XIV

A Keith siempre le gustaba tomar el ascensor hacia los muelles de carga. La cabina bajó hasta el puente treinta y uno, el último de los diez puentes que formaban el disco central. Luego empezó un viaje horizontal a lo largo de uno de los cuatro radios que partían desde allí hasta el borde exterior del disco. Pero los radios eran transparentes, al igual que las paredes y suelo de la cabina del ascensor, de modo que a los pasajeros se les ofrecía una magnífica vista del vasto océano circular. Keith podía ver las aletas dorsales de tres delfines nadando justo bajo la superficie. Agitadores en los muros del océano y en el eje central producían respetables olas de medio metro; los delfines las preferían a un mar en calma. El radio del puente océano era de noventa y cinco metros; a Keith siempre le impresionaba la cantidad de agua que contenía. El techo era un holograma en tiempo real del cielo de la Tierra, con altas nubes blancas moviéndose contra un fondo de ese tono especial de azul que siempre tiraba del corazón de Keith.

El ascensor alcanzó finalmente el borde del océano y pasó a través de los más prosaicos túneles del toroide de ingeniería. Cuando llegó al borde externo del toroide, descendió los nueve niveles que había hasta el piso de los muelles de atraque. Keith desembarcó y caminó la corta distancia hasta la entrada del muelle nueve. En cuanto entró vio a Hek, el especialista en comunicación simbólica, y a un humano esbelto llamado Shahinshah Azmi, el director del departamento de ciencias materiales. Entre ellos había un cubo de un metro de lado. El cubo descansaba sobre un pedestal que lo ponía a la altura de los ojos. Keith caminó hacia ellos.

—Buenos días, señor —dijo el siempre educado Azmi, en tono neutro.

Keith sabía por las películas antiguas cuán musicales eran los acentos indios; echaba de menos la rica variedad que las voces humanas tuvieron antes de que las comunicaciones instantáneas eliminaran todas las diferencias. Azmi hizo un gesto hacia el cubo.

—Hemos construido la cápsula del tiempo con un compuesto de grafito añadiendo algunos elementos radiactivos. Es sólida excepto por el sensor hiperespacial autorreparable, que se anclará al atajo, y el sistema ACS activado por luz estelar, para ayudar al cubo a mantener la posición relativa respecto a él.

—¿Y qué hay del mensaje para el futuro? —preguntó Keith.

Hek señaló una de las caras del cubo.

—Lo hemos grabado en las caras del cubo —dijo, con sus ladridos levantando ecos en el hangar—. Empieza en esta cara. Como puede ver, consiste en una serie de ejemplos enmarcados por cuadros. Dos puntos más dos puntos es igual a cuatro puntos; una pregunta con su respuesta. El segundo cuadro, aquí, tiene dos puntos más dos puntos, y un símbolo. Ya que puede valer cualquier símbolo arbitrario, hemos usado el signo humano de interrogación, pero sin el punto inferior; podría dar lugar a pensar que son dos símbolos en vez de uno. En cualquier caso, esto nos da una pregunta y una representación simbólica del hecho de que falta la respuesta. El tercer cuadro muestra el símbolo de interrogación, el símbolo que he establecido para «es igual a», y cuatro puntos, la respuesta. De manera que el cuadro dice «la respuesta a la pregunta es cuatro». ¿Lo ve?

Keith asintió.

—Ahora —siguió Hek—, una vez establecido un vocabulario para nuestro diálogo, podemos formular nuestra pregunta de verdad —anadeó hasta la cara opuesta del cubo, que también tenía marcas grabadas.

—Como puede ver —dijo Hek—, tenemos dos cuadros similares aquí. El primero tiene una representación gráfica del atajo, con una estrella emergiendo por él. ¿Ve la marca de escala mostrando la anchura de la estrella, y la serie de líneas verticales y horizontales de debajo? Es una representación binaria del diámetro de la estrella en unidades de la anchura de la caja, en caso de que haya confusión respecto a lo que la imagen representa. Y luego está el símbolo «es igual a», y el símbolo de interrogación. De modo que dice: «Atajo con estrella emergiendo es igual a ¿qué?». Y bajo él está el símbolo de interrogación, el símbolo «es a», y un amplio espacio en blanco: «la respuesta a la pregunta de arriba es…», y un espacio indicando que queremos una respuesta.

Keith asintió despacio.

—Inteligente. Buen trabajo, caballeros.

Azmi señaló a una de las otras caras del cubo.

