XV

Keith entraba raras veces en cualquiera de las áreas Ibesas de la nave. La gravedad allí era 1,41 veces la de la Tierra (y 1,72 veces la gravedad estándar de la nave); Keith se sentía como si pesara 115 kilogramos, en vez de sus normales 82. Podía aguantarlo durante cortos períodos de tiempo, pero no era agradable.

Los pasillos aquí eran mucho más anchos que en cualquier otro lado a bordo de Starplex, y las áreas entre los puentes eran más gruesas, lo que hacía que los techos fueran más bajos. Keith no tenía que agacharse, pero se encontró haciéndolo de todos modos. El aire era seco y cálido.

Keith entró en la habitación que buscaba, marcada en la puerta con una matriz de luces amarillas formando un rectángulo con un pequeño círculo a cada extremo de la base. Keith nunca había visto un tren con ruedas, excepto en un museo, pero el pictograma se parecía efectivamente a un vagón.

Keith habló al aire.

—Dile que estoy aquí, por favor, PHANTOM.

PHANTOM trinó, y un momento más tarde, presumiblemente tras haber recibido permiso de Vagón, la puerta se abrió.

Los alojamientos ib eran extraños para los estándares humanos. Al principio parecían lujosamente grandes; la habitación en la que Keith acababa de entrar medía ocho por diez metros. Pero entonces uno se daba cuenta de que eran del mismo tamaño que los otros apartamentos de la nave, sólo que no estaban divididos en áreas para dormir, bañarse y descansar. No había sillas ni sofás, por supuesto. Tampoco había moqueta; el piso estaba cubierto de goma dura. En su mundo natal, en épocas preindustriales, los ibs levantaban montículos de tierra de la anchura justa del espacio entre sus ruedas, de modo que el marco y los otros componentes pudieran apoyarse cuando las ruedas se separaban temporalmente del cuerpo. Vagón tenía el equivalente de uno de esos montículos en una esquina de su habitación, pero ése era todo su mobiliario.

A Keith el arte de las paredes le resultaba extraño y desconcertante: imágenes en forma de cacahuete que consistían en múltiples vistas del mismo objeto, a menudo distorsionadas, desde diferentes ángulos, superpuestas unas sobre otras. No podía distinguir qué mostraban las del muro opuesto, pero le sorprendió darse cuenta de que las más cercanas a él eran estudios de bebés humanos y waldahud gravemente prematuros, con miembros romos y extrañas cabezas translúcidas. Vagón era bióloga, después de todo, y la vida alienígena debía resultarle fascinante, pero la elección de tema era inquietante como poco.

Vagón rodó hacia Keith desde el otro extremo de la habitación. Ponía muy nervioso ver acercarse a un ib desde una cierta distancia. Les gustaba acelerar y detenerse con una sacudida apenas a uno o dos metros. Keith nunca había oído hablar de que le hubieran pasado por encima a un humano, pero siempre temía ser el primero.

Las luces del ib destellaron.

—Doctor Lansing —dijo—. Un placer inesperado. Por favor, por favor, no tengo asiento que ofrecerle, pero sé que la gravedad es demasiado grande. Siéntase libre de reposar en mi montículo de descanso —una cuerda se sacudió en dirección al artefacto en forma de cuña en un lado de la habitación.

Keith pensó primero en rechazar la oferta, pero, maldición, era desagradable estar de pie en esta gravedad. Fue hacia el montículo y se sentó en él.

—Gracias —dijo. No sabía cómo empezar, pero sabía que ofendería al ib si perdía tiempo en ir al grano—. Rissa me pidió que viniera a verla. Dice que va usted a descorporeizarse pronto.

—Querida, dulce Rissa —dijo Vagón—. Su preocupación es conmovedora.

Keith miró en torno a la habitación, pensando.

—Quiero que sepa —dijo al fin— que no tiene que llevar a cabo la descorporeización, al menos no mientras siga a bordo de Starplex. Todo el personal a bordo de esta nave es considerado personal de embajada de facto; puedo intentar conseguirle inmunidad —miró al ser; deseó que tuviera cara, que tuviera ojos normales, ojos que pudiera intentar leer—. Su servicio ha sido ejemplar; no hay razón por la que no pueda seguir sirviendo a bordo de Starplex durante el resto de su vida natural.

—Es usted amable, doctor Lansing. Muy amable. Pero debo ser sincera conmigo misma. Entienda que aunque no he mencionado a nadie mi inminente descorporeización, me he estado preparando mental y físicamente para ello desde hace siglos. He organizado los eventos de mi vida de modo que concluyan ahora; no sabría qué hacer con los cincuenta años adicionales.

