XXV

Keith estaba en su oficina del puente catorce, mirando las últimas noticias de Tau Ceti. Los informes eran bastante telegráficos, pero en Rehbollo, las fuerzas leales a la Reina Trath habían terminado con la insurrección en su contra, y veintisiete conspiradores habían sido ejecutados sumariamente por el método tradicional de ahogarlos en barro hirviente.

Keith dejó la tablilla. El informe era difícilmente creíble; era la primera vez que se sabía de algún tipo de altercado político en Rehbollo. Pero quizá fuera cierto, aunque más probablemente era que el gobierno quería distanciarse desesperadamente de una iniciativa desastrosa.

Sonó una campanilla, y la voz de PHANTOM dijo:

—Jag Kandaro em-Pelsh está aquí.

Keith exhaló.

—Que pase.

Jag entró y se sentó en una polisilla. Sus ojos izquierdos miraban a Keith, pero el par derecho estudiaba la habitación en la instintiva modalidad de lucha-o-escapa.

—Supongo que en este punto —dijo— tendré que rellenar uno de esos formularios que les gustan tanto a ustedes los humanos.

—¿Qué formulario? —dijo Keith.

—El formulario para dimitir de mi posición a bordo de Starplex, por supuesto. Ya no puedo servir aquí.

Keith se levantó y se permitió estirarse.

Tenía que empezar por algún sitio; la madurez, el estadio después de la crisis de mediana edad, la paz. Tenía que empezar por algún sitio.

—Los niños juegan con soldados de juguete —dijo Keith, mirando a Jag—. Las especies infantiles juegan con soldados de verdad. Quizá sea hora de que todos nosotros crezcamos un poco.

El waldahud guardó silencio durante un largo momento.

—Quizá.

—Todos tenemos lealtades grabadas en nuestros genes —dijo Keith—. No le presionaré para que dimita.

—Sus comentarios asumen que soy culpable de algo. Lo rechazo. Pero aun si fuera cierto, todavía no lo comprende. Quizá… quizá su gente nunca entenderá a la mía —Jag hizo una pausa—. Y viceversa también, por supuesto —otra pausa—. No, es hora de que vuelva a Rehbollo.

—Queda mucho trabajo por hacer aquí —dijo Keith.

—Sin duda. Pero el trabajo que me asigné está completo.

—Oh —dijo Keith, comprendiendo al fin—. Quiere decir que ha acumulado suficiente gloria para Pelsh.

—Exactamente. Los descubrimientos sobre los darmats en los que he estado implicado me harán el científico más famoso de Rehbollo —una pausa—. Pelsh tomará pronto su decisión. No puedo demorarme más aquí.

Keith pensó durante un momento.

—Ninguna hembra waldahud ha trabajado nunca a bordo de Starplex. Cuando termine mi mandato, el turno de director caerá sobre un ib; supongo que Copa. Pero después del ib, el puesto será para un waldahud, y sé que los waldahudin querrán un líder hembra. ¿Qué pasaría si… si usted y Pelsh vinieran juntos a Starplex? Por lo que he oído, a ella el puesto de director le vendría que ni pintado.

El pelaje de Jag ondeó con sorpresa.

—No podemos hacer eso. Seríamos todavía parte de un grupo mayor. Ella retendrá su corte hasta su muerte.

Los ojos de Keith se abrieron.

—¿Quiere decir que los machos que no lo consiguen con ella no pueden intentarlo en otra parte?

—Claro que no. Seguiremos siendo una familia. Todos estamos comprometidos con Pelsh desde la infancia.

—Quizá todos puedan venir a servir a bordo de Starplex, los seis.

Jag movió sus hombros inferiores.

—Starplex es para los mejores y más brillantes. Nunca hablaría mal de los demás miembros de mi corte con otro waldahud, pero le diré la verdad a usted. Nunca hubo competencia entre otros cuatro y yo. Nunca. Era siempre entre otro individuo y yo. Eso quedó claro desde el principio. Los otros… carecen de distinción.

