13

– ¿A QUÉ distancia? -gritó Chelise, palmoteando el caballo mientras ellas resollaban de furia sobre el borde del cañón.

El corcel se deslizó por la pronunciada inclinación, bufando en protesta. Pero los caballos ya estaban acostumbrados a los más abruptos terrenos, y ella dejó que el animal siguiera adelante, inclinándose de espaldas de modo que los hombros descansaron en las ancas del noble bruto.

El jamelgo saltó por el aire a diez pasos del fondo, lanzándose paralelo a la tierra para amortiguar la pendiente. Marie cabalgaba tres zancadas adelante, azotando su jamelgo con una corta correa de cuero.

Los shataikis tenían que estar ciegos para no notar a las dos albinas corriendo por los cañones que subían hacia Ba'al Bek, donde Thomas estaba muerto o a punto de morir. Las negras bestias se habían acomodado sobre la meseta como una tapa suspendida, tan cerca y tan bajo que Chelise les lograba ver los ojos rojos y vacíos.

– ¿Cuánto tiempo? -exigió saber Marie.

– ¿He estado aquí antes? Tú cabalga.

Cabalgar sin más. Directo a la trampa. Seguía siendo un misterio para Chelise qué podrían tratar de conseguir dos albinas sin nada más que fruta contra una horda de shataikis. Pero no había ninguna posibilidad de cambiar la situación.

Este desafío que Thomas había lanzado tenía más que ver que con la división del círculo. Tenía que ver con cada uno de ellos. De Chelise. De su padre. Aquí, en Ba'al Bek, convergían los mundos de ella, el pasado y el presente. ¡Su padre debía unírsele y unirse al círculo antes que fuera demasiado tarde!

Si ella pudiera lograrlo, su vida estaría llena.

Cada hueso del cuerpo traicionaba su resuelto objetivo mientras azotaba el caballo, haciendo caso omiso a la amenaza que giraba por encima de ellas. Los dedos se le aferraban de las riendas, los músculos le tensaban los tonificados brazos, el cuello se le estiraba hacia adelante mientras el cabello se le sacudía por detrás de la cabeza. Ahora no había cómo negar su obsesión.

– Chelise…

– ¡Cabalga, Marie! Mantén la boca cerrada y corre.


***

LOS GEMIDOS se estaban desvaneciendo.

Thomas abrió los ojos y miró la arena, oyendo con atención.

La mente no le estaba jugando una broma; casi habían cesado los gritos. Estaba claro que ya no se oía el clamor de Ba'al. ¿Había renunciado el sumo sacerdote, aislándose en su sufrimiento? ¿Cuánto tiempo había pasado?

Thomas levantó la cabeza, irguiéndose del suelo. La escena le quitó el aliento. Había cuerpos esparcidos por tierra, quietos. Solo Ba'al y cuatro sacerdotes se hallaban aún de pie. Los demás habían sangrado hasta morir.

Samuel yacía sobre la espalda, mirando a los shataikis que aún daban vueltas, silenciosos, salvo por la corriente de aire al batir de las alas. La sangre cubría el altar de piedra y llenaba el foso que había en la base.

Ba'al tenía los brazos alzados y los ojos cerrados, y movía los labios.

Uno de los sacerdotes se desplomó de rodillas al lado del altar, con la mano sobre una herida abierta en el pecho, luego cayó de lado con un fuerte impacto. Ba'al no reaccionó. Estaba esperando que todos murieran. Este era el precio que él creía que Teeleh exigía.

Dos más de los sacerdotes se acomodaron en tierra para morir. Luego el último se sentó y miró a Ba'al.

Thomas se puso de pie, rodeado por los doscientos sacerdotes que habían muerto por su siniestro sacerdote y su demonio, Teeleh. Una escalofriante calma se asentó sobre Ba'al Bek. Examinó el borde de la depresión. Ninguna señal de Elyon, pero tampoco había señal de que Teeleh hubiera aceptado el sacrificio de Ba'al.

