XVIII

A Rissa se le contrajo la garganta cuando la Rum Runner fue lanzada lejos de Starplex.

—¿Qué ha pasado? —gritó.

Pero Morrolargo estaba demasiado ocupado para responder. Se doblaba y giraba en su tanque, luchando por controlar la nave. En sus monitores, Rissa vio la estrella verde creciendo delante de ellos, su superficie un océano encrespado de esmeralda ígneo, jade y malaquita.

Luchó contra una oleada de pánico e intentó dilucidar qué había ido mal. Era inconcebible que Keith cortara el rayo tractor, de modo que o bien Gawst había usado algún tipo de interferencia para cortar el rayo, o bien Starplex había sufrido un corte de energía. En cualquier caso habían sido lanzados lejos de la nave nodriza y casi directamente hacia la estrella. A través de la pared transparente entre su cámara llena de aire y la cámara llena de agua de Morrolargo, Rissa vio cómo el delfín arqueaba violentamente su cuerpo en lo que parecía un movimiento doloroso, y golpeaba un lado de su cabeza contra el muro opuesto, como si con ese esfuerzo adicional pudiera obligar a la nave a ir donde él quería.

Rissa miró sus monitores y su corazón se saltó un latido. Vio desaparecer a Starplex por el atajo hacia… hacia dondequiera que fuera. Las ventanas de la gran nave estaban a oscuras, confirmando que debía haber un corte de energía. Si la nave estaba realmente sin potencia, Rissa esperaba que saliera del atajo por New Beijing o Flatland, donde habría otras naves para ayudarles. Si no, podría no ser capaz de volver desde la salida de la que emergiera, y una búsqueda de todas las salidas activas no podría completarse antes de que las baterías de Starplex se agotaran, dejándola sin soporte vital.

Pero Rissa tuvo sólo unos momentos para pensar sobre el destino de su marido y sus colegas; la Rum Runner estaba aún dirigiéndose hacia la estrella verde. La ventana a proa se había oscurecido considerablemente, intentando filtrar la luz del infierno que tenían delante. Morrolargo todavía luchaba con los controles sujetos a sus aletas y cola. De repente dio una voltereta, y Rissa vio que la estrella verde desaparecía de la vista. Morrolargo estaba encarando los motores principales hacia la estrella, usándolos como freno. La nave vibró; Rissa vio a Morrolargo desactivando desconexiones de emergencia con presiones del hocico.

—¡Tiburones! —gritó Morrolargo.

Al principio Rissa pensó que era sólo un juramento para el delfín, pero luego vio a qué se refería; zarcillos de materia oscura oscurecían la mitad del cielo. Las esferas grises entre la miasma de gravilla de quarks-efecto parecían los nudos de un gato de nueve colas.

Morrolargo se dobló hacia la derecha y la nave le siguió. Pero pronto una oscuridad mucho mejor definida les bloqueó la vista.

—Nave de Gawst —dijo Morrolargo.

—Maldición —dijo Rissa.

Tomó de nuevo los controles del láser geológico. No iba a disparar si él no lo hacía, pero…

Puntos rubíes en el casco de Gawst. Rissa colocó los pulgares sobre los gatillos gemelos del láser.

Morrolargo debió ver lo que hacía.

—Propulsores ACS —dijo—. No láseres. Él, también, intenta alejarse de darmats.

La vista de la ventana cambió de nuevo cuando Morrolargo alteró el rumbo de la Rum Runner. La estrella verde detrás, nave enemiga a babor, darmats a estribor y acercándose desde arriba y desde abajo. Sólo había un rumbo posible. Morrolargo pulsó controles con el hocico.

—¡Al atajo! —gritó con su aguda voz.

Rissa pulsó teclas, y uno de sus monitores mostró el mapa del hiperespacio, el remolino de taquiones visibles alrededor del punto de salida.

—Más maniobrables somos que Starplex —dijo Morrolargo—. Una salida podemos escoger.

Rissa pensó durante medio segundo.

—¿Puedes saber dónde han ido Keith y los demás?

—No. Atajo gira; puedo imitar su ángulo de aproximación, pero no tiempo para saber si eso significará que salimos por el mismo sitio.

—Entonces… Entonces ve a New Beijing —dijo Rissa—. Starplex acabará yendo allí para las reparaciones, si puede.

Morrolargo se agitó en el tanque, y la Rum Runner trazó un arco hacia arriba y luego hacia abajo, acercándose al atajo por arriba y por detrás.

—Inserción en segundos cinco —dijo.

Rissa contuvo el aliento. No se veía nada en sus monitores. Nada en absoluto.

Un destello púrpura.

Un firmamento distinto.

Una enorme nave negra.

Una nave estelar disparando sobre una flotilla de naves de las Naciones Unidas.

Cuatro, ¡no, cinco!, pecios dando vueltas en la noche, rodeados por nubes de atmósfera expulsada.

Todo estaba bañando en una luz sangrienta proveniente de la enana roja que acababa de emerger del atajo local.

Las palabras se formaron de golpe ante los ojos de Rissa, como el título de un capítulo en un futuro libro de texto…

La derrota de Tau Ceti.

