37

CON CADA día que pasaba, Billy recordaba más por qué amaba a Marsuuv de la manera en que lo hacía. En muchas formas solo estaba haciendo aquello para lo cual fue creado: Amarse a sí mismo.

Naturalmente. Amar a la bestia era amarse uno mismo, porque Marsuuv era tanto un reflejo del corazón de Billy como una bestia, nacida y criada para nutrirse de la sangre de almas mortales.

No estaba seguro de cuánto tiempo había estado en la guarida tras la partida de Janae, unos pocos días al menos. La intimidad que Marsuuv le demostrara a Janae tanto con palabras como con hechos fue al principio como si a Billy le acuchillaran el estómago. ¿Quién era ella para robarle el afecto de Marsuuv después del larguísimo viaje del pelirrojo para hallar a la reina?

Cuando Marsuuv cayó sobre la joven y le hundió los colmillos en el cuello, él casi grita de protesta. Ver a Marsuuv intercambiar de ese modo su sangre con ella… Billy había temblado de ira.

Pero entonces ella fue despachada y Billy tuvo tiempo de reflexionar en lo acontecido.

Janae era una pequeña parte, quizás solo una centésima parte, un shataiki, una cría de alguien mordido por Alucard generaciones antes. Una criatura de la noche. Aunque la mitología relacionada con vampiros estaba tristemente mal informada, había algo de verdad en los rumores. Claro que los vampiros eran reales, pero se habían originado en esta realidad… no en el Drácula de Transilvania, sino de una reina shataiki llamada Alucard. La palabra Drácula al revés.

El cruce entre shataikis y seres humanos produjo los nefdim, a los que la misma Santa Biblia se refiere como «gigantes» Cuando Billy era niño se sentía extrañamente ligado al tema.

Mientras Janae ya estaba cumpliendo su destino, el pelirrojo se preparaba para el suyo, como Marsuuv había prometido.

– Él viene -informó Marsuuv, alejando de Billy el torso.

Habían estado reclinados sobre el lecho de la bestia con la sola compañía de sus respiraciones y el ocasional sonido explosivo de la flema de Marsuuv. Más exactamente, Billy había estado reclinado contra el estómago de la reina mientras esta le acariciaba suavemente el cabello y las mejillas.

De cuando en cuando le impactaba el hecho de que este ambiente debería aterrarlo, pero le horrorizaba menos con cada día que pasaba. Más bien, estaba convencido de hallarse en el cielo, y hasta llegó a descubrir que ansiaba estar más cerca de su amante. Se habían mordido en varias ocasiones, pero Billy quería que lo mordiera de nuevo. Así fue como Billos se había convertido en Ba’al, pensó. Billy se vio soñando con una transfusión de sangre. Si tan solo pudiera deshacerse de todo vestigio de sangre humana y ser shataiki puro…

– ¡El viene! -volvió a decir Marsuuv, apartándolo.

Billy se sentó medio grogui y volvió en sí. El hedor del aliento de Marsuuv voló sobre él, y el pelirrojo rechazó el deseo de volver a recostarse contra el estómago de la bestia.

Pero el ruido seco de pisadas de garras sobre piedra le apresó la atención, y se olvidó de la idea. Entonces recordó a quién se estaba refiriendo Marsuuv. Teeleh venía. ¿La mismísima gran bestia?

Teeleh entró a la guarida de Marsuuv, arrastrando las alas. Era más alto que la reina, claramente el amo aquí, aunque Marsuuv no se inclinó ni mostró más respeto que dejar al descubierto los colmillos. La reina puso un ala detrás de Billy y lo acercó contra sí, como si dijera: Este es mío, y Billy halló el gesto tan amable y amoroso como cualquier otro que Marsuuv le había mostrado. Se tragó un manojo de emoción que le surgió en la garganta.

– Billy… -empezó a decir Teeleh.

Billy lo volvió a mirar, observándole esta vez la sarnosa piel en la que se arrastraban diminutos gusanos y moscas. Los enormes ojos rojos no eran atractivos como los de Marsuuv, sino aterradores. Los hombros de Teeleh temblaron, apartando algunas moscas.

– Él es mío -objetó Marsuuv, y Billy se sintió mejor.

Teeleh hizo caso omiso a la reina. Se acercó más a Billy y lo examinó.

– Ponte de pie. Déjame verte.

Marsuuv le quitó el brazo de encima. Billy salió aprisa del lecho y se levantó al lado del altar, a metro y medio de la bestia.

Los saltones ojos rojos de Teeleh lo analizaron de pies a cabeza. Billy aún tenía puesta la túnica negra que le quitó al guardia del templo, pero después de días con Marsuuv tenía muchas manchas.

– Quítatela -ordenó Teeleh en voz baja y cascajosa.

