Gamma Draconis

Posees, había dicho el hombre de cristal, no sólo la clave del futuro, sino también la del pasado. Las palabras del hombre de cristal resonaban en la mente de Keith. Miró los árboles, el lago, el cielo azul. Vale, vale, Cristal había dicho que no era una jaula, ni un zoo, que podía irse cuando quisiera. Aun así, le daba vueltas la cabeza. Quizá porque todo esto era demasiado para asimilarlo de una vez, a pesar del intento de Cristal de proporcionarle un entorno familiar. O quizá la sensación era un efecto secundario de la sonda mental de Cristal; Keith todavía sospechaba que se trataba de algo parecido. Fuera como fuese, se sintió mareado, y decidió echarse en la hierba. Al principio se arrodilló, pero luego adoptó una posición más cómoda, con las piernas a un lado. Le asombró ver una mancha de hierba en una rodillera del pantalón.

El hombre de cristal fluyó hasta la posición del loto a un par de metros de Keith.

—Te has presentado como G.K. Lansing.

Keith asintió.

—¿Qué significa la G?

—Gilbert.

—Gilbert —dijo Cristal, asintiendo con la cabeza como si eso fuera importante.

Keith estaba perplejo.

—De hecho uso mi segundo nombre, Keith —soltó una risita avergonzada—. Tú también lo harías, si te llamaras Gilbert.

—¿Cuántos años tienes?—preguntó Cristal.

—Cuarenta y seis.

—¿Cuarenta y seis? ¿Sólo cuarenta y seis?—El tono del ser era extraño… melancólico, o perplejo.

—Hum, sí. Cuarenta y seis años de la Tierra, claro.

—Tan joven —dijo Cristal.

Keith alzó las cejas, pensó en su incipiente calva.

—Háblame de tu pareja —pidió Cristal.

Keith entrecerró los ojos.

—¿Por qué te interesa?

Sonó la risa de campanillas.

—Me interesa todo.

—Pero preguntas por mi pareja… Seguramente habrá cosas más importantes que explorar.

—¿Hay cosas más importantes para ti?

Keith pensó durante un segundo.

—Bueno… no. No, supongo que no las hay.

—Entonces háblame de… de ella, supongo.

—Sí, ella.

—Cuéntame.

Keith se encogió de hombros.

—Bueno, se llama Rissa. Es abreviación de Clarissa. Clarissa María Cervantes —Keith sonrió—. Su apellido siempre me hace pensar en Don Quijote.

—¿Quién?

—Don Quijote. El Hombre de La Mancha. El héroe de una novela de un escritor llamado Cervantes —Keith hizo una pausa—. Te gustaría Cervantes. Una vez escribió un libro sobre un hombre de cristal. Sea como sea, Quijote era un caballero errante, atrapado por el romance de nobles gestas y la persecución de objetivos inalcanzables. Pero…

—¿Pero qué?

—Bueno, lo curioso es que era Rissa quien solía tildarme de quijotesco.

Cristal inclinó la cabeza, confundido, y Keith se dio cuenta de que no entendía la diferencia entre el nombre y el adjetivo que había usado.

—«Quijotesco» quiere decir parecido a Don Quijote —dijo Keith—. Visionario, romántico, poco práctico… Un idealista dedicado a desfacer entuertos —rió—. Por supuesto no me conformé con amar a Rissa pura y castamente desde lejos, pero supongo que tengo tendencia a emprender batallas que otros evitan, o de las que no son siquiera conscientes, y, bueno…

La transparente cabeza ovoide se inclinó ligeramente.

—¿Sí?

—Bueno —dijo Keith abriendo los brazos, abarcando no sólo la simulación del bosque sino todo lo demás—, alcanzamos las estrellas inalcanzables, ¿no es verdad? —calló, sintiéndose un poco avergonzado—. De todos modos, me preguntabas por Rissa. Llevamos casados, emparejados permanentemente, casi veinte años ya. Es bióloga; exobióloga, para ser exactos. Su especialidad es la vida no indígena de la Tierra.

—¿Y la quieres?

—Mucho.

—Tienes hijos —Keith asumió que era una pregunta, pero el tono de Cristal no se alzó al final de la frase.

