XVI

Rissa, Hek y el resto del equipo de comunicación alienígena siguió intercambiando mensajes con el darmat al que habían llamado Ojo de Gato. La conversación se fue haciendo cada vez más fluida a medida que nuevas palabras se añadían a la base de datos de traducción, o los significados de otras palabras se reajustaban. Cuando Keith volvió al puente, Rissa estaba en mitad de una conversación aparentemente filosófica con el gigantesco ser. El personal normal del turno alfa estaba presente, salvo el puesto de OpEx, que estaba vacío; Rombo estaba fuera haciendo otras cosas, y su estación había sido puesta bajo el control de un delfín que flotaba en la piscina abierta a estribor del puente.

—No éramos conscientes de vuestra existencia —dijo Rissa hablando al micrófono instalado en su consola—. Sabíamos que había gran cantidad de materia invisible, por los efectos gravitacionales, pero no sabíamos que estaba viva.

—Dos tipos de sustancia —replicó el darmat con el acento francés que le había asignado PHANTOM.

—Sí —dijo Rissa, levantó la mirada y saludó a Keith con la mano cuando él tomó su asiento a su lado.

—No reacciona bruscamente —dijo Ojo de Gato—. Sólo gravedad la misma.

—Correcto —dijo Rissa. El holograma mostró una imagen de alta resolución de Ojo de Gato frente al grupo de estaciones de trabajo.

—Casi toda como nosotros —dijo el darmat.

—La inmensa mayoría de toda la materia es como vosotros, sí —replicó Rissa.

—Ignoraros.

—¿Nos habéis ignorado?

—Insignificantes.

—¿Erais conscientes de que parte de nuestro tipo de materia estaba viva?

—No. No se ocurre buscar vida sobre planetas. Sois tan pequeños.

—Queremos tener una relación con vosotros —dijo Rissa.

—¿Relación?

—Para beneficio mutuo. Uno más uno es igual a dos. Vosotros más nosotros es igual a más de dos.

—Comprendo. Más que la suma de las partes.

Rissa sonrió.

—Exactamente.

—Relación sensata.

—¿Tenéis una palabra para aquellos con los que tenéis relaciones mutuamente beneficiosas?

—Amigos —dijo el darmat, y PHANTOM tradujo la palabra al recibirla por primera vez—. Los llamamos amigos.

—Somos amigos —dijo Rissa.

—Sí.

—El tipo de sustancia de que estáis hechos, la sustancia que llamamos materia oscura, ¿está toda ella viva?

—No. Sólo pequeña fracción.

—¿Pero dices que ha habido materia oscura viva durante mucho tiempo?

—Desde el principio.

—¿El principio de qué?

—De… todas las estrellas combinadas.

—¿De todo lo que existe? Lo llamamos el universo.

—Desde el principio del universo.

—Ése es un punto interesante —dijo Jag, sentado a la izquierda de Keith—. La idea de que el universo tuvo un principio. Lo tuvo, claro, ¿pero cómo lo sabe él? Pregúnteselo.

—¿Cómo era el universo al principio? —preguntó Rissa a través del micro.

—Comprimido —dijo el darmat—. Pequeño más que pequeño. Un lugar, no tiempo.

—El átomo primordial —dijo Jag—. Fascinante. Tiene razón, pero me pregunto cómo una criatura así pudo deducirlo.

—Se comunican por radio —dijo Lianne, dándose la vuelta en OpIn para mirar a Jag—. Probablemente lo dedujeron igual que nosotros: a partir del fondo cósmico de radiación de microondas y el desplazamiento al rojo del ruido de radio de galaxias lejanas.

Jag gruñó.

Rissa siguió con su diálogo:

—Nos has dicho que ni tú personalmente, Ojo de Gato, ni este grupo de darmats es tan viejo. ¿Cómo sabes que la vida darmat existió desde el mismo principio?

—Tuvo que —replicó el darmat.

Jag ladró desdeñosamente.

—Filosofía —dijo—. No ciencia. Sencillamente, quieren creerlo.