Billy miró a Marsuuv, recibió un asentimiento con la cabeza y se quitó la túnica. Quedó de pie, desnudo excepto por los calzoncillos. Las llagas hechas por los colmillos de Marsuuv le marcaban el interior del brazo y eran claramente visibles en ambos lados del cuello.

– Qué espécimen más hermoso -comentó Teeleh en voz baja y crepitante.

Extendió una larga garra y tocó el blanco pecho de Billy. Luego bajó la zarpa, dejándole un delgado rasguño.

Billy volvió a mirar a Marsuuv, temblando ahora de miedo.

– Sé fuerte.

– Si no te necesitara tanto te extirparía ahora la yugular y me saciaría -expresó Teeleh-. Los humanos me producen náuseas. ¿Por qué les dieron tal poder…? No terminó, pero era claro su desprecio.

La bestia bajó la garra y la hizo reposar sobre el altar, satisfecho de mirar al pelirrojo por un momento.

– Si me fallas te desangraré -advirtió, y con una larga lengua rosada se espantó una mosca de la mejilla-. ¿Entiendes eso?

– Sí. Sí, entiendo.

– Usarás los libros y volverás con una sola ambición. Provocar un tiempo de tribulación en que mi especie reinará. El Gran Engaño dejará a los humanos con la urgente necesidad de un líder.

– Lo que él dice es cierto -afirmó la reina Marsuuv haciendo una reverencia poco característica.

– En ese día muchos huirán y muchos se acobardarán delante de mí, y tú estarás a mi mano derecha.

Las palabras cayeron sobre Billy como si estuvieran cargadas con corriente eléctrica. Volvió a temblar, pero no de miedo. Las expresiones de Teeleh lo embriagaban tanto como los mordiscos de Marsuuv.

– No dejarás que te detenga el otro, Thomas. Lo intentará. Entrará al bosque negro y toda la humanidad estará intimidada. Pero tú, Billy, puedes detenerlo. El tiene que beber el agua.

Teeleh escupió a un lado.

– Dilo. Él tiene que beber el agua.

– Él tiene que beber el agua -repitió Billy.

– Si no bebe el agua, te crucificaré. Debe beber el agua antes de que logre salvar al mundo. Tú debes regresar para obligarlo.

– ¿Debo regresar?

La idea lo aterró. Él deseaba estar aquí, con Marsuuv.

– La traición está escrita en el corazón de todos, pero tú, Billy, harás de la traición tu amante -declaró Teeleh, reclinó la cabeza hacia atrás, se tragó la mosca, y volvió a mirar al humano-. Deberemos extraer tu… belleza interior y volver a crearte como dos. Uno de vosotros irá a Bangkok, el otro volverá al inicio para matar a Thomas antes de que este pueda cruzar.

Billy levantó la mirada hacia Marsuuv y vio que el shataiki había comenzado a temblar. La reina abrió la mandíbula y echó la cabeza hacia atrás como una cría de pájaro, luego permitió que Teeleh le escupiera dentro de la boca. Marsuuv se reacomodó con cierta satisfacción.

– Yo… -titubeó Billy sin saber qué decir.

– ¿Te molestan nuestros métodos de maldad, Billy? -amonestó Teeleh.

Le molestaban, pero no tanto como había creído.

– No -contestó.

– Deberían hacerlo -objetó Teeleh y enfrentó a Marsuuv, que parecía agitada, emocionada-. Pero los humanos no podéis controlaros. La ceguera es lo que te conviene.

La reina saltó al aire y se posó en el altar frente a Billy. Levantó un frasco que contenía una solución con dos bolas grandes y viscosas parecidas a huevos de pez. En su estupor, Billy había analizado en estos últimos días el contenido del envase y se preguntaba qué pobre bestia había renunciado a sus ojos como trofeo. Ahora Marsuuv, poco ceremoniosamente, echaba el contenido del frasco sobre la mesa. Cuando habló, tenía la voz tensa de deleite.

– Acepta esto como mi regalo para ti y tu descendencia -expresó Marsuuv, levantando las esferas negras-. Mira al interior de mis ojos.

Billy ya estaba mirando. La reina se inclinó al frente como si pretendiera morderle o besarle el rostro, y en realidad a Billy no le importaba lo uno o lo otro. Solo deseaba estar en un lugar de protección.

Lentamente, la bestia levantó la zarpa y se la pasó por las mejillas.

– Después de que yo haya tomado tus ojos y te haya enviado de vuelta, casi no recordarás nada de esto. Solamente lo que debes saber. Solamente los impulsos y las exigencias sobre tu vida. Y podrás seguir a Thomas cuando sueñe -notificó, y se le entrecortó la respiración-. ¿Te puedo cegar?

