SIR HUGH BELLENUS HIZO UNA PROFUNDA REVERENCIA QUE dejó ver que de su pelo color fuego, que había comenzado el día recogido en una complicada trenza, escapaban mechas chamuscadas sobresaliendo de entre sus restos. Cuando se levantó pude ver que el frente de su túnica y otras dos capas de ropa interior habían sido arruinadas exponiendo la pálida piel áurea de debajo. La ropa se había estropeado y chamuscado, pero su cuerpo había permanecido intacto.
– Sir Hugh hizo frente a Taranis al final. Recibió la peor parte del golpe destinado a Abeloec -dijo Frost.
– ¿Qué debo decir a esto? -Pregunté, y mi voz permaneció completamente normal. Su misma normalidad era casi espantosa. En mi cabeza, en mis pensamientos oía una voz tenue que me decía a mí misma… ¿Cómo puedo sonar tan tranquila? ¿Por el entrenamiento? ¿Por la sorpresa?
– Si Sir Hugh no fuera uno de los sidhe mayores, podrías agradecerle el haberse arriesgado para salvar a nuestros guerreros -dijo Frost.
Alcé la vista al hombre alto que estaba a mi lado. Miré fijamente esos ojos grises y encontré que reflejaban un árbol desnudo en un paisaje invernal, como una bola diminuta de nieve atrapada en sus ojos. Sólo su propia magia o la ansiedad llenarían sus ojos con una imagen así. Antes siempre me había mareado al mirar fijamente a los ojos de Frost cuando se llenaban de ese otro lugar. Hoy, parecía fresco y calmado. Hoy, él tenía la fuerza helada del invierno en sus ojos. Un frío que le protegía e impedía que sus emociones se lo comieran vivo. En aquel momento entendí parte de lo que le había permitido sobrevivir a los “insignificantes” tormentos de la reina. Él había abrazado la frialdad que tenía dentro.
Toqué su brazo, y el mundo se hizo un poco más estable. Había algo moviéndose en el paisaje de sus ojos; algo blanco, y con cuernos. Pude vislumbrar un ciervo blanco antes de que Frost se inclinara para besarme. Fue un beso casto, pero ese roce suave me dejó saber que él entendía lo que me costaba la tranquilidad. Aquel beso me dejó saber que Frost entendía lo que Doyle significaba para mí, y lo que él significaba para mí y qué no.
Me volví hacia el espejo con la mano de Frost en la mía.
Sir Hugh dijo…
– Vi una visión a la luz del sol, un ciervo blanco. Caminaba como un fantasma justo detrás vuestro.
– ¿Cuánto hace que viste esa visión? -preguntó Frost.
Hugh parpadeó volviendo sus ojos oscuros hacia mí, pero había chispas y remolinos anaranjados en esa oscuridad, como cenizas de un fuego largo tiempo alimentado.
– Hace mucho tiempo.
– No pareces sorprendido por tu visión, Sir Hugh -le dije.
– Hay cisnes en el lago cerca de la Colina Luminosa. Cisnes con cadenas de oro alrededor de sus cuellos. Volaron por primera vez encima de nosotros la noche de vuestra batalla con la jauría salvaje.
La voz de Rhys llegó casualmente por detrás de nosotros.
– Ten cuidado con lo que dices, Hugh. Hay abogados presentes. -Rhys vino a pararse a mi otro lado, pero no hizo movimiento alguno para tomar mi otra mano.
– Sí, nuestro rey ha elegido el momento más deplorable para mostrar esa faceta de sí mismo.
– Momento deplorable -repetí, y no traté de ocultar el sarcasmo de mi voz-. Son palabras suaves para lo que acaba de pasar.
– No puedo permitirme cualquier otra cosa excepto palabras suaves, Princesa -dijo Hugh.
– Este insulto hacia nosotros no puede permanecer sin respuesta -dije, con voz todavía calma.
– Si yo estuviera hablando con la Reina del Aire y la Oscuridad, me preocuparía ante la posibilidad de una guerra, o quizás de un desafío personal entre monarcas. Pero he oído decir que la Princesa Meredith NicEssus es una criatura más templada que su tía, o incluso que su tío.
