12

THOMAS SE paseaba lentamente a veinte metros del altar, tratando de recordar por qué había permitido que la escena ante él se desarrollara de este modo. A su lado. Mikil y Jamous musitaban su horror, susurrándole en voz baja que hiciera algo, que esto era intolerable, que él había confundido las intenciones de Elyon. Pero no quedaba nada por hacer. Excepto suplicar.

Suplicar que Elyon mostrara misericordia. Que proveyera una vía de escape. Que salvara a Samuel. Que detuviera al vasallo de Teeleh, cuya enfermedad no tenía límites.

Thomas había observado impotente cómo arrastraban a Samuel, casi sin oposición alguna. Su hijo parecía saber que era inútil resistir sin un arma. Mientras lo empujaban hacia el altar, lo desnudaban y lo ataban con los brazos extendidos a los anillos en cada esquina, sus ojos verdes miraban a Thomas de manera implacable.

Todo ese tiempo, esos ojos rojos en el cielo observaban al muchacho. Thomas se había vuelto para no dejarse ver en el rostro la débil determinación frente a tal tragedia.

Pero sería una tragedia solo si Elyon les fallaba, ¿correcto? Y si les fallaba, no había motivo para vivir. Lo único que podía hacer era rogarle a Elyon, y así lo hacía, sin interrupción.

Ba'al estaba parado ante la losa de piedra en perfecto silencio mientras sus sacerdotes amontonaban cuidadosamente leña en una torre a tres metros del altar. Después do impregnar la leña en combustible volvieron a tomar su lugar entre los demás, bamboleándose. Qurong y su general aún se hallaban a horcajadas en los lomos de sus caballos, observando desde treinta metros atrás. Los guturales mantenían sus posiciones en las rocas.

Todo estaba preparado.

– Vas a hacer que lo maten -declaró Mikil en voz baja e insegura. ¿Cómo se atrevía ella a dudar del amor de él por su hijo en un momento corno este?

– Si Ba'al fuera a matar a Samuel, ya lo habría hecho. El sujeto no puede provee1 un mártir frente a su pueblo. Necesita que su ángel de las tinieblas asome la cabeza-

– ¡Ya se ha asomado! -susurró ella, mirando a los shataikis que volaban en círculos por encima en lo alto-. No puedo presenciar esto.

– Entonces sugiero que te unas a mí y ruegues que Elyon también se muestre.

Ba'al se despojó de la túnica y dio un paso al frente, desnudo. Tenía el cuerpo tan surcado de músculos fibrosos que parecían más raíces que carne. El hombre era más enjuto de lo que Thomas había imaginado. En la mano derecha sostenía una larga daga en forma de garra.

El siniestro sacerdote levantó la hoja.

– Querido maestro, ¡oye nuestro clamor! -gimió, mostrando ojos brillantes por las lágrimas que escudriñaban el cielo-. ¡Rescata a tu siervo de este cuerpo de muerte! Yo, que soy tu esclavo, encerrado en tu abrazo, te imploro. Muéstrame tu misericordia.

La respiración de Thomas se hizo más lenta, luego se calmó. Parecía como si Ba'al estuviera orándole a Elyon, como si hubiera aprendido los procedimientos de los guardianes del bosque. Como si fuera un mestizo.

– Oye mi voz, gran dragón -clamó Ba'al-. Una vez conocí a tu enemigo igual que tú, fui traicionado por los míos y abandonado a mi suerte. Pero tú, Teeleh, y tu amada Marsuuv me tuvieron compasión.

El sacerdote clamaba al cielo como un hijo pródigo rogando que le permitieran volver al palacio de su padre.

– Te lo ruego, vuelve a apresarme. Muestra tu gran poder. No permitas que ellos se burlen de mí.

Thomas estaba pendiente de las tergiversadas palabras de Ba'al. La hermandad de sacerdotes había levantado un suave gemido para acompañar el bamboleo que hacían. Uno de ellos caminó al frente y lanzó una antorcha sobre la leña. Se encendieron las "amas, lamiendo el cielo.

Samuel estaba sobre el altar, con el pecho subiéndole y bajándole como fuelle de herrero. El sacerdote que había encendido la hoguera recogió la ropa del muchacho y 'a arrojó a las llamas, clarificando las intenciones que tenían. A donde Samuel iría, ya no necesitaría ropa.

La voz de Ba'al se levantó hasta convertirse en un grito.

– Mátame ahora, o envíame de nuevo al otro mundo donde enviaste al elegido a través de los libros perdidos. ¡Pero no me traiciones! -exclamó estremeciéndose donde estaba, boqueando por falta de aire-. Permite que la tierra de los vivos sepa 4Ue tú vives con poder para consumir a todos los que no se inclinen a tus pies.