Billy empezó a llorar. No quería llorar; sabía que derramar lágrimas en un momento como este podría parecer debilidad, hasta ridiculez, pero no lo pudo evitar.

– Sí -contestó.

Marsuuv clavó dos dedos en los ojos de Billy, como púas diseñadas precisamente para dejar ciego. Un dolor candente le resplandeció detrás de la frente, y él mismo se oyó gritar.

Marsuuv sacó bruscamente los dedos de la cabeza de Billy, y luego le asestó algo dentro de las cuencas de los ojos. La vista le regresó borrosa, luego se le aclaró poco a poco. La caverna era visible a través de dos nuevos ojos hechos por su amante. El dolor cesó.

– Ahora tú eres dos -notificó Marsuuv, fulminando a Billy con una mirada severa-. Serás llamado Bill.

Teeleh permaneció detrás de la reina, con la cabeza inclinada hacia atrás, rugiendo con tal ferocidad que Billy pensó que el techo podría ceder y aplastarlos a todos. El gran embaucador bajó la cabeza y extendió una larga garra hacia la izquierda de Billy.

– Y él será Billy.

Allí, a menos de dos metros, se hallaba otro Billy, casi idéntico, hasta pelirrojo.

Unas líneas rojas le surcaban los ojos, de cuyos bordes le salía sangre.

Soy Bill. Solo Bill, no Billy, pensó.

– ¡Thomas tiene que beber el agua! -exclamó Teeleh volviendo a girar la cabeza hacia Bill-. No me falles esta vez.

Bill se dio cuenta de que el otro Billy tenía sus ojos originales. Marsuuv le había extraído los ojos, su belleza interior, y se los había puesto a esta copia de Billy mismo para duplicarle la esencia.

¿Y los ojos que ahora tenía en el rostro?

Se tocó la cara con las yemas de los dedos. Cuando las retiró estaban ensangrentadas.

Tenía ojos negros nuevos, los del frasco.

– Detén a Thomas -refunfuñó Teeleh en una voz tan grave que los huesos de Bill vibraron.

– Lo haré -gimoteó Bill.

– Si fallas te crucificaré -advirtió nuevamente Teeleh.

– ¿Qué hay de mí? -inquirió el otro Billy llorando; el hombre hasta sonaba como Bill.

Teeleh fue hasta donde el otro Billy, caminó alrededor, examinándolo. Recorrió la piel del hombre con la zarpa, se detuvo detrás de él y le imprimió en la base del cuello la marca de las tres garras engarzadas. Entonces hincó profundamente una garra en la columna de Billy y se la retorció lentamente. Billy tembló, llorando.

– Tú, amigo mío, serás mi anticristo.

Bill sintió el dolor del hombre como si fuera suyo. Porque lo era. Quiso gritar y exigir a Teeleh que mostrara alguna amabilidad, pero sabía que en la bestia no existía ninguna fibra de ternura.

– No me falles -insinuó Teeleh silbando en el oído del otro Billy.

– ¿Billy? -exclamó el pelirrojo girando la cabeza hacia Bill.

– Bill. Me llamo Bill. Aquí estoy.

– No puedo verte muy bien -expresó, aunque tenía brillantes ojos verdes.

– Está bien, yo tampoco puedo verte. Nuestros ojos son nuevos. Pero estoy aquí mismo.

Marsuuv señaló hacia los cuatro libros perdidos atados sobre el altar.

– Vayan y hagan lo que deben hacer -ordenó y con una garra les rasgó los dedos a los dos; luego se dirigió a Bill-. Encuentra a Thomas en el lugar llamado Denver cuando cruzó por primera vez. Detenlo. Mátalo. Hazlo beber.

– ¿En Denver? Por favor…

– Haz lo que debes hacer -refunfuñó Teeleh-. ¡Rápido!

Los dos hombres avanzaron a tropezones, sangrando. Pusieron juntos las manos sobre la página expuesta.

Por segunda vez en menos de cinco minutos, desapareció la guarida y luces blancas inundaron la mente de Bill. Billy, el de ojos verdes, estaba volviendo a Bangkok para ser el anticristo de Teeleh. En lo concerniente a él, el de ojos negros, se suponía que fuera tras Thomas. En Denver, ¿correcto? Si tecordaba correctamente la historia, Thomas había venido originalmente de Denver.

Aunque dejó un mundo y entró al otro, Billy olvidó lo que había visto. Pero sabía algunas cosas.

Sabía que era el amante de Marsuuv, que le había mostrado gran amabilidad y le había dotado de ojos negros.

Sabía que su obligación era detener a Thomas o si no lo iban a colgar de una cruz, donde lo desangrarían hasta que muriera.

Y sabía que ahora era Bill. Simplemente Bill.

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