XIII

La mente de Keith daba vueltas. Tantos descubrimientos, tantas cosas ocurriendo a la vez. Tamborileó con los dedos en su consola durante unos momentos, pensando. Y luego:

—Vale, gente, ¿ahora qué?

Todos en la fila delantera de estaciones de trabajo dieron la vuelta a sus asientos para mirar a la fila trasera: Lianne miraba a Jag, Thor a Keith, y Rombo a Rissa. Keith miró por turnos a cada miembro de su personal.

—Tenemos aquí un montón casi embarazoso de descubrimientos —dijo—. Primero tenemos el misterio de las estrellas saliendo de los atajos, estrellas que Jag piensa que vienen del futuro. Como si eso no fuera un enigma lo bastante grande que desentrañar, nos hemos topado con vida, ¡vida!, hecha de materia oscura —Keith miró las caras de una en una—. Dada la complejidad de las señales de radio que Hek ha estado captando, hay una oportunidad (pequeña, lo concedo) de que estemos incluso contemplando un primer contacto con vida inteligente. Rissa, hubiera sido una locura decir esto ayer, pero hagamos que la división de biología se ocupe de las investigaciones sobre la materia oscura.

Ella asintió.

Keith se volvió hacia Jag.

—Las estrellas que salen de los atajos, por otro lado, pueden suponer una amenaza para la Commonwealth. Si tiene usted razón, Jag, y vienen del futuro, entonces tenemos que averiguar por qué están volviendo. ¿Es por designio deliberado? De ser así, ¿es con algún propósito hostil? ¿O es sólo un accidente? ¿Un cúmulo globular, por ejemplo, colisionando con un atajo dentro de miles de millones de años, y sobrecargándolo de alguna manera de modo que las estrellas que lo forman acabaron aquí?

—Bueno —dijo Jag—, un cúmulo globular no pasaría por un atajo. Sólo una de las estrellas que lo forman lo haría.

—A menos —dijo Thor, en tono algo bromista— que ese cúmulo globular estuviera encerrado en algún tipo de superesfera de Dyson, una cáscara alrededor de todo el grupo de estrellas. Imaginen algo así tocando un atajo dentro de miles de millones de años. La cáscara podría romperse al atravesar el portal, y enviaría las estrellas que lo forman a través de diferentes puntos de salida.

—Ridículo —dijo Jag—. Ustedes los humanos siempre se apoyan mutuamente incluso en sus fantasías más desaforadas. Por ejemplo, sus religiones…

—¡Basta! —saltó Keith, dando una fuerte palmada en el borde de su consola—. Basta. No llegaremos a ningún sitio con estas discusiones —miró al waldahud—. Si no le gusta la sugerencia de Thor, entonces haga una propia. ¿Por qué están volviendo las estrellas desde el futuro?

Jag estaba mirando al director, pero sólo con sus ojos derechos; el par de ojos izquierdos estaba vigilando el entorno, una respuesta instintiva previa a una pelea.

—No lo sé —dijo por fin.

—Necesitamos una respuesta —dijo Keith, todavía con cierto filo en la voz.

—Interrumpiendo con toda cortesía —dijo Rombo—. La ofensa no es deliberada y deseablemente no sufrida.

Keith se volvió para mirar al ib.

—¿Qué pasa?

—Quizá esté usted preguntando a la persona errónea. No se trata de ningún insulto al buen Jag, por supuesto. Pero si quiere saber por qué las estrellas están siendo enviadas hacia atrás en el tiempo, entonces la persona a la que preguntar es la persona que las está enviando.

—¿Quiere decir que preguntemos a alguien en el futuro? —dijo Keith—. ¿Y cómo podríamos hacer eso?

El manto del ib centelleó.

—Ésa sí que es una pregunta para el buen Jag —dijo—. Si la materia del futuro puede salir por un atajo en el pasado, ¿podemos entonces enviar algo desde el pasado al futuro?

Jag guardó silencio un segundo, pensando. Pero luego movió sus hombros inferiores.

—No hasta donde puedo decir. Todas las simulaciones por ordenador que he hecho muestran que cualquier objeto que entre en el atajo en el presente es desviado a otro atajo en el presente. Asumiendo que las estrellas están siendo enviadas aquí por algún designio consciente, no sé cómo quienquiera que esté controlando los atajos lo está haciendo, y no tengo ni idea de cómo enviar algo hacia el futuro.

—Ah, buen Jag —dijo Rombo—, perdóneme, pero hay por supuesto un modo de enviar algo hacia el futuro.

—¿Y cuál es? —preguntó Keith.

—Una cápsula del tiempo —dijo el ib—. Ya saben: sólo hay que fabricar algo que dure. Eventualmente, sin que tengamos que hacer nada especial, acabará en el futuro a través del paso del tiempo natural.

