23

¿CUÁNTO TIEMPO ha pasado desde que les inyectamos? -exigió saber Kara-. Debemos hacerlos volver.

– Veintitrés minutos -replicó Monique, mirando por un microscopio la muestra de sangre de Janae-. Está funcionando. La sangre de Thomas está destruyendo el virus.

– ¿Ya? -preguntó Kara alarmada por el ritmo de efectividad de la sangre-.

– ¿Estás segura?

– Ven a ver.

Monique se enderezó y miró hacia el salón de aislamiento donde Billy y Janae aún dormían entre convulsiones y gemidos. Pasara lo que pasara en las mentes de ellos, debían detenerlo.

Kara se inclinó sobre el microscopio y observó el virus, un organismo microscópico que en su opinión parecía un módulo lunar.

– ¿Cómo puedes…?

– Dios mío, ayúdanos -rogó Monique respirando en un tono tan espantoso que Kara pensó que los dos acababan de morir.

– ¿Qué? -inquinó, volviéndose bruscamente del microscopio-. ¿Qué pasa?

Había sido demasiado tarde, ¡ella lo sabía! Demasiado tarde para qué, no lo sabía, pero todo esto fue una mala idea desde el principio.

Monique miraba, pálida, hacia la cámara de aislamiento. Dos técnicos se hallaban adentro, de espaldas a las ventanas de observación, con la mirada fija en las dos camillas. Solo que no eran técnicos comunes y corrientes en batas blancas de laboratorio.

Uno era un hombre vestido con una larga túnica negra, como un sacerdote “medieval. El otro…

El pulso de Kara pasó de irregular a paralizado por completo. Reconoció la ropa del segundo hombre, y sus enmarañados mechones cubiertos de morst. Ella no había visto nada parecido en tres décadas, pero durante ese tiempo esta imagen la había perseguido en cien pesadillas.

Hordas.

El hombre vestido de negro se dio la vuelta y la miró.

Kara sintió desmayarse. Quien la miraba era su hermano. Estaba más viejo, aunque no mucho, y el rostro parecía endurecido por el tiempo, pero no había forma de confundir a Thomas, ni en mil años.

– ¿Thomas? -preguntó Monique al lado de ella.

– Es…

Kara no sabía qué era. Thomas… sí, Thomas, o una visión de Thomas. El hombre con los mechones se volvió. Ojos grises. Horda, sin duda alguna, cubierto por la enfermedad de las costras.

– Estamos soñando -exclamó Kara.

Entonces miró a los dos técnicos de laboratorio a su derecha y vio que si ella estaba soñando, ellos también lo estaban. Uno había dejado caer el portapapeles a su izquierda y lo había dejado allí junto a los pies mientras miraba estúpidamente. Cuando Kara se volvió otra vez hacia el salón, Thomas caminaba hacia la puerta.

La abrió. Apretó el paso.

Habló.

– Kara… perdóname, sé que esto es traumatizante -expresó, agarrando cuatro libros con dedos sangrantes, el de arriba abierto y manchado con sangre fresca-. Yo… logré volver.

Ella apenas podía respirar.

– ¿Thomas?

Algo ridículo que decir, pero no salió nada más.

Los ojos verdes de él examinaron el lugar, tan abiertos como ella los había visto.

Él estaba tan conmocionado como ella.

– Vaya -comentó el hombre mientras los labios se le retorcían en una extraña sonrisa.

La emoción de ver a Thomas, que había estado perdido a este mundo, cayó sobre ella como una marejada, y no hizo ningún intento por detener las lágrimas que le inundaban los ojos. Soltó un vacilante sollozo y avanzó tambaleándose. Kara corrió los tres últimos pasos y abrazó torpemente a su hermano. Había mucho qué decir. Interminables preguntas. Pero en ese insrante la mente se le puso e n blanco. Solo atinó a llorar.

El encostrado salió encorvado del salón de aislamiento.

.-¿Qué magia es esta? -exigió saber en voz alta-. ¡Me has hecho un maleficio!

– Seré claro -exclamó Thomas separándose de Kara y mirándolo-. Te dije que confiaras en mí; ahora no tienes alternativa. Hemos llegado. La puerta se abrió y entraron dos guardias, vieron al encostrado y apuntaron las pistolas.

– Quietos… nada de movimientos bruscos.

– Bajen las armas -ordenó Monique, haciéndoles señas con la mano.

– Señorita Hunter, le sugiero que retroceda -expresó con voz apremiante detrás de ella el asesor de laboratorio, un ingeniero biológico llamado Bruno-. La posibilidad de contaminación es desconocida.

