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MIENTRAS THOMAS Hunter estaba en el cañón, despejándose, Billy Rediger andaba de un lado al otro en recepción de Farmacéutica Raison, en Tailandia, dos mil años antes, en nuestra propia realidad… o en las historias, dependiendo del punto de vista.

Billy tomó un momento para apreciar los alrededores: El enorme suelo dorado de mármol, las gigantescas pinturas de una flor roja y amarilla que parecía corresponder a una variedad insectívora, el brillante papel tapiz, dos pesadas arañas de cristal que podrían aplastar un Volkswagen. La exótica fachada del gigante de los medicamentos aumentaba la obsesionante impresión que Billy tenía de Farmacéutica Raison.

Aquí es donde todo había empezado más o menos treinta y seis años antes, en este mismo edificio, justo a las afueras de Bangkok. Siete años antes de que Billy naciera y fuera llevado a toda prisa al monasterio en Colorado, donde se había criado y convertido en un fenómeno.

Aquí fue donde Thomas Hunter se había topado accidentalmente con la variedad Raison, el virus mortal que puso al mundo patas arriba. ¿Cuánta muerte significó esto? Difícilmente imaginable.

Pero peor que lo que murió fue lo que sobrevivió al descubrimiento de Hunter. ¿Qué dirían Darcy y Johnny si supieran de la obsesión que había atrapado la mente de Billy este último año? Él tenía una necesidad patológica de comprender por qué estas obras llamadas Libros de Historias le habían impactado tan profundamente la vida.

Si los dos amigos de Billy supieran de su búsqueda, habrían dejado su refugio en Colorado, y lo hubieran capturado y encerrado en una jaula; porque habrían supuesto que Billy iba por más, ¿verdad? Más que solamente lo comprensible, más que solé conectarse con su pasado, más que tan solo ir tras la verdad, más que…

– Ellas lo atenderán ahora, señor -anunció con un fuerte acento francés e' encargado de la recepción, un individuo llamado Williston.

Billy se volvió, sorprendido cuando menos lo esperaba. ¿Ellas? Él solo había pedí' do ver a Monique de Raison.

Observó su imagen en un espejo de tres por tres metros enmarcado en pesado herraje negro. Aún vestía la misma camisa blanca que se pusiera antes de aterrizar solo ocho horas atrás. Las mechas rubias auto aplicadas en la melena roja parecían demasiado ostensibles, y no se había pasado un cepillo por la cabeza desde el despegue en Washington D.C., un día antes. He aquí Billy Rediger, uno de los tres célebres sabios superdotados que convirtieron a Paradise, Colorado, en una casa de renombre. La apariencia desaliñada tendría que ver.

Tenía veintinueve años, y estaba a punto de cumplir diecinueve. Si ellas supieran…

Billy se secó las sudadas palmas en los pantalones, se puso en la boca un poco de refrescante de canela, se enderezó el cuello, y se dirigió a paso rápido hacia la puerta mientras el pelinegro Williston se quedó mirando inexpresivamente.

– Gracias, Williston. Muchas gracias, señor. Y por supuesto, deshágase de la rubia francesa. Decídase por la chica local. Es lo que usted desea.

– ¿Perdón? -cuestionó el hombre pestañeando de sorpresa.

– Deshágase de Adel. Usted cree que ella es una ramera, y tal vez tenga razón. Vaya tras la doncella… ¿cómo se llama? Betty. Sí, Betty.

El hombre se quedó estupefacto… probablemente no todos los días un extraño le decía lo que estaba pensando. Tan lejos de casa, no muchos sabían de la facultad única de Billy. Y si la sabían, solamente la asociaban con un rostro lejano visto en la Red, no con un ser humano vivo y real andando ante ellos en tres dimensiones.

Billy atravesó las puertas de tres metros y entró a una oficina blanca con coloniales ventanas enrejadas por las que se veía al fondo la espesa selva verde. En el centro del salón había un enorme escritorio de madera con una lámpara color crema que irradiaba luz ámbar sobre un inmaculado cristal.

