6

El futuro


QURONG MARCHÓ por el sendero que bordeaba el cenagoso lago en ropa de dormir, una bata blanca y púrpura tejida de seda que producía un ruido sibilante alrededor de las rodillas al extender cada pierna. La luna faltaba en el cielo oscuro. Ciudad Qurongi, llamada así en honor al comandante cinco años atrás, dormía, a no ser por el perro extraviado, los sacerdotes en el Thrall, y él.

Bueno, sí, había despertado a Patricia y a Cassak. Ningún rey debería tener que visitar al sumo sacerdote a altas horas de la noche sin su esposa y el general a la mano. Ba'al había enviado a su criado una hora antes, exigiendo que Qurong se apurara hacia el Thrall para una reunión de suma importancia.

– No corras tanto -pidió bruscamente Patricia, pisándole los talones.

– Lo único sensato que has dicho en toda la noche -contestó Qurong parándose en seco y dando la vuelta-. No entiendo por qué ese tipo insiste en que deje el palacio para reunirme con él en el Thrall a esta hora, pero, te lo juro, más vale que sea un asunto de vida o muerte, o haré que pague por esta arrogancia.

Patricia se detuvo y miró con ojos grises. Siempre había sido provocativa cuando se enojaba, pero a consecuencia del último achaque de Qurong, estos espasmos en el estómago que no lo dejaban dormir, lo único que él sentía era contrariedad. Ella había tomado un momento para embadurnarse un poco de polvo de morst en la cara y ponerse una bata negra de seda con capucha, que le cubría el cuerpo de pies a cabeza. El blanco y apagado rostro miraba fijamente desde la capucha como un fantasma. El tatuaje de tres garras engarzadas en la frente estaba perfectamente ubicado, rojo y negro contra su piel blanca.

– Cuidado con lo que dices, animal -conminó la mujer-. Aquí afuera estamos en campo abierto.

– ¿Con quién? ¿Mi general, que moriría por mí? -objetó él extendiendo la mano hacia la oscura ciudad al otro costado del lago negro-. ¿O con el resto de esos roedores bajo el hechizo de Ba'al?

– ¡Comandante! -exclamó ella, término que usaba cuando estaba a punto de caer en la desesperación-. ¿Te has vuelto loco?

– Sí, ¡finalmente me deschaveté! Ba'al tendrá un motivo para intentar conquistar el trono, y yo me veré obligado a matarlo. Qué tragedia. Eres adorable al sugerirlo, esposa mía.

Qurong dio media vuelta y continuó su marcha hacia el Thrall, iluminado por el resplandor de antorchas encendidas en las torres y puertas del templo.so no es lo que quise decir -objetó Patricia.

– No, por supuesto que no deseas la muerte de Ba'al. Probablemente preferirías besarle los pies.

– Eres un zoquete indeciso, Q. En un momento me despiertas insistiendo en que ofrezca un sacrificio a Teeleh para que sane tus dolencias, y al siguiente lo maldices a él y a su sumo sacerdote. ¿Qué pasa? ¿Amas a Teeleh, o lo odias?

– Le sirvo. Soy su esclavo. ¿Significa eso que deba beber su sangre y parirle los hijos?

– Si él lo demanda.

– Esperemos que este dolor en mi estómago no sea su hijo en crecimiento.so sería un espectáculo -intervino detrás de ellos Cassak, el general de alto rango.

Patricia no había terminado.

– Si sirves a Teeleh, sirves a Ba'al. Uno de estos días te entrará eso en tu gruesa mollera.

– ¿Cómo serví a Witch, y después a Ciphus? Luego a Sucrow, ¿y ahora a este miserable Ba'al? – ¡Basta!

Esta vez, cuando la miró a los ojos vio que había ido demasiado lejos. Las líneas del rostro fantasmal de su esposa estaban delineadas de temor.

– ¡No hablarás de ese modo acerca de él en mi presencia! -advirtió.

