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– DIEZ AÑOS -comentó Kara-. ¿Qué edad tendrías entonces allá?

– La misma que tengo aquí -respondió Thomas, pasando al lado de los inmensos escaparates de libros encuadernados en la biblioteca de Monique-. Cuarenta y nueve años. Sorprendente.

Él se frotó la cara con la mano, hábito que había desarrollado… para ver si la piel se le estaba convirtiendo en horda, solía bromear Chelise.

– Pero han pasado treinta y seis años desde que nos dejaste. Tenías veinticuatro en esa época. Deberías tener sesenta, igual que yo. En vez de eso, tienes menos de cincuenta y apenas pareces tener cuarenta.

– Lo único que sé es que tenía veinticuatro, ¿o veinticinco?, cuando desperté por primera vez en el bosque negro, y desde entonces han pasado casi veintiséis años -calculó, mirando hacia el techo-. Totalmente asombroso.

Los tres habían salido del laboratorio y tomado un ascensor hacia el nivel del suelo, aislándose en la biblioteca de Monique con instrucciones estrictas de que los dejaran tranquilos.

– Mucho ha cambiado desde que nos dejaste -anunció Monique.

– No es el cambio. Es volver a la civilización. Elyon sabe cuánto amo el desierto, pero esto… esto es fantástico.

– ¿Así que estás casado? ¿En el desierto?

Thomas miró directamente a los brillantes ojos de Monique, recordando lo que habían vivido juntos. ¿Fue todo solo un sueño? La relación entre los dos mundos aún lo confundía. Lo menos confuso era el hecho de que físicamente él estaba aquí y ahora. Solo había un Thomas Hunter, y se hallaba en una ciudad llamada Bangkok, mirando a una mujer de más edad que él, y que a los sesenta años era bellísima.

– ¿Casado? Sí. Felizmente. No, felizmente es una palabra absurda para el caso-Mi esposa es la joya del desierto, la luz que guía mi corazón a través de las tinieblas cuando me canso de esperar el final.

– Vaya -exclamó Monique sonriendo-. Parece que dejé pasar la oportunidad.

– Lo siento, no quise decir algo así. ¿Estás casada?

– Lo estuve.

– ¿El padre de Janae?

– Sí. Fue una apasionada aventura amorosa que duró un año. Se llamaba Philippe, y entró a mi vida como un tornado cuando me sentía sola por mi pérdida. Yo sabía que eso estaba mal, pero él me dio lo que yo anhelaba y luego desapareció. Supo de ti, naturalmente. Aún eras muy famoso en ese entonces.

Philippe. Thomas se preguntó qué relación tendría el individuo con el otro mundo. Parecía que todos ellos estaban conectados. La única pregunta real era: ¿En qué manera? ¿Albino, horda, mestizo eramita, shataiki? ¿Roush?

Kara se le acercó con un rollo de gasa y un poco de esparadrapo que había tomado al salir del laboratorio. Agarró la mano de Thomas y le limpió la piel frotándosela, examinándole el corte en la palma. Luego se la envolvió en la venda. El cabello de ella olía a jabón. Perfume. Flores. Thomas aún usaba la túnica horda, la cual aún llevaba el apenas perceptible olor de la enfermedad de las costras… lo más probable era que a ellas les oliera como una mofeta.

– Aún me cuesta creer que estés aquí -comentó Kara dándole una palmadita al vendaje, y entonces dejó ver sus ojos llorosos-. Realmente aquí. Él le deslizó la mano por detrás del cuello, la acercó y le besó la frente.

– Créeme, saber que todo esto existe… da fe de mi cordura. Tantas veces creí que me podría estar volviendo loco.

– ¿Viniste para quedarte?

La pregunta lo agarró desprevenido. Thomas bajó la mano y se alejó.

– Se me dijo que viniera, que hallara un camino, y que volviera al círculo. Mi hijo está perdido sin mí. No tengo mucho tiempo.

– ¿Cuánto tiempo te quedarás entonces?

– Él no lo dijo. Rápidamente, eso es todo. Tú no comprendes… se están fra-8uando problemas. Mi hijo ha traicionado al círculo y se ha unido a Eram -confesó Thomas, lo que le renovó la sensación de urgencia, sin importar que todo el asunto pareciera un poco ilógico-. Temo lo peor. Guerra. La desaparición de todo lo bueno en la tierra.