—Podría seguir con su investigación. ¿Quién sabe? Con otro medio siglo de trabajo en el problema de la senescencia, podría resolverlo. Quizá nunca tuviera que morir.

—¿Una eternidad de vergüenza, doctor Lansing? ¿Una eternidad de culpa? No, gracias. Estoy irrevocablemente decidida al curso de acción que he indicado.

Keith guardó silencio durante un momento, pensando. Argumentos y contraargumentos pasaron por su cabeza; nuevas ideas, nuevas aproximaciones. Pero las descartó todas. No era asunto suyo, ni era su lugar. Finalmente, asintió.

—¿Hay algo que pueda hacer para que le resulte más fácil? ¿Necesita equipo o instalaciones especiales?

—Hay una ceremonia. Normalmente la mayoría de ibs no asistirían; hacerlo querría decir que el culpable les haría perder todavía más tiempo. Imagino que sólo mis amigos ibs más íntimos vendrán. De modo que, en este caso, no necesito nada especial. Pero, ya que se ofrece, solicitaría, de ser posible, que se me permitiera usar uno de los hangares, y que una vez la ceremonia haya tenido lugar, mis componentes sean expulsados al espacio.

—Si eso es lo que desea, por supuesto tiene mi permiso.

—Gracias, doctor Lansing. Muchísimas gracias.

Keith asintió, y salió al cálido pasillo, volviendo a las condiciones CAGE del eje central. Normalmente, cuando salía de un área Ibesa a la gravedad más ligera del resto de la nave, se sentía leve, ligero como una pluma.

Esta vez no.

—¡Pulso de taquiones! —anunció Rombo desde la estación de OpEx—. Algo está saliendo por el atajo. Un objeto pequeño, de cosa de un metro de diámetro.

Probablemente un watson, pensó Keith.

—Echémosle un vistazo, Rombo.

Parte del holograma esférico quedó separado por un borde azul, y dentro del marco apareció una vista telescópica del objeto que había aparecido por el atajo.

—¡Bienvenido a casa! —dijo Thor Magnor con una amplia sonrisa.

—Que alguien traiga aquí a Hek y a Shanu Azmi —dijo Keith.

—Voy —dijo Lianne, y al cabo de un momento—: Ya vienen.

El campo estelar de babor se dividió y el especialista waldahud en comunicación alienígena anadeó hasta el puente. Casi a la vez, se abrió la puerta tras la galería de observadores, y entró Shahinshah Azmi. Llevaba zapatillas de tenis y una raqueta. Keith hizo un gesto hacia la imagen ampliada.

—Miren quién ha vuelto a casa —dijo.

Los cuatro ojos de Hek se abrieron mucho.

—¡Es… es maravilloso!

—Rombo —dijo Keith—, busque cualquier cosa sospechosa. Si está limpia, use un rayo tractor para llevarla al hangar seis.

—Escaneando… No hay problemas obvios. Lanzando el rayo tractor.

—Una vez a bordo, manténgalo aislado en un campo de fuerza.

—Así lo haré, respetuosamente.

—Ojalá hubiera llegado la semana pasada —dijo Azmi.

—¿Por qué? —preguntó Rissa.

—Nos hubiera ahorrado el trabajo de construirla.

Rissa rió.

—Shanu, Hek, ¿vamos al hangar seis? —dijo Keith.

—Quisiera echar un vistazo yo también —dijo Rissa.

Keith sonrió.

—Por supuesto.

Los cuatro fueron al hangar. Allí se dispusieron tras una pantalla de fuerza, Hek unos dos metros a la derecha de Keith, Azmi justo detrás, y Rissa a la izquierda de su marido, tan cerca que sus codos se tocaban ligeramente. Una serie de rayos invisibles maniobraron el cubo hasta depositarlo en el hangar. Una vez allí, se creó una burbuja de fuerza a su alrededor, y la puerta espacial se cerró. Esperaron hasta que el hangar quedó presurizado y fueron a ver el cubo.

Había soportado bien los eones. Su superficie parecía haber sido frotada a conciencia con un estropajo de metal, pero todas las marcas grabadas que mostraban las preguntas seguían siendo legibles. Rombo había hecho maniobrar el cubo de tal manera que la cara con la respuesta era la cara sobre la que descansaba el cubo.

—PHANTOM —dijo Keith—, dale un cuarto de vuelta al cubo para que la cara inferior quede visible.