– ¿Y qué soy yo, tu mascota para jugar? -preguntó Qurong; luego, con el puf›° cerrado exclamó-. ¡Yo soy Qurong! ¡El mundo se inclina a mis pies y se acobardó bajo mi ejército! Recuerda con quién compartes tu cama.

– Sí. Eres Qurong y amo a Qurong, líder de todo lo que está bien en este maldito mundo. No tengo pretensiones por haberte conocido, mucho menos por ser llamada esposa tuya.

Ella estaba jugando con él, pensó el comandante, solo medio seria, pero lo suficiente para que Cassak lo creyera todo.

– Y tú mostrarás tu amor por mí protegiéndome del peligro -concluyó Patricia.

– ¿Estás más asustada de ese hechicero que de mí?

– Desde luego. Tú me amas. Ba'al nos odia a los dos, y su odio solo se agravaría si te oyera hablar de Teeleh o de él como lo haces.

Qurong frunció el ceño, pero ya no estaba agresivo. Una aguda punzada de dolor le traspasó el estómago, y reanudó la marcha por el sendero lodoso que llevaba al Thrall.

Caminaron en silencio hasta llegar a los amplios escalones que llevaban a la enorme puerta. A esta la protegían a cada lado estatuas de bronce de la serpiente alada, una semejanza de Teeleh que el primer sumo sacerdote, un intrigante personaje llamado Witch, supuestamente había visto en una visión. Pocos, además de los sacerdotes, habían afirmado ver a la gran bestia en los últimos veinticinco años, desde que las aguas se convirtieran en veneno. Woref, el general, había afirmado una vez haber visto a Teeleh. En el recuerdo lejano de Qurong, Teeleh era más un murciélago que una serpiente.

En realidad, Teeleh probablemente era un producto de sus imaginaciones, un instrumento que usaban los sacerdotes para mantenerse aferrados al poder. Algunas personas habían visto murciélagos shataikis que vivían en bosques negros ocultos, y algunos de los murciélagos negros parecían tener un poder inexplicable, pero nada como el poder que los sacerdotes les atribuían.

Cuando Qurong derrotó por primera vez a Thomas de Hunter y se apoderó del bosque intermedio, acababan de perder a Witch en la batalla. Al derrotar a Thomas y quedarse sin sacerdote, por prudencia Qurong aceptó la oferta del mestizo, Ciphus, de protegerlos del mal. Ciphus los introdujo a una extraña manifestación religiosa que llamaba gran romance, que incluía adorar tanto a Teeleh como a Elyon, el dios Pagano de los habitantes del bosque.

La época de Ciphus duró solo un año, hasta tres meses después que los albinos yetan con Chelise, la mismísima traidora que se había ido para envenenarlos a todos ellos en los lagos rojos. Su hija se había convertido voluntariamente en bruja.

Lo que empezó como una indulgencia hacia los albinos se convirtió en amargos recuerdos, y Qurong había apoyado totalmente la oferta de Sucrow de matar a Ciphuss y hacer volver a las hordas a la adoración a Teeleh, la serpiente alada que gobernaba los poderes del aire. En su muerte, Ciphus se convirtió en un mártir que reverenciaban todos los mestizos, envalentonando a Eram, que pronto después desertó con los demás mestizos.

El reinado de Sucrow como sumo sacerdote terminó en una inútil búsqueda de un amuleto que supuestamente tenía gran poder. Tras la muerte de Sucrow les había llegado un sacerdote del desierto, que, subido a la parte más alta de la escalera del Thrall, declaró que Teeleh lo había nombrado sumo sacerdote tanto de lo sagrado como de lo profano. Afirmó haber vivido con Teeleh hasta ahora, cuando había llegado su tiempo. Era el siervo del dragón en el cielo. Qurong había visto en el pueblo el temor a este enjuto hechicero y estuvo de acuerdo en que fuera sumo sacerdote.