– ¿Una criatura más templada? -dije.
– Mujer más templada, entonces -dijo Hugh, e hizo otra profunda reverencia-. No había ningún insulto en mi elección de palabras, Princesa. Te pido que no lo tomes como una ofensa.
– Haré todo lo posible por no tomármelo como una ofensa, excepto cuando sea ésa su intención -le dije.
Hugh se incorporó, su atractivo rostro con su pequeña y bien cuidada barba y bigote, luchando por no parecer preocupado. Hugh había sido el Dios del fuego una vez, y no era una criatura templada. Muchas de las deidades elementales parecieron incorporar a sus caracteres algunos de los aspectos de sus elementos. Yo lo había visto íntimamente con Mistral, una vez el Dios de las tormentas.
– Y yo -dijo Hugh- procuraré no ofender.
La voz de Nelson llegó hasta nosotros.
– ¿Cómo puede usted estar tan tranquila? ¿No vio lo que pasó? Sacaron a sus amantes en camillas. -Su voz contenía un asomo de histeria que prometía empeorar.
Oí voces masculinas calmantes, pero no intenté entender las palabras. Mientras ellos la mantuviesen tranquila y lejos de mí, no me iba a preocupar. Ya no habría cargos contra mis hombres por el supuesto ataque a Lady Caitrin. Porque si bien los Luminosos eran implacables y jugaban duro, nosotros los podríamos machacar por lo que Taranis acababa de hacer. Y teníamos a parte de los mejores abogados del país como nuestros testigos. Si Doyle y Abe no hubieran resultado heridos, habría sido encantador.
Las distantes puertas se abrieron, y entró más personal de urgencias. La policía estaba aquí. No tenía ni la menor idea del porqué habían tardado tanto. Pero quizás mi percepción del tiempo había sido afectada. El shock puede hacer eso. Ni siquiera me serviría mirar un reloj porque no había mirado la hora antes. Por lo que yo sabía, habían pasado sólo unos minutos. Me habían parecido muy largos.
– ¿Cómo debemos tratar este incidente, Sir Hugh? -Pregunté.
– No hay modo alguno de silenciarlo -contestó él-. Demasiada gente lo sabe. Y más lo averiguarán cuando tus hombres lleguen al hospital. Éste será el mayor escándalo que la Corte Luminosa ha tenido que soportar en este país.
– Su rey negará haberlo hecho -dije-. Él intentará culparnos de alguna manera.
– Él no ha intentado su mejor versión humana de la verdad desde que ayudaste a liberar la magia salvaje, princesa Meredith.
– ¿Qué quiere decir eso exactamente, Sir Hugh? -Pregunté.
– Es lo más que me atrevo a expresar de mi opinión sobre mi rey. Quiere decir que cuando liberaste la magia salvaje, ésta despertó algunas… -él pareció buscar una palabra-… ciertas cosas. Cosas que no se toman bien a los perjuros, u otras cosas. -Frunció el ceño como si ni siquiera él fuera feliz con lo que acababa de decir.
– Los perjuros y los mentirosos temen a la jauría salvaje -dijo Frost.
– Yo no he dicho eso -dijo Hugh.
– No he oído este tira y afloja verbal de un noble Luminoso desde hace mucho tiempo -dijo Rhys.
Hugh se rió de él.
– Hace mucho tiempo que no has estado en la Corte.
– ¿Sabías lo que estaba haciendo Taranis? -Pregunté.
– Teníamos sospechas de que el rey no era él mismo.
– Tan cortés -dije-. Tan suave.
– Pero exacto -dijo Hugh.
– ¿Qué ha pasado para que seas tan cauteloso, Señor del Fuego? -preguntó Rhys.
– Pienso que ésta es una conversación para una audiencia más privada, Caballero Blanco.
– No puedo discutir eso -dijo Rhys.
Yo comenzaba a tener la sensación de que Rhys y Hugh se conocían el uno al otro mejor de lo que yo había creído.
