25

QURONG APESTA a pescado muerto, pensó Billy. El fuerte y sulfúrico olor le resultaba inexplicablemente atrayente, y comprender esto le produjo un poco de náuseas. Janae andaba de un lado al otro como animal enjaulado, al parecer sin tener en cuenta a Qurong, que hasta el momento se encontraba tan fuera de su espacio que lo único que podía hacer era permanecer de pie y sudar.

Billy se apoyó en la camilla, examinando rápidamente las opciones que tenían, que a las claras eran limitadas. La sangre había detenido al virus de la vacuna Raison B; esto era bueno. Después de más de una década de preguntarse, finalmente se había encontrado consigo mismo: Sus demonios internos, su propósito, todo lo que lo hacía palpitar. Esto era aún mejor.

Pero la única forma de reconectarse con quien realmente era requería de los libros perdidos. Ahora mismo Billy se hallaba en el mundo equivocado.

– Debe haber alguna manera de salir de esta prisión -comentó.

– ¡Está construida para mantener a las personas adentro, idiota! -exclamó furiosa Janae, mirándolo-. ¡Estamos atrapados!

– ¿Así que ahora también soy tu enemigo? -objetó Billy irguiéndose.

Ella cerró los ojos, respiró fuertemente por la nariz y exhaló aire entre los labios fruncidos. El sudor le humedecía el largo cabello oscuro hasta las mejillas, y se le había corrido el rímel, pero aun así parecía tan seductora como lo fue cuando era Jezreal.

– Está bien. Lo siento. Perdóname, simplemente estaba… -titubeó ella abriendo los ojos llorosos-. Todo esto está sucediendo demasiado rápido. Ya no sé quién soy, Billy. No sé por qué me siento así.

La habilidad de Billy para leer mentes no había sido afectada por la enfermedad» pero no necesitaba mirarla al rostro para darse cuenta de que la muchacha estaba terriblemente perdida. Como un bebé recién nacido que ve la luz pero que no entiende a dónde ha ido a parar el vientre materno.

Thomas también estaba perdido. Igual que Kara y Monique. Los poderes de leer mentes no se habían presentado mientras estuvo en el cuerpo de Ba’al, y habían tardado unos minutos en reafirmarse después de despertar, pero en el corto período que logró mirar el interior de la mente de Thomas, Billy se había enterado de algunas cosas. Supo que el círculo se estaba fragmentando y que muy bien se podría hacer añicos con un poco más de presión.

Se enteró de que Samuel, el hijo de Thomas, lo había traicionado yéndose con Eram.

Además se enteró de la ubicación de los tres mil que esperaban que el resto del círculo se les uniera. Todo el círculo en un solo cañón.

Nada de eso le servía ahora, encerrado en esta cámara de aislamiento. Se fijó en Janae, que en minutos había pasado de ser una joven perdida pero vivaz a ser Jezreal. No había ninguna duda: La muchacha estaba de alguna forma vinculada a los shataikis.

Pero aún no sabía exactamente cómo, y por qué precisamente ella.

A pesar de todo, la madre de Janae, Monique, había estado en el centro de la vida de Thomas Hunter. Tal vez debido a esto el padre de la joven se había acercado a Monique.

– Lo sé -la tranquilizó Billy parándose frente a Janae y retirándole el cabello de las mejillas-. Estás en conflicto y eso te está destrozando. Créeme, he experimentado eso. Cuando regresemos no te sentirás fraccionada. Pertenecemos a allá, Janae. Todo estará bien cuando lleguemos a casa.

Ella se le abalanzó y lo besó en los labios, inhalándole angustiosamente el aliento.

Lo rodeó con los brazos y lo oprimió con fuerza, temblando.

– No me abandones -susurró ella-. Prométemelo, Billy. Nunca me abandones.

Él dio un paso atrás, sintiéndose torpe. Ella era como una mujer poseída por un espíritu que hubiera despertado de entre los muertos.

– No te abandonaré.

– ¡Júralo!

– Lo juro.

Qurong rezongó, y Billy vio que el encostrado tenía el ceño fruncido. Al mirarlo a los ojos, Billy vio más. Mucho más. Y se sintió obligado a enderezar los antecedentes.