Jag y Keith intercambiaron una mirada.

—Pero… Pero Jag dice que las estrellas provienen de miles de millones de años en el futuro —dijo Keith.

—De hecho —dijo el waldahud—, si tuviera que aventurar una cifra, diría que vienen más o menos de dentro de diez mil millones de años.

Keith asintió y volvió a mirar a Rombo.

—Eso es el doble de la edad de cualquiera de los mundos de la Commonwealth.

—Cierto —dijo el ib—. Pero, discúlpeme, a pesar de lo que piensen ustedes los humanos, ni la Tierra ni los otros mundos fueron creados por designio deliberado. Nuestra cápsula del tiempo lo sería.

—Una cápsula del tiempo que durara diez mil millones de años… —dijo Jag, claramente intrigado—. Quizá… Quizá si estuviera hecha de un material extraordinariamente duro, como… como el diamante, pero sin planos de fractura. Pero incluso si hiciéramos tal cosa, no hay ninguna garantía de que alguien lo encontrara. Y además, esta parte de la galaxia girará en torno al núcleo unas cuarenta veces hasta entonces. ¿Cómo podríamos evitar que el objeto se perdiera a la deriva durante todo ese tiempo?

Bailaron luces en la red sensora de Rombo.

—Bueno, asumamos que este atajo en particular seguirá existiendo durante los próximos diez mil millones de años; es una suposición sólida, dado que está aquí ahora, y debe existir aún en la época en la que la estrella fue empujada a su través. De modo que hagamos nuestra cápsula autorreparable (el laboratorio de nanotecnología debería poder conseguirlo), y hagamos que mantenga su posición en las cercanías de este atajo.

—¿Y luego esperar que alguien lo detecte cuando pasen por aquí en el futuro para usar el atajo? —preguntó Keith.

—Podría ser más que eso, buen Keith —dijo Rombo—. Podría ser que vinieran por aquí para construir el atajo. Los atajos podrían haber sido creados en el futuro, con sus puntos de salida apuntando al pasado. Si su verdadero propósito es traer estrellas aquí, entonces es un escenario plausible.

Keith se volvió hacia Jag.

—¿Objeciones?

El waldahud levantó sus cuatro hombros.

—Ninguna.

Se volvió hacia Rombo.

—¿Y piensa usted que esto funcionará?

Un leve destello de luz en la red sensora del ib.

—¿Por qué no?

Keith lo pensó.

—Supongo que merece la pena intentarlo. Pero diez mil millones de años… Todas las especies de la Commonwealth se podrían haber extinguido para entonces. Qué diablos, probablemente se habrán extinguido para entonces.

Unas luces se movieron hacia arriba en la red de Rombo, un asentimiento.

—De modo que tendremos que crear nuestro mensaje en lenguaje simbólico o matemático. Pida a nuestro buen amigo Hek que piense en algo. Como radioastrónomo dedicado a la búsqueda de inteligencia alienígena, es un experto en el diseño de comunicación simbólica. Usando una expresión que comparte su gente y la mía, este proyecto es justo lo que le va.

El puente estaba lleno de actividad, y había mucho trabajo que hacer. Pero Jag y Hek mostraban claros signos de cansancio. Aunque no bostezaban de la teatral manera que había dado fama a los humanos, las ventanas de sus orificios nasales se dilataban rítmicamente, una respuesta fisiológica que equivalía a un bostezo.

Keith pensó por un momento que podría pasarse la noche en vela. Infiernos, lo había hecho a menudo en la universidad. Pero la universidad quedaba un cuarto de siglo atrás, y tenía que admitir que él también estaba exhausto.

—Vamos a dejarlo por hoy —dijo, levantándose de su puesto.

Los indicadores de su consola se apagaron cuando lo hizo.

Rissa asintió y se levantó también. Los dos fueron hacia una de las paredes cubiertas por el holograma del puente. La puerta se abrió, mostrando el pasillo más allá. Fueron hacia los ascensores. Les esperaba uno; PHANTOM lo había desviado en cuanto entraron en el pasillo. Keith entró, seguido de Rissa.

—Puente once —dijo él, y PHANTOM emitió un trino.

Se dieron la vuelta, justo a tiempo de ver a Lianne Karendaughter trotando por el pasillo hacia ellos. PHANTOM también la vio, por supuesto, y mantuvo la puerta abierta hasta que llegó. Lianne sonrió a Keith al entrar, y luego anunció su número de puente. Rissa clavó la mirada en el monitor empotrado que mostraba el plano del nivel en el que estaban.

Keith había estado casado con Rissa el tiempo suficiente como para ser consciente de su lenguaje corporal. A ella no le gustaba Lianne; no le gustaba que estuviera tan cerca de Keith, no le gustaba estar con ella en un espacio pequeño.

