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—Así pues —dijo Jurard Selgan—, a pesar de su… su…

Ponter se encogió de hombros.

—Mi amenaza —dijo—. Se supone que no debemos tener miedo de enfrentarnos a nada, ¿no?

Selgan ladeó la cabeza, aceptando el argumento de Ponter.

—Muy bien, pues. A pesar de su amenaza, el Gran Consejo Gris no tomó inmediatamente una decisión, ¿no?

—No —respondió Ponter—. No, y supongo que hicieron bien en tomarse al menos algún tiempo para meditarlas cosas. Dos estaban a puntó de convertirse en Uno, y por eso el Consejo se disolvió, aplazando su decisión; hasta después de que terminara…

Dos se convierten en Uno: una frase sencilla y, sin embargo, tan cargada de significado y tan compleja para Ponter y su pueblo. Dos se convierten en Uno: los cuatro días mensuales de vacaciones alrededor de los cuales se estructura la vida.

Dos se convierten en Uno: el período durante el cual los varones adultos, que normalmente viven en el Borde de la ciudad, acuden al Centro para pasar el tiempo con sus mujeres-compañeras y sus hijos.

Era más que una pausa en el trabajo, más que romper la rutina. Era el fuego que alimentaba la cultura; eran los lazos de tripa que unían a las Familias.

Un hoverbús se posó delante de la casa de Ponter y Adikor. Los dos hombres entraron por la puerta trasera y encontraron un par de sillas Adyacentes donde sentarse a horcajadas. El conductor activó los Ventiladores y el bus se alzó del suelo para encaminarse hacia la siguiente casa en la distancia.

Normalmente, Ponter no prestaba atención a algo tan mundano como un hoverbús, pero aquel día no podía dejar de reflexionar acerca de lo elegante que era como solución en comparación con lo que habían hecho para transportarse en el mundo gliksin. Allí, vehículos de todos los tamaños rodaban sobre ruedas. Por todas partes adonde había ido en aquel mundo (cierto, sólo a unos cuantos sitios) había visto senderos anchos y llanos cubiertos de piedra artificial para permitir la rotación de esas ruedas.

Y por si eso no fuera suficiente, peor aun, los gliksins usaban una reacción química para impulsar sus vehículos con ruedas, una reacción que desprendía un olor espantoso. Al parecer no era tan molesto para ellos como para Ponter; no resultaba sorprendente, supuso, ya que tenían una nariz minúscula.

¡Qué maravilloso quiebro de la naturaleza! Ponter sabía que los de su especie habían desarrollado sus grandes narices (mucho más grandes que las de ningún otro primate) durante la última era glacial. Según el doctor Singh, el gliksin que lo había atendido en el hospital, los neandertales tenían una capacidad nasal seis veces superior a la de los gliksins. En un principio la razón era humedecer el aire frío antes de introducirlo en el sensible tejido pulmonar, pero cuando las grandes placas de hielo acabaron por retirarse, conservaron aquellas enormes fosas nasales porque proporcionaban un excelente sentido del olfato como efecto añadido.

Si no hubiera sido por eso, tal vez la especie de Ponter hubiera usado los mismos petroquímicos y provocando el mismo grado de contaminación atmosférica. La ironía no se le escapaba a Ponter: la especie humana que hasta entonces sólo habían conocido como fósil estaban envenenando su cielo con lo que ella misma llamaba combustibles fósiles.

Y peor aún: todo gliksin adulto parecía tener su propio vehículo personal. ¡Qué inenarrable derroche de recursos! Muchos de esos coches se pasaban parados la mayor parte del día. En la ciudad de Ponter, Saldak, había unos tres mil cubos de viaje para una población de veinticinco mil habitantes… y Ponter solía opinar que eran demasiados.