– Podrás tener marcadas en la frente las tres garras de Ba’al, anciano, pero lo odias. Por otra parte, amas a tu hija, aunque lo niegues. Temes a Thomas más que a Teeleh. Y muy en el fondo de tu interior sospechas que Elyon es real, pero la larva shataiki ha invadido tu mente y te ha vuelto estúpido.

Por eso yo, y no tú, soy el elegido, pensó, pero no lo dijo.

– ¿Que cómo lo sé? Porque también sé que estabas comiendo moras azules con pasta de sagú cuando Thomas entró abruptamente en tu casa y te persuadió con engaños para hacer este viaje.

Los ojos grises de Qurong se abrieron de par en par. ¿Y si la respuesta de cómo regresar reposara de algún modo en este hombre?

– Ten cuidado con lo que piensas, Qurong -advirtió, dejándolo muy preocupado por un minuto. Billy besó a Janae en el cabello.

– Todo saldrá bien. Volveremos. Respiremos profundamente y meditemos esto a fondo. Empezando con esta bestia.

– Te puedo asegurar que no hay manera de que yo te permita entrar a mi mundo -amenazó Qurong, escupiendo en el nítido suelo-. Ustedes son brujos. Albinos que han hecho alianza con Ba’al. Si creen pertenecer a algún lugar que no sea el infierno, están equivocados.

– Y esto lo expresa una lagartija grandullona que apesta igual que el infierno -se mofó Billy.

– Sangre -expresó Janae enjugándose los ojos y volviendo a exhalar.

– ¿Sangre? -exclamó Billy frunciendo el ceño.

– Sí. Fui atraída hacia la sangre. Cuando me hallaba en Jezreal y me dejaste probar la tuya… había algo en la sangre que me cautivó.

– Los libros sangrientos -opinó Billy; al haber estado con Ba’al aunque fuera por una hora, Billy conservaba aún muchos de sus recuerdos, y profundizaba ahora en ellos-. La sangre de Thomas. Marsuuv le dio a Ba’al su propia sangre cuando este último era Billos. Ba’al se convirtió en parte de los shataikis. ¿Cómo puede ayudarnos eso ahora?

– Vaya… -empezó a decir Janae escrutando a Qurong; entonces corrió hacia un armario, abrió la puerta de par en par y sacó un microscopio; luego lanzó a Billy un pequeño estuche plástico trasparente-. Toma una muestra de la sangre y la piel del tipo. Pon lo uno y lo otro en los portaobjetos.

– ¿De él? -preguntó Billy mirando a Qurong.

– De él, sí. Date prisa, no tenemos todo el día.

– ¿Qué significa esto? -exigió saber Qurong.

– Significa que vas a dejarnos mirar tu sangre a través de esta máquina -informó Billy acercándose y pasándole un portaobjetos de vidrio-. Embadurna un poco ¿c la sangre de tu herida en este pedazo de vidrio.

Qurong miró el portaobjetos como si pudiera ser un arma de gran envergadura.

– ¡Rápido!

– Esto no significa nada para mí.

– ¿Quieres volver a casa antes de que Ba’al tome tu trono?

El hombre rezongó y le arrebató a Billy el portaobjetos. Torpemente restregó en el vidrio un poco de la sangre del dedo y se lo devolvió.

– Y de su piel -pidió Janae, pasándole a Billy un pequeño bisturí.

– Ahora tu piel -ordenó Billy pasándole otra caja de instrumentos y el escalpelo.

– ¿Esperas que me corte la piel?

– Solo rasguña un poco -explicó Janae mirando por encima del lente-. Cuanto más delgada la muestra, mejor.

– Ya la has oído -dijo bruscamente Billy.

– ¿Para qué diablos? ¡Esto es ridículo!

– Llámalo utilizar cualquier cosa para salir de un apuro, o lo que sea, pero hazlo-dictaminó Janae mientras enfocaba el microscopio-. ¿Ha analizado alguien tu sangre antes? Lo dudo. Yo soy científica, es lo que hago.