—Nosotros no hemos existido tanto tiempo —dijo Rissa hablando al micrófono—. No hemos encontrado evidencia de vida de ningún tipo basada en nuestro tipo de materia que tenga más de cuatro mil millones de años —PHANTOM convirtió la cifra en una que el darmat pudiera entender.

—Como dicho antes, sois insignificantes.

Jag ladró a PHANTOM:

—Pregunta: ¿cómo se obtuvo la traducción de «insignificante»?

—Matemáticamente —dijo el ordenador a través de los implantes auriculares, en el lenguaje correspondiente para cada individuo—. Establecimos que la diferencia entre 3,7 y 4,0 era «significativa», pero la diferencia entre 3,99 y 4,00 era «insignificante».

Jag miró a Rissa.

—De modo que en este contexto la palabra puede tener otro sentido. Puede significar algo metafórico… Una «llegada tardía» podría equipararse con insignificancia, por ejemplo.

Thor miró al waldahud por encima de su hombro y sonrió.

—No le gusta la idea de que le dejen de lado sin más, ¿eh?

—No sea sarcástico, humano. Es sólo que hemos de ser cuidadosos al generalizar el uso de palabras alienígenas. Y además, quizá se refiera a la sonda de señales. Con menos de cinco metros de longitud, puede en verdad considerarse insignificante.

Rissa asintió y habló al micro.

—Cuando dices que somos insignificantes, ¿te refieres a nuestro tamaño?

—No tamaño de parte hablante. No tamaño de parte que expulsó parte hablante.

—Está claro que no lo hemos engañado —dijo Thor, sonriendo—. Sabe que la sonda de señales salió de esta nave.

Rissa cubrió el micro con la mano; el gesto era una señal tan buena como cualquier otra para que PHANTOM detuviera momentáneamente la transmisión.

—Supongo que no importa —quitó la mano del micro y habló de nuevo a Ojo de Gato—. ¿Somos insignificantes porque no hemos existido tanto tiempo como vosotros?

—No es cuestión de longitud de tiempo; cuestión de tiempo absoluto. Nosotros estamos desde el principio; vosotros no. Por definición, nosotros significativos, vosotros no. Obviamente.

—Bueno, no sé yo —dijo Keith con buen humor—. Los buenos no son los primeros, son los mejores.

Rissa tapó el micro y le miró.

—Aun así, creo que no deberíamos meternos en filosofías mientras no nos conozcamos mejor. No quiero ofenderle accidentalmente y que no nos hable más.

Keith asintió.

Rissa volvió a hablar por el micro.

—Presumiblemente hay otras comunidades de darmats.

—Miles de millones de comunidades.

—¿Os relacionáis con ellas?

—Sí.

—Vuestras señales de radio no son potentes, y están cerca de la frecuencia del fondo de radiación de microondas. No serían perceptibles a larga distancia.

—Cierto.

—¿Entonces cómo os relacionáis con otras comunidades darmat?

—Radio-uno sólo para habla local. Radio-dos para comunicación entre comunidades.

Lianne se volvió hacia Rissa.

—¿Está diciendo lo que creo que está diciendo? ¿Que los darmats emiten naturalmente por radio hiperespacial?

—Averigüémoslo —dijo Rissa. Habló al micro de nuevo—. Radio-uno viaja a la velocidad de la luz, ¿correcto?

—Sí.

—Radio-dos viaja más rápido que la luz, ¿correcto?

—Sí.

—Jesús —dijo Keith—. Si usan radio hiperespacial, ¿cómo es que no hemos encontrado antes sus señales?

—Hay un número infinito de niveles cuantizados de hiperespacio —dijo Lianne—. Ninguna de las especies de la Commonwealth ha tenido radio hiperespacial durante más de cincuenta años, y toda la Commonwealth usa apenas unos ocho mil niveles cuantizados; es muy posible que nunca hayamos coincidido con los que usan los darmats —se volvió a mirar a Rissa—. Nuestra radio hiperespacial requiere enormes cantidades de energía. Merecería la pena saber algo más de esto. Podrían tener un método que requiriera mucha menos energía.

Rissa asintió.

—Nosotros también usamos un tipo de radio-dos. ¿Nos contarás más sobre cómo funciona la vuestra?