—Pero pensé que Pelsh estaba emparentada con la familia real. Perdóneme, pero ¿cómo es que tiene pretendientes que no son los mejor cualificados?

—Una corte debe seguir funcionando incluso después de que se elija al consorte. Una corte bien seleccionada contendrá miembros que estén satisfechos con posiciones inferiores. De hecho, una corte compuesta solamente por lo que ustedes los humanos llaman machos alfa estaría condenada al fracaso.

Keith lo pensó un poco.

—Bueno, si la única manera de tenerle a usted es traer a toda su familia, me encargaré de que así sea.

—Yo… No creo que haga usted eso.

Keith parpadeó.

—Soy un hombre de palabra.

—La competencia real por Pelsh era entre otro y yo. El otro, por supuesto, tiene un nombre —los cuatro ojos de Jag se clavaron en los dos de Keith—. Ese nombre es Gawst Dalayo em-Pelsh.

—¡Gawst! —dijo Keith—. ¿El que encabezó el ataque contra Starplex?

—Sí. Escapó de los darmats y ahora está de vuelta en Rehbollo.

Keith no dijo nada durante diez segundos, y luego empezó a asentir.

—Tenía usted que ayudarle, ¿verdad?

—No he admitido nada —dijo Jag.

—Si no le ayudaba, toda la gloria de llevar a Starplex a Rehbollo hubiera sido de él; hubiera sido elegido por Pelsh. Al ayudarle, usted se aseguraba de que la gloria sería compartida.

—Hay doscientos sesenta waldahudin a bordo de Starplex —dijo Jag.

La frase flotó entre ambos durante algunos momentos. Keith asintió, entendiendo.

—De modo que si usted no le hubiera ayudado, sin duda hubiera encontrado a algún otro que lo hiciera —dijo Keith.

—De nuevo —dijo Jag—, no admito nada —guardó silencio un momento—. Por supuesto, el gobierno de la Reina Trath podría presentar cargos criminales contra Gawst. Pronto podría perder su libertad, o incluso su vida.

—Mi oferta sigue en pie —dijo Keith.

Jag inclinó la cabeza.

—Yo… nosotros… lo pensaremos —y entonces Jag hizo algo que Keith nunca había visto hacer antes a ningún waldahud. Añadió las palabras—: Gracias.

Era de noche; la iluminación del pasillo era tenue. Como siempre hacía antes de cenar, Keith se pasó por el puente y habló con el director del turno gamma, un waldahud llamado Stelt. Todo iba bien, dijo Stelt. No fue una sorpresa; hubieran llamado a Keith en el caso de surgir algún problema. Keith dio las buenas noches a todo el mundo y dejó el puente, yendo hacia el eje central.

Lianne Karendaughter estaba allí, sentada en un banco de la zona más ancha del pasillo justo antes de los ascensores. Tenía un aspecto esbelto y sexy, vestida con un ajustado mono negro.

Sin duda era una coincidencia, pensó Keith. Sin duda ella no sabía que él pasaba por aquí cada noche a esa hora. Debía estar esperando a otra persona.

Lianne llevaba el pelo suelto; Keith nunca se había dado cuenta de que le llegaba a mitad de la espalda.

—Hola, Keith —dijo ella, con una cálida sonrisa.

—Hola, Lianne. ¿Has… has tenido un buen día?

—Oh, sí. Quiero decir, ya has visto el turno alfa hoy: una balsa de aceite. Y pude nadar un poco y practicar esgrima durante el turno beta. ¿Y tú?

—Bien. Muy bien.

—Eso está bien —dijo Lianne. Calló un momento, y luego miró el suelo vulcanizado. Cuando alzó la cabeza de nuevo, no llegó a mirar a Keith a los ojos—. Yo, eh… Me parece que Rissa hoy no está.

—Así es. Ha cogido una cápsula para ir a Grand Central. Creo que está intentando encontrar la manera de no tener que aceptar una medalla, o que hagan un desfile en su honor.