Qurong se raspó algo de piel del antebrazo, luego arrastró la cuchilla a través de la caja de instrumentos, depositando una capa de morst y carne muerta sobre el vidrio transparente.

– Albinos tontos.

– ¿Hallas algo? -preguntó Billy poniendo el portaobjetos sobre el mostrador al lado de Janae.

– Esto es… Creo… -tartamudeó ella pero no dio detalles.

– ¿Qué pasa?

Rápidamente, Janae sacó el portaobjetos con sangre y deslizó la muestra de piel de Qurong.

– ¿Qué pasa? -volvió a preguntar Billy.

– Creo… si no me equivoco, él tiene lo que me parece… aunque no puedo estar segura sin más exámenes, este microscopio no es el más potente…

– Tú dilo.

– Tiene en la sangre algo parecido a la vacuna Raison -anunció ella ajustando el enfoque-. Parece una cepa ligeramente distinta, pero…

La muchacha ajustó la vista a la muestra de piel.

Tenía sentido. En cierta manera distorsionada.

Janae respiró fuertemente y se quedó boquiabierta.

– ¿Qué es?

Ella se irguió, mirando a Qurong.

– ¿Qué pasa?

– Eso es -expresó Janae acercándose al hombre y estirando la mano-. ¿Puedo mirar más de cerca?

Titubeante, Qurong alargó el brazo. La muchacha le agarró la muñeca con una mano y le frotó el pulgar en la piel.

– Las hordas son un poco más fuertes que los albinos. ¿No es verdad?

– Sí -contestaron Billy y Qurong al unísono.

– Pero los albinos son mucho más veloces -afirmó ella-. Ellos no presentan el mismo dolor y sus articulaciones están libres para moverse con facilidad.

– Eso afirman algunos.

– Por amor de Dios, Janae, simplemente…

– Sé por qué son más fuertes -notificó ella, mirando a Billy con algo de asombro-.

Se debe a los shataikis.

– ¿Tienen ellos sangre shataiki?

– No. Tal vez, no lo sé. Pero su piel está infectada con millones de larvas microscópicas.

– Larvas shataikis -advirtió Billy, fluyéndole a la mente el conocimiento de Ba’al-. Las doce reinas engendradas por Teeleh se reproducen poniendo huevos que forman larvas no fertilizadas. Pueden vivir durante siglos en este estado hasta que otro shataiki las fertiliza con sangre.

– ¿Cómo?

– Muerden. Transmiten sangre a través de los colmillos.

– Vampiros.

– No, shataikis -objetó Billy, luego encogió los hombros-. Da lo mismo.

– ¿Ácaros? -preguntó Qurong mirándose el brazo.

– Larvas diminutas -expresó Janae, volviendo a toda prisa al microscopio V mirando con atención-. En este mundo tenemos la sarna, una enfermedad causada por un acaro diminuto llamado Sarcoptes scabiei, invisible a simple vista. Excavan en la piel y ponen huevos que producen más larvas y más ácaros. La erupción en la piel es una reacción a los ácaros. Parecido a lo que tenemos aquí.

Ella volvió a mirar.

– Las hordas están cubiertas por larvas de Teeleh. Evidentemente estas les infectan la sangre con algo parecido a la primera vacuna Raison. Pero en vez de matarlos, el virus les transmite algunas propiedades de los shataikis, como la fortaleza.

– Caldos de cultivo andantes.

– Eso es una total estupidez -exclamó Qurong, desestimándolos con una oscilación del brazo. Billy supo de repente cómo podrían salir.

– Janae, si pudiéramos escapar de este cuarto de aislamiento, ¿podrías sacarnos del laboratorio?

– No sé -contestó ella, y miró la puerta principal, donde normalmente había dos guardias apostados.

– Seguramente hay otra forma de salir de aquí. Conductos de ventilación, un pasadizo, cualquier cosa.

– ¿Ventilación? -exclamó ella pestañeando-. Estamos bajo tierra, los conductos de ventilación son enormes. Janae pasó rozándolo.