La mujer de cabello oscuro que se hallaba detrás del escritorio parecía tener menos de los sesenta años que se le atribuían… todo debido a esos fármacos que ella fabricaba, pensó Billy. Tras seis meses de investigar todo indicio de información que pudiera recoger en registros de todas partes, Billy sentía como si ya conociera a Monique de Raison.

Ella había aceptado que su padre, Jacques de Raison, le entregara el control total de Farmacéutica Raison después de que la vacuna Raison destruyera casi por completo la infame compañía. Reconstruir la despedazada imagen de la empresa no fue una tarea fácil, pero Monique se había puesto a la altura de las circunstancias y logró salir airosa.Los sagaces ojos oscuros que lo analizaban mientras él caminaba hacia ella se abrían a una mente que no dejaba escapar nada.

Billy lo sabía, porque su don era saber lo que alguien pensaba mirándole a los ojos.

Esto es lo que Monique estaba pensando en ese instante: Más joven de lo que yo esperaba, vestido como un rufián juvenil. ¿Me estará leyendo de veras la mente en este mismo momento? ¿Sabe que lo rechazaré a pesar de lo que él espera conseguir? ¿Sabe él que es un fenómeno?

– Sí, sé que soy un fenómeno -expresó Billy extendiendo la mano.

Monique lo miró por un instante, luego levantó del escritorio un par de lentes oscuros y se los puso, bloqueándose así la mente de la mirada inquisitiva del joven.

– Así que usted puede hacer lo que dicen -contestó ella correspondiendo al saludo.

– Gracias a Thomas Hunter -manifestó él, y le soltó la mano. Sí, porque sin Thomas Hunter nunca habría habido libros mágicos que lo convirtieran en el fenómeno que Billy era. Pero todo eso pertenecía al pasado. Él estaba aquí para cambiar el futuro.

Una mujer rubia como de la misma edad de Monique estaba sentada a la derecha de él, con una pierna cruzada sobre la otra y las manos sobre los muslos. Ya llevaba gafas oscuras para no arriesgarse a una exposición a los curiosos ojos de él, que inmediatamente reconoció a Kara Hunter. La hermana de Thomas Hunter, guardiana de muchos secretos relacionados con la sangre que Billy estaba buscando.

Kara y Monique en una misma reunión. Había tenido mucha suerte.

Billy giró hacia Kara, que se levantó y extendió la mano.

– Sr. Rediger.

– Y usted debe de ser Kara Hunter. Ella asintió.

– Tome asiento, por favor -comunicó Monique, señalando la silla de invitados frente al escritorio.

Billy se sentó, y las dos mujeres se acomodaron en sus asientos. Las miradas fijas en él, supuso, aunque no podía estar seguro de lo que los ojos femeninos estuvieran haciendo detrás de esos cristales oscuros.

– Un día radiante, ¿no es así? -comentó él sin poder aliviar el ambiente.

– ¿Qué podemos hacer por usted? -inquirió Monique.

– ¿Así nada más, eh? Usted conoce a uno de los pocos seres vivos hoy día cuya vida fue profundamente impactada por el legado Hunter, ¿y eso es todo lo que se le ocurre preguntar?

– Todo ser vivo en este planeta fue profundamente impactado por mi hermano -terció Kara-. Por no decir menos. Usted tiene este interesante don porque manifiestamente entró en contacto con…

– ¿Manifiestamente? ¿Qué tal concluyentemente?

– ¿Concluyentemente? -intervino Monique-. ¿Y qué más ha concluido usted?

– Que hace treinta y seis años Thomas Hunter afirmó haber soñado con otra realidad. Que esta otra realidad era, de veras, real. Que los libros de historias, libros mágicos que convertían palabras en sustancia, nos llegaron de esa realidad. Debo saberlo. Los usé. Ellos me dieron mi don.

– Evidentemente.

– Concluyentemente. ¿ Sabían ustedes que escribí acerca de Thomas en los libros? Tal vez por eso él soñó lo que soñó y despertó en este otro mundo suyo. Si yo no lo hubiera escrito, él no habría ido allá, y si él no hubiera ido allá no habría sabido cómo alterar la vacuna Raison y convertirla en un virus de transmisión por aire que hizo lo que hizo. Ustedes podrían decir que yo fui quien lo inició todo. Que todo fue culpa mía, no suya, Monique.