Lianne asintió.

—De modo que pensaba —dijo, tras un momento— que quizá estarías solo para cenar.

Keith sintió que se le aceleraba el pulso.

—Supongo… supongo que sí —dijo.

Lianne le sonrió. Tenía perfectos dientes blancos, perfecta piel de alabastro, y unos ojos oscuros, hechizantes, almendrados, bellísimos.

—Me preguntaba si querrías cenar conmigo. Tengo un wok en mi apartamento; podría hacerte el salteado que te prometí.

Keith miró a… a la chica, pensó. Veintisiete. Dos décadas más joven que él. Sintió un leve movimiento en su ropa interior. Era probablemente una invitación inocente. Ella sentía pena por el viejo, o quizá intentaba llevarse bien con el jefe. Sólo un salteado, quizá algo de vino, quizá…

—Sabes, Lianne —dijo Keith—, eres una mujer muy hermosa —alzó una mano—. Lo sé, se supone que no debo decir estas cosas, pero ambos estamos fuera de servicio. Eres una mujer muy hermosa.

Ella bajó los ojos. Él hizo una pausa y se mordió el labio inferior. Y un pensamiento se abrió paso en su cerebro.

No hagas daño a Rissa.

Sólo te harás daño a ti mismo.

—Pero —dijo por fin— creo que es mejor que te admire a distancia.

Ella le miró un momento a los ojos, y luego bajó la mirada.

—Rissa tiene mucha suerte —dijo Lianne.

—No —dijo Keith—, yo tengo mucha suerte. Te veré mañana, Lianne.

Ella asintió.

—Buenas noches, Keith.

Él fue a casa, se hizo un bocadillo, leyó unos capítulos de una vieja novela de Robertson Davies, y se fue a la cama temprano.

Y durmió como un leño, totalmente en paz consigo mismo.

El turno alfa del día siguiente empezó sin novedades. Rombo había llegado a la hora exacta, por supuesto; Thor entró, puso los pies sobre la consola, y empezó a dictar instrucciones al ordenador de rumbo; Lianne estaba absorta en su trabajo, informando a las pequeñas cabezas holográficas de sus ingenieros del trabajo del día. En la fila de detrás, Keith hablaba en voz baja con Rissa, que acababa de volver de Grand Central.

Pero entonces el panorama estelar se abrió y entró Jag, casi corriendo en vez de anadear.

—¡Lo tengo! —dijo, aunque, a juzgar por las ondulaciones de su pelaje, quizá «¡Eureka!» habría sido una traducción más adecuada.

Keith y Rissa se volvieron a mirar a Jag. No fue a su puesto; en vez de eso, fue hacia la parte delantera del puente, quedándose a unos dos metros de la consola de Thor.

—¿Qué tiene? —dijo Keith, resistiéndose a la broma obvia.

—¡La respuesta! —dijo Jag con excitación—. ¡La respuesta! —tomó aliento—. Tengan paciencia conmigo; esto requiere algunas explicaciones. Pero les diré una cosa antes de nada: ¡sí que importamos! Marcamos una diferencia. Dioses de las montañas, ríos, valles y llanuras, ¡marcamos una diferencia crucial! —sus ojos divergieron, uno mirando a Lianne, el segundo a Rombo, el tercero a Rissa, y el cuarto a Thor y Keith, que desde el punto de vista de Jag quedaban alineados uno detrás del otro.

»Sabemos ahora que el viaje en el tiempo del futuro al pasado es posible —dijo—. Lo hemos visto con las estrellas de cuarta generación, y con la cápsula del tiempo que construyeron Hek y Azmi. Pero consideren las implicaciones que tiene esto. Suponga que mañana a mediodía, usara una máquina del tiempo para enviarme de vuelta a hoy. ¿Qué tendríamos?

Keith dijo:

—Bueno, habría dos de usted, ¿no? El Jag de hoy y el Jag de mañana.