– ¿Qué hacemos sobre lo que ha pasado aquí y ahora? -Pregunté.
– Soy sólo un humilde señor sidhe -dijo Hugh-. No hay sangre de la línea real corriendo por mis venas.
– ¿Y qué quieres decir con eso? -Pregunté.
– Quiero decir que los humanos no son los únicos que tienen leyes. -Hugh me miró fijamente con sus ojos negros y naranjas. Parecía tratar de decirme algo sin decirlo en voz alta.
– Un Luminoso nunca optaría por eso.
– ¿Optar por qué?-Pregunté, mirando de uno al otro.
– El rey perdió la paciencia con una de las sirvientas -dijo Hugh-. Un enorme perro verde apareció entre él y el objeto de su cólera.
– Un Cu Sith -dije.
– Sí, un Cu Sith, después de todos estos largos años, el perro verde de las hadas está entre nosotros de nuevo, y protege a aquellos que necesitan protección. Él no permitiría que el rey golpeara a una sirvienta. Ella parecía más aterrorizada al pensar que él la culparía por el perro, pero el rey perdió su cólera ante el gran perro.
Recordé al perro de la noche de la jauría salvaje. La noche cuando la magia salvaje había estado en todas partes. Los enormes perros negros habían aparecido, y cuando algunos los tocaron, se transformaron en otros perros. Perros de leyenda, y un Cu Sith había salido corriendo en la noche hacia la Corte de la Luz.
– Yo estaría interesada en ver a quién pertenece la mano de aquél a quien el Cu Sith llamaría señor, o señora -dije.
– Si invocamos esta ley -dijo Rhys-, significará la guerra civil en tu propia corte, Hugh.
– Quizás éste es el momento adecuado para una pequeña resistencia pasiva -dijo Hugh.
– ¿Qué ley? -Pregunté.
Rhys se giró hacia mí.
– Si el monarca es incapaz de gobernar, la nobleza de la Corte puede declararlo, a él o a ella, incompetente. Pueden obligarle a renunciar. Andais abolió la regla en su corte, pero Taranis nunca se molestó. Confiaba demasiado en que su corte lo amaba.
– Entonces, ¿qué me estás diciendo? -pregunté yo-. ¿Qué Hugh fuerza una votación entre la nobleza y ellos eligen a un nuevo rey? -Esto tenía sus posibilidades, según a quien ellos eligieran.
– No exactamente, Merry -dijo Rhys.
– ¿Ella es siempre tan humilde? -preguntó Hugh.
– A menudo -dijo Rhys.
– ¿Qué? -Pregunté.
Frost dijo…
– La nobleza de la Corte de la Luz nunca la aceptará.
– Tú no sabes lo que ha estado pasando aquí desde que ella desató la magia. Creo que el voto puede estar a su favor.
– El voto… estar a mi favor. -Finalmente me di cuenta-. Oh, no, no puedes decirlo en serio.
– Sí, Princesa Meredith, si estás de acuerdo en aceptar, procuraré convertirte en nuestra reina.
Sólo me lo quedé mirando. Después de intentar concentrar toda mi agudeza, todo mi entrenamiento adquirido en la Corte, y todo lo que pude lograr decir fue…
– ¿Con cuánta seguridad puedes decir que esto funcionará?
– Estoy lo bastante seguro como para hablar de ello.
– Eso significa muy seguro -dijo Rhys.
– No creo que los luminosos me acepten como su reina, Hugh. Pero sé que antes de que tal cosa siga adelante debemos hablar con nuestra reina.
– Habla con Andais si debes hacerlo, pero a pesar de que eres de los Oscuros, has devuelto la vieja magia al exterior de la colina. En su interior, estamos todavía muertos, moribundos, pero nuestros espías nos dicen que tu sithen renace y vive. Incluso el sithen de los sluagh está vivo una vez más. El rey Sholto se jacta de tu magia, Princesa.
– El rey Sholto de los sluagh es un hombre amable.
Hugh se rió, un sonido abrupto, sorprendido.