—En esta cara hemos grabado información sobre los períodos y posiciones relativas de catorce púlsares diferentes. Si los constructores de atajos del futuro —o quienquiera que encuentre esto— tienen archivos que retroceden tanto en el tiempo, serán capaces de identificar el año concreto en el que fue creado el cubo con esa información.

—Más aún —dijo Hek—, podrían asumir, razonablemente, que el cubo fue creado poco después de que la estrella emergiera por este atajo, y presumiblemente sabrán también a qué fecha del pasado enviaron esa estrella. En otras palabras, tienen dos maneras independientes de determinar a qué época enviar una respuesta.

—¿Y funcionará? —preguntó Keith.

—Oh, probablemente no —dijo Azmi, sonriendo—. Sólo es una botella en el océano. Realmente no espero resultados, pero supongo que merece la pena intentarlo. De todos modos, como el doctor Magnor me ha dicho, si no obtenemos una buena explicación, y si decidimos que las estrellas son una amenaza, podemos usar la técnica waldahud de aplanar el espacio para evaporar los atajos. Vale, podría haber estrellas emergiendo por miles de salidas, y no podríamos hacer gran cosa para detenerlas. Pero si saben que tenemos la capacidad de interferir en algún grado, quizá nos den una explicación en lugar de obligarnos a ello.

—Muy bien —dijo Keith—. Pero ¿qué hará que el cubo sea conspicuo? ¿Cómo están seguros de que alguien reparará en él?

—Ésa es la parte más difícil —ladró Hek—. Hay sólo unas pocas maneras de hacer que algo destaque. Una es hacerlo reflectante. Pero sin importar de qué hagamos la caja, tendrá que aguantar diez mil millones de años de abrasión por polvo interestelar. Cierto que serán sólo unos pocos impactos microscópicos por siglo, pero el efecto neto durante todo ese tiempo será el de lijar cualquier superficie reflectante.

»La segunda posibilidad que consideramos fue hacer la cápsula del tiempo grande; tanto que llame la atención. O pesada, de modo que curve el espaciotiempo. Pero cuando más grande se haga, mayores son las probabilidades de que sea destruida por colisión con un meteoro.

»La última posibilidad era hacerla ruidosa; ya sabe, que emitiera una señal de radio. Pero eso requiere una fuente de energía. Ahora, por supuesto, tiene cerca la estrella verde, y podemos usar simples células solares para generar electricidad, pero la estrella muestra un alejamiento apreciable respecto al atajo. En apenas unos pocos miles de años estará a un año luz de aquí, demasiado lejana como para ser una fuente de energía significativa. Y cualquier fuente de energía interna que usemos habrá agotado su combustible, o sus elementos radiactivos habrán decaído en plomo, mucho antes de la fecha prevista.

Keith asintió.

—¿Pero no han dicho que estaban usando luz estelar convertida en electricidad para suplir de energía el sistema de control de altitud?

—Sí. Pero no queda energía extra para una baliza de ningún tipo. Vamos a tener que asumir que quienes construyeran los atajos tendrá detectores que encontrarán el cubo de todas maneras.

—¿Y si no lo hacen?

Hek movió todos sus hombros arriba y abajo.

—Si no lo hacen… Bueno, no habremos perdido gran cosa con probar.

—De acuerdo —dijo Keith—. A mí me parece bien. ¿Esto es un prototipo, o la cápsula real?

—La concebimos como un prototipo, pero todo encajó enseguida perfectamente —dijo Azmi—. Yo diría que podríamos usar ésta.

Keith se volvió hacia Hek.

—¿Y usted qué dice?

El waldahud ladró una vez.

—Estoy de acuerdo.

—Muy bien —dijo Keith—. ¿Cómo proponen lanzarla?

—Bueno, sólo tiene propulsores ACS —dijo Azmi—. Y no me atrevo a ponerla ahí fuera sin más con esas criaturas de materia oscura nadando a su alrededor; probablemente sería atraída por su campo gravitatorio. Pero ya hemos visto que los seres de materia oscura tienen algo de movilidad, de modo que asumo que no estarán aquí para siempre. He programado un cohete estándar para llevarse de aquí el cubo, pero volver al cabo de cien años y dejarlo a unos veinte kilómetros del atajo. Después de eso, los propulsores ACS de la propia cápsula deberían poder mantenerlo en su sitio relativo al punto de salida del atajo.

—Excelente —dijo Keith—. ¿Está también lista la lanzadera?

Azmi asintió.

—¿Lo puede lanzar desde aquí?