Mil veces después se dijo que esto había sido un gravísimo error. En el mejor de los casos, el equilibrio entre el poder político de Qurong y el poder religioso de Ba'al era difícil. Llegaría el momento en que Ba'al tendría que morir. Estaba totalmente lleno de sí mismo, embriagado en su propio poder.

– No me malinterpretes, mujer -declaró Qurong mientras se acercaban a los peldaños-. No estaría aquí sin un sano respeto hacia Teeleh. Apoyo todo esto…

Entonces movió las manos hacia el Thrall que surgía por encima de ellos como un negro centinela con ojos llameantes, obstruyendo la mitad del cielo.

– En más de cien ocasiones he besado los pies de la vasija de Teeleh, Ba'al, este supuesto dragón del cielo. Pero eso no significa que él sea más dios de lo que son dioses mis enemigos. Solo es carne humana que forja los ofrecimientos de un dios.

– Tan solo aleja su cuchillo de tu garganta -opinó Patricia en voz baja.

– Exactamente -concordó él, pensando que ella podía ser razonable cuando quería serlo-. Juro que a veces no sé quién es peor, los albinos, los eremitas, o mis propios sacerdotes. Ninguno de ellos me deja dormir. Se me hace un nudo en el estómago debido a todo esto.

– Ahora no -advirtió su esposa.

Uno de los vigilantes nocturnos les abrió la puerta, y se dirigieron por el piso de piedra hacia un enorme atrio rodeado por más serpientes de bronce por aquí, mi señor.

Qurong miró a su derecha, donde un encorvado sacerdote oculto bajo un mal' to negro con capucha inclinó la cabeza y se dirigió hacia el santuario sacrificial. E' sacerdote levantó el larguirucho brazo hacia una puerta grande de madera quemada por fuego y la empujó.

Luz anaranjada de una docena de llamas se desparramaba por el pasillo. En el interior se podía ver el altar sobre una plataforma, con llameantes luces a cada lado. Sobre el altar un animal sacrificado, una cabra blanca y negra atada, con patas y manos extendidas.

Pero los sacrificios de Ba'al eran más como una carnicería. Y aunque el sumo sacerdote mataba animales con la misma regularidad con que comía e iba al baño, Qurong no sabía que el tipo ofreciera sacrificios en medio de la noche.

El comandante entró al santuario, lo sagrado de lo profano, como Ba'al lo llamaba. Las llamas chisporroteaban de las antorchas en el perímetro del salón. A cada lado, gruesas cortinas de terciopelo púrpura colgaban del elevado techo, enmarcando enormes grabados dorados de la serpiente alada. Directamente detrás del altar, el mismo material bloqueaba un pasadizo arqueado, que llevaba a la biblioteca privada de Ba'al. Qurong solo podía suponer la clase de conspiración y engaño que se estaba concibiendo detrás de esa cortina, pero esas suposiciones no eran pensamientos de dicha.

– ¿Dónde está? -susurró Patricia.

– Haciendo la obra de Teeleh -contestó Qurong después de titubear.

Era bastante ofensivo que él, comandante supremo de más de tres millones de almas, hubiera aceptado salir de su casa en medio de la noche para reunirse con Ba'al. Era indignante que ahora debiera esperar en estas cámaras fantasmales mientras el hechicero se tomaba su sangriento tiempo limpiando sus ensangrentadas espadas.

Pero este no era el lugar para dejar traslucir sus emociones. Qurong sabía demasiado bien cuan venerado era Ba'al entre la gente común, en particular ahora, durante los días de la luna negra. En el último eclipse lunar Ba'al prorrumpió en el santuario y declaró que Teeleh le había mostrado una visión del venidero dragón rojo, que devoraría a los hijos de todos los que lo traicionaran. Se tendría piedad de todos aquellos que se hicieran sellar como siervos leales de Teeleh y Ba'al. Tres garras grabadas en la frente, la marca de la perfección de la bestia.