El hoverbús se detuvo en la siguiente casa. Los vecinos de Ponter y Adikor, Torba y Gaddak, además de los hijos gemelos de Gaddak, subieron a bordo. Los varones dejaban a sus madres para vivir con sus padres a la edad de diez años. Adikor sólo tenía un hijo, un niño de ocho años llamado Dab. Que iría a vivir con él y con Ponter al cabo de dos años. Ponter tenía dos hijas: Megamek Bek, una 148, también de ocho años, y Jasmel Ket, una 147, de dieciocho años.

El propio Ponter. Así como su hombre-compañero Adikor, eran miembros de la generación 145, lo que implicaba que ambos tenían treinta y ocho años de edad. Eso era otra cosa extraña del mundo gliksin: en vez de controlar sus ciclos reproductores, de modo que sólo nacieran niños cada diez años, daban a luz constantemente, cada año. En vez de generaciones limpias, ordenadas y discretas, en su mundo había un flujo continuo de edades. Ponter no había pasado en el suficiente tiempo para descubrir cómo manejaban esa economía. Sin fabricantes que cambiaran su producción de ropa de bebé a ropa de niño a ropa de joven adulto, al paso del crecimiento de una generación, los gliksins tenían que producir simultáneamente ropa para personas de cualquier edad. Y tenían este ridículo concepto de la “moda”, o eso le había dicho Lou Benoit: ropa en perfecto estado era descartada por motivos de caprichosa estética.

El hoverbús despegó de nuevo. La casa de Torba y Gaddak era la última parada en el Borde; Ponter se acomodó para el largo viaje hasta Centro.

Como de costumbre, las mujeres habían dispuesto los adornos: grandes guirnaldas color pastel tendidas de árbol a árbol, bandas circulares de color alrededor de los troncos de los abedules y los cedros, estandartes que se agitaban en los tejados de los edificios, marcos dorados alrededor de los colectores solares, plateados, adornando las unidades de abono.

Ponter alberga menudo la sospecha de que las mujeres no quitaban los adornos nunca, pero Adikor le había dicho que no había ni rastro de ellos en su visita al Centro durante Últimos Cinco buscando a alguien que le defendiera de la espuria acusación de Daklar Bolbay.

El hoverbús se posó en el suelo. No era todavía la época en que caen las hojas, aunque el Dos que se convierten en Uno del mes siguiente coincidiría con el comienzo de la caída, y los ventiladores lanzarían entonces al aire follaje marrón y rojo y amarillo y naranja. Ponter se alegraría cuando regresara el clima frío.

El científico informático que había en Ponter no pudo dejar de advertir que Torba, Gaddak y los hijos gemelos de Gaddak fueron los Primeros en desembarcar: el hoverbús funcionaba siguiendo un sistema de último en entrar/primero en salir. Ponter y Adikor fueron los siguientes en bajar. Lurt la mujer-compañera de Adikor, corrió hacia él, acompañada por el pequeño Dab. Adikor tomó en brazos a su hijo y lo alzo encima de su cabeza. Dab se rió, y Adikor sonreía de oreja a oreja. Soltó a Dab y envolvió a Lurt en un abrazo. No había pasado un mes entero desde la última vez que les había visto; ambos asistieron al dooslarm basadlarm de Adikor, la audiencia preliminar para decidir sí Adikor había asesinado o no a Ponter, una acusación presentada por Daklar Bolbay tras la desaparición de Ponter cuando éste pasó al otro universo. Sin embargo, Adikor estaba encantado de ver a su mujer y su hijo, no cabía duda.

La mujer-compañera de Ponter, Klast, había muerto, pero esperaba que sus dos hijas acudieran a verlo. Cierto, las había visto hacia poco también; de hecho, Jasmel había sido esencial para recuperar a Ponter del mundo gliksin.

Adikor miró a Ponter, como pidiendo disculpas. Ponter sabía que Adikor lo amaba profundamente, y demostraba ese amor veinticinco días de cada mes. Pero éste era el momento en que tenía que estar con Lurt y Dab, y, bueno, quería saborear cada latido. Poner asintió, dejando marchar a Adikor, y Adikor se fue rodeando con un brazo la cintura de Lurt, sosteniendo con la otra mano la izquierda de Dab.

