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NO HUBIERON suspiros ni exclamaciones, solo un pesado silencio. Ninguno de ellos era ajeno a la violencia. Pero entre el círculo era prohibido tomar la vida de otro ser humano, encostrado o albino.

Esto… esto parecía ser el resultado de una ejecución. Llevada a cabo por su propio hijo. Lo único que Thomas pudo oír durante un momento fueron los latidos de su propio corazón.

Vadal, hijo de Ronin, y uno de los primeros en ahogarse, caminó a tropezones hacia la cabeza cortada y observó por un instante, incrédulo. Había desaparecido toda señal de la festividad por la ceremonia de Thomas.

– ¿Estás loco, amigo? -le preguntó a Samuel, girando hacia él.

– La cabeza pertenece al hombre que ahorcó a Richard, hijo de Sacura. Lo agarramos, lo procesamos y lo encontramos culpable. El castigo fue la muerte.

– No seas tonto -replicó Vadal, señalando con el dedo la cabeza que tenía cerca de los pies-. Si los matas podrías también ser de ellos. ¿Es esta tu idea?

– Esto, estúpido, es hacer la obra de Elyon -cuestionó Samuel con toda calma-. Librar al mundo de quienes se burlan de él.

– ¿Solo para llegar a ser como ellos? -rebatió Vadal.

– ¿Te parezco un encostrado? Habiendo profanado el amor del mismo Elyon como afirmas, ¿estoy cubierto ahora de pies a cabeza con la enfermedad que caracteriza a los incrédulos? ¿Ha quitado él de mí su curación?

Thomas levantó la mano para poner un poco de orden antes de que todo el asunto se saliera de control.

– Has expresado tu opinión, Samuel. Ahora agarra tu premio, entiérralo en alguna parte lejos de aquí y vuelve a nuestra celebración.

– Eso no es lo que yo tenía en mente.

– Bájate de ese caballo -ordenó Thomas sintiendo que se le agotaba la paciencia-. Recoge esa cabeza, vuelve a montar, ¡y déjanos!

– Bueno, he ahí al padre que una vez conocí -contestó Samuel con una sonrisa en el rostro-. El comandante de los guardianes del bosque. El mundo temblaba una vez ante tu nombre.

– Y ahora tiembla ante el nombre de otro.

– ¿Ah, sí? ¿Elyon? ¿Y dónde está exactamente Elyon en estos días?

– ¡Ya basta! -terció bruscamente Chelise soltando el brazo de Thomas y dando un paso hacia Samuel-. ¿Cómo te atreves a hablar de tu Hacedor en tono tan insensible?

– Solo estoy expresando lo que hay en la mente de todos nosotros. ¿Amar a las hordas? ¿Por qué? Ellos nos odian, nos matan, siembran terror en nuestros campos. Arrasarían toda esta asamblea con un soplido si pudieran. Somos el vómito en las suelas de sus zapatos, y eso nunca cambiará.

– Tú una vez fuiste horda, ¡cachorro insolente! -exclamó Chelise.

Samuel acercó el caballo hasta la cabeza cercenada. Se apearon sus amigos, un grupo de luchadores de mente entumecida que habían probado tal cantidad de ansias por matar como para tener avidez de hacerlo.

– ¿No creemos que llegará pronto el momento en que Elyon destruirá toda esta tierra y con ella a las hordas, y finalmente nos rescatará para nuestra felicidad?

Silencio.

– Han pasado diez años sin una indiscutible señal de que Elyon aún ronde cerca, preparándose para rescatarnos. Ustedes están demasiado ocupados huyendo y escondiéndose de esa bestia horda que es Qurong como para preguntar la razón.

– Esa bestia es mi padre -advirtió Chelise-. Yo moriría por él. ¿Y lo matarías tú?

– ¿Matar a Qurong, el comandante supremo que ha jurado asesinar a nuestros hijos? -contestó Samuel después de permanecer en silencio por un instante-. ¿El encostrado que deambula hasta altas horas de la noche, envenenado por la amargura contra su propia hija porque ella lo traicionó al ahogarse? ¿Ese Qurong? ¿Aquel con quien estás obsesionada porque te concibió?

El chico habló en voz queda, cortando el silencio nocturno como una delgada navaja.

Amas a tu padre más de lo que amas a cualquiera de nosotros, madre. Si la que está ahora en el suelo fuera la cabeza de Qurong, quizás finalmente podríamos ser libres.

Samuel siempre había mostrado resentimiento por el amor de Chelise hacia el líder de las hordas, pero nunca lo había expresado con tanta claridad.

Vadal habló por Chelise, que estaba tan enojada en ese momento que parecía no poder articular palabra.