– Llévame contigo -pidió Kara analizándolo con la mirada fija.

– ¿Otra vez? No, no.

– Sí -insistió ella-. Llévame otra vez.

– ¡Este mundo te necesita!

– Este mundo necesita a Monique. A mí no me queda nadie. Papá y mamá están muertos. He estado sola durante treinta años.

– ¿Nunca te casaste?

– No.

Él caviló sobre la idea.

– No puedes hablar en serio -terció Monique, levantándose de la silla y dirigiéndose a un bar para servirse una bebida de una botella de líquido amarillo-. Ni siquiera sabemos cuál es la verdadera conexión entre los mundos. Es peligrosísimo. Ella estaba captando.

– ¡La sabemos! -exclamó bruscamente Kara-. Es obvia.

– Dínosla entonces.

– El mundo de Thomas es el futuro de este mundo, miles de años a partir de ahora, reconstruido, una clase de nueva tierra. Las características fundamentales de la historia se están repitiendo; todo lo espiritual aquí se ha vuelto físico allá. Es como una segunda toma. ¿No es eso lo que dijiste en alguna ocasión, Thomas?

– No estoy segura de estar comprendiendo -objetó Monique.

– En el otro mundo, las palabras se encarnan por medio de los libros de historia.

Y viceversa: La realidad se convierte en palabras que se registran en los mismos libros. Lo espiritual tiene manifestación física. Cuando esos libros entran en nuestra realidad siguen teniendo el poder de convertir las palabras en carne -comunicó Kara, y señaló la pila de cuatro libros sobre el escritorio donde Thomas los había dejado-. Los libros son el puente entre los mundos. Como suena, un puente. Lo expresó de manera muy simple.

– ¿Y la sangre? -inquirió Thomas-. Mi sangre, la sangre de Teeleh, la sangre de Elyon. ¿Por qué siempre sangre?

– No lo sé -contestó Kara acercándose a Monique y sirviéndose una bebida-. En ambas realidades la sangre es vida. Tanto la enfermedad aquí como la maldad allá son transmitidas por medio de sangre. Y se limpian mediante sangre. Tú tienes que decirnos el resto.

Las conexiones no le habían pasado desapercibidas a Thomas en todos estos años, pero nunca lo había comprendido de manera tan explícita.

– Los lagos tojos -comentó.

– ¿Qué lagos?

– Vinieron después. Los lagos se volvieron rojos por la sangre de Elyon. Al ahogarnos en ellos nos mantenemos libres de la enfermedad.

– ¿Ahogándose? ¿Ahogándose de veras?

– Sí, morimos. Pero en realidad es vida, porque Elyon pagó ese precio para que podamos escapar a la muerte.

– ¿Precio por qué?

– Por el coste de nuestra adhesión al mal: La muerte. Elyon no puede vivir con la maldad; esta debe morir. O por consiguiente nosotros también.

– ¿Así que es como un bautismo?

– Quizás -asintió Thomas-. Solo Elyon conoce la magnitud total de estas conexiones.

– Por desgracia, como tú dices, Elyon parece haberse callado -comentó Monique-. En ambas realidades. Y tú podrías habernos traído lo peor.

– ¿Cómo?

– Qurong -advirtió Monique bajando la copa y dirigiéndose a la ventana-.

Existe otra conexión que me gustaría considerar.

– ¿La vacuna Raison? -preguntó Kara-. No creerás que la enfermedad de las costras sea lo mismo que la vacuna Raison.

– ¿Te sorprendería? -objetó Monique volviéndose.

El salón quedó en silencio, y Thomas empezó a sentirse extrañamente desorientado aquí en este mundo de medicinas y máquinas. ¿Y si no pudiera regresar? Miró los libros, aún atados y manchados con la sangre de Qurong y la de él. ¿Qué sabía él en realidad acerca de las reglas que operaban a estos libros perdidos?

– Por favor, Thomas -suplicó Kara, que lo miraba de manera seria, y él se volvió hacia ella-. Llévame contigo.

– Nunca fuiste de los que se rinden, ¿verdad? -declaró él sintiendo que ofrecía una ligera sonrisa con el rostro.

Pero él no podía prometerle nada, no adquirir más conocimiento.

– Yo nunca podría ir -expuso Monique en voz baja entrecortada por la tristeza, volviendo a mirar por la ventana, pensativa.