Otros hombres se reunían con sus mujeres, y los niños se marchaban con las niñas de la misma generación. Si ciertamente habría mucho sexo durante los siguientes cuatro días, pero también habría mucho juego y diversión y salidas familiares y festines.

Ponter miró alrededor. La multitud se dispersaba. Era un día desagradablemente caluroso y él suspiró… pero no sólo a causa del calor.

—Puedo llamar a Jasmel, sí quieres —dijo Hak.

Hak era el implante Acompañante de Ponter insertado en el interior de su antebrazo izquierdo, justo por encima de la muñeca. Como la mayoría de los Acompañantes, constaba de una pantalla rectangular de alta definición y acabado mate, de la longitud y la anchura de un dedo, con seis pequeñas clavijas de control debajo y una lente en un extremo. Pero al contrario que la mayoría de los Acompañantes, que eran bastante estúpidos, Hak era una sofisticada inteligencia artificial producida por Kobast Gant, un colega de Ponter.

Hak no había hablado en voz alta, aunque podía hacerlo: Ponter la consideraba femenina, ya que Kobast había programado el aparato con la voz de la difunta mujer-compañera de Ponter. En días como aquél, sin embargo, eso le parecía una terrible equivocación: le recordaba cuánto echaba de menos a Klast. Tendría que hablar con Kobast para que le pusiera una voz distinta.

—No —dijo Ponter, en voz baja— no, no llames a nadie. Jasmel tiene un joven, ya sabes. Probablemente ha llegado en un hoverbús anterior y estará con el.

—Tú eres el jefe —dijo Hak.

Ponter miró alrededor. Los edificios del Centro eran muy parecidos a los del borde la mayoría de las estructuras principales se habían desarrollado por medio de la arboricultura; eran troncos de árbol formados alrededor de edificios que luego habían sido retirados. Muchos tenían añadidos de ladrillo o madera. Todos disponían de recolectores solares, bien en los tejados o levantados en los terrenos adyacentes. En algunos climas hostiles, los edificios tenían que ser fabricados por completo, pero Ponter consideraba feas esas estructuras.

Y, sin embargo, por lo visto los gliksins fabricaban todos sus edificios y se apiñaban como rebaños de herbívoros. Hablando de animales, habría una caza de mamuts aquella tarde, que proporcionaría carne fresca para el festín del día siguiente. Tal vez Ponter debiera unirse a la partida. Había pasado mucho tiempo desde que empuñó por última vez, una lanza y abatió una presa a la antigua usanza. Al menos eso le daría (a él y a los otros hombres que no tenían a nadie con quien pasar el tiempo) algo que hacer.

—¡Papa!

Ponter se volvió. Jasmel corría hacia el, acompañada por su novio, Tryon. Ponter dejó que una sonrisa alterara sus rasgos.

—Día sano, cariño —dijo, mientras se acercaban—. Día sano, Tryon.

Jasmel abrazó a su padre. Tryon permaneció torpemente a un lado. Cuando Jasmel soltó a Ponter. Dijo:

—Me alegro de verlo, señor. Tengo entendido que ha corrido toda una aventura.

—Así es —dijo Ponter.

Suponía que albergaba los mismos sentimientos ambivalentes hacia aquel muchacho que cualquier padre de una mujer joven. Sí, Jasmel no había dicho más que cosas buenas sobre Tryon; la escuchaba cuando hablaba; era amable durante el sexo; estaba estudiando para ser trabajador del cuero, e iba a hacer una contribución valiosa a la sociedad. Pero Jasmel era su hija, y quería lo mejor para ella.

—Lamento llegar tarde —dijo Jasmel.