—Por supuesto.

—Hagámoslo, entonces.

Los tres salieron del hangar, y tomaron un ascensor hasta la sala de control de atraque, que tenía ventanales en ángulo dominando la vista del interior del cavernoso hangar. Azmi se sentó frente a una consola y empezó a manipular controles. Bajo sus órdenes, un tráiler mecanizado entró en el hangar llevando un cohete cilíndrico. Brazos mecánicos unieron el cubo a las abrazaderas del frontal del cohete.

—Despresurizando hangar —dijo Azmi.

Ondulantes campos de fuerza empezaron a cerrarse en tres de los cuatro muros, y en el suelo y techo, forzando al aire del hangar a salir por ventiladores en la pared trasera. Cuando todo el aire fue expulsado y comprimido en tanques, los campos de fuerza se colapsaron, dejando el vacío en el interior.

—Abriendo puerta espacial —dijo Azmi, activando otro control.

El muro externo curvado y segmentado empezó a deslizarse hacia el techo. La negrura se hizo visible, pero el fulgor de la iluminación interna del hangar borraba las estrellas.

Azmi tocó más botones.

—Activando sistemas electrónicos de la cápsula del tiempo —pulsó otra tecla, iniciando una secuencia preprogramada para el emisor de rayo tractor instalado en el muro trasero del hangar.

El cohete se elevó de la plataforma del tráiler, voló sobre las placas del piso, pasó la forma ahusada de un esquife de reparaciones que estaba aparcado dentro del hangar, y salió al espacio.

—Activando energía del cohete —dijo Azmi.

El extremo del cilindro se iluminó con la ignición de los propulsores, y el artefacto desapareció rápidamente de la vista.

—Y eso —dijo Azmi— es todo.

—¿Ahora qué? —preguntó Keith.

Azmi se encogió de hombros.

—Ahora nos olvidamos. O esto funciona, o no funciona; probablemente no funcionará.

Keith asintió.

—Excelente trabajo, chicos. Gracias. Es…

—Rissa a Lansing —dijo una voz por los altavoces.

Keith miró hacia arriba.

—Abre. Hola, Rissa.

—Hola, cielo. Estamos listos para nuestro primer intento de comunicación con las criaturas de materia oscura.

—Voy hacia allí. Cierra —sonrió a Azmi y Hek—. Sabéis, a veces mi personal es demasiado eficiente.

Keith llegó al puente y fue a su asiento en el centro de la fila trasera. La burbuja holográfica estaba llena, no con la vista normal del espacio, sino con círculos rojos contra un pálido fondo blanco, un plano de las localizaciones de las esferas de materia oscura.

—Vale —dijo Rissa—. Vamos a intentar comunicarnos con la materia oscura usando señales visuales y de radio. Hemos lanzado una sonda especial que llevará a cabo la señalización. Está a unos ocho segundos luz a estribor de la nave; voy a usarla por comunicación láser. Por supuesto, puede que los seres de materia oscura hayan detectado nuestra presencia, pero puede que no. Y en caso de que los seres de materia oscura resulten ser los Estampadores, o algo igualmente hostil, parece prudente desviar su atención a una sonda prescindible antes que a la propia Starplex.

—«Seres de materia oscura» —repitió Keith—. Es un poco largo, ¿no? Podríamos darles un nombre mejor.

—¿Qué tal «oscuritos»? —dijo Rombo, servicialmente.

Keith se estremeció.

—No es una buena idea —pensó un momento, y luego alzó la vista, sonriendo—. ¿Qué tal «MACHO men»?

Jag hizo girar los cuatro ojos y emitió un ladrido disgustado.

—¿Cómo suena «darmats[4]»? —preguntó Thor.

Rissa asintió.

—Nos quedamos con darmats —habló a todos en la sala—. Bien, como todos saben, Hek ha estado catalogando los grupos de señales que ha recogido de los darmats. Bajo la suposición de que cada grupo es una palabra, hemos identificado la más usada. Para el primer mensaje, voy a enviar una repetición de esa palabra. Asumimos que es inofensiva, el equivalente darmat de «el», o algo así. Cierto, la repetición no transmitirá ninguna información significativa, pero con algo de suerte los darmats la reconocerán como un intento de comunicarse —se volvió hacia Keith—. ¿Permiso para proceder, Director?

Keith sonrió.

—Por favor.

Rissa tocó un control.

—Transmitiendo.

Destellaron luces en la red de Rombo.