El ascensor empezó a moverse. En la pantalla, los brazos del diagrama del nivel empezaron a contraerse. Keith respiró hondo, y se dio cuenta, quizá por primera vez, de que echaba de menos el sutil aroma del perfume. Otra concesión a los condenados cerdos, y a sus hipersensibles narices. Perfumes, colonias, aftershave perfumados… Todos estaban prohibidos a bordo de Starplex.

Keith podía ver el reflejo de la cara de Rissa en la pantalla, podía ver las duras líneas flanqueando su boca, podía ver la tensión, que se sentía herida.

Y Keith también podía ver a Lianne. Era más baja que él, y su lustroso pelo rubio medio escondía su cara joven y exótica. Si hubieran estado solos, Keith podría haber charlado con ella, contado algún chiste, sonreído, reído, quizá incluso tocarle levemente el brazo al hacer algún comentario. Estaba tan… tan viva; hablar con ella era emocionante.

En vez de eso, no dijo nada. El indicador del número de puente siguió descontando. Finalmente, el ascensor se detuvo en el piso en el que estaba el apartamento de Lianne.

—Buenas noches, Keith —dijo Lianne, sonriéndole—. Buenas noches, Rissa.

—Buenas noches —respondió Keith.

Rissa asintió secamente.

Keith pudo verla andar pasillo abajo durante unos segundos antes de que se cerrara la puerta. Nunca había estado en su apartamento. Se preguntó cómo lo habría decorado.

El ascensor subió un poco más y se detuvo. La puerta se abrió, y Keith y Rissa recorrieron la corta distancia hasta su apartamento.

Una vez dentro, Rissa habló, y Keith pudo notar en su voz que lo hacía a pesar de considerarlo un error.

—Te gusta mucho, ¿verdad?

Keith sopesó todas las posibles respuestas. Sentía demasiado respeto por la inteligencia de Rissa como para intentar escaparse con un «¿Quién?». Tras un momento de duda, decidió que la sinceridad era la mejor política.

—Es lista, encantadora, hermosa, y buena en su trabajo. ¿Cómo podría no gustarme?

—Tiene veintisiete años —dijo Rissa, como si eso fuese una falta punible por ley.

¡Veintisiete!, pensó Keith. Bueno, ahí estaba. Un número concreto. Pero… veintisiete. Jesucristo… Se quitó los zapatos y los calcetines y se tendió en el sofá, dejando que sus pies se airearan.

Rissa se sentó frente a él. Su cara estaba pensativa, como si estuviera decidiendo si seguir con el asunto. Evidentemente decidió que no y cambió de tema.

—Vagón ha venido a verme.

Keith movió los dedos de los pies.

—¿Oh?

—Va a dimitir.

—¿En serio? ¿Le han ofrecido algo mejor en otro sitio?

Rissa negó con la cabeza.

—Se descorporeizará la próxima semana. Se le condenó a una pena de un dieciseisavo de su vida porque hizo perder el tiempo a algunos ibs hace casi seiscientos años.

Keith guardó silencio unos momentos.

—Oh.

—No pareces sorprendido —dijo Rissa.

—Bueno, he oído hablar del procedimiento. Nunca tuvo mucho sentido para mí, esa manera que tienen los ibs de obsesionarse con el tiempo perdido. Quiero decir, viven durante siglos.

—Para ellos es una vida normal. No piensan en ella como desmesuradamente larga, como es natural —una pausa—. No puedes dejar que lo haga.

Keith abrió los brazos.

—No sé si tengo opción.

—Maldición, Keith. La ejecución tendrá lugar aquí, a bordo de Starplex. Tienes jurisdicción.

—Sobre asuntos de la nave, sí. Para esto, pues… —miró al techo—. PHANTOM, ¿qué potestades tengo en ese área?

—Bajo los Artículos de Jurisprudencia de la Commonwealth, está obligado a reconocer todas las sentencias impuestas por los gobiernos individuales de los miembros —dijo PHANTOM—. La costumbre ib de imponer sentencias de una porción de la vida estándar está específicamente excluida de la sección de los artículos que trata de castigos crueles y excepcionales. Dado esto, no tiene usted derecho a interferir.

Keith abrió los brazos y miró a Rissa.

—Lo siento.

—Pero lo que hizo fue tan leve, tan insignificante.

—¿Dices que trampeó con unos datos?

—Sí, pero cuando era estudiante. Una estupidez, de acuerdo, pero…

—Ya sabes cómo se sienten los ibs respecto a perder tiempo, Rissa. Me imagino que otros se fiaron de sus resultados, ¿verdad?