Qurong había recibido la marca de la bestia, naturalmente, pero dudaba que eso lo protegiera, suponiendo que la bestia existiera.

El sacerdote que los había traído hasta aquí subió los dos escalones hacia la plataforma, caminó lentamente alrededor del altar y separó las cortinas con una mano emblanquecida. La puerta detrás de los cortinajes se cerró suavemente y se quedaron solos.

– Esto es absurdo -musitó Qurong. -Silencio.

La cortina se separó y Ba'al entró al santuario interior, vestido con su acostumbrada túnica negra con una banda púrpura alrededor del cuello. Del pecho le colgaban capas de cuentecillas doradas, plateadas y negras. El medallón de la serpiente circular le guindaba de una cadena plateada.

El demacrado y blanco rostro del sumo sacerdote miró a Qurong desde su capucha, como un juez que juzga a su subyugado. La expresión bastó para hacer que hirviera la sangre del comandante.

El sacerdote bajó cuidadosamente las gradas de la plataforma.

– Gracias por acudir a mí a tan altas horas, mi señor -dijo con voz baja y carrasposa, el sonido de un hombre que necesita aclarar la garganta.

– Más vale que se trate de algo bueno.

Ba'al levantó el rostro hacia el líder de las hordas, y por primera vez Qurong vio que las tres marcas de garras en la frente del sacerdote se habían reabierto. Delgados rastros de sangre le corrían por las mejillas y el dorso de la nariz. El hombre era un masoquista.

– ¿Bueno? -refutó Ba'al-. El verdadero hijo ha nacido, y ahora el dragón dará inicio a la guerra sobre sus hijos ilegítimos. Eso difícilmente puede ser bueno.

El religioso caminó alrededor de una mesa que había a un costado. La cabeza de cabra yacía sobre una bandeja plateada, sangrando aún, y Ba'al introdujo en la sangre la larga uña negra.

– Sin embargo, Babilonia se embriagará en su propia sangre.

– Tu cháchara sobre niños, dragones y los últimos tiempos podrá hacer desmayar a idiotas -opinó Qurong-, pero yo soy un simple mortal que esgrime la espada. No olvidemos eso aquí.

– Ah, sí, desde luego. Tu espada, tu poder, tu dominio completo sobre las hordas. Perdóname si sugiero que el dragón no mantiene a su rey en la más elevada estima. Después de todo, él fue quien te hizo rey.

Qurong no tenía paciencia para esto.

– ¿Qué es eso tan urgente para que no me dejaras dormir? -Ha llegado el día de tu gloria total, mi señor, todo en buen tiempo. Pero primero debo saber quién eres y a quién sirves.

– ¿Qué gloria? ¿Otro ritual a este dios que nos ha abandonado? -Recuerda dónde te hallas, mi señor.


Ba'al miró hacia las paredes con el rabillo de los ojos sin mover la cabeza, luego volvió la mirada a Qurong y se llevó los húmedos dedos a los labios.

– Él tiene oídos en todas partes -susurró el sumo sacerdote probando la sangre de cabra.

Qurong guardó silencio.

– Tu lealtad no se ha debilitado, ¿o sí, mi rey?

– ¿De qué estás hablando?

– ¿Crees todavía que Teeleh es el dios verdadero; que el dragón te ha entregado Babilonia?

Ba'al había comenzado este asunto de Babilonia un año atrás; Qurong no había hecho mucho caso a la sugerencia del hombre de ponerle un nuevo nombre a Ciudad Qurongi, para tal vez llamarla Dragoni o algo igual de ridículo.

– ¿Qué he hecho que haga suponer alguna disminución en mi lealtad? -exigió saber.

– ¿Crees aún que somos la abominación desoladora, la gran Babilonia del dragón? ¿Crees que somos los instrumentos de Teeleh para aplastar la rebelión de aquellos que se le oponen? ¿Crees que es nuestra prerrogativa y nuestro privilegio, nuestro deber, escurrir la sangre de todo albino vivo? ¿Crees que de tiempos pasados vendrá una albina con cabeza de fuego, quien librará al mundo de las aguas envenenadas y nos llevará de vuelta hacia Paradise?