—Bien, eso ciertamente ha hecho algo. El nivel de conversación ha aumentado mucho. Todos están hablando a la vez.

Rissa asintió.

—Esperamos que triangulen la sonda como la fuente.

—Yo diría que lo han hecho —dijo Thor un momento después, señalando la imagen.

Cinco de las criaturas del tamaño de mundos habían empezado a moverse hacia la sonda.

—Ahora empieza lo difícil —dijo Rissa—. Tenemos su atención, pero ¿podremos comunicarnos con ellos?

Keith sabía que si alguien podía conseguirlo, era su mujer, que había formado parte del primer equipo que consiguió comunicarse con los ibs. El intento había empezado con un sencillo intercambio de sustantivos: este diseño de luces significa «mesa», ese otro quiere decir «suelo», y así. Incluso entonces había habido dificultades. El cuerpo ib era tan distinto del diseño humano bípedo que para muchos conceptos no tenían términos: levantarse, correr, sentarse, silla, ropa, masculino, femenino. Y como siempre vivían bajo nubes, tampoco tenían palabras para muchas otras ideas: día, noche, mes, año, constelación. Mientras tanto los ibs habían estado intentando transmitir conceptos que para ellos eran el centro de sus vidas: gestalt biológica, visión total, y los muchos sentidos metafóricos de rodar hacia delante y rodar hacia atrás.

Pero ese ejercicio había sido pan comido comparado con comunicarse con seres del tamaño de mundos. Ciertamente, los ibs no tuvieron problema para entender esa metáfora en particular (el hecho de haber consumido un alimento sencillo como expresión de hacer algo fácilmente), al igual que los humanos no tuvieron problema con la expresión Ibesa del mismo sentimiento, «cuesta abajo». Comunicarse con alienígenas del tamaño de Júpiter que podrían o no ser inteligentes, que podrían o no ser capaces de ver, que podrían o no comprender principios físicos o matemáticos, podía resultar imposible.

—La charla en las doscientas frecuencias continúa —dijo Rombo.

Rissa asintió.

—Pero no hay modo de saber si es charla entre las esferas, o respuestas dirigidas a nosotros —tocó otro botón—. Voy a intentar de nuevo con un ciclo de otra palabra darmat distinta, y casi igual de frecuente.

Esta vez, la cacofonía de radio fue acallada por un darmat que al parecer estaba haciendo callar al resto. Y entonces ese darmat repitió una sencilla frase de tres palabras una y otra vez.

—Hora de actuar por instinto —dijo Rissa.

—¿De qué manera? —preguntó Keith.

—Bueno, la primera pregunta que haríamos nosotros en estas circunstancias sería «¿Quién eres tú?». Hek y yo hicimos que PHANTOM analizara todas las palabras darmat y creara una señal siguiendo sus reglas aparentes de construcción de palabras, pero que no hubiera sido usada aún por los darmats, hasta donde podemos decir. Esperamos que tomen esta señal como el nombre de Starplex.

Rissa emitió la palabra inventada varias veces, y al final, el primer hallazgo: la misma esfera que había hecho callar a las otras repitió el término.

—La lluvia en Sevilla —dijo Rissa, sonriendo— es una pura maravilla.

—Mil perdones —dijo Rombo—. Mi traductor debe haberse roto.

Rissa aún sonreía.

—No está roto. Es sólo que creo que lo ha captado; creo que hemos hecho contacto.

Keith hizo un gesto hacia la imagen.

—¿Cuál nos está hablando?

Bailaron cuerdas sobre la consola de Rombo.

—Ésa —dijo, haciendo aparecer un halo azul alrededor de uno de los círculos rojos. Manipuló algo más la consola—. Espere, deje que le muestre una imagen mejor. Ahora que tenemos la estrella verde dando luz, puedo obtener buenas imágenes de darmats individuales. —El círculo rojo desapareció, reemplazado por una imagen de la esfera en gris sobre negro.

—¿Puede aumentar el contraste? —pidió Keith.

—Será un placer hacerlo. —Las partes de la esfera que habían sido grises o de color humo ahora se mostraron con un rango de intensidades mucho mayor, en toda la gama hasta el blanco puro.

Keith la miró. Con el contraste aumentado, un par de blancas líneas verticales de convección iban visiblemente desde un polo al otro, ensanchándose en el ecuador.

—Como un ojo de gato —dijo.

Rissa asintió.