—Correcto. Ahora piense en esto: si tiene dos de mí, ha doblado la masa. Mi masa es de ciento veintitrés kilogramos, pero si hubieran dos de mí aquí, entonces habría doscientos cuarenta y seis kilos de masa de Jag a bordo de la nave.

—Pero yo pensaba que eso era imposible —dijo Rissa—, por la ley de conservación de masa y energía. ¿De dónde salieron los ciento veintitrés kilos extra?

Jag la miró triunfante.

—¡Del futuro! ¿No lo ve? El viaje en el tiempo es la única manera concebible de superar esa ley. Es el único modo de aumentar la masa total del sistema —su pelaje seguía ondulando—. ¿Y qué pasa con las estrellas del futuro? Cuando una llega, la masa total del universo presente aumenta. Después de todo, incluso las estrellas de cuarta generación están hechas de partículas subatómicas preexistentes recicladas. Llevarlas hacia atrás en el tiempo quiere decir que esas partículas han sido duplicadas, esencialmente, multiplicando por dos su masa total.

—Sin duda es un efecto secundario interesante —dijo Rombo—. Pero sigue sin explicar por qué las estrellas están siendo enviadas al pasado.

—Oh, sí que lo hace. La duplicación de la masa no es un efecto secundario, ¡en absoluto! De hecho, es el objetivo principal de la operación.

—¿Operación? —dijo Keith.

—¡Sí! ¡La operación para salvar al universo! Esas estrellas están siendo enviadas hacia atrás en el tiempo para aumentar la masa de todo el universo.

Keith quedó boquiabierto.

—Dios mío.

Los cuatro ojos del waldahud convergieron en Keith.

—¡Exacto! —ladró Jag—. Hemos sabido durante más de un siglo que la materia visible del universo forma menos del diez por ciento de la masa total que debe haber. El resto son neutrinos y materia oscura, como nuestros gigantescos amigos de ahí fuera. Sabemos ahora qué es toda la materia del universo, pero no sabemos cuánta más hay en total. Y el destino del universo depende de cuánta materia tenga, de si el total está por encima, por debajo, o precisamente en la llamada densidad crítica.

—¿Densidad crítica? —preguntó Rissa.

—Correcto. El universo se está expandiendo, ha estado haciéndolo desde el big bang. Pero ¿seguirá expandiéndose por siempre? Depende de la gravedad. Y cuánta gravedad haya depende, por supuesto, de cuánta masa haya. Si no hay suficiente, si la masa del universo es menor que la densidad crítica, la gravedad nunca superará a la explosión original, y el universo seguirá expandiéndose eternamente, con toda la materia que contiene separándose más y más. Todo quedará frío y vacío, con átomos individuales separados por años luz.

Rissa se estremeció.

—Y si lo contrario es cierto, si la masa del universo excede la densidad crítica, entonces la gravedad sí superará la fuerza del big bang, frenando y finalmente revirtiendo la expansión del universo. Todo se colapsará sobre sí mismo en un big crunch, hasta formar un solo bloque de materia. Si las condiciones son correctas, ese bloque podría acabar expandiéndose de nuevo en otro big bang, creando un universo nuevo y con toda probabilidad radicalmente distinto, pero todo lo que había sido parte de este universo sería destruido.

—Eso no suena mucho mejor —dijo Rissa.

—Cierto —dijo Jag—. Pero si, si el universo tiene exactamente la densidad crítica de materia, entonces, y sólo entonces, nuestro universo puede continuar en un estado viable para siempre. La expansión causada por el big bang se frenará hasta prácticamente detenerse a causa de la gravedad; la tasa de expansión se acercará asintóticamente a cero. El universo no morirá frío y vacío, ni tampoco se colapsará sobre sí mismo. En su lugar, existirá en una configuración estable durante billones y billones y billones de años. A todos los efectos, este universo será inmortal.

—¿Y qué pasa? —preguntó Rissa—. ¿Está el universo por encima, o por debajo de la densidad crítica?