El grito de Ba'al se abrió paso entre el dolor que asolaba la mente de Thomas. El elegido. Las palabras acarreaban el sonido de conocimiento secreto. ¿Qué sabía del elegido el siniestro sacerdote, y cuáles eran esos libros perdidos? Alrededor de hogueras a altas horas de la noche se habían oído rumores de siete libros perdidos, pero solo eran habladurías.

Samuel estaba sobre el altar, con el pecho agitándosele por el terror.

– Te ofrecemos nuestra sangre. Bebe y saborea nuestras aguas de vida, señor de la noche -continuó Ba'al-. Devora nuestra ofrenda para ti, el hijo de este idólatra, quien sirve a aquel que te arrojó dentro del abismo.

El gemido de los sacerdotes se convirtió en un aletargado rugido. A una invisible señal, la fila frontal caminó deprisa y se acercó a Ba'al en formación india. El primer sujeto agarró la daga de la mano levantada de Ba'al, besó los dedos del sumo sacerdote, y luego se tajó la muñeca.

Ellos mismos se estaban desangrando.

El sacerdote herido fue hasta el altar y dejó que un poco de su sangre goteara sobre el levantado pecho de Samuel, y después pasó de largo mientras el segundo sacerdote levantaba la daga de Ba'al. También se cortó.

– No voy a mirar -manifestó Mikil, volviéndose de espaldas; pero Jamous y Thomas miraban sin vacilar; después de un momento Mikil se volvió y escupió a un costado-. Elyon nos ha abandonado.

Ba'al suplicaba a Teeleh que tomara a Samuel.

Y Thomas rogaba a Elyon que salvara a su primogénito, cubierto por la sangre de los sacerdotes sobre el altar de Ba'al.

– Este es el final -rezongó Mikil.

– Que así sea -replicó Thomas, mirando-. Pero si este es el final, entonces es el designio de Elyon. ¿Has olvidado quién puso una vez el mundo al revés? ¿Quién nos salvó de las hordas más veces de las que puedes conservar en tu pedacito de memoria? A menos que tengas una oración, mantén la boca cerrada.

– Aquello fue entonces…

– ¡Y esto es hoy! -le gritó-. ¡Ora!

Thomas miró el altar y vio que siete sacerdotes habían derramado su sangre sobre Samuel. Oscuros rastros corrían del pecho de su hijo y se encharcaban sobre la piedra.

Qurong había retrocedido con su general y desaparecido del círculo de guturales-Ahora eran Thomas y Elyon contra Ba'al y Teeleh, un combate de sangre derramad3 contra…

¿Contra qué? ¿Qué llamaría la atención de Elyon? Él los había dejado con un poco de fruta y algunos estanques rojos, y luego pareció haber desaparecido. Ellos podían deshacerse de las enfermas costras de sus cuerpos ahogándose; podían sanar sus cuerpos con la fruta; podían danzar y cantar hasta altas horas de la noche, rememorando el amor de Elyon.

¿Pero dónde estaba Elyon para rescatarlos de las hordas que presionaban de manera incesante? ¿Qué se necesitaría? ¿La sangre de Samuel?

No. No había más necesidad de sangre. Esto se reduciría a la mismísima esencia del desafío que él había lanzado primero. El escenario estaba fijado. O Teeleh tomaría la vida de Samuel, demostrando poder para destruir a los que le pertenecían a Elyon, o Elyon mostraría su poder.

Los sacerdotes gimientes aún traspasaban el altar, tajándose la piel y humedeciendo con la sangre al hijo de Thomas. Ba'al aún seguía parado sobre el escenario, con los blancos brazos extendidos de par en par, sintiendo oculta satisfacción por el cuerpo sangrante de Samuel. Los ojos del religioso resplandecían, redondos, sin pestañear, como los de los shataikis que volaban en círculos por lo alto.

Las negras y sarnosas bestias habían descendido, y Thomas lograba distinguirles las triangulares cabezas. Parecían lobos voladores, envalentonados por los constantes gemidos mediante los cuales les rogaban venir; por la danza de los sacerdotes arrastrando los pies y sacudiendo las campanas en sus túnicas; por la escena de la suave piel del albino cubierta en sangre.

Las heridas que los sacerdotes se habían infligido goteaban lentamente. Sin duda alguna ellos se habían cortado antes para la bestia cuya marca llevaban sobre las frentes.

Thomas dejó que la escena lo inundara, permitiendo que la ira le hirviera sin ton n' son. Esta demostración de maldad no era de las hordas; no era obra de Qurong o de Eram y sus mestizos. El sacrificio de sangre delante de ellos era creación de Teeleh de este espectro llamado Ba'al, que había vivido en el seno de ese demonio. Thomas estaría en su derecho de tomar una espada y degollar al hombre donde se hallaba.

En vez de eso, se tiraba de los pelos y rogaba a Elyon que entrara en razón.