Qurong y su general se acercaban desde el borde sur en sus monturas, como si también entendieran que se había llegado a un momento trascendental. Pronto le tocaría al comandante de las hordas cumplir las exigencias de Thomas.

El desafío se había reducido a este momento. Era el turno de Thomas. Se le erizaron los pelos del cuello. ¿Y si Elyon no aparecía?

Miró a Ba'al, que aún movía los labios de manera inaudible.

– Has fallado -manifestó Thomas en voz alta.

El siniestro sacerdote abrió los ojos y miró el cuerpo ensangrentado de Samuel.

La escena de su hijo tendido allí… Thomas reprimió una oleada ola de náuseas.

– Has ofrecido a tus sacerdotes como sacrificio de sangre, pero tu dragón no est impresionado.

Ba'al aún tenía la mirada fija en Samuel. El sujeto dio tres pasos, salto al aire como una agilidad que sorprendió a Thomas, y se puso a horcajadas sobre el muchacho.

– ¡Has perdido! -gritó Thomas, dando un paso al frente.

Ba'al levantó el brazo derecho hacia el cielo y se presionó en la muñeca la hoja en forma de garra.

– ¡Ahora! -exclamó-. Acepta en este instante la saciedad de lo que demandas mi señor y salvador, Marsuuv.

Entonces movió de un tirón la daga a través de la muñeca.

La sangre del sacerdote fluyó del corte, humedeciendo el estómago de Samuel. El sujeto estaba añadiendo su propia sangre a la de sus sacerdotes. ¿Con qué propósito: ¿Era esto lo que exigía esta reina shataiki llamada Marsuuv?

El cuerpo desnudo de Ba'al comenzó a temblar. Agarró la daga, los tendones de la mano se le tensaron como cuerdas de arco. Los labios se le despegaron sobre dientes apretados, luchando por no gritar.

El sacerdote dobló la cabeza hacia atrás, abrió totalmente la boca hacia el cielo, y dejó escapar un desconcertante grito que empezó más fuerte de lo humanamente posible. Mantuvo el grito en alto, y luego lo bajó más y más hasta convertirlo en un rugido gutural que sacudió la tierra.

Los shataikis comenzaron a chillar.

– ¡Es él! -resopló Mikil-. ¡Es Teeleh! ¡Debemos irnos!

– Padre! -gritó Samuel-. ¿Padre?

– Quédate quieto, Samuel! ¡Espera!

La boca de Ba'al se cerró de golpe. Bajó la cabeza y miró a Thomas con ojos acechantes, uno púrpura, el otro azul. Poseído. La voz le salió en un gruñido gutural que de ningún modo podía ser humano.

– Hola, Thomasssssss… Qué placer conocerte. He oído hablar mucho de 11 -expresó, entonces una sonrisa malvada le distorsionó la boca-. Bienvenido a Paradise. Es hora de que lo maléfico salga del cofre…

Luego la cabeza se le sacudió de manera espasmódica.

– …y que Samuel entre en el suyo.

¿Era Teeleh que había poseído a Ba'al? No, Teeleh no, sino la reina a la que BaJ' se había referido. Marsuuv.

– Odiamos a chiquillos llamados Samuel -enunció Ba'al, bajando la mirada hacia el cuerpo ensangrentado-. Acepto esta ofrenda.

Samuel parecía estar hiperventilando. Finalmente se le había hecho añicos la resolución.

– ¿Padre?

Ba'al, poseído por Marsuuv, acuchilló tan rápidamente que Thomas apenas supo que se estaba moviendo antes de que la daga cortara el pecho de Samuel, atravesara el músculo y el hueso, y penetrara la cavidad pulmonar.

La espalda de Samuel se arqueó y el muchacho gritó. Había tardado un instante que el dolor total de la repentina cortada le llegara a la mente, pero ahora que esto había ocurrido, el chico no pudo contener los gritos.