Por el silencio de ellas, Billy supo que el papel de él en estos sucesos era nuevo para las mujeres, y continuó mientras aún giraban la cabeza.

– Por eso estoy aquí. Billy, el único que tiene un don para ver más de lo que la mayoría de personas puede ver, exactamente como Thomas Hunter tuvo un don para ver, o en su caso para soñar, lo que la mayoría no sueña. Eso me hace único, ¿no creen? Hasta podrían decir que eso me da ciertos derechos.

Kara se puso de pie y se dirigió a la ventana, con los brazos cruzados. Se volvió poco a poco, analizándolo a través de los oscuros cristales.

– Su caso es fascinante, Sr. Rediger…

– Billy. Llámeme Billy, por favor.

– Fascinante, Billy. Pero no es más de lo que ninguna de nosotras ha enfrentado. Estoy segura que usted puede apreciar eso. Como es obvio que sabe, ambas tuvimos una relación singular con Thomas. Usted salió de su experiencia con esta habilidad exclusiva de leer los pensamientos de las personas mirándolas a los ojos. Eso parece como un beneficio neto. Yo perdí un hermano. Mucha gente perdió la vida.

– ¿Beneficio neto? -objetó él bruscamente, intentando conservar la calma, Pero no era tan experto en controlar sus estados de ánimo como antes-. ¿Llama usted beneficio a esta maldición? ¡Soy un bicho raro! El alma me persigue. No puedo vivir en la misma ignorancia feliz como el resto de ustedes cuando todo pensamiento malévolo está abierto para mí. Me estoy volviendo loco, y debo cortar de raíz el significado de todo esto. Acabar con ello por completo.

– Nos apena que haya sufrido, Billy -expuso Kara, agarrándose las manos por delante-. Pero los riesgos siempre fueron más que sentimientos, suyos o nuestros. Todos hemos pagado un precio. Creo que es mejor dejar el pasado en el pasado. No creer.

– Bueno, vea, ese es sencillamente el asunto, Kara -apeló él; acentuando un poco más el nombre de ella; no debía parecer muy condescendiente-. No creo que el pasado esté en el pasado. En primer lugar, no estoy en el pasado. Estoy aquí y ahora, una consecuencia viva de las indiscreciones de su hermano.

– De acuerdo, usted es uno de los muchos efectos…

– Además está el asunto de la sangre de él.

Billy deseó poder entrar un poco en los ojos de ellas. Pero no necesitó leerles la mente para saber que había aguijoneado el nervio que había venido a pinchar.

– ¿Sangre? -preguntó Monique, reclinándose en la silla.

– Sangre. El frasquito restante con sangre de Thomas Hunter que usted ha resguardado en lugar seguro. ¿Creían ustedes dos que eran las únicas que lo sabían? La experta en laboratorio que extrajo la sangre se llamaba Isabella Romain y hoy día vive en Covington, Kentucky. Naturalmente, ella se negó a decir lo que estaba pensando, pero sé con absoluta seguridad que usted, Dra. Raison, por seguridad tomó un frasquito de la sangre de Thomas Hunter.

Ellas no lo negaron.

– Y estos ojos míos sacaron a la luz algunos otros secretos -continuó el pelirrojo-. Resulta que la sangre de Thomas permitía que cualquiera que la usara despertara en la realidad de la que vinieron los libros de historias. ¿Existe realmente otra realidad? ¿O se trata de nuestro futuro? De cualquier modo, eso convierte al frasquito de sangre en un recipiente poderoso y muy divertido, ¿no lo creen ustedes? Por no mencionar una senda hacia algunos libros muy poderosos.

Billy no pudo contener la amplia sonrisa que le retorcía los labios. Se dio cuenta de que sudaba. A mares. La transpiración le goteaba desde lo alto de la frente y le pasaba por las sienes. Con cada semana que transcurría parecía tener más dificultad para mantener controlados los nervios. Los tics y el sudor eran lo peor. Estaba agradecido de haber podido suprimir los tics hasta ese momento. No empezaría a agitarse como un robot en cortocircuito antes de pedirles a estas damas que le confiaran sus más profundos secretos.