—Sí, pero…

—Mira, los ibs vienen de un planeta que está perpetuamente rodeado de nubes. No pueden ver sus estrellas ni lunas desde la superficie, y su sol no es más que una mancha brillante tras las nubes. A pesar de eso, estudiando las mareas en esos charcos poco profundos que allí pasan por océanos se las arreglaron para deducir la existencia de lunas. Incluso consiguieron deducir la existencia de otras estrellas y planetas, todo antes de que cualquiera de ellos hubiera viajado más allá de su atmósfera. Apuesto a que las cosas que pudieron averiguar hubieran sido imposibles para los humanos. Y sólo pudieron hacerlo porque viven todo ese tiempo; una especie menos longeva en ese tipo de mundo probablemente nunca se hubiera dado cuenta de que existía un universo ahí fuera. Pero para conseguir lo que han conseguido, tienen que ser capaces de confiar en las observaciones y resultados entre ellos. Todo se desmonta si alguien se pone a jugar con los datos.

—Pero no puede ser que a nadie le importe aún lo que hizo tras todo este tiempo. Y… yo la necesito. Es un miembro importante de mi personal. Y es mi amiga.

Keith abrió los brazos.

—¿Qué quieres que haga?

—Habla con ella. Dile que no tiene que hacer esto.

Keith se rascó la oreja izquierda.

—Muy bien —dijo al fin—. De acuerdo.

Rissa le sonrió.

—Gracias. Seguro que se…

El intercomunicador tintineó.

—Colorosso a Lansing —dijo una voz femenina.

Franca Colorosso era la oficial de OpIn del turno delta.

Keith levantó la cabeza.

—Abre. Aquí Keith. ¿Qué pasa, Franca?

—Ha llegado un watson de Tau Ceti, con noticias que debería ver. En cierto sentido son noticias viejas, enviadas desde Sol a Tau Ceti por radio hiperespacial hace dieciséis días. En cuanto Grand Central las recibió nos las reenvió.

—Gracias. Páselas a mi monitor mural, por favor.

—Ejecutando. Cierra.

Keith y Rissa se volvieron cara a la pared. Era un locutor de la BBC World Service, un hombre de las Indias Occidentales con pelo color gris acero.

—La tensión —dijo— continúa entre dos de los gobiernos de la Commonwealth. En un lado, las Naciones Unidas de Sol, Epsilon Indi, y Tau Ceti. En el otro, el Real Gobierno de Rehbollo. Los rumores de deterioro de las relaciones aumentaron hoy con el lacónico anuncio de que Rehbollo está cerrando tres embajadas más: New York, París y Tokio. Junto con los otros cuatro cierres de hace una semana, esto deja abiertas sólo las embajadas de Ottawa y Bruselas en todo el sistema Sol. Los empleados de los consulados de las embajadas cerradas hoy han partido ya en naves waldahud hacia el atajo de Tau Ceti.

El plano pasó a una carnosa cara waldahud. La sobreimposición en el borde inferior de la pantalla la identificaba como el Plenipotenciario Daht Lasko em-Wooth. Habló en inglés, sin traductor; una rara hazaña para su especie.

—La necesidad económica nos ha impulsado a dar este paso, que lamentamos profundamente. Como saben, las economías de todas las especies de la Commonwealth se han visto afectadas por el inesperado desarrollo del comercio interestelar. La reducción del número de nuestras embajadas en la Tierra no es más que un reajuste a los tiempos que vivimos.

La pantalla cambió para mostrar a una mujer africana de mediana edad, identificada como Rita Negesh, Ciencias Políticas Tierra-Wald, Universidad de Leeds.

—No me lo creo. Ni por un minuto —dijo—. A mí lo que me parece es que Rehbollo está llamando de vuelta a sus embajadores.

—¿Como preludio a qué? —preguntó una voz en off masculina.

Negesh abrió los brazos.

—Mire, cuando la humanidad fue al espacio por primera vez, todos los gurús decían que el universo es tan grande y rico que no había posibilidad de conflicto material entre mundos separados. Pero la red de atajos lo cambió todo; nos empujó a acercarnos a las otras especies, quizá antes de que ellas o nosotros estuviésemos preparados.

—¿Y entonces? —dijo el invisible entrevistador.

—Y entonces —dijo Negesh—, si estamos aproximándonos a un… un incidente, puede que no sea sólo por asuntos económicos. Podría ser sobre algo más básico: el simple hecho de que humanos y waldahudin se caen mal mutuamente.

El monitor mural cambió de nuevo al holograma del lago Louise. Keith miró a Rissa y dejó escapar un largo suspiro.

—Un «incidente» —dijo, repitiendo la palabra—. Bueno, al menos ambos somos demasiado viejos para que nos recluten.

Rissa le miró durante un largo momento.

—Creo que eso no supone ninguna diferencia —dijo por fin—. Creo que ya estamos en el frente.

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