Thomas no se podía mover. A través de Ba'al, Teeleh había contestado el desafío v tomado a Samuel. ¡Esto no podía ser! Elyon no permitiría que destrozaran a su hijo y que se le burlaran. Samuel…

¿Y si Samuel ya no es hijo de Elyon? ¿Y si el chico traicionó a Elyon y ya no es su hijo?

El mundo parecía darle vueltas, y Thomas cayó sobre una rodilla. A su lado, Mikil y Jamous estaban paralizados.

Pero donde Thomas dejó de razonar, profirió con furia la pasión.

– Elyon.

Fue apenas más que un susurro, porque la garganta se le había trabado, pero Thomas estaba gritando.

Ba'al tiró la cabeza hacia atrás, a horcajadas sobre su víctima, y gimiendo al cielo.

– ¡Vengan! ¡Vengan y coman!

– Elyon…

Una sección del enjambre de shataikis salió del grupo principal y descendió en picada. Varios cientos cayeron como rocas, los pocos privilegiados, chillando, vampiros voraces y con ansias asesinas en sus corazones. Thomas observó horrorizado mientras las negras y sarnosas bestias chocaban violentamente con los cuerpos sangrantes de doscientos sacerdotes y comenzaban a destrozarles la carne con las garras. Mostraban '0s colmillos como perros y rasgaban la piel, succionando la sangre expuesta, demasiado apurados con su festín como para prestar atención a Thomas. ^a al se paró por encima de todos ellos, con los brazos ampliamente extendidos, ideándose.

– ¡Elyon! -exclamó Thomas irguiéndose, entumecido-. Elyon… ¡Elyon!

Dio un paso al frente y gritó. Rogando, protestando, con furia. – -¡Elyon!

– Elyon está muerto -rezongó Ba'al, traspasando a Thomas con la mirada azul y púrpura-. Yo lo maté.

Rodeado por mil shataikis luchando sobre los restos de los sacerdotes caídos, Thomas consideró esta posibilidad por primera vez en una década. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si todo aquello por lo que se había esforzado en conservar: El Gran Romance, el amor por las hordas, el abrazo de paz, el ahogamiento…? ¿Y si todo se hubiera ido a pique?

El pánico se apoderó de él a medida que los pensamientos rebotaban en su mente. Y allí, debido a su propia terquedad, yacía Samuel. Muerto.

Thomas avanzó torpemente, sucumbiendo al pánico. Debía llegar hasta su hijo, tomarlo, llevárselo antes de que esos animales le destrozaran el cuerpo.

Una docena de shataikis giraron y gruñeron, obstaculizándole el paso.

Thomas se detuvo, jadeando. Samuel yacía inmóvil. Ba'al aún se regodeaba.

¿Había perdido? Había perdido el desafío y a su hijo.

Se dejó caer en ambas rodillas y se sentó sobre los talones, cegado por la desesperanza. Los sentidos se le debilitaban, como adobe. Cerró con fuerza los ojos, sollozando. Cuando gritó, el corazón, no la mente, le lanzó las palabras de la boca.

– Elyon… Elyon, ¡no me vuelvas la espalda! Sálvanos -logró decir sosteniendo el puño en el aire y llorando al cielo-. ¡No permitas que se lleven a tu hijo al infierno! ¡Sálvanos!

Thomas respiraba con dificultad y tenía la mente bloqueada, cuando notó que tenía enrojecidos los ojos. O que los párpados que le cubrían los ojos estaban rojos.

Los abrió de golpe, vio encima la luz cegadora, y se echó hacia atrás hasta quedar sentado en el suelo. Al unísono, los shataikis reconocieron el inminente peligro. Chillando se esparcieron en toda dirección, como una bandada de pájaros reaccionando ante un depredador. Los que estaban en tierra lanzaron zarpazos al aire, chillando con cada aleteo. Los que daban vueltas en lo alto se movieron a gran velocidad hacia el horizonte.

La luminosidad descendía del cielo nocturno como una columna de luz solar, pero gruesa, nebulosa y verde fluorescente.