– En serio, amigas, lo sé todo -siguió hablando después de respirar hondo y de esforzarse por parecer razonable-. Y he venido a pedirles que me incluyan.

– Incluirlo? -expresó Monique con una ceja arqueada-. Confíen en mí. Úsenme. Soy todo suyo.

– Con qué fin?

– ¿Con qué fin? -inquirió él; se trataba de una pregunta justa, por obvia que la respuesta le pareciera a él-. Lo siento, pasar lo que he estado experimentando hace que esa pregunta parezca un poco ridícula. Con el propósito de sobrevivir, naturalmente. Con ese fin. Para que podamos tomar este mundo desordenado y loco, y darle sentido otra vez.

– ¿Y cómo se propone hacer eso?

– Para empezar, como estoy seguro de que ustedes comprenden, algunos me considerarían un fugitivo. Lo he sido dos años, desde que la Acción de Tolerancia en los fabulosos Estados Unidos de América convirtió a personas como yo en intolerantes. En dementes por lo menos. Eso no es correcto con todos. El mundo está preparado para más que conflictos sencillos y regionales. Sin duda ustedes logran ver eso. Las mismas leyes que suponen brindar paz y amor van a producir el gran estallido, nenas.

Un poco de libertad con los coloquialismos.

– ¿Y?

– Y quizás tengamos lo único que podría enderezar las cosas. Ambas miraban sin mostrar ninguna reacción.

– Debo conectarme con mi pasado -continuó Billy, levantándose y caminando de un lado al otro-. Y con el futuro. ¿Captan para qué he venido? O, en realidad, no necesito la sangre.

Silencio. Ninguna reacción muy clara.

– Creo que usted no lo comprende, Sr. Rediger -comentó Monique tras carraspear-. Aunque supiéramos dónde estuviera ese invento de su imaginación, este supuesto frasquito de sangre, ¿qué cree usted que haría con él?

– ¡Entrar en los sueños de Thomas! Donde empezó todo. Por favor, no me digan que no lo han intentado.

Ninguna admisión. Ninguna negación.

– No tienen idea de cuánto trabajo se necesitó para descubrir estos tenebrosos secretos de ustedes. Solo unas pocas personas saben lo que en realidad sucedió: Que la sangre de Thomas Hunter era alterada cuando entraba a la otra realidad. Que contenía propiedades únicas. Que cuando hasta una sola gota de su sangre se mezcla con la de una persona mientras sueña, esta también puede ir donde él fue, lo cual muy bien podría ser el futuro. Eso, mis dos queridas amigas, parece un viaje muy importante. Ustedes no podrán pasar toda la vida sabiendo acerca de eso sin intentarlo a] menos una vez. Un poquito como el sexo, ¿no?

Ellas aún no parecían apreciar la absoluta sinceridad que Billy estaba exponiendo.

– ¿No? -presionó él.

– No, realmente, no -contestó Monique.

– ¿No lo han intentado?

– ¿El sexo?

– ¡La sangre!

– Ni siquiera hemos dicho que exista esta sangre de la que usted habla. De ser así, tal vez pueda decirnos dónde hallarla. Los poderes que usted describe parecen increíblemente valiosos.

De modo que iban a jugar así. Qué daría él por calarles ahora mismo las mentes.

De una u otra manera hallaría la forma de entrar a esas dos mentes.

– Genial -replicó-. Vamos entonces a fingir, ¿no?

– Por favor, Billy, siéntese -pidió Kara regresando a la silla y sentándose.

Él se volvió a sentar, consciente de que la mano derecha se le estaba curvando levemente.

– ¿Té?

– ¿Té? Un poco tarde para invitarlo a comer con ellas. Por otra parte, esto al menos representaba un gran cambio en la actitud de Kara hacia él. En realidad, sí. Al menos un simulacro de amabilidad.

– No gracias, Kara. No deseo té por el momento, pero gracias por el ofrecimiento.