—Uno. Se llama Saul.

—¿Sol?¿Como vuestra estrella natal?

—No, Saul. S, A, U, L. Igual que el hombre que fue mi mejor amigo antes de morir, Saul Ben-Abraham.

—De modo que el nombre de tu hijo sería… ¿cuál? ¿Saul Lansing-Cervantes?

A Keith le sorprendió que Cristal captara las convenciones genealógicas humanas.

—Sí, correcto.

—Saul Lansing-Cervantes —repitió Cristal, con la cabeza ladeada como si estuviera absorto en sus pensamientos. Alzó la mirada—. Perdón. Es, ah, un nombre muy musical.

—Lo cual te parecería curioso, si lo conocieras —dijo Keith—. Quiero a mi hijo, pero no he encontrado a nadie con menos talento musical. Tiene diecinueve años y está en la universidad. Está estudiando física; eso es algo para lo que sí tiene aptitudes, y me parece que algún día se creará una buena reputación en ese campo.

—Saul Lansing-Cervantes… Tu hijo —dijo Cristal—. Fascinante. Sea como sea, seguimos apartándonos del tema de Rissa.

Keith le miró un momento, extrañado. Pero luego se encogió de hombros.

—Es una mujer maravillosa. Inteligente. Cálida, divertida. Hermosa.

—¿Y dices que estás emparejado con ella?

—Sí.

—Y eso quiere decir… monogamia, ¿correcto? ¿No te apareas con nadie más?

—Así es.

—¿Sin excepción?

—Sin excepción, en efecto. —Una pausa—. Por ahora.

—¿Por ahora?¿Estás considerando un cambio en esta relación?

Keith miró hacia otro lado. Cristo, esto es una locura. ¿Qué podía saber este alien sobre matrimonios humanos?

—Otra cosa.

—¿Perdón?

—Otra cosa, otra cosa. Otro tema.

—¿Te sientes culpable, Keith?

—¿Quién crees ser, mi puta conciencia?

—Soy sólo alguien interesado, eso es todo.

—Interésate por otra cosa.

—Lo lamento —dijo Cristal—. ¿Dónde os conocisteis Rissa y tú?

—La Belle Aurore. Los alemanes iban de gris. Ella iba de azul.

—¿Perdón?

—Lo siento. Eso lo dijo otro de mis caballeros errantes. Nos conocimos en una fiesta en New Beijing, la colonia de la Tierra en Tau Ceti IV. Ella trabajaba en el mismo laboratorio que un compañero de universidad.

—Fue… ¿cómo es la expresión? ¿Amor a primera vista?

—No. Sí. No lo sé.

—¿Y lleváis casados veinte años?—preguntó Cristal.

—Casi. Nuestro aniversario es la semana que viene.

—Veinte años —dijo Cristal—. Un parpadeo.

Keith frunció el ceño.

—De hecho, se considera todo un logro conseguir durar tanto.

—Me disculpo por mi comentario —dijo Cristal—. Felicidades.

Hubo una pausa.

—¿Qué es lo que más te gusta de Rissa?

Keith se encogió de hombros.

—No lo sé. Varias cosas. Me gusta que esté satisfecha con ser quien es. Yo tengo que darme aires, fingir a veces que he hecho más cosas, o que soy más sofisticado de lo que soy en realidad. De hecho es normal en humanos que han llegado a ciertos puestos sufrir de lo que se llama el «síndrome del impostor»; el miedo a que otros descubran que realmente no merecen lo que tienen. Admito que tengo un poco de eso, pero Rissa es inmune. Nunca finge ser algo que no es.

Cristal asintió.

—Y me gusta su ecuanimidad, la estabilidad de su carácter. Si algo va mal, yo tiendo a maldecir y a alterarme. Ella sonríe y hace lo necesario para arreglar las cosas. O si no se pueden arreglar, las acepta —Keith hizo una pausa—. En muchos aspectos, es mejor persona que yo.

Cristal pareció considerarlo unos momentos.

—Parece alguien a quien deberías conservar a tu lado, Keith.

Keith miró al hombre transparente, perplejo.

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