—Nuestras mejores estimaciones actualmente son que la masa de todo el universo que podemos ver, más la masa de lo que no podemos ver, queda un cinco por ciento por debajo de la densidad crítica.

—Lo que quiere decir que el universo se expandirá para siempre, ¿no? —dijo Lianne.

—Exactamente. Todo continuará alejándose de todo lo demás. El cosmos morirá con toda la creación terminando una mera fracción de grado por encima del cero absoluto.

Rissa negó con la cabeza.

—Pero no tiene que ser así —dijo Jag—. No si lo consiguen.

—¿No si quién lo consigue? —preguntó Keith.

—Los seres del futuro, los descendientes de las especies de la Commonwealth. Usted mismo lo dijo, Lansing: va a ser usted inmensamente viejo, va a vivir miles de millones de años. En otras palabras, inmortal. Bien, seres verdaderamente inmortales tendrían que acabar enfrentándose a la muerte del universo; es lo único que podría en verdad terminar con sus vidas.

—¿Pero qué pasa con la entropía? —preguntó Lianne.

—Bueno, sí, la segunda ley de la termodinámica predice una muerte térmica para cualquier sistema cerrado. Pero el universo podría no estar enteramente cerrado; hay, después de todo, buenas razones teóricas para creer que nuestro universo sólo es uno entre un número infinito de ellos. Podría ser posible obtener energía de otro contínuum, o simplemente conservar energía aquí, produciendo una entropía mínima, de manera que este contínuum sea viable virtualmente para siempre. En cualquier caso, contarían con incontables trillones de años antes de tener que enfrentarse a ese problema; y con trillones de años para alcanzar una solución.

—Pero… pero… es un proyecto inconcebible —dijo Keith—. Quiero decir, si ahora estamos un cinco por ciento por debajo de la densidad crítica, ¿cuántas estrellas habría que traer de vuelta? Incluso una por cada atajo no bastaría, ¿verdad?

—No —dijo Jag—. Nuestra mejor estimación es que hay cuatro mil millones de atajos en nuestra galaxia. Asumamos que es un número típico, que han construido un atajo por cada cien estrellas, no sólo en la Vía Láctea, sino en todas las galaxias del universo. Las estrellas forman más o menos el diez por ciento de la masa del universo; el otro noventa por ciento es materia oscura. De modo que si se hiciera pasar una estrella de tamaño medio a través de cada atajo, se aumentaría la masa del universo en una milésima de su total actual. Para aumentar la masa en una vigésima parte, que es el cinco por ciento, habría que impulsar cincuenta estrellas a través de cada atajo.

—Pero… pero si uno puede viajar en el tiempo, no necesita salvar el universo —dijo Keith—. Podrías vivir diez mil millones de años, luego viajar de vuelta al principio, vivir otros diez mil millones, volver de nuevo, y así eternamente.

—Oh, desde luego, ¿y quién sabe por cuántos ciclos así habrán pasado nuestros descendientes antes de que juntaran el valor y la tecnología para afrontar este proyecto? El método de saltos temporales continuos otorga sólo una pseudoinmortalidad, es claramente inferior a conseguir hacer que el universo dure para siempre. No sólo quiere decir que ningún edificio ni estructura puede durar más de diez mil millones de años, también limita la inmortalidad a aquellos seres que posean viaje en el tiempo.

—Supongo —dijo Keith—. ¡Pero qué proyecto!

—Desde luego —dijo Jag—. Y podría ser de envergadura aún mayor de lo que parece en un principio. Dígame: ¿cómo de viejo es este universo ahora mismo?

—Quince mil millones de años —dijo Keith—. Años terrestres, quiero decir.

Jag movió sus hombros inferiores.