– Quizás fuimos un poco apresuradas en descartarlo -declaró ella sonriendo-. Intentemos un enfoque diferente, ¿de acuerdo? Después de que Thomas partiera, mi vida nunca pareció hallar su verdadero rumbo.

– Cuidado, Kara -advirtió Monique en voz baja.

Kara miró a su amiga.

– No hay problema. Es evidente que él sabe al menos algo de la verdad -respondió, luego se volvió otra vez a Billy-. Pero usted debe comprender lo peligroso que es su conocimiento. No estoy segura de que se dé cuenta. En manos equivocadas, lo que usted sabe podría producir más dolor y sufrimiento del que tal vez se imagine.

– Ah, creo que puedo imaginarlo excelentemente. ¿Por qué creen que estoy aquí? He estado pensando en ello cada minuto que he pasado despierto en el último año, siguiéndole la pista hasta ustedes dos.

– La información que tiene podría acabar con la vida como la conocemos -continuó Kara.

– Eso podría hacer bajar al gran dragón del cielo y llenar de sangre los océanos -concordó Billy-. Apocalipsis de San Juan.

Solo podía imaginarlas pestañeando detrás de las gafas. Demasiado, demasiado. Las fantasías que disfrutaba eran algo que debía mantener estrictamente para sí mismo. Ya debería saber eso. Ni siquiera estas dos tenían la capacidad de ir adónde iba la mente de él, razón por la que estaba adaptado -tal vez incluso preparado, predestinado, escogido, todas esas tonterías- para hacer lo que debía hacer ahora.

– Como una forma de expresión -continuó él, haciendo un círculo con la mano para crear un efecto-. Siendo el dragón símbolo de muerte, virus, holocausto nuclear, Armagedón. Lo importante es que, si todo es verdad, si alguien pudiera entrar a otro mundo con la sangre de Thomas, y luego regresar con innumerables secretos, podría no solo desenredar el pasado, sino también solucionar los problemas del futuro. De hoy.

– Captamos -opinó Monique.

Él no pudo dilucidar por el tono lo que ella creía de veras; se había acostumbrado demasiado a interpretar a las personas por sus mentes.

– Así que, ¿me van a permitir entrar? -indagó Billy.

– Deberíamos encerrarlo y tirar la llave, Billy -expresó Monique.

– Lo que ella quiere decir -explicó Kara-, es que ninguno de nosotros es confiable con lo que sabemos. Las dos tratamos de permanecer… reservadas. No estamos seguras de que usted valore lo difícil que puede ser eso.

– Me crié en un monasterio. Creo que eso me faculta.

– Quizás. Pero no sabemos dónde está la sangre, Billy. Ni siquiera si aún existe. Hemos quitado de nosotros ese conocimiento.

– Por el bien de todo el mundo -añadió Monique.

Tonterías. Billy supo entonces que no tenían ninguna intención de confiarle el código de sus puertas frontales, mucho menos el del más poderoso secreto que el mundo hubiera conocido. ¿Y por qué deberían hacerlo? Él mismo se había presentado un poquito como una bala perdida.

Pero ellas no lo conocían. Había danzado con el mismísimo diablo, y no dejaría que estas dos brujas le impidieran hacerlo otra vez.

– Bien, entonces tendremos que tomar esto paso a paso -manifestó Billy-~ Me estaba preguntando si me podrían recomendar un alojamiento adecuado.

La puerta se abrió de golpe y entró una joven, con un corto vestido negro a rayas delgadas. Pies descalzos, contextura pequeña. El oscuro cabello le caía holgadamente por los hombros perfectos, y los delicados ojos castaños taladraban el mundo.

– Discúlpame, madre. Siento interrumpir. Henri me dice que has decidido vender nuestro laboratorio de investigación en Nueva York. Uno de mis laboratorios, la última vez que revisé. Dime por qué Henri ha decidido decir mentiras.

– Qué bueno verte, Janae -contestó Monique con voz tranquilizadora-. ¿Cómo ha ido tu viaje a Francia?

– Como esperaba.

Ninguna otra explicación. La hija de Monique, esta despampanante criatura con fluido acento francés y que parecía tener poco más de veinte años, pareció ver a Billy por primera vez. Se giró para mirarlo y lo desolló con esa primera mirada.