Pero la noche solo se hacía más tenebrosa, los shataikis más abundantes, y las llamas consumían más y más leña. Samuel yacía inmóvil, aparentemente asignado a su destino, pero Thomas tenía un mejor criterio. Si Samuel vivía, su rencor no tendría límites. Pasara lo que pasara, este desafío le costaría caro.

¡Era mucho más!;Era demasiado!

Thomas ya no podía mantenerse bajo control. Dio un paso al frente y gritó su amargura.

– ¿Es esto lo único que tienes, Ba'al? ¿Solamente esta sangre que derramas sobre mi hijo?

Ba'al no mostró indicios de haber oído la burla. Mikil empezó a dar algo de consejo, pero Thomas la interrumpió.

– Tu dios dragón debe alimentar sus ansias asesinas con más que un balde de sangre -exclamó-. ¡El bebe de la yugular! Está embriagado con la sangre de los fíeles de Elyon. Un pequeño goteo de tus animales enfermos y heridos no lo conseguirá. ¿Es así?

Los gemidos se hicieron más fuertes, unidos al ajetreo de alas batientes en lo alto. Los shataikis se sostenían ahora como casi a un kilómetro en lo alto, un río orgánico de carne podrida, en silencio excepto por el batir de sus alas.

– La bestia requiere un charco de sangre para engañarse creyendo que él también tiene un lago, como los estanques rojos de Elyon -gritó Thomas-. Córtate tú, Ba'al. Drena tu sangre, traidor de todo lo que es santo. Mestizo.

Ante esta última palabra, Ba'al pareció haber salido de su trance. Volvió lentamente la cabeza para mirar a Thomas, como si intentara decidir qué hacer con la acusación de que él era uno de los guardianes del bosque cuando las hordas se apoderaron de los bosques; y que, como todos los mestizos, solo en ese entonces se había convertido en encostrado.

Ba'al sonrió, miró hacia los negros y perturbados murciélagos, y gritó hacia el cielo.

– ¡Llévame a casa, Marsuuv! Lléname otra vez con tu gloria. Toma este hijo primogénito como una ofrenda para calmar tu ira.

– ¡Más fuerte! -gritó Thomas.

– Está escrito -clamó Ba'al-. Yo soy tu elegido, y los libros serán tuyos. ¡Por sangre entrarás al lugar secreto y reclamarás todo lo que una vez fuera tuyo!

– ¡Más fuerte, gusano patético! Más sangre. ¡Vacíate tú mismo!

Las lágrimas bajaban ahora por el rostro de Ba'al mientras hacía la petición a su dios y a su amado Teeleh, y a este shataiki llamado Marsuuv.

– ¡Sálvame! -exclamaba el sumo sacerdote tomando bocanadas de aire nocturno, con los ojos cerrados y el cuerpo temblándole de pies a cabeza, como un muchacho atrapado en un aljibe, pidiendo misericordia a gritos-. Sálvame. Sálvame, ¡sálvame por favor!

– Oh, Elyon -susurró Jamous-. Ese hombre es una bestia atormentada.

Por el más breve de los instantes, Thomas sintió lástima por el siniestro sacerdote. Si el tipo era mestizo, entonces una vez había conocido la verdad y la había rechazado para convertirse en parte de las hordas. Pero si Qurong conjeturaba que su sumo sacerdote era mestizo, sin duda lo ejecutaría en el acto. Cualquier posible relación entre el sacerdote y Eram, el enemigo del líder de las hordas, era un riesgo demasiado grande para ser tolerado.

Por otro lado, Qurong era fácilmente engañado por Teeleh. Y sin importar qué más pudiera ser Ba'al, se trataba de un siervo de la bestia. O de Marsuuv, que probablemente era una reina que se sentaba a la mesa ensangrentada de Teeleh.

Los doscientos sacerdotes se habían tajado y en una ocasión habían chorreado la sangre sobre Samuel. Ahora iban por la mitad de la segunda ronda. El bamboleo se había convertido en brincos mientras se unían a Ba'al y gritaban con mayor frenesí. Ahora los pobres seres no solo goteaban sangre sobre el sacrificio, sino que se inclinaban sobre el cuerpo del muchacho o saltaban sobre el altar para exprimirse chorros de sangre de las venas antes de desplomarse totalmente debilitados.

¿Cuánto tiempo más podrían persistir? Los tajos dejaban de fluir solo cuando los sacerdotes no se escurrían los brazos sobre el cuerpo de Samuel, pero solo era cuestión de tiempo que se desplomaran. Por ahora se tambaleaban, acompañando al flagrante clamor de Ba'al por salvación.

– ¡Él no te puede oír! -voceó Thomas.