—Se parece, ¿verdad? —tocó algunos controles—. Vale, Ojo de Gato, veamos lo inteligente que eres. —Una barra horizontal negra apareció flotando en la holoburbuja, de un metro de largo y quince centímetros de grosor.

—La barra representa una serie de lámparas de fusión en la sonda —dijo Rissa—. Las lámparas han estado apagadas desde que se lanzó la sonda. Ahora, miren —pulsó una tecla de su consola.

La barra negra se volvió de un color rosa eléctrico durante tres segundos, volvió a ser negra durante tres segundos, se volvió rosa dos veces seguidas, se ennegreció durante otros tres segundos, y luego parpadeó tres veces.

—Cuando la barra es rosa, tengo encendidas todas las lámparas de fusión —dijo Rissa—. La sonda también está emitiendo ruido blanco de radio cuando las luces están encendidas, y silencio cuando están apagadas. He sintonizado los altavoces del puente a la frecuencia usada por Ojo de Gato.

Los altavoces guardaban silencio, pero Keith podía ver los indicadores parpadeando en los paneles de Rombo, mostrando charla en algunas de las otras frecuencias.

Rissa esperó cosa de medio minuto, y tocó una tecla. La secuencia completa —un parpadeo, dos parpadeos, tres parpadeos— se repitió.

Esta vez hubo una respuesta inmediata: tres palabras darmat, que PHANTOM tradujo por los auriculares como tres secuencias distintas de bliips y bluups.

—Bueno —dijo Lianne—, si tenemos suerte, ésas serán las palabras darmat para uno, dos y tres.

—A menos —dijo Thor— que sea darmat para decir «¿Qué demonios…?».

Rissa sonrió, y pulsó la misma tecla. La sonda parpadeó de nuevo, uno, dos, tres, y Ojo de Gato respondió con las mismas tres palabras.

—Vale —dijo Rissa—. Ahora la prueba de verdad —pulsó otra tecla, y todo el mundo miró cómo la barra indicadora parpadeaba en orden inverso: tres, dos, uno.

El darmat contestó con tres palabras. Keith no estaba seguro, pero…

—¡Lo tenemos! —se alegró Rissa—. Eran las mismas tres palabras que Ojo de Gato dijo antes, pero en el orden inverso. Entiende lo que estamos diciendo, y por tanto tiene al menos inteligencia rudimentaria.

Rissa lanzó de nuevo la secuencia, y esta vez PHANTOM emitió las palabras «tres, dos, uno» con una voz masculina sintetizada con anticuado acento francés; aparentemente ése iba a ser el estándar para los darmats.

El personal del puente quedó cautivado, mirando cómo Rissa seguía aprendiendo las palabras darmat para los números del cuatro al cien. Ni ella ni PHANTOM pudieron detectar un patrón repetitivo en la construcción de palabras que les permitiera deducir la base en la que los darmats contaban; parecía que cada número estaba representado por una palabra sin relación con las otras. Se detuvo en el cien, temiendo que el darmat se aburriera del juego y dejara de comunicarse con ella.

Lo siguiente fueron ejercicios de aritmética simple: dos parpadeos, una pausa de seis segundos —el doble de la longitud normal—, dos parpadeos más, otra pausa de seis segundos, y luego cuatro parpadeos.

Ojo de Gato respondió obedientemente dos, dos, y cuatro las cinco primeras veces que Rissa repitió la secuencia, pero a la sexta, finalmente captó la intención de las pausas prolongadas: una pausa de seis segundos quería decir que faltaba una palabra. PHANTOM no esperó a la confirmación de Rissa; cuando Ojo de Gato volvió a hablar, tradujo la frase darmat como «dos más dos igual a cuatro», añadiendo los términos para los dos operadores a la base de datos de traducción. En breve Rissa también obtuvo las palabras darmat para «menos», «multiplicado por», «dividido por», «mayor que», y «menor que».

—Creo —dijo Rissa, sonriendo de oreja a oreja— que no hay duda de que estamos tratando con seres muy inteligentes.

Keith movió la cabeza, maravillado, a medida que Rissa seguía usando las matemáticas para conseguir más vocabulario. Pronto tuvo los términos darmat para «correcto» e «incorrecto» (o «sí» y «no»), que esperaba fueran también sus términos para «bien» y «mal» en otros contextos. Luego hizo que Rombo moviera la sonda de maneras específicas (evitando cuidadosamente quemar al darmat con la emisión de los cohetes ACS), y eso les llevó a las palabras darmat para «arriba», «abajo», «izquierda», «derecha», «enfrente», «detrás», «retroceder», «aproximar», «girar», «voltear», «rodear», «deprisa», «despacio», y más.