– ¡Esto es una herejía! No tienes…

– Decapité esta cabeza encostrada en un cañón a treinta kilómetros de aquí -anunció Samuel haciendo caso omiso a Vadal-. Lo emboscamos y mi espada le cortó limpiamente el cuello de un solo tajo. Eso fue lo más satisfactorio que haya hecho en mi vida.

– ¡Samuel!

Esta vez el grito salió de Marie, que miraba a su hermano con el rostro enrojecido.

Thomas contuvo una terrible urgencia de saltar sobre el muchacho y azotarlo hasta que pidiera clemencia. Pero se mantuvo pegado al suelo.

– La guerra es permisible -expresó bruscamente Samuel-. Mi opinión es que la empecemos. He estado allá afuera deslizándome sigilosamente rondando a las hordas desde que cumplí quince años, y les puedo decir que con cinco mil guerreros podríamos hacer que se arrepientan del día en que mataron a uno de los nuestros.

– ¡Elyon lo prohíbe! -exclamó Vadal.

– Si Elyon me dijera amablemente que estoy equivocado, renunciaría. Decimos que la maldad está en la carne, que la enfermedad sobre la piel de las hordas es maldición de Elyon. ¿Por qué entonces estoy aun libre de la enfermedad, habiendo cometido esta terrible maldad de matar a este encostrado, a no ser que Elyon lo aprobara? A menos que él me clarifique mi error, mi corazón anhelará los días en que los enfrentábamos, veinte a uno, y enrojecíamos la arena con la sangre de ellos.

– ¡Eso es sacrilegio!

– ¿Qué es sacrilegio? -cuestionó Samuel-. ¿Lo que Elyon mismo nos dice, o lo que nos han dicho que él dice? ¿Ha oído últimamente alguno de ustedes esta instrucción específica de parte de él? ¿O están tan embriagados con la fruta y el agua de Elyon como para notar su ausencia?

– Esto… -titubeó Vadal temblando de ira-. ¡Esto es una total insensatez!

– Solíamos celebrar el fallecimiento de cada alma, creyendo que había ido a un lugar mejor. Ahora nuestras celebraciones en los funerales están llenas de tristeza. ¿Por qué? ¿Dónde está Elyon, y dónde está este lugar mejor?

Ninguno de ellos podía negar el sutil cambio en el trato para con los muertos.

– Solíamos anhelar el día de Elyon, aferrándonos a la esperanza de que en cualquier momento vendría abalanzándose sobre las colinas para rescatarnos de una vez y para siempre. Ahora solo deseamos el día de la Concurrencia, cuando podemos beber las aguas, comer las frutas y danzar tontamente hasta altas horas de la noche. El Gran Romance se ha vuelto nuestro elíxir, un lugar en donde ocultarnos del mundo.

– Estás diciendo estupideces.

– ¡Opino que revivamos los días de nuestra gloria! Aceleremos el día del regreso de Elyon. Enfrentemos a Qurong como hacen los eremitas. Tendrás que pelear primero conmigo -afirmó Vadal.

Samuel hizo girar el caballo en sus cuartos traseros para enfrentar al hombre. La cabalgadura resopló en protesta.

– Así sea -declaró, y luego gritó a toda la multitud-. Me han dicho que los seguidores de Eram también respetan el duelo como lo hicimos alguna vez. Reto a Vadal de Ronin a combatir como en los días de antaño. Aún está permitido.

¿Lo estaba? Thomas sintió que se le revolvía el estómago.

– Acepto -expresó bruscamente Vadal.

– A muerte.

– ¡Basta! -gritó Chelise; luego suavizó la voz-. Te lo advierto, Samuel.

– ¿De veras? Nuestra doctrina imperante condena la violencia contra las hordas -informó el joven-, ¿pero qué dice del desafío? Durante toda la noche contamos muchas de las historias de los héroes que nos antecedieron. Elyon esto, Thomas aquello… aconsejo que dejemos que los héroes se vean en vida. Elyon salvará a aquel que hable la verdad, como antes hacía.

El argumento del muchacho tenía tanta verdad que heló la sangre de Thomas. Ante sus propios ojos estaban presenciando la más grandiosa de las amenazas a toda esa verdad. Y de la boca de su propio hijo. Pero Thomas estaba demasiado sorprendido para formular una respuesta. Este era su propio hijo, ¡por el amor de Elyon!

Chelise susurró con urgencia el nombre de Thomas, y él vio que ella empezó a mirarlo, rogándole que detuviera a Samuel.