—No pasa nada —respondió Ponter—. ¿Dónde esta Megameg?

— Ha decidido que ya no le gusta que la llamen así —dijo Jasmel—. Ahora quiere ser sólo Mega.

Mega era su verdadero nombre; Megameg era un diminutivo. Ponter sintió una oleada de tristeza, Su hija mayor era ya una adulta y su hija pequeña crecía rápidamente.

—Ah —dijo —. ¿Donde está Mega, entonces?

—Jugando con sus amigos —respondió Jasmel—. La veras más tarde.

Ponter asintió.

—¿Y qué tenéis en mente para esta mañana?

—Pensamos jugar un partido de Ladatsa —ofreció Tryon.

Ponter miro al joven. Era guapo, supuso, con hombros anchos, un ceño maravillosamente prominente, nariz claramente definida y profundos ojos púrpura. Pero había adoptado algunas de las tendencias de la juventud. En vez, de dejar que su pelo amarillo rojizo se dividiera naturalmente en el centro, se lo peinaba hacía el lado izquierdo, donde presumiblemente se lo sujetaba con una especie de pinza.

Ponter estaba a punto de aceptar la oferta del partido de Ladatsa (habían pasado muchos diez meses sin dar patadas a un balón), pero se acordó de sí mismo a esa edad, hacía veinte años, cuando cortejaba a Klast. Lo último que hubiese querido habría sido tener al padre de Klast merodeando cerca.

—No ——dijo—. Id vosotros dos. Os veré en la cena de esta noche.

Jasmel miró a su padre, y él vio que ella sabia que eso no era lo que quería realmente. Pero Tryon no era tonto; inmediatamente le dio las gracias a Ponter. Tomó la mano de Jasmel y se marcharon.

Ponter los vio irse. Jasmel seguramente daría a luz a su primer hijo al cabo de dos años, cuando tuviera que nacer la generación 149. Las cosas cambiarían entonces, pensó Ponter. Al menos tendría un nieto a quien cuidar cuando Dos se convirtieran en Uno.

El hoverbús se había marchado hacía rato. De vuelta al Borde para recoger otro puñado de hombres. Ponter se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la ciudad. Tal vez tomara un bocado para comer y…

El corazón le dio un vuelco. Era la última persona a quien esperaba ver, pero… Pero allí estaba de pie. Como si lo esperara.

Daklar Bolbay.

—Día sano. Ponter —dijo ella.

Conocía a Daklar desde hacía mucho tiempo, por supuesto: había sido la mujer-compañera de Klast. De hecho, si alguien podía comprender lo que había significado para Ponter la pérdida de Klast, esa persona era Daklar. Pero…

Pero ella se lo había hecho pasar muy mal a Adikor en ausencia de Ponter. ¡Acusarlo de asesinato! Vaya, Adikor no podría haber matado a Ponter (ni a nadie, por cierto) mas de lo que podía haberlo hecho el propio Ponter.

—Daklar —dijo Ponter, pasando por alto la habitual amabilidad.

Daklar asintió, comprendiendo.

—No puedo reprocharte que estés enfadado conmigo —dijo—. Se que le hice daño a Adikor. Y hacerle daño al compañero de uno es hacerle daño a ese uno. —Miró a Ponter a los ojos—. Te pido disculpas.

Ponter, total y completamente. Esperaba haber llegado a tiempo para decirle lo mismo a Adikor, pero veo que ya se ha marchado.

—Dices que lo sientes —dijo Ponter—. Pero lo que hiciste…

—Lo que hice fue horrible —lo interrumpió Daklar, mirándose los pies, envueltos en las bolsas de tela de los extremos del pantalón negro. Pero estoy viendo aun escultor de personalidad, y tomo medicación El tratamiento acaba de empezar, pero ya me siento menos…furiosa.