Agua. ¿Agua? ¿Era una columna de niebla descendiendo del cielo?

Una imagen de un lago lleno con el agua verde de Elyon inundó la mente de Thomas; antes de que Teeleh hubiera traído la enfermedad de costras, cuando Ia Concurrencia se realizaba en las playas de un lago verde. Ninguna palabra podía describir la embriaguez en esas hermosas aguas.

El color de Elyon, verde. Por eso todos los albinos tenían ojos verdes. Por eso los lagos habían sido verdes. Por eso los bosques rompían el escabroso paisaje del desierto con este hermoso color. El color de la vida.

Verde.

La luz verde y radiante descendió hacia el altar. Ba'al se agazapó de miedo con el cuello arqueado hacia atrás, mirando estúpidamente ante el repentino cambio de poder.

Este… este era Elyon. No Elyon mismo, no más de lo que Ba'al era Teeleh, pero este era el poder de Elyon. Y Thomas pudo sentir el poder en su propia piel porque todo el aire en Ba'al Bek estaba cargado de él.

El sumo sacerdote giró y brincó del altar como un gato. Saltó sobre los desnudos cadáveres de sus sacerdotes hacia Qurong, cuyo caballo estaba retrocediendo. Los guturales que habían rodeado el lugar alto estaban teniendo problemas para controlar los corceles. Algunos de los asesinos volvían corriendo para defender a Qurong en el costado sur de la meseta.

Thomas se giró hacia la acuosa luz verde. La columna se asentó sobre el altar y se detuvo, silenciosa, pero el aire estaba pesado y cargado. Rayos de luz con un matiz verde más oscuro se enrollaban y se retorcían dentro de la columna.

Oyó el suave canto de un niño, débil, como si estuviera incrustado profundamente en el agua. Thomas conocía esta melodía. Y su necesidad de volver a estar en el agua le produjo un estremecimiento en los huesos.

Los halagadores rayos de luz se enroscaron alrededor de Samuel y lo levantaron lentamente de la superficie de piedra de tal modo que la espalda se le arqueó, y los talones y la cabeza le colgaban. El muchacho se suspendió como a medio metro en el aire, rodeado por la traslúcida presencia verde, por este poder natural de Elyon sosteniéndolo.

Thomas deseó correr hacia la luz, la cual él sabía que no podía ser algo tan simple como el agua, y metió la mano. Quiso sentir el poder que había conocido cuando Elyon se les revelaba de este modo todos los días.

Los brazos de Samuel se sacudieron y el pecho se le expandió. Estaba vivo.

– Yo hice lo mismo que tú, Thomas -susurró una voz, no sabía si en su cabeza o audible para todos-. No se puede negar que eres insistente. Las palabras de aprobación le resonaban en la mente.

– El final está cerca, mucho más cerca de lo que has imaginado. Encuentra tu camino de regreso. Lleva al enfermo contigo. Usa los libros que se perdieron -expresó la voz, e hizo una pausa-. He aquí tu hijo.

El cuerpo de Samuel fue liberado por las hebras en la luz verde y cayó sobre la superficie de la roca con un ruido sordo.

– Déjale hacer lo que decida.

Entonces la columna verde se retiró al cielo nocturno, lentamente al principio luego más rápido. Se levantó en un ligero arco hacia el occidente, y entonces desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Después de horas de cantos y tintineos de campanas bajo una ráfaga de viento causada por tanta carne podrida de shataiki, la noche quedó prístina y quieta.

Entonces el sangrante cuerpo de Samuel se irguió y aspiró una bocanada de aire.

Una exclamación recorrió entre los guturales, quienes permanecieron para proteger a Qurong y Ba'al, atónitos por el repentino cambio de los acontecimientos.

– Tú, padre de mi esposa, ¡dinos qué ha sucedido aquí! -exclamó Thomas levantando el brazo y señalando a Qurong.