Fuerzas waldahud atacando la colonia terrestre, apoderándose del único atajo que daba servicio al espacio humano, un gigantesco crucero de combate dando cuenta rápidamente de las pequeñas naves diplomáticas que atracaban normalmente aquí…

Un gigantesco crucero de combate que tenía todas sus pantallas de fuerza hacia delante, protegiéndolo del fuego de las naves de la ONU…

Un gigantesco crucero de combate al que la Rum Runner se acercaba por detrás.

Rissa nunca había matado antes, nunca había causado heridas deliberadamente, nunca…

La derrota de Tau Ceti.

Movió los mandos que apuntaban el láser, y apretó los gatillos.

PHANTOM no estaba allí para crear una animación del rayo, y la nave waldahudin estaba demasiado lejos para que pudiera ver el punto rojo moviéndose por su casco…

Atravesando los tanques de combustible de los propulsores…

Desgarrándolos…

Prendiendo el combustible…

Y luego…

Una bola de luz, como una supernova…

La ventana de proa oscureciéndose completamente…

Morrolargo arqueando la espalda, llevando la Rum Runner lejos de la creciente esfera de restos.

Rissa apartó las manos de los gatillos. La ventana se aclaró de nuevo. Estaba temblando de pies a cabeza. ¿Cuántos waldahudin habría en una nave de ese tamaño? ¿Cien? ¿Mil? Si planeaban seguir hacia el sistema Sol y atacar la Tierra, Marte y Luna, quizá hasta diez mil soldados…

Todos muertos.

Muertos.

Había otras naves waldahudin en el área, pero eran cazas monoplaza. La gran nave negra debía haber sido su nave nodriza.

Rissa dejó escapar ruidosamente el aliento.

—Actuaste bien —dijo Morrolargo suavemente—. Hiciste lo que debías.

Ella no respondió.

Las naves de la ONU estaban girando bruscamente (New Beijing era una colonia de humanos y delfines) y convergiendo para atacar los pequeños cazas waldahud. La Rum Runner tembló ligeramente al pasar a través de la nube de atmósfera expulsada del destruido crucero.

La consola de Rissa sonó. Miró el reluciente indicador rojo, como una gota de sangre, pero no se movió. Morrolargo la miró durante un momento, y luego activó el control equivalente de su tanque. Una voz de mujer surgió por los altavoces.

—Aquí Liv Amundsen, comandante de las fuerzas policiales de la Naciones Unidas en Tau Ceti, a nave auxiliar de Starplex —Rissa miró sus monitores. La nave de Amundsen estaba todavía a tres minutos-luz; no había razón para intentar una conversación a tiempo real—. Hemos identificado la señal de su transpondedor. Gracias por su oportuna llegada. Tenemos muchas bajas, más de doscientos muertos, pero han salvado New Beijing. Quien sea que vaya en esa nave pueden apostar a que les darán una medalla. Cierro.

Una medalla, pensó Rissa. Jesucristo, dan medallas.

—¿Rissa? —dijo Morrolargo—. ¿Quieres que…?

Rissa negó con la cabeza.

—No. No, yo lo haré —pulsó una tecla—. Aquí la doctora Clarissa Cervantes a bordo de la Rum Runner; voy con un piloto delfín llamado Morrolargo. Starplex también ha sido atacada por fuerzas waldahud; pasó por la red de atajos con destino desconocido, pero podría necesitar un dique seco de emergencia. ¿Pueden conseguirlo?

Miró moverse las estrellas mientras esperaba que su señal alcanzara la nave de Amundsen y que la respuesta les llegara. Las fuerzas waldahud fueron rechazadas en Tau Ceti, decía el libro de texto en su mente. ¿Pero cuál era el siguiente capítulo? Doscientos de la Tierra o sus colonias murieron… Los delfines no creían en la venganza, pero ¿la exigirían los humanos? ¿Sería ésta la única escaramuza, o habría una guerra total?

—Negativo, doctora Cervantes —dijo al fin la voz de Amundsen—. Nuestros diques fueron lo primero en ser destruido por los waldahudin —por supuesto, pensó Rissa. Es Pearl Harbor otra vez—. Sugerimos que Starplex lo intente en los muelles de Flatland, aunque deberá tener cuidado al atravesar el atajo hacia allí. Recuerden, una subgigante de clase G emergió recientemente por ese atajo. Sin embargo, podemos ofrecer servicios de reparación para una nave pequeña como la suya.

Rissa miró sus monitores. La batalla no había terminado del todo. Naves policiales estaban todavía enzarzadas con algunas naves waldahud, aunque algunos de los invasores parecían haberse rendido, expulsando sus cápsulas de motores.

—Más combustible necesitamos —dijo Morrolargo a Rissa—. Y motores deben poder enfriarse; los forcé demasiado.

—De acuerdo —dijo Rissa al micrófono—. Vamos a entrar.

Asintió a Morrolargo y éste giró en su tanque, moviendo la nave. El corazón de Rissa todavía latía con fuerza. Cerró los ojos, e intentó no pensar en lo que había hecho.

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