Ahora estaban volviendo a andar antiguas sendas, estas profecías que Ba'al había sacado de sus supuestas visiones.

Sin embargo, Qurong le otorgaría el beneficio de la duda.

– Eso es correcto.

– ¿Crees que tu propia hija, Chelise…?

– No tengo hija -interrumpió el monarca.

El sacerdote estaba incitándolo, sabiendo cómo ese nombre lo había perseguido en sus pesadillas durante muchos años.

– …que Thomas y la mujer a su lado dirigen la rebelión contra Teeleh.

– Sigue con eso, sacerdote. Seguramente no me trajiste aquí para recordarme todo lo que sé.

Ba'al lo miró por algunos segundos, luego volvió la espalda y caminó hacia un Meritorio a lo largo de una pared. Su voz era apenas más que un ronco susurro. -¿Has considerado ahogarte alguna vez, mi señor?

Qurong no pudo responder inmediatamente. ¿Qué clase de blasfemia era esta?

Patricia se le puso al lado e hizo una reverencia.

– Perdóname, mi sacerdote, pero estás yendo demasiado lejos -manifestó ella con voz tensa y fuerte-. Una acusación de esta clase es peligrosa.

– Desde luego -coincidió volviéndose el sacerdote, que había levantado un pequeño rollo del escritorio y lo sostenía con las manos como garras-. No estoy acusando. Lo entenderás muy pronto. Pero necesito una respuesta.

Qurong escupió a un costado y no hizo ningún intento de recubrir sus palabras con nada que no fuera el sentimiento que le hinchaba la mente.

– Si yo pudiera hacerlo personalmente atravesaría con mi espada a todo albino que aún respira.

– ¿Y el ahogamiento? -insistió Ba'al mientras una débil sonrisa se le dibujaba en el rostro.

– Es rebeldía contra mi reino y todo lo que nos es sagrado. Los torcidos caminos de Thomas ahogarían a todas las hordas y derribarían este mismísimo Thrall. Preferiría ahogarme en un baño de veneno.

– ¿Cómo te atreves a hacerlo pasar por esto? -retó Patricia; la solidaridad de su esposa le recordó a Qurong por qué la amaba como lo hacía.

– Solo un recordatorio de quiénes son nuestros enemigos. Los eramitas, sí, pero Thomas y su círculo constituyen el verdadero azote de nuestro mundo.

– No necesito tus sermones -expresó el líder de las hordas-. Y no subestimes a Eram o su ejército. Están aumentando más que nosotros, y no se esconden como los albinos. Creo que deberían preocuparte.

– Te aseguro que los enemigos de Teeleh son albinos, no hordas. Estos últimos serán desechados fácilmente cuando llegue el momento adecuado.

– Me inclino ante el dictamen de Teeleh -reconoció Qurong inclinando 1' cabeza, sabiendo que ya no podía seguir tomando esta posición sin lanzar sospechas sobre su lealtad.

– Entonces bebe para él -declaró Ba'al, levantando una copa al lado de la cabeza de cabra-. Bebe la sangre de cabra ofrecida al dragón, y te diré cómo él te entregara a tus enemigos sobre una mesa de carnicero.

El sacerdote se deslizó por el suelo y alargó la copa plateada, repleta de sangre roja.

Qurong agarró el cáliz, consciente de que la mano aún le temblaba por ser acusado de tal traición, sin importar que solo fuera insinuada. Se llevó el recipiente a 1os labios y bebió todo el contenido. El conocido sabor de sangre cruda le colmó la boca le calentó el estómago.

Ba'al había instituido la bebida de sangre, afirmando que el espíritu de Teeleh, en realidad la misma descendencia de Teeleh, venía por sangre. Efectivamente, los shataikis eran seres asexuales, ni masculinos ni femeninos. Se reproducían por medio de sangre.