—Cuento todo —respondió Ojo de Gato—. Pero poco que contar. Pensamos una manera, pensamiento es privado. Pensamos otra manera, pensamiento es transmitido por radio-uno. Pensamos tercera manera, más difícil, y pensamiento es transmitido por radio-dos.

Keith rió.

—Es como pedir a un humano que explique cómo funciona el habla. Lo hacemos, sin más. Es…

—Perdóneme por interrumpir, doctor Lansing —dijo PHANTOM—, pero me pidió que le recordara a usted y a la doctora Cervantes su cita de las 14.00 horas.

La cara de Keith se ensombreció.

—Maldición —dijo—. Maldición —se volvió a Rissa—. Es la hora.

Ella asintió.

—PHANTOM, por favor, llama a Hek aquí para que continúe el diálogo con Ojo de Gato.

En cuanto llegó Hek, ambos se levantaron de sus asientos y salieron de la habitación.

Keith y Rissa salieron del ascensor y caminaron la corta distancia hasta la enorme puerta negra con el gigantesco «20» pintado en naranja fluorescente. Los cerrojos se abrieron. El ruido que hacían siempre le había resultado a Keith levemente familiar, pero ahora por fin lo definió: era igual al ruido de un rifle al ser amartillado en una vieja película del oeste.

La mayoría de las puertas a bordo de la nave se dividían longitudinalmente, con las dos mitades entrando en huecos a cada lado de la pared, pero esta pesada puerta se deslizó en una sola pieza hacia la izquierda; por razones de seguridad, no podía haber junturas ni puntos débiles en el cierre.

Rissa jadeó. Keith se quedó boquiabierto.

Había más de cien ibs en el hangar, alineados en pulcras hileras, como un aparcamiento lleno de sillas de ruedas.

—PHANTOM, ¿cuántos hay? —dijo Keith en voz baja.

—Doscientos nueve, señor —replicó el ordenador—. Todas las Integraciones de Bioentidades de la nave.

Rissa movió levemente la cabeza.

—Dijo que sólo vendrían sus amigos más íntimos.

—Bueno —dijo Keith, entrando en la sala—, Vagón es muy sociable. Imagino que todos los ibs a bordo la consideran una amiga íntima.

Había otros seis humanos presentes, todos ellos miembros del personal de Rissa en ciencias biológicas. También había un solitario waldahud que Keith no pudo situar. Keith miró su reloj: 13.59,47. Sin duda lo que fuera a ocurrir lo haría a tiempo.

—Gracias a todos por venir —dijo la voz de Vagón por el implante de Keith.

Era fácil localizarla: la suya era la única red que destellaba. En cierto modo resultaba fantasmagórico. La traducción de PHANTOM entraba por su oído izquierdo; el otro oído no captaba nada. Incluso una habitación tan grande, llena de ibs vociferantes, estaría silenciosa.

Vagón estaba a quince metros de Keith y Rissa. Frente a la puerta espacial reforzada, PHANTOM proyectaba un holograma gigante de Vagón, de manera que todos los ibs pudieran ver su centelleante red. Había algo raro: las hebras de su red eran de color verde brillante. Keith nunca había visto ese color en un ib antes.

Se volvió hacia Rissa, pero ella había adivinado su pregunta.

—Representa un estado altamente emocional —dijo—. Vagón está emocionada por la muestra de apoyo de su gente.

La red de Vagón volvió a destellar. La traducción dijo:

—El todo y las partes, de uno, y de todos. La gestalt resuena en la macro y en la microescala. Une.

Obviamente, Vagón se estaba dirigiendo a sus compañeros ibs. Keith pensó que captaba lo esencial de lo que estaba diciendo, algo sobre que ser parte de la comunidad ib había significado tanto para ella como ser una comunidad de partes en sí misma. Keith se enorgullecía de su aceptación de los aliens, descontando sus encontronazos con Jag. Pero esto era un poco demasiado surrealista para él; sabía que estaba a punto de ver morir a alguien, pero las emociones que debería estar sintiendo no habían asomado aún a la superficie. Rissa, por otra parte, tenía esa expresión que se le ponía cuando intentaba no llorar. Keith se dio cuenta de que ella y Vagón habían estado más unidas de lo que había creído.