– Mi señor se ha mostrado a través de sus siervos, pero no hay señal de tu impotente Dios -contestó Ba'al estirando el brazo hacia Thomas y señalando con un dedo acusador-. El dragón del cielo devorará al muchacho. La tribulación que has padecido todos estos años, huyendo del príncipe de este mundo, ha concluido ahora. ¡Te inclinarás o serás consumido!

La autoridad con que el sacerdote vociferó su anuncio hizo que se le revolviera el estómago a Thomas. La última reserva de paciencia se le derritió como hielo bajo candela. Pero en vez de levantar la voz por encima de la disonancia, escogió cuidadosamente las palabras modulando cada una para que no pudiera haber equivocación.

– Elyon se muestra ahora, a todos los que tienen ojos para ver. Él vive a través de mí y a través de aquel a quien intentas matar sobre tu sangriento altar. El dragón trató de matar una vez al Creador, pero Elyon aún vive, en sus siervos, libres de enfermedad. Tú has cometido un error, mestizo. Estás sirviendo al dios equivocado.

– ¡Más! -gritó Ba'al volviéndose hacia sus sacerdotes-. Vacíense. Mueran por su señor, gusanos inmundos. Derramen su sangre sobre este hijo antes de que Teeleh mismo los consuma.

Thomas observó con espanto mientras cada uno de los sacerdotes saltaba sobre el altar por tercera vez, tajándose brazos y pechos en total frenesí. Les brotaba sangre de las heridas, que se derramaba sobre Samuel y caía en un foso de un metro de ancho en la base.

Samuel yacía inmóvil, respirando firmemente. Tenía tanto el cabello como el taparrabos empapados de sangre. Cualquiera sin un mejor criterio supondría sin duda alguna que la piel al muchacho se la habían arrancado de los músculos.

Jamous y Mikil miraban para otra parte abrazados, susurrando protestas u oraciones, o ambas cosas.

Pero Thomas no podía apartarse de su hijo. Solo podía mirar a través de ojos llorosos y suplicar compasión a Elyon.

El primer sacerdote en morir se desplomó estando aún sobre el altar, tratando de desangrarse sobre Samuel. No pasaría nada; el tipo no había practicado antes suficiente control de sí mismo. Lanzando un gruñido el sacerdote apretó el brazo izquierdo con la mano derecha, pero no produjo más sangre.

Ba'al chilló e hizo oscilar la espada. La hoja cortó hábilmente el brazo del hombre en el codo. Chorreó más sangre.

El sujeto se miró en silencio el brazo, intentó mantenerse en pie, luego perdió el equilibrio y rebotó en una de las esquinas del altar, quedando inmóvil en el suelo.

– ¡Sangren! -gritaba Ba'al-. ¡Sangren o yo los desangraré a todos!

Los sacerdotes se encaramaron al altar y ofrecieron su sangre para saciar a la bestia.

Sí, se trataba de su hijo, pero Thomas ya no podía seguir parado mirando. El código del círculo demandaba que a ningún hombre, mujer o niño que sufriera se le debía dejar sufrir solo. Todos se afligirían con el afligido, llorarían con el abatido, y por encima de todo no cerrarían los ojos para proteger sus propios corazones cuando otro padeciera dolor o muerte.

Pero esto… Elyon, Oh, Elyon…

Thomas se apoyó en una rodilla y se estabilizó. Ya no tenía palabras para Elyon. Inclinó la cabeza. Con el primer flujo de lágrimas su determinación desapareció V sintió que caía bruscamente a tierra. El sufrimiento se le extendía desde el corazón, impidiéndole respirar. Colocó juntas las rodillas, se tendió de costado, y lloró.

Los gemidos de los sacerdotes se abrían paso en medio de la noche mientras se sonreían de pie sobre el altar, ofreciéndose a Teeleh. Entonces Thomas presionó el rostro en tierra y se desconectó del mundo.

Si pudiera retirarse como lo había hecho alguna vez, lo haría. Dormiría aquí y despertaría en otro mundo donde había cambiado la historia. Nueva York. Bangkok. Francia.

Nunca había podido confirmar con certeza qué mundo de sus sueños era real, pero le había servido bien cuando todo parecía totalmente perdido aquí.

Pero soñar solamente lo metería ahora en un mundo lleno de imaginaciones. Había otra manera, él estaba seguro de eso. Otro sendero dentro de la historia. Si solo pudiera saltar al altar, levantar a su hijo y desaparecer allí ahora…

Thomas se detuvo. Estaba aquí en el mundo real, en Ba'al Bek con el siniestro sacerdote y sus doscientos adoradores paganos. Su hijo se hallaba atado a un altar, esperando ver si Teeleh bajaría en picada desde el mar de shataikis apiñados y lo consumiría.

Este era el mundo en que estaba Thomas de Hunter, y era una realidad totalmente fuera de su control. Entonces presionó la cara contra la arena, apretó los húmedos ojos y sacó todo de la mente menos a Elyon.

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