Se afirmaba que a Teeleh le servían doce reinas, como las reinas de las colmenas. Pero ni ellas ni sus obreras tenían género y transmitían su semilla a través de sangre al morder las larvas producidas por las reinas. A veces Ba'al se refería a una reina como una hembra y a veces como un macho, pero en la manera de pensar de Qurong todo eso no era más que tonterías.

Los shataikis eran simplemente bestias.

Sin embargo, el sabor había caído bien a la mayoría de encostrados, incluyendo a Qurong. Calmaba por varias horas el dolor y el escozor en la escamada piel, y en este mismo instante le apaciguó el tormento en el estómago. Por desgracia, ahora había más de tres millones de hordas viviendo en siete bosques, y no había suficiente sangre, lo que la convertía en un valioso producto básico controlado por los templos.

Escurrió la copa.

– Por Teeleh, mi señor y maestro -recitó, y le devolvió el cáliz a Ba'al-. No me vuelvas a probar, sacerdote.

El siniestro sacerdote le pasó el rollo.

– ¿Qué es esto?

– Un mensaje que me llegó hace una hora. Léelo.

Qurong desplegó el papel manchado y miró la parte de arriba. Era un comunicado de… el emblema circular en la parte superior le taladró la mente. Dirigió la mirada a la parte inferior y vio el nombre: Thomas de Hunter.

– Sí -explicó Ba'al con desprecio-. Él muestra el rostro después de todos estos años.

– ¿Quién? -exigió saber Patricia.

Thomas de Hunter -contestó el sacerdote. El nombre pronunciado pareció extraer la energía del salón. Patricia permaneció en silencio. El corazón de Qurong duplicó lentamente el ritmo. La última comunicación con alguien entre el liderazgo albino había venido tres meses después de la partida de Chelise, cuando el líder de las hordas declaró guerra abierta contra los albinos. Desde entonces los guturales y la guardia élite de Ba'al habían acorralado a más de mil, pt ninguno de entre los líderes originales. Ellos se habían ido a profundos escondites.

Qurong se acercó a las antorchas sobre la pared detrás de él y leyó el escrito el papel:

A Qurong, comandante supremo de las hordas

Y Ba'al, siniestro sacerdote de Teeleh, shataiki del infierno

Saludos del círculo, seguidores de Elyon muertos a la enfermedad y resucitados con esperanza para el regreso de Elyon, quien destruirá todo lo que es inicuo y rehará todo lo que es bueno.

Han pasado diez años y ustedes aún persiguen de forma despiadada a mi pueblo, creyendo falsamente que hemos entendido mal a los encostrados enfermos a quienes ustedes gobiernan. No hemos hecho la guerra a su pueblo, aunque tenemos la capacidad de hacerlo. No les hemos quemado sus cosechas, ni robado sus caravanas, ni les hemos causado daño en manera alguna. Sin embargo, ustedes nos persiguen al interior del desierto y nos asesinan donde nos encuentran.

Está en nuestros mejores intereses acabar con esto. Por consiguiente, les lanzamos un desafío:

Tomen un contingente de sus más reverenciados y malvados sacerdotes y reúnanse conmigo en el lugar alto con Qurong y su guardia armada. Me presentaré con tres de mis más confiables seguidores. No más. Allí, en Ba'al Bek, sabremos la verdad.

Si Elyon se niega a mostrar su poder sobre Teeleh, entonces yo, Thomas Hunter, líder del círculo, me entregaré y haré saber la ubicación de cada tribu conocida por mí, y ustedes se desharán de los albinos de una vez por todas. Ellos renunciarán a su ahogamiento y se convertirán en hordas o morirán a manos de ustedes.

Si Teeleh se niega a mostrar su poder sobre Elyon, entonces usted, Qurong, y solo usted, se ahogará y se convertirá en albino.