Thomas comprendió una pequeña parte de lo que ella debió haber estado sintiendo.

Monique nunca podría entrar al mundo en que Chelise vivía. Ambos sabían que Thomas le había entregado el corazón y el alma a otra mujer que lo esperaba ahora, enfrentando cualquier peligro por él.

El recuerdo de Chelise entrando a toda prisa a la biblioteca subterránea de Qurong sorbió a Thomas por un momento, y debió desechar la compulsión de abalanzarse sobre los libros y volverlos a utilizar. Mientras él permanecía a buen recaudo, Chelise estaba… ¿qué estaba haciendo ella?

Pues sí, así era. El no pondría nada más allá de su novia del desierto. Por lo general, el espíritu de su esposa no la llevaba por la senda más peligrosa. Ella podría estar corriendo hacia Eram para rescatar a Samuel, o volviendo al círculo para advertirles. Suponiendo que hubiera escapado de Ciudad Qurongi.

Mientras tanto, él se había vuelto a meter de pronto en una aventura amorosa que nunca había muerto.

– Pero esa es la cruz que debo llevar -opinó Monique volviéndose-. Y, para ser sincera, no es insoportablemente pesada.

Entonces ella respiró hondo y dejó que una sonrisa le jugueteara en la boca.

– Aunque debo decir que te ves como un bocado delicioso. El aire del desierto te debe de sentar bien.

– Es la fruta -contestó él con timidez, luego se dio cuenta de que podría estar pasando por engreído-. Y soy más joven. Con toda sinceridad, precisamente estaba pensando en lo hermosa que te ves.

Se miraron, y la atmósfera se volvió pesada.

– Esto es más bien embarazoso -dijo Monique rescatándolo, luego se le acercó, lo besó en una mejilla y se alejó-. La realidad es que, por fantástico que nos pudiera parecer este giro de acontecimientos, todos sabemos que estamos representando un papel en un gran escenario que decide las vidas de millones de personas. Debo a este mundo mi trabajo y mi vida. Y por otro lado, Thomas…

Ahora los miró a los dos.

– …tu mundo te está esperando. Por consiguiente, ¿qué podemos hacer para ayudarte?

Aún estaba la solicitud de Kara, pensó Thomas. ¿Adónde pertenecía ella?

– Siempre recordaré tu gentileza -expresó él, asintiendo.

Monique hizo una reverencia con la cabeza.

Thomas suspiró.

– Como dije, lo que sé es que en primer lugar el círculo se está destruyendo a causa de discusiones doctrinales. Aún nos aferramos a los mismos principios básicos, pero estos ahora están siendo puestos en duda. Lo que una vez fue sagrado se está colando rápidamente en las tinieblas. Y muchas más personas de las que yo alguna vez pudiera haber sabido están abandonando el más fabuloso de todos los fundamentos que nos guían, nuestro amor por las hordas.

– Resulta familiar -consideró Kara.

– ¿Cómo es eso?

– ¿Crees que este mundo es diferente?

Thomas no había pensado en eso; tenía la mente en el desierto.

– Es como si otra clase de enfermedad, esta tendencia al olvido, les hubiera estado royendo el corazón durante años como un cáncer -continuó él después de pasarse los dedos por los largos mechones-. Ahora es demasiado tarde para dar marcha atrás. Nunca nos hemos acostumbrado a vivir en el desierto, porque sabíamos que se trataba solo de una transición. Tan solo a la vuelta de la esquina vislumbrábamos un mundo mejor. Soportamos terrible persecución y muerte, motivados por la esperanza. Pero ahora esa esperanza de un mundo mejor está perdiendo su atractivo. Olvidada por completo.

– Esto también resulta familiar.

– Eso no me ayuda.

– ¿Qué necesitas entonces, Thomas? -preguntó Monique.

– Una manera en que el círculo satisfaga su esperanza.

Las dos mujeres lo miraron.

– Tal vez unas cuantas armas de fuego resolverían el problema -declaró, observando aún esas miradas vacías-. Pero yo no podría hacer eso, desde luego. No vine a buscar una forma de matar.

– ¿Y qué más podría ser? -presionó Monique.

– Qurong. Traje al comandante supremo de nuestro más grande enemigo con la esperanza de ayudarlo a acabar con esa obstinación imposible que lo ha acosado todos estos años.

– No debiste haberlo traído -declaró ella.

– ¿Por qué?

– Está muerto.

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