—El camino está claro —concluyó Vagón.

Rodó unas docenas de metros alejándose de los otros, hacia el centro del hangar.

—¿Por qué hace eso?

Rissa se encogió de hombros, pero PHANTOM respondió por los implantes de los dos:

—Durante la descorporeización, los componentes, especialmente las ruedas, pueden asustarse, y tratar de unirse a cualquier otro ib en la zona. La costumbre es alejarse de manera que si intentan algo así, haya mucho tiempo para reaccionar.

Keith asintió ligeramente.

Y entonces empezó. En mitad del hangar había un montículo de descanso estándar. Vagón rodó sobre él de manera que la elevación soportara su marco desde abajo. Su red (visible en el holograma gigante de PHANTOM) se volvió casi de color púrpura eléctrico, otro color que Keith nunca había visto antes. Los puntos de luz en las incontables intersecciones de la red se hicieron más y más brillantes, una densa constelación con cada estrella hecha una nova. Entonces, una por una, las luces desaparecieron. Pasaron quizá dos minutos hasta que todas las luces se apagaron.

El marco de Vagón cayó hacia delante y su red se deslizó hacia el suelo del hangar, acabando en una fofa pila. Keith había pensado que la red estaba ya muerta, pero se arqueó repentinamente, como si un puño la estuviera empujando desde abajo. Las hebras habían perdido todo su color; parecían hilo de pescar grueso.

Sin embargo, tras un momento, la red expiró por fin, desplomándose en un montón. Vagón estaba ahora ciega y sorda (una vez tuvo también sentido magnético, pero había sido neutralizado con nanocirugía cuando salió de su mundo natal; causaba desorientación severa a bordo de naves estelares).

Luego, las ruedas se desprendieron de los ejes del marco. Que las ruedas se desacoplaran no era raro de por sí. El sistema que permitía a los nutrientes pasar del eje a cada rueda no suplía de suficiente alimento a las ruedas, y en su entorno nativo se separaban periódicamente del resto de la gestalt para alimentarse. Gruesos zarcillos, parecidos al manojo de cuerdas manipuladoras de los ibs, salieron de los lados de las ruedas, evitando que cayeran de lado (o enderezándolas si lo hacían).

Casi inmediatamente después de separarse, la rueda izquierda trató de reunirse con el marco. Justo como PHANTOM dijo que haría, se asustó cuando se dio cuenta de que habían aparecido pequeñas protuberancias alrededor de la circunferencia del eje, evitando que se reconectara. Rodó por el hangar, con las proyecciones prensiles de su periferia extendiéndose y retrayéndose rápidamente. La rueda tenía algunos sensores visuales propios, y en cuanto vio la enorme reunión de ibs, fue en línea recta al más cercano. El ib se alejó, evitando la rueda. Uno de los otros (Mariposa, supuso Keith, el único médico ib a bordo) avanzó con una cuerda manipuladora extendida, y un aturdidor médico negro y plateado sujeto en la punta. El aturdidor tocó la rueda, que dejó de moverse. Se quedó erguida algunos segundos, y luego los apéndices como raicillas que salían de sus lados parecieron ablandarse, y la rueda cayó de lado.

Keith volvió su atención al centro del hangar. El manojo de cuerdas de Vagón se había deslizado hasta el suelo, cerca de la desechada red sensora. Estaban desconectando la bomba azul de la vaina central verde, y llevando suavemente la bomba hasta el suelo. Keith podía ver el gran respiradero central de la bomba pasar por su normal secuencia de abrirse, expandirse, comprimirse y cerrarse. Sin embargo, después de unos cuarenta segundos, la secuencia pareció alterarse cuando la bomba pareció perder la noción de lo que estaba haciendo. Los movimientos del orificio se volvieron confusos, abriéndose, y comprimiéndose de inmediato; intentando expandirse después de cerrarse. Hubo un pequeño jadeo, el único sonido en todo el hangar. Finalmente la bomba dejó de moverse.

Todo lo que quedó fue la vaina, descansando sobre el marco en forma de silla de montar.

Keith susurró a Rissa:

—¿Cuánto tiempo puede sobrevivir la vaina sin la bomba?

