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CHELISE HIZO detener la cabalgadura con un fuerte tirón, clavando los talones en los estribos de cuero. Echó su peso hacia atrás para compensar la súbita detención La cenicienta yegua, criada para confundirse en lo profundo del desierto, resopló sacudió la cabeza, protestando por el protector de bronce que se le clavaba en la carne El cielo… había algo anormal en el cielo.

– ¿Qué pasa? -gritó Marie, moviendo la cabeza alrededor mientras pasaba como una bala, y obligando también a su caballo a parar en seco-. ¿Qué es eso?

– Yo… -balbuceó Chelise mirando la nube negra en el lejano y ennegrecido horizonte; algo tocante a la escena le hizo correr un frío por el cráneo-. Yo…

– ¿Qué es? -preguntó Marie siguiéndole la mirada y contemplando igual que Chelise-. ¿Una nube?

– Se está moviendo.

– Todas las nubes se mueven. ¿Qué bicho te ha picado? Sobre el lugar alto, como si…

– Shataikis -susurró Marie.

Los caballos resoplaban debido a la carrera, pero esta única palabra pronunciad» por Marie le cayó a Chelise como una patada en el estómago. Ella no lo había indicado pero ahora que Marie había explicado el enorme y turbulento torbellino, la espantos certidumbre de que su hija tenía razón le clavó las garras alrededor de la garganta.

Shataikis.

– Eso es imposible -logró expresar finalmente.

– Están sobre el lugar alto, Bek Ba'al -declaró Marie moviéndose en la silla-

– Pero… ¿aceptó entonces Qurong el desafío de Thomas?

– A menos que se hayan reunido en desafío a la presencia de Thomas en la tierra sagrada de esa gente -opinó Marie haciendo mover otra vez la nerviosa cabalgadura hacia Chelise, y observando de nuevo a los shataikis-. Sería el primer albino en ingresar al maldito lugar de adoración.

– Pero nadie ha visto a los shataikis por años. ¿Has visto uno alguna vez? ^

Tal vez sí. En cierto momento pensé que sí, pero fácilmente pudo haber sido solo una sombra. Esto es…

Marie parecía no poder formar los pensamientos alrededor de la idea de que estuvieran viendo shataikis de verdad. Pero no podía haber ninguna duda. Esa era una enorme nube de murciélagos, cada uno del tamaño de un perro sabueso si las leyendas eran correctas, apiñados tan apretadamente que desde esta distancia parecían una sólida masa.

– Demasiados…

Chelise había convencido por fin al consejo de que Qurong y Ba'al aceptarían el reto de Thomas solo si intentaban engañarlo. Sostuvo que Qurong nunca se rebajaría tanto en su mente como para ir con Thomas si perdía el desafío. La única persona remotamente capaz de ganar el corazón del líder de las hordas era su propia hija, Chelise.

Marie se ganó el derecho de ir por haber defendido la honra de Thomas al pelear con Samuel en lugar de Vadal.

Dejaron a Jake con Susan, que se quejó amargamente de que una guerrera de su calibre debería ir con Marie y Chelise.

Después de ocho duras horas de cabalgata estaban a menos de medio camino. Pero tenían fruta; no se detendrían.

– No vamos a lograrlo -comentó Chelise, con el corazón palpitándole en los oídos-. Si ya empezaron este desquiciado juego, llegaremos demasiado tarde.

– No estoy segura de que podamos hacer algo si…

– Entonces vete a casa -replicó bruscamente Chelise-. No fue idea mía que vinieras.

– Tranquila. No estoy cuestionando nuestra decisión. Solo afirmo lo evidente. No tendríamos la más mínima oportunidad contra eso -expresó Marie señalando la nube de shataikis que giraba lentamente en el negruzco cielo.

– Te has olvidado de Elyon. Casi matas a tu hermano por su honor…

– Nunca mataría a Samuel.

– ¿Y dudas sin embargo del poder de Elyon?

– Si las cosas dependen de Elyon, ¿para qué entonces nos necesita? Él tiene allí a Thomas. ¿Qué bien haríamos dos más allí?

– Qurong…


– Puede ser vencido por Elyon mucho más fácilmente que por ti -la interrumpió Marie; luego añadió en un tono menos sarcástico-. Bueno, así me parece.

– Eres demasiado parecida a tu padre -comentó Chelise-. Todo el mundo debería cuidarse personalmente, ¿no es verdad? Tu independencia solo es eficaz cuan, do no existe verdadero peligro.

Ella espoleó el caballo, y la bestia arrancó al instante.

– Si Elyon pudiera chasquear los dedos y ganarse el corazón de cualquiera, hace mucho tiempo las hordas habrían concurrido en masa a los lagos rojos -continuó Chelise en voz bastante alta-. Es obvio que no es así como funciona esto.

– No estoy insinuando que no debamos ir, madre, pero Thomas y yo no somos los únicos obstinados. Papá sabía que tu amor por Qurong podría hacer peligrar la misión, por no mencionar tu vida. Creo que esa nube solo aumenta las probabilidades. No hagas algo apresurado.

– ¿Es ahora la juventud la que aconseja?

– ¡No soy una niña! Soy la única que está aquí para mantener tus posaderas fuera de problemas.

– No soy ninguna tonta.

– No, pero el amor es ciego. Y tú, madre, te encegueces cuando de tu padre se trata.

Había algo de verdad en lo que Marie expresaba. Chelise daría su vida por salvar a Qurong, si Elyon lo requería. Pero su amor por Qurong no la hacía estúpida.

– Está bien, protégeme las posaderas -manifestó Chelise poniendo el corcel a pleno galope-. A este paso no vas a tener esa oportunidad, porque todo habrá acabado cuando lleguemos allá.

Hizo una breve oración, rogándole a Elyon que conservara a todos con vida hasta que ella pudiera aparecer allá y enderezar la situación. Inmediatamente, se reprocho tal arrogancia.

– ¿Cuándo llegaremos? -inquirió, exhalando.

– No podemos presionar así a los caballos toda la noche. Al amanecer. En d mejor de los casos.

Gracias a Elyon que habían llevado la fruta sanadora.

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