Si me traicionan y conspiran para matarme antes de que se cumplan por completo las condiciones de este acuerdo, entonces tendrán mártires en Thomas de Hunter y tres de sus seguidores de confianza. Los espero en Ba'al Bek.

Thomas de Hunter


– ¿Qué quiere el traidor? -exigió saber Patricia.

– Ha lanzado un desafío. Cierta clase de duelo entre su dios y Ba'al. En Ba Bek, el lugar alto.

– ¿Con qué propósito?

– ¿Qué se supone que debo hacer con esta locura? -preguntó Qurong volviéndose hacia Ba'al.

– ¿Qué locura? -inquirió bruscamente Patricia, arrancando el rollo de los dedos de él y leyéndolo.

Su esposo no le hizo caso.

– ¿Puede tu dios cumplir ese desafío?

– ¿Mi dios? Teeleh es el único dios verdadero, y es tan tuyo como mío. ¿O vacilas tan fácilmente tras unas cuantas palabras de tu invencible rival?

Ba'al vio claramente una oportunidad aquí. Era humillante en sí que debieran tomar en serio el desafío de un grupo de vagabundos esparcidos. Pero era imperdonable que este simple desafío, aunque equivocado, debiera enervarlo. ¿Quién se creía que era Thomas de Hunter al lanzar un reto tan ridículo?

Qurong sintió una punzada de dolor en el estómago y se dirigió a la mesa, donde había un ánfora de vino al lado de dos copas de plata.

– ¿Me sacaste de mis desvelados sueños para esto?

– Con perdón de ustedes… -dijo Cassak, su general, sosteniendo ahora el rollo-. Si esto es verdad, si el líder de todos los albinos es tan tonto como para esperarnos en Ba'al Bek, fácilmente podríamos acabar con su vida. Y con las vidas de sus tres seguidores. Hasta de Chelise, si ella está con él.

Patricia lo miró. Ella aún se aferraba a la imprudente creencia de que un día iba a recuperar a su hija. Cassak era un necio al no entender cómo funciona el corazón de una mujer. Qurong tendría que hablar con él.

– Liquidar a Thomas no es una propuesta fácil. Aunque se le pudiera atrapar o matar, él tiene razón; sería visto como un mártir y reemplazado por otra docena como él- Se está burlando de nosotros con esta carta.

– ¿Lo está? -inquirió Ba'al.

¿Sugieres que tomemos esto en serio?

– ¿Dudas que yo pueda destruirlo en este jueguecito suyo? -respondió el sacerdote.

– No sé. ¿Puedes?

He aquí la verdadera pregunta, comprendió él. Al hacerla había traicionado sus propias dudas en el poder de Teeleh.

– ¿Has visto últimamente la evidencia de Elyon? -insistió Ba'al-. No, porque no hay ángeles llamados roushes ni un dios llamado Elyon. Son invenciones de la imaginación de los albinos. Las aguas rojas que beben los infectan con una enfermedad que les desnuda la piel y les fríe la mente. Todos sabemos que es así.

– ¿Y si te equivocaras? Si Teeleh, que tampoco está demasiado ansioso de mostrar el rostro, no aparece y los aplasta, ¿entonces qué? ¿Bebo el agua roja de ellos? ¿Te has vuelto loco?

– A diferencia de ti, veo a Teeleh con frecuencia. Créeme, él es tan real como tu propia carne llena de costras. ¿No lo ves? Thomas de Hunter nos está facilitando la¡ cosas. El dragón rojo que gobierna los siete cuernos devorará a ese niño albino y ¿t una vez por todas terminará con la época del círculo. Tu guerra sobre ellos ha tenido el efecto deseado. Nos están rogando, con desesperación -dictaminó Ba'al mordiendo cada palabra y enterrándose las negras uñas en su apretado puño.

Por primera vez se le presentaba a Qurong el atractivo de tener a toda la insurgencia albina en una bandeja de colores.