Moviendo la sonda alrededor de Ojo de Gato, Rissa averiguó la palabra darmat para «órbita», y pronto consiguió también las palabras para—«estrella», «planeta» y «luna».

Usando filtros coloreados en las lámparas de fusión de la sonda, Rissa obtuvo las palabras darmat para varios colores. A continuación emitió su primera frase sencilla, empezando con el signo arbitrario que habían asignado a la sonda que ejercía de portavoz de Starplex: «Starplex se mueve hacia la estrella verde». A continuación Rissa hizo que Rombo moviera la sonda precisamente así.

Ojo de Gato lo entendió de inmediato, respondiendo con la palabra para «correcto». Luego envió su propia frase: «Ojo de Gato se aleja de Starplex», y unió la acción a la palabra. Rissa respondió con un «correcto».

Cuando terminó el turno alfa, Keith volvió a su apartamento para ducharse y comer, pero Rissa siguió trabajando hasta bien entrada la noche de la nave, construyendo un vocabulario cada vez mayor. Ni una sola vez mostró Ojo de Gato el menor signo de impaciencia o fatiga. Cuando el turno gamma entró a trabajar, Rissa estaba exhausta, y dejó las labores de traducción a cargo de Hek. Trabajaron durante cuatro días —dieciséis turnos—, creando poco a poco un vocabulario darmat. La concentración de Ojo de Gato nunca flaqueó. Finalmente, según dijo Rissa, podrían mantener una conversación sencilla. Keith, como director, controlaría las preguntas, pero Rissa sería quien las formulara.

—Pregúntale cuánto tiempo ha estado aquí —preguntó Keith.

Rissa se inclinó sobre el micrófono que emergía de su consola.

—¿Cuánto tiempo has estado aquí?

La respuesta llegó rápidamente:

—Tiempo que llevamos hablando, cien veces cien veces cien veces cien veces cien veces cien.

La voz de PHANTOM se hizo oír, interpolando:

—Eso es aproximadamente cuatro billones de días, o unos diez mil millones de años.

—Por supuesto —dijo Rissa—, podría estar hablando figuradamente, sólo para dar a entender que hace mucho tiempo.

—Diez mil millones de años —dijo Jag— es, sin embargo, una aproximación de la edad del universo.

—Bueno, si tú tuvieras diez mil millones de años imagino que también tendrías muchísima paciencia —dijo Thor, soltando una risita.

—A lo mejor hay que preguntarle de otro modo —sugirió Lianne.

—¿Es ése el tiempo que lleváis aquí? —preguntó Rissa por el micrófono.

—Este grupo esa duración —dijo la voz traducida—. Este uno, duración tiempo que llevamos hablando, cien veces cien veces cien veces cincuenta.

—Eso se traduce aproximadamente en quinientos mil años —dijo PHANTOM.

—Quizá quiere decir que este grupo de darmats tiene diez mil millones de años de edad —dijo Rissa—, pero que él sólo tiene medio millón.

—«Sólo» —dijo Lianne.

—Ahora dile nuestra edad —dijo Keith.

—¿Quieres decir la edad de Starplex? —preguntó Rissa—. ¿O la edad de la Commonwealth? ¿O la edad de nuestra especie?

—Estamos comparando civilizaciones, imagino —dijo Keith—, de modo que la comparación sería la de la más vieja de las especies de la Commonwealth —miró al pequeño holograma de Rombo—. Ésos son los ibs, que han existido como especie desde hace cosa de un millón de años, ¿cierto?

La red de Rombo onduló indicando que estaba de acuerdo.

Rissa asintió y activó su micro.

—Nosotros duración tiempo que llevamos hablando cien veces cien veces cien veces cien. Éste uno duración tiempo que llevamos hablando cien veces más cien —desactivó el micro—. Le he dicho que como civilización tenemos un millón de años, pero que Starplex en sí tiene dos años de edad.

Ojo de Gato replicó repitiendo el número de su propia edad, seguido por la palabra para «menos», y luego repitiendo la ecuación para la corta edad de Starplex, añadiendo la palabra para «igual que», y reiterando la secuencia que había usado para expresar su propia edad.

—En traducción muy libre —dijo Rissa—, creo que está diciendo que nuestra edad no es nada comparada con la suya.

—Bueno, en eso tiene razón —dijo Keith, riendo—. Me pregunto qué se sentirá al ser tan viejo.

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