– Yo era niña cuando construyeron este sitio, y en ese entonces me arrastraba por algunos de esos conductos. El eje principal pasa por encima de los salones a lo largo del pasillo, extendiéndose a cada uno -siguió informando mientras miraba la rejilla de sesenta por sesenta cerca de lo alto de la pared, a metro y medio a la izquierda de la puerta principal-. Eso nos llevaría afuera. Quizás.

– ¿Quizás? ¿Por qué no seguro?

– Para empezar, estamos encerrados debajo de vidrio reforzado. Y aunque siguiéramos la ventilación hasta el final del pasillo sin llamar la atención de los guardias, el e je gira directo hacia arriba, siete metros. No hay manera…

– No necesitamos subir -declaró Billy, rompiendo la sábana de la camilla más próxima y lanzándosela a Qurong-. Envuelve esto alrededor de tu puño. El vidrio está hecho para resistir fuerza humana, pero no tenían hordas en mente. Tú puedes romperlo. Qurong miró el vidrio, la sábana en sus manos, y luego otra vez a Billy. Le devolvió la sábana.

– Me arriesgaré a quedarme.

– ¿Por qué razón? ¡Ya has oído a Thomas! No tiene intención de dejarte volver ahora que te tiene en su poder. Él sabía que secuestrándote inmovilizaría a las hordas, quizás dando a los eramitas y a Samuel la ventaja que necesitan a fin de preparar un tremendo golpe.

La idea se le acababa de ocurrir, y tenía sentido, tal vez más de lo que ellos creían.

– Pero Thomas no conoce a Ba’al como tú y yo. No hay manera de saber qué hará el siniestro sacerdote en tu ausencia. Debemos regresar. ¡Ahora!

– No de este modo. No veo ninguna ventaja. Confiaría tanto en Thomas como en ustedes. Astutamente, Qurong estaba imponiendo sus reglas.

– Te puedo dar una ventaja -negoció Janae mirando a Billy y haciéndole saber lo que pensaba, luego se dirigió a Qurong cuando Billy asintió-. Te puedo dar un arma. Arma que podrías usar para aniquilar a todos los eramitas y los albinos… a cualquier ejército que se te enfrente.

– Eso no es posible -contestó el encostrado con el rostro contraído.

– ¡No sabes nada de este mundo! Lo que tengo es bastante pequeño para llevar a través de los libros, y créeme, podría acabar con la vida en tu mundo.

– ¿Qué es?

– Un virus. Una enfermedad que solo afectará a quienes quieras afectar.

– Estás fanfarroneando. ¿Quién ha oído alguna vez de algo así?

– Apostaría a que en estos días has estado repitiendo mucho eso -objetó la joven, señalando luego los alrededores-. ¿Quién ha oído alguna vez acerca de esto} ¿Quién ha oído respecto de leer pensamientos y de destrabar tiempo y espacio con un libro7. ¡En realidad todo el mundo es un gran quién ha oído alguna vez de algo así!

– Ella tiene razón, payaso -contraatacó Billy, ocurriéndosele que le estaba hablando al hombre más poderoso en un mundo en que pronto podría necesitar aliados; tendría que refrenar los insultos-. Eres un hombre inteligente, Qurong. Lo vi cuando compartí la mente de Ba’al, y francamente me asustó. También eres el hombre más poderoso del planeta. Tus súbditos tiemblan cuando pasas cerca. Pero ambos sabemos que todo el que está en la cúspide es un objetivo. Lo que te estamos brindando asegurará tu supervivencia. Y nosotros podemos ser tus más fabulosos aliados. El encostrado estaba sudando otra vez, pero ya no contendía.

– Cada minuto que pasamos aquí dudando pone distancia entre nosotros y los libros perdidos -fustigó Janae-. Debemos apurarnos.

– ¿Cómo saldrán ustedes? -preguntó Qurong-. ¿Dónde está esa arma?

– No aquí adentro -aclaró ella señalando el vidrio reforzado-. ¡Rómpelo! Al menos inténtalo, por Dios.

– No me gusta esto -rezongó Qurong, empezando a enrollarse la sábana alrededor del codo-. Me ponen a merced de ustedes. No tengo motivos para creer que me llevarán.