En vez de eso, Thomas buscó con la mirada apoyo en Ronin y Johan, William, Mikil, Jamous… cualquiera de ellos. Estos lo miraron buscando guía. ¿También ellos se estaban cansando de esperar un urgente regreso, que había sido inminente por mucho más tiempo del que les importaba esperar? ¿Podría este ser el origen del titubeo en ellos?

Samuel no era el único en cuestionar si Elyon volvería realmente pronto por una «novia». Después de todo, él había dejado que los apalearan una y otra vez sin siquiera levantar un dedo. ¿ Qué bien hacía ser libre de la enfermedad si se vivía en ridículo y huyendo?

– ¿Ronin? -inquirió Thomas captando la mirada del amigo. El líder espiritual del clan de Thomas frunció el ceño, luego analizó a su hijo Vadal y a Samuel.

– Nadie en el círculo ha hecho un desafío por muchísimo tiempo. Nunca, que yo sepa. Es totalmente ridículo.

– ¿Pero estaba declarado fuera de la ley? -presionó Samuel. Chelise abrió ambos brazos a lo ancho.

– Esto es una tremenda insensatez, este pulso para probar un argumento. ¿Y a muerte'*. -cuestionó, entonces se volvió a los demás-. ¡Vamos, Mikil! Johan, sin duda ustedes no creen que esto sea permisible.

– Es absurdo -contestó Mikil, y Johan estuvo de acuerdo, pero ninguno fue imperioso.

El temor en el estómago de Thomas se extendió. ¿Por qué, y en protesta, no se apresuraban a bajar del caballo a Samuel? ¿Albergaban ellos alguna duda? ¡Seguramente no todos!

– ¿No condonó Elyon una vez nuestro uso de la fuerza? ¿Ha cambiado de parecer? ¿Cambia Elyon de opinión? Caramba, caramba, he cometido una terrible equivocación. ¡Cambiaré la manera en que se hacen las cosas! ¿Es este un Creador perfecto? -objetó Samuel sacando ventaja de la inacción de ellos; dejó que la idea calara antes de continuar-. No. Elyon sabe que es mejor amar, que todo reposa en el cumplimiento del Gran Romance, como la unión de la novia y el novio después de una noche de desconcertante celebración. Pero a veces el amor se puede expresar defendiendo la verdad. Vadal tiene esa prerrogativa. ¿No es así, Mikil?

La famosa guerrera se volvió para mirar a Thomas, ni concordando ni disintiendo con Samuel, pero con ese gesto lo estaba apoyando. ¿No comprendía ella lo que estaba haciendo? ¡Apoyar esta ridícula afirmación ante toda la Concurrencia solo podría traer devastación!

Pero el temor se abalanzó en picado por la columna vertebral de Thomas dejándolo también mudo. Una docena de años antes habría echado por tierra este duelo con algunas palabras bien dichas. Esas épocas se habían ido, siendo reemplazadas por una sabiduría que ahora parecía fallar por completo, sofocada por el temor.

– ¿Se acobarda de la verdad esta Concurrencia? -desafió Samuel-. ¡Permítanme luchar como hacen los eramitas!

Thomas había arriesgado la vida en un centenar de ocasiones por amor a las hordas, para conseguir a Chelise, para seguir los caminos de Elyon, sin importar lo peligroso o brutal del sendero. Ahora ese camino había vuelto sobre sus pasos y bajaba derecho por el medio del mismísimo círculo. Siempre había dicho a los demás que el mayor peligro estaba en el interior. Esta noche finalmente ese peligro había mostrado los dientes para que todos lo vieran.

Y no había exclamaciones del círculo contra la exigencia de Samuel.

– ¿Quién dice que sí? -indagó Thomas levantando la vista a las miles de miradas atentas en él.

Nadie gritó su consentimiento, como era su derecho. Pero después de algunos segundos un joven de otro clan, Andrés, si Thomas no se equivocaba, levantó la bebida.

– Yo digo que sí -expresó, dando un paso dentro de la luz de la hoguera ante la mirada de todos-. Hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra. Quizás ha llegado el momento de la guerra. ¿No emprendió Elyon una vez la guerra?

Cien síes retumbaron en la noche.

Así que Samuel estaba probando los sentimientos implícitos de muchos. Esta actitud era prácticamente epidémica, un cáncer que se los consumiría vivos desde adentro.

Y esto de su propio hijo…

Thomas intentó tragar saliva, pero el temor que le hinchaba ahora la cabeza le impedía la simple acción. Se había enfrentado al mismísimo Teeleh y lo había vencido en el más sombrío de los bosques; se había desembarazado de treinta usurpadores encostrados con una sencilla y ancha navaja; había entrado en la ciudad con los vítores de cien mil gargantas que elogiaban a gritos a Thomas de Hunter, el más fabuloso guerrero que alguna vez existiera.