La fetidez, pensó Kara.

– Señora, recomiendo aislamiento inmediato.

La pestilencia sulfúrica de la carne podrida del encostrado había inundado el salón. No se podía saber si en este mundo la enfermedad de las costras se extendería o cómo lo haría.

– No -intervino Thomas-. Si la enfermedad se extendiera rápidamente, yo la habría traído conmigo años atrás cuando intercambié realidades.

– En ese entonces tan solo soñabas -objetó Monique sacudiendo la cabeza-.

Y esto… ¿has traído contigo a uno de los encostrados?

Pero en vez de retroceder, ella fue hasta donde él, con los ojos fijos en los del hombre.

– Selle el perímetro del laboratorio, Bruno. Déjennos.

– Señora…

– Ahora, Bruno -ordenó, con los ojos aún fijos en Thomas-. Fuera, todos ustedes.

Ellos retrocedieron y se dirigieron a la cámara de descontaminación como ratones escabullándose rápidamente. El encostrado estaba vestido con una túnica de cuero, con uniforme de batalla. En la cara había grietas y el sudor mezclado con la pasta de morst mostraba largas rayas veteadas. Los ojos, aunque grises, parecían brillar de Pánico.

– ¡Acaba esto! -resonó.

– No creo que entiendas, Qurong -declaró Thomas-. Esto no es solo una visión que tú o yo podamos acabar. Hemos destrabado el tiempo con los libros y ahora estamos en…

Se detuvo y miró alrededor.

– ¿Dónde estamos exactamente?

– Farmacéutica Raison -explicó Monique-. Bangkok. Hola, Thomas.

– Monique -saludó él posando la mirada en ella.

– En persona -respondió ella-. Como parece que tú también.

– ¿Por qué vinimos a este sitio?

– No lo sé.

– ¿Cuánto tiempo ha pasado?

– Más de treinta y cinco años aquí -respondió Monique-. ¿Y allá?

– Diez años desde la última vez que vine. No obstante, ¿por qué regresaría a este lugar exacto?

– ¿Cómo puede suceder esto? -quiso saber Qurong totalmente perdido-. Acabábamos de estar en mi biblioteca. He despertado en una tierra de albinos.

– ¡Escúchame, Qurong! -exclamó Thomas, como si estuviera totalmente perturbado por el líder de las hordas-. ¿Qué te he estado diciendo todo el tiempo? Existe más para el mundo que tu pequeña ciudad y agua gris. En este mundo no encontrarás hordas. Todos somos albinos, como nos llamas. No albinos, sino humanos, sin la enfermedad de tu piel.

– ¿Cómo es posible…?

– Has sido tan cabeza dura como para negar a Elyon, pero ahora enfrentarás la verdad. ¿Estoy engañando o esto está ocurriendo realmente? Qurong miró alrededor, pero era imposible saber qué pensaba.

– Eres tú realmente -explicó Kara yendo hasta Thomas y tocándole la mejilla-.

Estás vivo.

La mente de ella aún le daba vueltas, tratando de ser coherente con lo que estaba sucediendo. Una cosa era soñar, pero esto… ¡acababa de aparecer como por arte de magia!

– Tu sangre -comentó Monique.

– ¿Qué pasa con mi sangre?

– Quizás volviste aquí, y ahora, debido a tu sangre -conjeturó ella, mirando hacia el salón detrás de ellos, y Thomas le siguió la mirada.

– Tú… -titubeó él, y se volvió-. ¿Está mi sangre en ellos?

– Sí. Ellos…

Pero él ya estaba en movimiento, pasó volando al asombrado Qurong, entró al salón, y llegó hasta la camilla de Billy. Entonces abofeteó el rostro del pelirrojo con la palma abierta. ¡Crac!

¡Despierte! Despierte, ¡salga de allí!

Saltó hacia Janae y le golpeó con fuerza la mejilla.

¡Arriba, arriba, arriba!

¿Qué estás haciendo? -exigió saber Monique; pero lo sabían.

– ¡Despertándolos! No puedes dejar que nadie entre en mi mundo. Los libros…

¡es demasiado peligroso!

– Nosotras lo hicimos una vez.

– Nunca más.

– ¡Se están muriendo!

– Entonces déjalos morir -espetó bruscamente Thomas, girando-. ¿Quiénes son?

– Mi hija -explicó Monique-. Y Billy, el que escribió por primera vez en los libros de historias.

– ¿Qué locura es esta? -profirió Qurong furioso.

Como si contestara, los ojos de Billy se abrieron y gimió. El pelirrojo se irguió y miró alrededor atolondradamente.

