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BILL REDIGER, conocido como Billy antes de recibir ojos negros y nuevo nombre, salió de la rampa de pasajeros del Aeropuerto Internacional de Denver, se ajustó los lentes oscuros a la frente, y dobló a la derecha, hacia los trenes que lo llevarían a la calle. Para cualquier transeúnte común y corriente parecería un próspero hombre de negocios con gusto por oscuros trajes finos y costosos relojes, en este caso Armani y Rólex. Tenía el cabello rojo nítidamente peinado hacia atrás, y un buen bronceado le suavizaba las pecas de las mejillas.

Era realmente imposible que alguien supiera con quién se cruzaba en este por lo demás obvio día veraniego en el centro de Estados Unidos. No sabría que el hombre tenía globos oculares negros y que leía las mentes.

Este era un día muy bueno para estar vivo, porque en muchos sentidos Bill ya estaba muerto. Pero ahora, habiendo aceptado su muerte por completo, podía continuar con el asunto a mano. No estaba totalmente seguro de qué le había sucedido, aunque sospechaba que había otro hombre como él en alguna parte, viviendo a muchos años en el futuro.

Sí, así era. Hasta donde recordaba, había estado en Bangkok en busca de los libros de historias, donde conoció a Janae. Ambos habían caído en alguna clase de trance, yendo a algún sitio que él no recordaba bien. Eso le había dejado un sabor a bilis en la boca. Luego había despertado en Washington, D.C., treinta y tantos años atrás en el pasado, lo cual técnicamente era antes de que naciera. Lo habían enviado atrás con un solo propósito: Detener a Thomas Hunter. Y el diablo le había dado los ojos para seguir a Thomas adondequiera que fuera, aun dentro de los sueños de Hunter. Y una vez que lo detuviera, ¿entonces qué? Probablemente tendría alguna muerte horrible, porque no podía haber dos de él andando por ahí.

Tal vez se convertiría en un monje, se teñiría el cabello de negro, buscaría el modo de ingresar en un monasterio en alguna parte, y quizás provocaría algunos pequeños estragos. Ayudaría a promover cosas.

O tal vez no.

Había sido fácil conseguir el dinero que necesitaba para esta tarea. Simplemente había entrado a un banco Wells Fargo, y de la mente del gerente había tomado lo que necesitaba a fin de hacer una inesperada visita a la bóveda antes de que abrieran la institución la mañana siguiente.

Pensó que era buena idea crear una identidad, así que con algunos de sus dólares esforzadamente ganados obtuvo los documentos necesarios, compró un boleto bajo el nombre de Bill Smith, y abordó un avión hacia Denver.

Y aquí estaba, en Denver. Donde cambiaría la historia.

Donde hallaría y mataría a Thomas antes de que este hiciera lo que se supone que debía hacer, y que obligaría a todo el infierno a gritar de ira.

Bill dejó exhalar un suspiro y se ajustó las gafas al entrar en el tren. Sí, era bueno estar vivo. Porque en realidad… no había duda alguna de que ya estaba muerto.

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