¿Y quién es este mentecato? Un estadounidense, claro está, vestido para asistirá un concierto de rock. ¿Qué clase de tonta es mamá exponiéndose así en estos días? ¿Y qué pintan esas monstruosas gafas en su cara?

– Sr. Rediger, le presento a mi hija, Janae -expresó Monique; Billy vio que una delgada sonrisa en la mujer le había levantado la comisura de los labios-. Sin embargo, es probable que usted ya sepa todo de ella, ¿verdad? Quizás más que yo.

La audaz declaración dejó callada a Janae por el momento. Billy creyó que lo mejor era dejar cuestionándose a la joven.

– Quizás podrías pensar en ponerte gafas oscuras, querida Janae. Nuestro visitante de Estados Unidos parece tener la habilidad de leer las mentes.

Otra vez silencio de la enérgica muchacha. Billy decidió entonces mostrarse por completo a la morena belleza. Uno, porque ella le parecía extrañamente irresistible;)' dos, porque creyó que era prudente darle a la chica un motivo para que lo encontrara igual de interesante.

– Mentecato -empezó él mirándola a los ojos-. Este mentecato vestido como para asistir a un concierto de rock está ahora mismo dentro de su mente, querida Jana¿ Y qué delicioso placer es, toda esa hostilidad y resentimiento por nunca haber conocido ¿ su padre. Él desapareció cuando usted era una niñita, y hasta ahora usted está pensando que él tenía secretos que le llenarían. ¿No es eso lo que creen todos los huérfanos?

Ella parpadeó. La boca se le separó ligeramente pero contuvo la sorpresa que algunos mostraban al ser desnudados tan rápido. La muchacha ya le había gustado-

– Está bien -la animó-. Yo también soy huérfano.

– Creo que todos entendemos -opinó Monique-. Él es bastante peligroso. Yo andaría con mucho cuidado.

Pero Billy no había terminado.

– Estoy aquí por el frasquito de sangre que su madre recogió de Thomas Hunter hace tres décadas. Tal vez usted sepa dónde está. O me podría ayudar a localizarlo. El hombre muy bien pudo haber arrojado una bomba en el salón.

– ¿Qué sangre? -preguntó Janae mirando a su madre.

– Esto es totalmente desatinado -expresó Kara con brusquedad, levantándose de la silla.

– Al contrario, este es el único curso atinado -replicó Billy-. Ustedes deben vigilarme. ¿Qué mejor forma que mantenerme cerca? Saben que tampoco toleraré que ninguna de ustedes me haga de niñera.

La deducción de él difícilmente pudo ser más fuerte. Tomó como una señal de interés de parte de la joven el hecho de que no rechazara de inmediato la noción de «servirle de niñera». Una mirada a los ojos femeninos lo confirmó.

Una segunda mirada, interés era un término mal escogido para describir la disposición de ella hacia él. Fascinación sería mejor. Billy se volvió hacia las dos mujeres. Estaba claro que Kara lo estaba pasando mal.

– Usted no puede…

– Está bien, Kara -manifestó Monique-. Él tiene razón. Se puede quedar en los cuartos de huéspedes hasta que satisfaga su curiosidad. Dios sabe que todas estamos mejor con él aquí, que allá afuera donde se puede causar verdadero daño.

Monique de Raison creía que podía controlarlo, pensó Billy. Si fuera cualquier otra persona, él desecharía por completo la posibilidad. Pero Monique no era cualquier otra persona. Tampoco Kara.

En realidad tampoco Janae, que aún estaba tratando de entenderlo.

– Denos un momento, por favor Billy -pidió Monique-. Williston le mostrará las habitaciones de huéspedes. Janae saldrá de inmediato.

Billy se puso de pie y se encaminó hacia la puerta. El aroma almizclado del perfume de Janae lo inundó con un repentino deseo mientras pasaba a su lado. Parecieron cautivarlo esos profundos y sombríos secretos que el padre de la joven ocultara a la chica. Había algo en Janae que tiraba de él como una fuerte ola. Tómense su tiempo -expresó él, saliendo del salón.

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