– Amable. ¿El rey de los sluagh? La pesadilla de todas las hadas, y tú lo llamas amable.
– Yo lo encuentro así -dije.
Hugh asintió.
– Bondad. Esa no es una emoción que hayamos tenido en esta Corte durante años. A mí por mi parte me gustaría ver más de ella.
– Lo entiendo -dijo Rhys.
Hugh miró hacia un lado del espejo, donde no podíamos ver.
– Debo irme. Habla con tu reina, pero cuando el resto de la nobleza sepa lo que Taranis le hizo a Lady Caitrin, y que otros nobles le ayudaron, el voto estará en su contra.
– ¿Consiguió Taranis que la dama aceptara acostarse con él, o la hechizó a ella, también? -preguntó Rhys.
– Él usó sus ilusiones para conseguir que tres de nuestros nobles se vieran como tres de vosotros. Pero él los hizo monstruosos, con bultos y espinas y…-Hugh tembló-… Su cuerpo estaba completamente roto. En estos momentos, y aún contando con nuestros sanadores, ella todavía está confinada en su cama-. Él me miró-. Si necesitas a nuestros sanadores para tus hombres, sólo pídelos y serán tuyos.
– Los pediremos si los necesitamos -le dije, y luché contra el impulso de darle las gracias porque Hugh era lo bastante viejo como para ofenderse por ello.
– ¿Qué esperaba ganar el rey con tanta maldad? -preguntó Frost.
– No estamos seguros -dijo Hugh-, pero podemos demostrar que él lo hizo, y mintió sobre ello, y que los nobles implicados mintieron también. Ha sido un abuso de la magia que no tiene casi ningún precedente entre nosotros.
– ¿Y puedes demostrarlo? -preguntó Rhys.
– Podemos-. Él apartó la vista hacia un lado otra vez. Volvió a enfrentarse a nosotros, pero había una mirada de preocupación en su cara-. Debo irme. Habla con tu reina. Prepárate. -Gesticuló, y de repente nos encontramos mirando nuestros propios reflejos.
– Esto huele a intriga de la corte -dijo Frost.
Miré a Rhys y mi propio reflejo asintió solemnemente en el espejo. Ninguno de nosotros pareció muy feliz.
Veducci apareció detrás de nosotros.
– Le han dado noticias asombrosas, Princesa Meredith. ¿Por qué no parece usted más feliz?
Le contesté a su reflejo en vez de girarme.
– Mi experiencia me dice que por lo general las intrigas de la corte terminan mal. Durante toda mi vida la corte luminosa me ha tratado peor que la corte oscura. No creo que una magia recién adquirida me haga reina de una gente que me desprecia. Si por algún milagro sucede lo que Sir Hugh ha declarado, entonces tendré dos juegos de asesinos con los que tratar en vez de uno. -Tan pronto como lo dije, supe que no debería de haberlo dicho. Mi única excusa era el shock total por el que acababa de pasar.
Rhys habló rápidamente.
– Asumo que los cargos en contra de mis amigos y de mí han sido retirados.
Veducci se dio la vuelta.
– Si lo que Sir Hugh acaba de decir es verdadero, entonces sí, pero hasta que la misma Lady Caitrin retire los cargos, estos no desaparecerán.
– ¿Incluso después de lo que Hugh dijo? -preguntó Frost.
– Como usted indicó, las intrigas de la corte pueden llegar a ser muy feas. La gente miente.
– Los sidhe no mienten -dije.
Veducci me miró fijamente.
– ¿Han habido otras tentativas de asesinato contra su vida además de la que ocurrió en el aeropuerto, donde la dispararon?
– Ella no puede contestar a eso sin hablar con la Reina Andais -dijo Rhys, rodeándome los hombros con su brazo. Frost no dejó mi mano, por lo que quedé de pie presionada por ambos. No podía decir si el gesto de Rhys pretendía confortarme a mí o a él. Éste había sido uno de aquellos días en los que todos necesitábamos un abrazo.
– Usted entiende que eso realmente es una respuesta, ¿no? -preguntó Veducci.
