas intimidad.
—No, no te marches. Pero por favor, perdóname un momento. Hak reproducirá la grabación en el implante de mis oídos.
Mary asintió, y vió que Ponter ladeaba la cabeza como era su costumbre cuando escuchaba a Hak. Su rostro se frunció en un ceño gigantesco. Después de unos pocos momentos, Ponter abrió de nuevo a Hak y sacó la perla.
—¿Qué decía? —preguntó Mary.
—El gran Consejo Gris quiere que regrese a casa de inmediato.
Mary sintió que se le encogía el corazón.
—¿Sí…?
—No lo haré —dijo Ponter, simplemente.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Si volviera, cerrarían el portal entre nuestros mundos.
—¿Decían eso?
—No directamente… pero conozco al Consejo. Mi gente es consciente de que somos mortales, Mary: sabemos que no hay otra vida. Y por eso no corremos riesgos innecesarios. El contacto continuado con tu pueblo es algo que el Consejo considera innecesario después de lo que ha sucedido. Ya había muchos que estaban en contra de la reapertura del portal, y esto les proporciona nuevos argumentos.
—¿Puedes hacer eso? ¿Decidir quedarte aquí?
—Es lo que haré. Puede que haya consecuencias, pero las soportaré.
—Guau —dijo Mary en voz baja.
—Mientras esté aquí mi pueblo mantendrá abierto el portal. Eso dará a aquellos que, como yo, creen que el contacto debería ser mantenido, tiempo para discutir esa posibilidad. Si el portal se cerrara, sólo sería un primer paso antes de desmantelar el ordenador cuántico ya asegurar que no hay ninguna posibilidad de nuevos contactos.
—Bueno, en ese caso, ¿qué quieres hacer cuando salgas del hospital?
Ponter miro directamente a Mary.
—Pasar más tiempo contigo.
El corazón de Mary volvió a aletear, pero de buena forma esta vez. Sonrió.
—Eso sería magnifico.
Y entonces se le ocurrió una idea.
—La semana que viene voy a ir a Washington para presentar mis estudios sobre el ADN-neanderthal en el encuentro de la sociedad de Paleontología. ¿Por qué no vienes? Serías el éxito más grande desde que Wolpoff y Tattersall aparecieron en la reunión de Kansas City.
—¿Eso es una reunión de especialistas de antiguas formas de humanidad? —preguntó Ponter.
—Así es —dijo Mary—. La mayoría de quienes estudian estas cosas estarán allí, venidos de todo el mundo. Créeme, les encantará conocerte.
Ponter frunció el ceño, y durante un instante Mary tuvo miedo de haberlo ofendido.
—¿Cómo llegaré allí?
—Y te llevaré. ¿Cuándo sales del hospital?
—Creo que quieren tenerme aquí un día más.
—Muy bien, pues —dijo Mary.
—¿No pondrá nadie obstáculos?
—Oh sí —dijo Mary, sonriendo—. Y conozco al hombre que los hará desaparecer…