– ¿Qué… qué está pasando?

– ¿Billy?

Todos se volvieron hacia Janae, que intentaba sentarse.

– Recuéstense, los dos -dictaminó Monique, corriendo al lado de su hija-. No están en condiciones de levantarse.

La expresión de Janae mostró señales de reconocimiento. Como un balón desinflado, el rostro se le arrugó con desprecio y amargura.

– ¡No! -gritó la joven, que se arrancó la aguja intravenosa del brazo, empujó a su madre, y bajó tambaleándose de la camilla-. ¡No tienes derecho! ¿Dónde está?

– ¿Nos has despertado? -gritó Billy, rojo de la ira-. ¡Entrometida…!

– ¿Qué demonios…? -profirió Monique mirando a Billy y a Janae-. Les salvamos la vida, ¡bestias desagradecidas!

– ¿Dónde está la sangre? -inquirió Janae ya en el mostrador, temblando como drogadicta, buscando la ampolla con la sangre de Thomas-. ¿Dónde está?

– ¡Janae!

– Estuve allá, madre -desafió la muchacha, enfrentando a su madre-. ¿Qué has estado ocultando?

– No sé de qué estás hablando.

Diles quién soy, Billos. ¡Díselo!

Y él lo hizo, pestañeando.

– Ella es Jezreal, amante de Ba’al, que también es Billos del Sur. Yo.

– ¡Quietos! -gritó Qurong agarrando el poste intravenoso, pinchando el aire como si fuera una lanza, y retrocediendo hacia la puerta-. Quietos o juro por la sangre de Teeleh que mataré al primero que venga tras de mí.

– Entonces mátame -advirtió Thomas yendo hacia él, impasible-. Y tu camino de vuelta a casa morirá conmigo.

La amenaza obligó al hombre enfermo a detenerse momentáneamente.

– Baja esa percha.

– Dime qué me está sucediendo. Y, por los dioses, no me digas que he viajado a otro mundo. Nadie ha oído hablar de algo así.

– ¿Qué te gustaría oír? ¿Que esto es una pesadilla? ¿Que tus más grandes enemigos, Eram y Ba’al, en realidad no existen? ¿Que tu hija, Chelise, realmente ya no es tu hija?

– ¡Silencio!

– Te he dicho la verdad y la aceptarás a la hora debida. ¡Ahora suelta esa percha! Pero Qurong no parecía interesado.

– Basta de magia. ¡Despiértame o juro que te mataré en mis sueños!

– ¿Quién es este bruto? -exigió saber Janae, señalando al encostrado-. El mismísimo viejo y tonto Qurong. ¿Ves, madre? Esta es quien soy. Pertenezco a su mundo. Dame la sangre, envíame allá otra vez, y aniquila aquí mi cuerpo.

– ¡Basta de decir eso! -gritó Monique, cuyo rostro se había puesto pálido-. No sabes de lo que estás hablando, Janae, ¡no puedes morir en un mundo y vivir en otro!

– No necesitamos morir-explicó Billy; todos se volvieron a él y vieron que tenia la mirada fija en los libros que Thomas sostenía en la mano-. Danos los libros. Pero Thomas estaba más interesado en Qurong en ese momento.

– Retrocede. Baja el arma. Seamos sensatos -pidió, y después de un instante de vacilación añadió-: Por favor. Mi señor, por favor.

El líder encostrado no dijo nada, pero pareció estar considerando algo diferente-La mente de Kara dio vueltas con la impactante realidad de un futuro muy real al cual Thomas había ido y vuelto.

– Él tiene los libros perdidos, Janae -informó Billy, deslizándose de la camil’2 ‘ luego se dirigió a Thomas, tuteándolo-. Si quieres ser razonable, déjanos usarlos. Te librarás de nosotros para siempre.

– ¿Qurong? -exclamó Thomas con la mirada aún fija en el líder, que finalmente respiró hondo y bajó el poste-. Gracias.

Libre de la preocupación respecto al dirigente encostrado, Thomas miró al pelirrojo.

– No tienes derecho a entrar en nuestro mundo. Ya tenemos un Ba’al, te aseguro que no necesitamos otro.

– Y tú, Thomas Hunter, no tienes derecho a negarme nada. Estás aquí gracias a mí.

– Ahora vociferas como un desquiciado.

– Fui el primero en escribir en un libro en blanco de historias cuando se descubrieron debajo del monasterio en Paradise, Colorado. Es más, yo fui quien redactó en el interior de la historia el hecho de que viajaras hacia el otro mundo. Fuiste allí gracias a mí.