***

QURONG PERMANECIÓ sobre el corcel, incapaz de responder a la instrucción del infiel. ¿Debía él explicar lo que acababa de acontecer? ¿Se supone que debía interpretar estas señales de los cielos y sugerir la siguiente línea de acción? ¿Era él un sacerdote? ¿Había pretendido alguna vez conocer la manera de actuar de Teeleh, de Elyon o de estas malditas criaturas de las tinieblas?

No. Él era un hombre común y corriente que solo sabía dos cosas: Una, que todo el tiempo los caminos de los dioses eran argucias y fraudes, de tal modo que ningún hombre podía conocer de veras esos caminos. Y dos, que aunque ningún hombre podía conocer esos caminos, todos podían entender y entendían las cosas de otra manera.

La manera de la espada.

¿Dónde estaba su esposa cuando la necesitaba? Patricia estaba mejor versada en estas interminables farsas, no porque ella las empleara, sino porque él no lo hacía prefiriendo una pelea directa y desigual por encima de una clara conversación y una falacia. Qurong había seguido esa vía y aún estaba pagando el precio.

– Mi señor, tú debes…

– Silencio, sacerdote -ordenó, y levantó el dorso de la mano hacia Ba'al-. Fallaste.

– No -replicó el hombre temblando-. Mi amo te ha entregado a Thomas. Yo oí su voz. Me habló al estómago. Tienes que eliminarlo.

– ¡Déjame! Y por el amor de todos los dioses, ponte un poco de ropa.

– Mi señor, no puedo expresar el precio que pagaremos si…

– ¡Fuera!

Ba'al se deshizo de un chorro de negro escupitajo, miró al infiel Thomas, y se alejó del altar. Uno de los veinticuatro sacerdotes que no se había desangrado se le acercó y le puso una túnica morada sobre el esquelético cuerpo. Ba'al estaba desechado.

Pero lo que había manifestado no estaba descartado. Qurong había visto suficiente en los últimos minutos a solas para saber que los poderes detrás de Ba'al y Thomas no solo eran reales, sino que amenazaban la vida.

Más exactamente, el poder que había detrás de Ba'al era peligroso. El otro, la magia verde, aunque impresionante y perturbador, no le pareció tan… mortal.

Qurong enfiló el caballo hacia Thomas y el muchacho, que, después de bajarse del altar, había arrancado la túnica a un sacerdote muerto, y se unía a los otros albinos. Pensar que Thomas era el esposo de la hija que una vez fuera preciosa para él… no había final a la injusticia en este mundo maldito.

Se detuvo a diez metros del hombre. El poderoso Thomas de Hunter, líder de todos los albinos, envenenado por los estanques rojos, enemigo de Teeleh. No parecía tan peligroso sin una espada. Sin indumentaria de combate. La túnica que usaba estaba fabricada de cuero curtido, tal vez cosido por la propia mano de Chelise. El cabello castaño estaba desordenado debido a una larga cabalgada. ¿Qué había ocurrido que obligara a Thomas a lanzar tal desafío? ¿Estaba perdiendo el control sobre el círculo?

El hijo de ese hombre, Samuel, no había parecido demasiado ansioso por someterse.

– Nuestro acuerdo fue claro -declaró Thomas-. Y ahora el resultado es igual aclaro. Tu hija espera.

Qurong aún no cambiaba la situación.

– ¿Quieres que vaya contigo y me ahogue?

– Ese fue nuestro convenio.

– ¿A qué se parece eso? ¿A aspirar agua y morir?

– ¿Te parezco muerto? Se trata de vida, no de muerte.

– Porque no te ahogas, y no vuelves a la vida. El veneno rojo te deja la pie] a| descubierto y te nubla la mente. De ahí que tengas unos pocos miles de seguidores tan ingenuos que creen haber tenido alguna clase de ahogamiento y de resurrección Bueno, imagino que ofrecer esa clase de inmortalidad hace de ti una gran leyenda Tonterías religiosas.

– Thomas…

Era la mujer albina previniéndolo. Pero Thomas no parecía interesado.

– Pronto lo sabrás, ¿no es así? -expuso Thomas.