Rissa se volvió hacia él, con los ojos húmedos. Parpadeó varias veces, dejando caer algunas lágrimas.

—Un minuto —dijo—. Quizá dos.

Keith le cogió la mano y se la estrechó.

Todo quedó en silencio durante unos tres minutos. La vaina expiró tranquilamente, sin movimiento ni sonido alguno, aunque, aparentemente, los ibs supieron cuándo murió, y empezaron a salir todos a una del hangar. Todas sus redes estaban oscuras; no intercambiaban ni una palabra. Keith y Rissa fueron los últimos en salir. Keith sabía que Mariposa volvería en breve para ocuparse de lanzar los restos de Vagón al espacio.

Mientras salían del hangar, Keith pensó en su propio futuro. Iba a vivir mucho, mucho tiempo, aparentemente. Se preguntó si dentro de miles de millones de años sería capaz de escapar de los errores de su pasado.

No pudieron dormir esa noche, por supuesto. La muerte de Vagón había afectado a Rissa, y Keith luchaba con sus propios demonios. Yacían lado a lado en la cama, desvelados, Rissa mirando el oscuro techo, Keith mirando el tenue punto rojo que la luz del reloj escapándose por los bordes de la tarjeta de plástico creaba en la pared.

Rissa habló, sólo una palabra:

—Si…

Keith rodó hasta quedar boca arriba.

—¿Perdón?

Ella se mantuvo un rato en silencio. Keith estaba a punto de animarle a que siguiera, cuando ella dijo, muy bajito:

—Si no recuerdas cómo hacer una u o una tilde, ¿me recordarás a mí… a nosotros? —Se dio la vuelta, le miró—. Vas a vivir otros diez mil millones de años. No puedo empezar a comprenderlo.

—Es… te obnubila —dijo Keith, moviendo la cabeza. También él guardó silencio un rato. Y luego—: La gente siempre fantasea acerca de vivir para siempre. De algún modo, «para siempre» parece menos sobrecogedor que ponerle una fecha específica. Podría manejar la inmortalidad, pero contemplar la noción específica de estar vivo dentro de diez mil millones de años… No le puedo encontrar sentido.

—Diez mil millones de años —dijo Rissa de nuevo, sacudiendo la cabeza—. El sol de la Tierra llevará tiempo muerto, la Tierra estará muerta —una pausa—. Yo estaré muerta.

—Quizá. Quizá no. Si es prolongación de vida, seguramente lo será por tus estudios aquí a bordo de Starplex. Después de todo, ¿por qué si no acabaría yo siendo uno de los beneficiados por el proceso? Quizá ambos estaremos vivos dentro de diez mil millones de años.

Más silencio.

—¿Y juntos? —dijo Rissa, por fin.

Keith dejó escapar el aliento ruidosamente.

—No lo sé. No puedo imaginar nada de todo esto. —Tuvo la idea de estar diciendo las palabras equivocadas—. Pero… si tengo que enfrentarme a tanto futuro, quisiera que fuera contigo.

—¿De veras? —dijo Rissa de inmediato—. ¿Nos quedaría algo que explorar, algo que aprender el uno del otro, después de todo ese tiempo?

—Quizá… Quizá no sea existencia corpórea —dijo Keith—. Quizá mi consciencia sea transferida a una máquina. ¿No había una secta en Nueva York que quería hacer eso, copiar cerebros humanos a ordenadores? O quizá… quizá toda la humanidad se convierta en una mente gigantesca, pero aún se podrá acceder a las psiques individuales. Eso sería…

—Sería menos aterrador que el concepto de vivir personalmente otros diez mil millones de años. En caso de que no lo hayas calculado todavía, eso quiere decir que hasta ahora has vivido una doscientas milmillonésima de la edad que vas a tener —hizo una pausa y suspiró.

—¿Qué? —preguntó Keith.

—Nada.

—No, te pasa algo.

Rissa guardó silencio durante unos diez segundos.

—Bueno, es sólo que tu actual crisis de mediana edad ya ha sido bastante dura de soportar. Odiaría ver qué se te ocurre cuando cumplas cinco mil millones.