Ponter tenía una leve idea de lo que había sentido Daklar. No sólo había perdido a la mujer que habían compartido, la querida Klast, sino que antes había perdido su hombre-compañero. Pelbon, al que los controladores se habían llevado una mañana. Oh, había regresado, pero no entero. Lo habían castrado, y su relación se había venido abajo.

Ponter había sentido una profunda tristeza por la muerte de Klast, pero al menos tenía a Adikor y a Jasmel y a Megameg para ayudarle a superarlo. Cuanto peor debía de haber sido para Daklar que no tenía un hombre-compañero y, a causa de lo que le habían hecho a Pelbon tampoco hijos.

—Me alegro de que te sientas mejor —dijo Ponter.

—Lo estoy —confirmó Daklar, asintiendo de nuevo—. Se que me falta mucho todavía, pero sí. Me siento mejor y…

Ponter espero a que continuara. Finalmente, la insto:

—¿Sí?

—Bueno —dijo ella. Evitando ahora sus ojos—, es que estoy sola y… hizo una nueva pausa, pero esta vez continuó por propia voluntad— y tú también estas solo. Y, bueno… Dos se convierten en Uno puede ser muy solitario cuando no tienes a nadie con quien pasar el rato.

Lo miro brevemente a la cara, pero luego apartó la mirada, tal vez temerosa de lo que pudiera ver en ella.

Ponter se sobresaltó. Pero…

Pero Daklar era inteligente y le resultaba atractiva Y en su pelo había maravillosas vetas grises mezcladas con el castaño. Y…

…pero no. No era una locura. Después de lo que le había hecho a Adikor.

Ponter sintió un calambre en la mandíbula. Le pasaba de vez en cuando pero sobre todo en las mañanas frías. Alzó una mano para frotársela a través de la barba.

Adikor le había roto la mandíbula hacía unas 229 lunas, durante una estúpida pelea. Si Ponter no hubiera alzado la cabeza a tiempo, el golpe de Adikor lo habría matado.

Pero Ponter había alzado la cabeza rápidamente y. aunque hubo que sustituirle casi la mitad de la mandíbula y siete dientes por duplicados sintéticos, sobrevivió.

Y había perdonado a Adikor. Ponter no había hecho ninguna acusación: Adikor se había salvado del escalpelo de los controladores. Adikor había recibido tratamiento para sobrellevar la cólera. Y en todos los meses que habían pasado desde entonces nunca había amenazado con golpear a Ponter ni a nadie.

El perdón.

Había hablado mucho con Mary, en el otro mundo, acerca de su creencia en Dios y sobre el hijo humano putativo de Dios, que había tratado de inculcar el perdón en la gente de Mary. Mary seguía las enseñanzas de aquel hombre.

Y. después de todo. Ponter estaba solo. No podía saber qué decidiría el gran Consejo Gris sobre la reapertura del portal al mundo de Mary y, aunque decidiera permitirlo, Ponter no estaba absolutamente seguro de que el portal pudiera restablecerse.

El perdón.

Era lo que le había concedido a Adikor hacia toda una vida.

Era lo que el sistema de creencias de Mary consideraba la mayor virtud.

Era lo que Daklar parecía necesitar ahora de él. El perdón.

—Muy bien —dijo Ponter—. Debes hacer las paces con Adikor pero, aparte de eso, no albergo ninguna animosidad contra ti por los acontecimientos recientes.

Daklar sonrió.

—Gracias.

Sin embargo, hizo una pausa y la sonrisa se desvaneció.

—¿Deseas mi compañía, hasta que tus hijas estén libres, quiero decir? Puedo ser la labat de Mega, y ella y yo y Jasmel todavía compartimos una casa, pero sé que necesitas tu tiempo a solas con ellas, y no me inmiscuiré. Pero hasta entonces… —Se calló, y sus ojos miraron brevemente de nuevo a los de Ponter, invitándolo a llenar el vacío.

—Hasta entonces —dijo Ponter, tomando su decisión—. Si, me alegrara tu compañía.

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