– No te queda más alternativa que confiar en nosotros.

El hombre mantuvo la mirada en ellos mientras se ponía junto a la enorme ventana, aproximadamente de tres metros por dos. Entonces asintió, se agarró el puño con la mano izquierda, y lanzó el codo contra el vidrio sin dejar de mirar a Billy. El cuarto se estremeció al fracturarse la ventana en cien mil rajaduras. Qurong empujó el vidrio despedazado, y este cayó a tierra como lluvia.

Janae pronunció algo que no tenía sentido, luego trepó sobre el alféizar y entró al laboratorio. Se dio la vuelta, hizo señas de silencio con un dedo en los labios y corrió hacia la misma cabina de almacenamiento operada electrónicamente de la que había sacado la vacuna Raison B.

Obrando como un ratón sobre una miga comenzó a pulsar números de acceso.

Señaló hacia un armario y en susurros pronunció órdenes.

– Una escalera y herramientas; quita la rejilla; espérame. Quítala.

– ¿Vas a conseguir el virus?

– ¡Rápido!

Billy vaciló. ¿Y si la vacuna Raison no tenía los mismos efectos en el otro mundo?

– Tienes otros virus, ¿no es así? ¿Ébola?

Ella lo miró fijamente a los ojos y entonces se dirigió a Qurong.

– Por favor, confía en mí. Necesito un momento. A solas.

Billy comprendió al instante. Janae no quería que Qurong supiera lo que estaba tramando. Tal vez dónde en su cuerpo ocultaría los virus.

Él abrió la puerta del armario, agarró la escalera y un pequeño juego de herramientas. Corriendo hacia la pared de debajo de la rejilla de ventilación empujó la escalera hacia Qurong.

– Sostenía en silencio.

La puerta principal estaba cerrada herméticamente y brindaría una buena barrera contra el ruido, pero no podían saber qué otras medidas de seguridad habrían instalado.

Qurong intentó desplegar la escalera mientras Billy sacaba un destornillador de estrella.

– Ya está, retrocede -susurró Billy, agarrando la escalera y depositándola en el suelo en la posición correcta. Entonces subió aprisa a lo alto.

Cuatro tornillos aseguraban la rejilla, y todos salieron sin problema alguno. El joven colgó el panel de un gancho que sobresalía de la escalera, luego miró al interior del conducto.

Suficientemente espacioso tanto para Janae como para él, pero el encostrado no cabría.

– Baja.

Miró hacia abajo y vio a Janae al lado de Qurong, observándolo.

– ¡Rápido! Baja aquí.

– No podemos entrar todos… -dijo Billy cayendo al lado de ellos.

– Espera con él a este lado de la puerta -lo interrumpió ella mientras subía por la escalera.

– ¿Yo? Espera un momento. ¡Voy contigo!

– Cállate, Billy -ordenó ella mirándolo, luego continuó al notar el impacto en él-. No quería hablarte así. Pero soy la única que puede hacer esto. Sé adonde debo ir. Dos puertas más allá entro en una enorme bodega donde hay equipos de supervivencia y batas limpias de laboratorio. Lanza bengalas.

– ¿Es así como vas a conseguir los libros, con bata de laboratorio y lanza bengalas?

– No, así es como iré caminando hacia los guardias antes de neutralizarlos y abrir esta puerta.

– ¡Te matarán!

– ¡Ellos me conocen! Llevo años dándoles órdenes. Créeme, no me dispararán, no antes de que salgan de su confusión. Entonces será demasiado tarde para ellos.

– ¿Los vas a reducir con un lanza bengalas?

Los músculos de la mandíbula de Janae se encogieron de impaciencia. Billy se quedó impactado por la belleza de la joven al pie de la escalera con su corto vestido negro, el cabello oscuro alborotado alrededor del rostro, y los ojos encendidos de pasión.

– Esto es Bangkok, la sede del kickboxing. Las chicas pequeñas como yo aprendemos a cuidar de nosotras mismas desde muy corta edad. Quédate aquí. Entonces la muchacha subió a toda prisa la escalera, se metió como una gata en el conducto de aire, y despareció.

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