Keith no sabía qué decir. Finalmente se decidió por una risa. Le sonó hueca, forzada.

Silencio de nuevo, durante tanto tiempo que pensó que quizá ella se había dormido por fin. Pero él no podía dormir. Aún no, no con esas ideas en su cabeza.

—¿Dulcinea? —susurró suavemente, tan suavemente que si ella ya estaba dormida con algo de suerte no la despertaría.

—¿Hmm?

Keith tragó saliva. Quizá debería dejar el tema, pero…

—Nuestro aniversario se acerca.

—La semana que viene —dijo su voz en la oscuridad.

—Sí —dijo Keith—. Serán veinte años, y…

—Veinte maravillosos años, cariño. Se supone que siempre tienes que incluir el adjetivo.

Otra risa forzada.

—Lo siento, tienes razón. Veinte maravillosos años —hizo una pausa—. Sé que estábamos pensando en renovar nuestros votos nupciales ese día.

La voz de Rissa adquirió filo.

—¿Sí?

—Nada. No, olvida lo que he dicho. Han sido veinte maravillosos años, ¿verdad?

Keith podía distinguir apenas su cara en la oscuridad. Ella asintió, luego le miró a los ojos, intentando ver más allá de ellos, ver la verdad, ver lo que le estaba preocupando. Y entonces lo supo, y se volvió de costado, de espaldas a él.

—Está bien —dijo ella al final.

—¿El qué?

Y ella dijo las últimas palabras que intercambiaron esa noche.

—No pasa nada —dijo— si no quieres decir «todos los días de mi vida».

Keith estaba sentado en su puesto en el puente. Hologramas de tres humanos y un delfín flotaban sobre el borde de la estación de trabajo. Su visión periférica registró cómo una de las puertas del puente se abría y Jag anadeaba al interior. El waldahud, sin embargo, no fue a su puesto. En vez de eso quedó de pie ante Keith y esperó, al parecer algo agitado, mientras Keith terminaba la conversación que estaba manteniendo con las cabezas holográficas. Cuando desconectaron, Keith se volvió hacia Jag.

—Como sabe, los darmats se han estado moviendo —dijo Jag—. Estoy francamente sorprendido ante su agilidad. Parecen trabajar en equipo, con cada esfera haciendo jugar sus propias fuerzas repulsivas y gravitatorias contra las otras para mover toda la comunidad en un esfuerzo cooperativo. De todos modos, al hacerlo, se han reconfigurado por completo, de manera que darmats individuales que antes no podíamos observar claramente están ahora en la periferia de la formación. He hecho algunas predicciones sobre qué darmat podría reproducirse a continuación, y me gustaría poner a prueba mi teoría. Para ello, me gustaría que moviera Starplex hacia el lado opuesto del campo de materia oscuras.

—PHANTOM, esquema del espacio local —dijo Keith.

Una representación holográfica apareció en el aire entre Keith y Jag. Los darmats se habían movido al lado opuesto de la estrella verde, de manera que Starplex, el atajo, la estrella, y la comunidad de darmats estaban prácticamente dispuestos en línea.

—Si nos movemos al lado opuesto del campo de darmats, quedaremos fuera de la vista del atajo —dijo Keith—. Podríamos no ver un watson atravesándolo. ¿No podría sencillamente poner una sonda allí?

—Mi predicción está basada en minúsculas concentraciones de masa. Necesito usar el hiperescopio del puente uno o el del puente setenta para realizar mis observaciones.

Keith lo consideró.

—De acuerdo —pulsó una tecla de su consola y aparecieron los habituales hologramas de Thor y Rombo—. Rombo, por favor, hable con quienes estén ahora llevando a cabo observaciones externas. Averigüe en qué momento podremos mover la nave sin interrumpir su trabajo. Thor, en ese momento llévenos al lado opuesto del campo de materia oscura, colocándonos en las coordenadas que le proporcionará Jag.

—Servir es el mayor placer —dijo Rombo.

—Aquí paz y después gloria —dijo Thor.

Jag movió la cabeza arriba y abajo, imitando el gesto humano. Los waldahudin nunca decían gracias, pero Keith pensó que el cerdo parecía enormemente complacido.

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