– Sí. Sí, desde luego, ese fue el acuerdo.

– ¿Dudas que Elyon le haya devuelto la vida a mi hijo aquí en tu altar?

– ¿Es eso lo que viste? -objetó Qurong, y miró la masacre-. Es claro que aquí hay poderes en acción que ninguno de nosotros comprende. Pero yo vi más. Mucho más.

– Viste el poder vivificante de Elyon dispersando a cien mil shataikis e infundiendo nueva vida en mi hijo.

– Vi el poder de Teeleh. Y veo que doscientos de sus siervos han sido asesinados. Ahora que has matado a doscientos sacerdotes, si yo fuera a llevarte cautivo ya no te verían como mártir.

– Padre…

Ahora era Samuel quien prevenía.

– Tu hija clama por ti cada día -declaró Thomas tranquilamente, poco molesto por la amenaza directa de Qurong-. Nunca he visto a una hija amar a un padre del modo en que ella te ama.

Las palabras traspasaron como una daga, y por un momento Qurong no supo qué decir. Luego la ira le inundó el corazón.

– No tengo hija.

– ¡Ahora!

La mujer y el albino al lado de ella habían exclamado juntos la orden, inesperadamente, como si la palabra fuera una señal acordada. Thomas giró y corrió detrás de Samuel y los otros, optando por seguir sobre huesos de muertos, directamente hacia los caballos. La velocidad con que los albinos podían moverse nunca dejaba de asombrar a Qurong.

– ¡Deténganlos!

– Viste el poder de aquel a quien servimos -gritó la mujer, saltando sobre uno de los cuatro caballos albinos atados a una estaca.

Hasta Cassak titubeó. Los albinos ya estaban inclinados sobre los cuellos de sus monturas, azotando la grupa de los animales, con el cabello ondeándoles hacia atrás mientras galopaban directo hacia el lejano anillo de rocas. Habían pasado años desde que Qurong persiguiera albinos a campo raso, y verlos huir le clarificó la razón. Se movían al doble, quizás al triple, de velocidad que sus guturales. Sus hombres podrían igualarlos en fortaleza, pero este veloz movimiento era una habilidad que lo asombraba. Algo fantástico.

– ¡Tras ellos, idiota! -le vociferó a su general.

– Cierren la brecha -ordenó el hombre como si saliera de un trance-. ¡Tras ellos!

– Los quiero de vuelta, muertos o vivos -gritó Qurong-. ¡O tú o Thomas, Cassak! ¡No recorrí todo este camino para ver magos realizando trucos!

– Comprendido, señor -respondió el general, luego se dirigió a los guerreros detrás de ellos-. Markus, Ceril, bajen por detrás y corten el paso de Mirrado al occidente. Manténganse en terreno alto. Si ellos escapan, Ba'al los decapitará a ustedes.

Los albinos llegaron a las rocas como veinte pasos antes que el primero de los guturales, y pasaron volando el perímetro al doble de la velocidad de los asesinos. Subieron al borde de la depresión y desaparecieron en el oscuro horizonte.

Qurong maldijo en voz alta e hizo volver su caballo. La guardia personal, una docena de corpulentos soldados, esperaba alineada. Ba'al ya había huido al lugar alto, dejando que los buitres o los shataikis, cualquiera que se atreviera a volver más pronto, se alimentaran de los restos de los doscientos cadáveres. El sumo sacerdote rabiaría como un tigre herido y se volvería más peligroso que antes.

Pero no era temor a Ba'al lo que martillaba en la cabeza de Qurong mientras galopaba al sur hacia Ciudad Qurongi. Tampoco era el deseo de agarrar a Thomas y encerrarlo en un profundo foso hasta matarlo de hambre; ni los mestizos eramitas ^e sin duda tramaban su derrocamiento incluso ahora.

Todos estos problemas le gritaban, llamándole la atención, pero ninguno tan fuerte como las siete palabras expresadas por Thomas antes de huir.

Tu hija clama por ti cada día.

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