Thomas parecía conmocionado.

– Hasta me podrías llamar padre. Ahora sé un buen hijo y dame los libros.

– Eso no es posible. Fui allá mucho antes de que los libros fueran hallados en el monasterio de Paradise.

– No, Thomas-terció Kara en un tono de disculpa-. Es decir, sí, fuiste antes, pero los libros residen fuera del tiempo. Cualquier cosa que esté escrita en ellos es un hecho pasado, presente y futuro. Al menos hasta donde hemos podido conocer. Él pareció asimilar esta información.

– Así que fuiste tú quien empezó todo esto. Bill. ¿Has estado en el bosque negro?

– Lo único que puedo decir es que pertenezco a allá -respondió Billy encogiendo los hombros-. Tengo un propósito allí.

– Y yo tengo un propósito aquí -objetó Thomas-. Y no incluye enviar más iniquidad a mi mundo. Estoy aquí con el fin de hallar un camino para una tierra que ha perdido toda esperanza. A menos que tengas un mensaje de profunda esperanza, dudo que des la talla.

– No nos conoces -comentó Janae acercándose a Thomas con una sonrisa apenas s perceptible de seducción en los labios-. Buenos o malos, no importa. Pertenece al más allá, Thomas. Es tanto el mundo de Billy como el tuyo. Y ahora es el mío.

– Aléjate de él -dijo bruscamente Monique.

Pero Janae tenía algo más en mente.

¿Es eso lo que deseas, Thomas? ¿Prefieres a la vieja madre antes que a la hija?


– ¡Aléjate! -ordenó Monique agarrándola del vestido entre los omoplatos v haciéndola retroceder como si fuera una pluma; la empujó contra la camilla apuntándole con un dedo en la nariz-. ¡Siéntate!

– Me pediste que confiara en ti, Thomas -susurró Qurong-, pero te dig0 que no puedo confiar en mis propios ojos. Si la magia está en los libros, entonces deberíamos usarlos.

Thomas se movió por detrás de ellos y desató la cuerda que le sujetaba los libros al brazo.

– Kara, si eres tan amable -la invitó.

Ella se fue con él y aceptó los libros.

– Anda al otro lado de la puerta.

El salón de aislamiento era tan solo como de siete metros cuadrados, y la puerta estaba abierta, a dos metros detrás de Thomas. Kara salió del cuarto y se volvió para mirar desde el umbral.

– Monique, ayuda a Kara.

– Yo…

– ¡Ahora! Por favor.

Ella miró a su hija, que se hallaba de pie junto a la camilla, luego pasó apurada al lado de Thomas, cuya mirada estaba fija en Billy.

El pelirrojo fue el primero en atar cabos.

– Así que precisamente piensas encerrar…

– ¡No! -gritó Janae lanzándose hacia delante, poseída por una desesperación que era prácticamente de otro mundo.

Pero Thomas se movió con la agilidad de un gato, cerró de golpe la puerta y corrió el pasador. Que hubiera tenido el aplomo de notar la cerradura exterior fue una prueba de sus refinados instintos, pero el modo en que se había movido… Kara no estaba segura de que su hermano fuera totalmente humano. Mucho tiempo atrás, él había exhibido asombrosas habilidades de luchador que afirmaba haber aprendido de sus sueños, pero esta velocidad y esta fortaleza física eran nuevas, quizás porque las había vivido en vez de soñarlas.

Janae se lanzó con poca efectividad contra el vidrio, abriendo la boca en un g r ‘ t 0 que Kara no pudo oír. Comprensible, pues la jovencita solo había ido en sueños al otro mundo. Con respecto a Qurong… bueno, había un hombre que debía tener el poder de un toro en ambas realidades.

El dirigente encostrado miraba fijamente hacia afuera, desconcertado. Sin duda alguna esta era la primera vez que veía un cristal tan fuerte y transparente.

– ¿Existe algún modo de salir del cuarto? -indagó Thomas.

– ¿Los vas a mantener encerrados?

– ¿Qué me sugerirías que hiciera?

– Imagino que estarán encerrados hasta sacar algo en claro -opinó Monique mirando a los tres, enjaulados como animales.

– Entonces salgamos de este lugar -expresó Thomas agarrando los libros de manos de Kara-. Necesito espacio para pensar sin primates mirándome. No tenemos mucho tiempo.

Kara sintió que se le formaba una sonrisa en la boca. Treinta años habían cambiado la forma en que él hablaba, pero era el mismo hermano. Sin duda alguna, Thomas Hunter había vuelto. Y esto fue para ella como la segunda venida.

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