Pero en ese momento él solo era una cascara aterrada. Inútil contra este enemigo llamado Samuel, hijo de Hunter.

Se dio cuenta de que Samuel estaba hablando otra vez, exigiendo más de la multitud.

– ¿Quién más? -estaba vociferando; y centenares concordaban con él.

– ¡No sean tan estrechos de mente! -gritó William sobre todos ellos-. Siempre hemos estado de acuerdo en que se nos iba a mostrar un nuevo camino de Elyon, diferente de la espada. ¿Cambia ahora esto nuestra impaciencia? Nuestro camino es amar a nuestros enemigos, no declararles la guerra.

Mil síes y chillidos de asentimiento sacudieron el cañón. ¡Por fin! ¡Por fin algo de sensatez!

– Pero tengo el derecho de hacer este desafío, ¿verdad? -exigió saber Samuel-. Y Vadal tiene derecho de aceptar.

Los consensos animaron a la asamblea, pero ahora todas las miradas se habían vuelto hacia Ronin y Thomas.

Ronin debió haber notado la preocupación que aprisionaba a Thomas, porque se dirigió a la multitud.

– Sí, supongo que es correcto lo que Samuel dice. Nada que yo sepa ha anulado la prerrogativa que mi hijo tiene de desafiar a un duelo. Y Vadal tiene el derecho de aceptarlo o de rechazarlo, lo cual sería muchísimo más sabio. Francamente, estoy consternado de que haya una protesta entre todos ustedes. ¿Han decidido alimentar sus deseos de ver correr sangre?

– Él tiene razón -declaró Chelise-. Esta es la clase de situación que concebiríamos si fuéramos hordas.

– O bajo el antiguo Thomas -gritó una voz solitaria.

– Todo podría ser permisible, pero no todo es beneficioso -expresó Ronin, cortando cualquier otro diálogo más que podría confundirlos en su propia historia de violencia; luego se dirigió a Vadal, su hijo-. Seguro que ves la locura que hay en esto.

– Veo la locura en lo que seduce a Samuel y a la mitad del círculo -declaró.

Samuel se bajó de la silla y cayó en tierra con un golpe de botas en la roca. Sacó la espada de la vaina, clavó la punta bronceada en la arcilla y reposó ambas manos en el mango.

– ¿Qué pasa, oh favorecido? ¿Debemos probar la verdad?

¡El tonto no se estaba tomando en serio nada de esto! O peor, estaba embriagado en su propio poder y tomaba muy en serio la muerte de Vadal acepto -expresó bruscamente Vadal.

– ¡No! -exclamó Marie, hija mayor de Thomas y prometida de Vadal, que caminando a paso rápido arrancó una espada de la montura más cercana a la de Samuel y la hizo girar con un lance de muñeca-. Ejerzo mi derecho de tomar el lugar de cualquier otro en un duelo.

– No seas ridícula-comentó Vadal-. ¡Retrocede!

– Cállate. Si tú tienes el derecho de tirar tu vida a la basura, yo también. Esas son las reglas.

– Eso fue hace mucho tiempo. Retrocede, ¡te lo estoy diciendo! Marie se volvió hacia el anciano Ronin?

– Ese es el derecho de ella -contestó asintiendo el líder espiritual.

Samuel sonrió, sacó bruscamente la espada, la hizo oscilar en un hábil movimiento y la giró hacia la derecha, invitando a Marie a entrar a un círculo imaginario de pelea.

– ¡Detenlos! -gritó Chelise mirando a Thomas, y luego le susurró ásperamente-. Haz algo.

El no hizo nada. Casi no podía pensar con claridad, mucho menos ponerse a hacer algo de lo que más tarde no se arrepintiera. No podía detenerlos; todos ellos tenían la misma libertad de tomar sus propias decisiones.

La sonrisa había desaparecido del rostro de Samuel. Sin duda no usaría la espada contra su propia hermana. Esta era una táctica de Marie. Ella sabía que Samuel retrocedería. Este era el juego de la joven, y Thomas logró ver la sabiduría que había en ello.

– Entonces, hermana. El asunto es entre tú y yo, ¿verdad?

– Así parece -manifestó la muchacha, acercándose, llevando de modo informal la espada por detrás; con eso no engañaría a nadie, pues todos sabían que ella era un demonio con ese instrumento.

Samuel miró la hoja, apoyándose en su propia confianza.

– No soy el joven cachorro que castigaste la última vez que realizamos este juego.

– Esto no es un juego -advirtió Marie-. Estás jugando con el destino de tu propio pueblo.

– Saldrás lastimada -indicó Samuel.

– Entonces lastímame, hermano.

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