—De hecho, aunque es la cifra más citada, ningún astrofísico se la cree. Quince mil es un compromiso, a mitad de camino entre las edades sugeridas por dos líneas de razonamiento diferentes. El universo tiene o bien diez mil millones o bien veinte mil millones. Desde mediados de la década de 1990, el valor aceptado para la constante de Hubble, que mide la tasa de expansión del universo, ha sido de cosa de ochenta y cinco kilómetros por segundo por megaparsec. Eso significa que el universo todavía se está separando a tasa muy alta desde el big bang; significa que la gravedad ha hecho poco para frenar la expansión por el momento, y por tanto no puede ser mucho más viejo de diez mil millones de años.

»Pero estudios espectrales de estrellas de primera generación, especialmente las de los cúmulos globulares, sugieren que esas estrellas han estado en fusión durante al menos dos veces ese tiempo. Hemos asumido durante mucho tiempo que o un cálculo o el otro debían ser incorrectos. Pero quizá ninguno lo sea. Quizá lo que estamos viendo ahora sea simplemente la fase más reciente de un proyecto en varias etapas. Quizá rechacé demasiado pronto la sugerencia de Magnor de empujar cúmulos globulares a través de los atajos. Quizá esos cúmulos, cada uno de ellos con decenas de miles de estrellas, ya han sido empujados aquí desde el futuro. Es posible que originalmente este universo contuviera mucho, mucho menos del noventa y cinco por ciento de la densidad crítica de materia, y que la fase actual del proyecto sea sólo un ajuste fino.

—Pero… pero sin duda la duplicación de la masa es sólo temporal —dijo Lianne—. Para volver a su ejemplo original, si viajara usted desde mañana hasta hoy, habría dos de ustedes hoy, pero mañana uno de ellos desaparecería, de vuelta al pasado.

—Quizá —dijo Jag—, pero durante todo el intervalo entre el punto de salida en el futuro y el de llegada en el presente, la masa se ha duplicado. Y si esos dos puntos están separados diez mil millones de años, entonces se ha duplicado la masa durante muchísimo tiempo, tanto como para que sus efectos hagan frenar la expansión del universo. Con cálculos muy cuidadosos, no se necesita aumentar la masa del universo permanentemente. Sólo se necesita hacerlo durante el tiempo necesario como para que la atracción gravitatoria detenga la tasa de expansión de la explosión original. Si se hace bien, incluso sin un aumento permanente de masa, se podría tener al final un universo en el futuro lejano que estuviera perfectamente equilibrado, un universo que viviría para siempre.

Jag se detuvo a tomar aliento.

—Es el proyecto de ingeniería más ciclópeo que jamás se haya intentado —dijo—. Pero desde luego es preferible a la alternativa, que era dejar morir al universo —sonrió ampliamente a todos los miembros del personal del puente—. Nosotros lo hicimos. ¡Criaturas de materia normal, criaturas con manos! Al final… Corrección, ¡para evitar el final, el universo nos necesita!

La ceremonia, que tuvo lugar en su restaurante waldahud favorito, fue breve. La audiencia fue mucho mayor que la de su boda en Madrid, donde asistieron sólo los familiares cercanos; cualquier tipo de celebración era bienvenida a bordo de Starplex.

Thorald Magnor había sido ascendido a director en funciones para que pudiera celebrar el servicio.

—Gilbert Keith —dijo—, ¿quieres tomar de nuevo a Clarissa María como esposa, para amarla, honrarla y cuidarla, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza?

Keith se volvió a mirar a su mujer. Recordaba el día, veinte años atrás, en que habían pasado por este ritual, un día maravilloso y feliz. Había sido un buen matrimonio, estimulante intelectual, emocional y físicamente. Y ella era, en todo caso, todavía más hermosa, más intrigante hoy que entonces. Miró sus grandes ojos marrones y dijo:

—Sí, quiero.

Thor se volvió hacia ella, pero antes de que pudiera hablar, Keith estrechó la mano de su esposa y añadió en voz alta, para que todos lo oyeran:

—Todos los días de nuestras vidas.

Rissa le sonrió, radiante.

Demonios, pensó Keith, veinte años apenas arañaban la superficie…

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