– Señor -terció Cassak dando un paso al frente-. Perdone el comentario, pero no hay garantía de que esta no sea una trampa para matarlos tanto a usted como al sumo sacerdote.

– No se les atribuye violencia -objetó Qurong.

– No, pero podrían tomarlo a usted por la fuerza y obligarlo a ahogarse Podrían…

– ¿Funcionan los venenos del agua roja si se obliga a alguien a ahogarse?

– No lo sé -contestó el general-. El asunto es que esto no se debe hacer baje las condiciones de él. Deberíamos llevar el ejército. Hasta los eramitas se envalentonan porque no es posible capturar a Thomas de Hunter. Parecemos insignificantes incapaces de matar a este tipo. He aquí nuestra oportunidad. Podríamos entonces golpear a un desmoralizado Eram y asegurar la victoria.

Qurong observó a Ba'al. Ahora comprendía por qué el sacerdote lo había convocado aquí. Esta batalla se pelearía y se ganaría en los cielos, no con espadas. Esfera un asunto para Ba'al, no para Qurong. El siniestro sacerdote solo necesitaba f consentimiento y el acto de presencia del líder.

– Hunter verá nuestro ejército y se irá -expresó manteniendo la mirada fija el sacerdote-. Esas no fueron sus condiciones.

– No si yo comandara a los guturales -añadió Cassak.

El ala militar del templo consistía de cinco mil asesinos muy bien entrenados' quienes comúnmente se les mencionaba como guturales, denominados así en recuerdo de los menos perspicaces homicidas entre los guardianes del bosque, antes de * derrotados y asimilados por las hordas. Realmente, la mayor parte de los guardianes originales del bosque salieron de Qurongi y se unieron a Eram en el desierto norte. Los más grandes combatientes de las hordas eran ahora eramitas.

Pero los eramitas eran enormemente superados por todo su ejército, se recordó Qurong. Sus propios guturales también estaban obteniendo fortaleza. Todo el asunto era una absurda confusión. El odiaba con pasión a los albinos, pero temía más a los eramitas, a pesar de lo que dijera Teeleh. Dudaba de casi todo lo atribuido al dios murciélago, a quien ninguno de ellos había visto desde hacía mucho tiempo.

– Quizás. Pero nuestro siniestro sacerdote podría tener razón; esta es una guerra que se debe emprender en un frente distinto. Y si él está en lo cierto y puede convidar a este dragón rojo de Teeleh a acudir a la invitación, nos desharemos de una vez por todas de esta espina en el pie.

– Aunque… -empezó a objetar Cassak, pero titubeó en el siguiente punto obvio.

– Adelante, dilo.

– Teeleh lo prohíbe, pero yo debo servir a mi rey -continuó Cassak haciendo una reverencia de respeto a Ba'al-. Pero si, por improbable que sea, este dragón al que servimos no devora a ese muchacho albino, seguramente nadie estará sugiriendo que Qurong haga lo que Thomas ha exigido y beba del veneno rojo.

La mención del veneno acuchilló el abdomen de Qurong, y se preguntó si su dolor de estómago de estos últimos treinta días sería resultado de mala comida. O peor, de verdadero veneno. Servido por Ba'al. O por un espía eramita.

– No tengo intención de acercarme, mucho menos de entrar, en uno de sus malditos lagos rojos -espetó bruscamente-. Pero si Ba'al falla en su promesa de convocar a la bestia tendré permiso de él para arrojarlo a las aguas envenenadas.

El comandante hizo una pausa, con la mirada fija en el sacerdote.

– ¿O no?

Las tres heridas recién abiertas en la frente del hechicero brillaron a la luz. Sus delgados labios se transformaron en una sonrisa. El malvado era tanto serpiente como ser humano.

He vivido en el seno de Teeleh. Él nunca permitirá que yo sufra ningún daño.

– Es un día de marcha -contestó Qurong asintiendo-. Saldremos por la mañana. Trae a los guturales.

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