Los rayos tractores manipularon la cápsula del tiempo. En el espacio que había quedado en blanco para la respuesta, destacaban símbolos negros sobre un fondo blanco que había sido fusionado de algún modo a la superficie del cubo.

—Dioses —dijo Hek.

Rissa quedó boquiabierta.

Keith se quedó muy quieto.

En la parte superior del espacio para la respuesta había una serie de números arábigos:

10-646-397-281

Y bajo ellos, en inglés, se leía: «Enviar las estrellas es necesario, y no una amenaza. Nos beneficiará a todos. No tengan miedo». Debajo del todo, en letras algo más pequeñas, se leía: «Keith Lansing».

—No me lo creo —dijo Keith.

—Hey, mirad esto —ladró Hek, acercándose—. Así no es cómo se hace esa letra, ¿verdad?

Keith miró. La cerifa de la u minúscula estaba a la izquierda de la letra en vez de a la derecha.

—Y la tilde de la a está al revés —dijo Keith.

—¿Y qué es esa serie de números arriba? —preguntó Rissa.

—Parece un número de ciudadano —dijo Keith.

—No, una expresión matemática —dijo Keith—. Es… Es… ¿Ordenador Central?

—Menos mil trescientos catorce —dijo la voz de PHANTOM.

—No, no es eso —dijo Rissa, negando despacio con la cabeza—. Cuando los humanos escriben una carta, ahí es donde ponen la fecha.

—¿Entonces cuál es el formato? —preguntó Hek—. ¿Hora, luego día, luego mes, luego año? Así no sale. ¿Y al revés? El décimo año, el día seiscientos cuarenta y seis. Así tampoco tiene sentido, ya que sólo hay cuatrocientos días o por ahí en el año terrano.

—No —dijo Rissa—. No, no es eso. Es el año; todo es el año. Diez mil seiscientos cuarenta y seis millones trescientos noventa y siete mil doscientos ochenta y uno.

—¿El año? —dijo Hek.

—El año —dijo Rissa—. El año de la Tierra. Anno Domini… Después del nacimiento de Cristo, un profeta.

—Pero he visto muchos números humanos antes —dijo Hek—. Sí, ustedes separan los números por grupos de mil; mi gente lo hace en grupos de diez mil. Pero pensé que usaban… ¿cómo llaman a esos círculos pequeñitos?

—Puntos —dijo Rissa—. Usamos puntos, y a veces comas —parecía tener problemas para mantener el equilibrio; fue hacia el muro del hangar y se apoyó en él—. Pero… imaginen un tiempo tan lejano en el futuro que el inglés ya no se usa, una época en que han pasado millones, o miles de millones de años, desde que —señaló a Keith—… Desde que alguien ha usado el inglés. Podrían no recordar la convención para escribir números grandes, o cómo escribir una tilde, o dónde va el rabito de la u.

—Tiene que ser una falsificación —dijo Keith, moviendo la cabeza.

—Si lo es, es perfecta —dijo Azmi, pasando un escáner manual—. Construimos el cubo con algunos elementos radiactivos de vida media muy larga. El cubo tiene ahora diez mil millones de años terrestres, más menos novecientos millones. La única forma de falsificar este tipo de datación sería manufacturar un cubo falso usando la proporción correcta de isótopos para dar esa edad aparente. Pero incluso el detalle más pequeño de éste concuerda con el original, excepto por la degradación radiactiva y la abrasión en la superficie.

—Pero firmar con mi nombre —dijo Keith—. ¿Eso no es claramente un error?

—Quizá de algún modo su nombre haya quedado asociado a Starplex —dijo Hek—. Es usted su primer director, después de todo, y, francamente, nosotros los waldahudin siempre pensamos que se llevaba usted demasiado crédito. Quizá no era una firma. Quizá fuera la dirección, o la salutación, o…

—No —dijo Rissa, abriendo mucho los ojos. Su voz temblaba de excitación—. No, el mensaje es tuyo.

—Pero… Pero eso es una locura —dijo Keith—. No hay manera de que esté vivo dentro de diez mil millones de años.

—A menos que sea un efecto relativista —dijo Hek—, o quizá animación suspendida.

—O… —dijo Rissa, con la voz todavía temblando.

Keith la miró.

—¿Sí?

Ella salió corriendo del hangar.

—¿Adónde va? —ladró Hek.

—A buscar a Vagón —gritó ella—. Quiero decirle que nuestros experimentos de prolongación de vida van a tener éxito más allá de nuestros sueños más desquiciados.

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