XX

—Lanzando la sonda —dijo Rombo.

En la holoburbuja, Keith veía el cilindro verde y plata alejarse de la nave, iluminado por un foco del casco de Starplex. Parecía fuera de lugar contra las manchas borrosas de las lejanas galaxias. Al poco, la sonda tocó el atajo y desapareció.

—La carrera sólo debería durar unos cinco minutos —dijo Rombo.

Keith asintió, intentando contenerse. No sabía qué prefería: que la sonda informara de que había detectado el transpondedor de Rissa, lo que querría decir que la Rum Runner estaba al menos intacta, o que no informara de nada, lo que significaría que la nave quizá había podido ponerse a salvo a través del atajo.

Pasó el tiempo, y el nerviosismo de Keith creció. El agua nunca hierve mientras se mira, pero…

Miró al trío de relojes flotando en el espacio sobre la oculta puerta de babor.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Siete minutos —dijo Rombo.

—¿No debería haber vuelto la sonda ya?

Las luces subieron por la red del ib.

—Entonces dónde demonios…

—¡Pulso de taquiones! —anunció Rombo—. Ya viene.

—No espere a que atraque —dijo Keith—. Descargue los datos por radio y muéstrelos.

—Haciéndolo con deleite —dijo Rombo—. Aquí está.

El escáner de la sonda era de baja resolución, y de vídeo en vez de holográfico. Parte de la burbuja quedó enmarcada en azul y empezó a mostrar las imágenes planas que la sonda había grabado.

—¿Qué diablos…? —dijo Keith—. Rombo, ¿ha usado el ángulo de aproximación correcto?

—Sí, hasta una fracción de grado.

Jag soltó un taco waldahudar. Por defecto PHANTOM no traducía los términos malsonantes, pero Keith también se sentía con ganas de maldecir.

—No hemos venido de ahí —dijo.

El pelaje de Jag estaba inmóvil.

—No —dijo. La imagen de la pantalla mostraba estrellas rojas muy cercanas entre sí—. Como suposición, yo diría que no está siquiera en la Vía Láctea. Parece el interior de un cúmulo globular. Hay docenas de ellos asociados a CGC 1008, de modo que podría ser uno de ellos.

—Lo que significa…

—Lo que significa —dijo Thor, alzando las manos de la consola de derrota— que no podemos ir a casa. No tenemos la dirección correcta.

—El sistema de coordenadas de latitud y longitud no debe funcionar igual a distancias tan enormes —dijo Lianne.

Keith habló con un hilo de voz.

—Incluso a máxima hiperpropulsión…

Jag resopló.

—Incluso a máxima velocidad, recorrer seis mil millones de años luz nos llevaría doscientos setenta millones de años.

—De acuerdo —dijo Keith—. Intentaremos enviar sondas en un patrón de búsqueda. Rombo, empiece penetrando la esfera de taquiones alrededor del atajo por el polo norte y siga hacia abajo, intentándolo cada cinco grados de latitud y cinco de longitud. Quizá, si tenemos mucha suerte, veremos algo que reconozcamos en los escáneres que traigan de vuelta.

Rombo empezó a enviar sondas, pero pronto quedó claro que todas iban a parar, o bien al cúmulo globular, o a otra región del espacio donde el cielo estaba dominado por una nebulosa anular.

—Desde el punto de vista de este atajo —dijo Rombo—, hay sólo otros dos atajos activos. Supongo que eso quiere decir que hemos tenido suerte de que nuestra primera sonda volviera a nosotros; sólo tenía una oportunidad entre dos de hacerlo.

—No son elecciones muy atractivas, ¿verdad? —dijo Keith—. Aquí en la periferia de un agujero negro en el espacio intergaláctico; o bien en un cúmulo globular, presumiblemente lleno de estrellas viejas y sin vida; o bien hacia la nebulosa anular.

—No —dijo Jag.

—¿No qué?

—No, no podemos estar limitados a esas elecciones.

Keith dejó escapar un suspiro de alivio.

—Bien. ¿Por qué no?

—Porque la Diosa de los Depósitos Aluviales es mi patrona —dijo el waldahud—. No me abandonará.

El corazón de Keith se hundió. Se detuvo antes de soltar una réplica airada.

—Tiene que haber un modo de volver —dijo Jag—. Hemos venido, y por tanto debemos ser capaces de volver. Si sólo…

—¡Velocidad! —gritó Lianne.

Keith la miró.

—¡Velocidad! —dijo ella—. Pasamos por el atajo a velocidad muy alta. Quizá el rango de velocidades al que entres por un atajo determina la familia de atajos a la que tienes acceso. Antes siempre lo habíamos hecho a velocidades relativamente bajas para evitar impactos. Después de todo, se entra por un atajo a ciegas, sin saber seguro qué hay al otro lado. Pero esta vez nos lanzamos a través a una fracción significativa de la velocidad de la luz. Podríamos haber accedido a otro nivel de atajos al hacerlo.

Keith se volvió hacia Jag, que levantó sus cuatro hombros.

—Es una explicación tan buena como cualquier otra.

—Rombo, lance otra sonda —dijo Keith—. Dispóngala en una trayectoria larga que permita acelerarla a la misma velocidad a la que nosotros pasamos a través del atajo, y apunte a la longitud y latitud exactas del punto del que vinimos.

—Haciéndolo con trascendental gozo —dijo el ib.

La sonda fue lanzada, reunió velocidad, atravesó el atajo. Todos contuvieron el aliento. Incluso la bomba de Rombo, que funcionaba sin intervención de la vaina, pareció percibir que estaba pasando algo importante. Su orificio central detuvo temporalmente su ciclo constante de abrir, expandirse, comprimirse, cerrarse.

Y entonces la sonda volvió. Las cuerdas de Rombo azotaron su consola, chasqueando fuertemente al hacerlo, y el área enmarcada se llenó de las imágenes grabadas por la sonda.

Thor sonreía de oreja a oreja.

—Nunca pensé que me alegraría de verla otra vez —dijo, señalando con el pulgar a la imagen de la estrella verde.

Keith dejó escapar un largo suspiro de alivio.

—Gracias… Gracias a la Diosa de los Depósitos Aluviales.

—Según el hiperescopio de la sonda, los darmats se han alejado ampliamente del punto de salida —dijo Rombo.

—Excelente. Thor, llévanos a casa. Ejecuta el rumbo que discutimos antes. Quiero tener unas palabras con Ojo de Gato.

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