– ¿Y qué clase de abogado es aquél que sabe llevar justo las hierbas apropiadas en su bolsillo para neutralizar tal hechizo? -pregunté en respuesta.
– No sé a lo que se refiere -dijo él con una sonrisa.
– Mentiroso -le susurré, porque oí pasos detrás de nosotros.
Biggs y Shelby estaban allí. La chaqueta del traje de Biggs había desaparecido. La manga de su camisa estaba arremangada, y llevaba una venda en su brazo.
– Pienso que las acciones que ha llevado a cabo hoy el Rey Taranis ponen en serias dudas sus acusaciones contra mis clientes.
– No podemos afirmarlo sin hablar antes con… -Shelby se detuvo, se aclaró la garganta, y lo intentó otra vez-… volveremos-. Se reunió con su ayudante y se fue hacia la puerta.
– La agradable joven que arregló mi brazo dice que tengo irme con ellos al hospital -dijo Biggs-. Mi ayudante les llevará a un cuarto donde podrán descansar y recuperar fuerzas antes de que tengan que marchar.
– Gracias, Sr. Biggs -dije-. Siento que la hospitalidad de las hadas no estuviese a la altura de sus estándares habituales.
Él se rió.
– Esa es la forma más cortés que he oído alguna vez para pedir disculpas por un tan jodido lío -dijo, alzando un poco su brazo herido. -Fue penoso para mí, y para sus hombres, pero si su tío, el rey, hubiera tenido que elegir un momento para que se le “fundieran los cables”, ése no fue un mal momento. Seguramente perjudicó su caso y nos ayudó a nosotros.
– Supongo que es una manera de mirarlo -dije.
Rhys me abrazó, presionando su mejilla contra mi pelo.
– Anímate, dulzura, ganamos.
– No, los Luminosos llegaron al rescate y nos salvaron el culo -dije.
La auxiliar médico vino para tocar el hombro de Biggs.
– Estamos listos para irnos.
Nelson estaba sujeta a una camilla y parecía inconsciente. Cortez estaba a su lado, pareciendo más enojado que preocupado.
– ¿ La Sra. Nelson sufrió quemaduras, también? -Pregunté.
Biggs abrió la boca para contestar, pero el asistente médico lo hizo ir con ellos. Veducci me contestó…
– Ella parece sufrir una reacción adversa al hechizo que el rey le lanzó.
La mirada que él me dirigió reflejaba un conocimiento total. Él conocía la magia. Quizás no fuera un practicante titulado, pero eso no significaba nada. Mucha gente que tenía capacidad psíquica decidía no usarla como profesión.
– Una mirada como ésa solía provocar una pregunta -dijo Rhys.
– ¿Qué pregunta sería esa? -preguntó Veducci.
– ¿Con qué ojo puede usted verme?-dijo Rhys.
Me tensé a su lado, porque yo sabía cómo solía terminar siempre esta historia.
Veducci sonrió abiertamente.
– La respuesta que se supone que se da es ninguno.
– La verdad es que es con ambos ojos -dijo Frost, y su voz era demasiado solemne para ser agradable.
La sonrisa de Veducci pareció desvanecerse algo.
– Ninguno de ustedes trata de esconder lo que es. Todos pueden verles.
– Anímese, Veducci -dijo Rhys-. Los días en que solíamos sacar los ojos a alguien por ver a la pequeña gente han pasado hace mucho. Los sidhe nunca estuvieron de acuerdo con eso. Si alguien podía vernos, el peligro más grande que podía correr procedente de los sidhe era el secuestro. Siempre estuvimos intrigados con la gente que podía ver a los fantasiosos. -La voz de Rhys era ligera y burlona, pero había un rastro de seriedad en ella que hizo que Veducci pareciera cauteloso.
¿Me estaba perdiendo parte de esta conversación? Tal vez. ¿Me preocupaba? Un poco. Pero ya me preocuparía más tarde, después de que fuese al hospital y pudiese ver a Doyle y Abe.
– Usted puede ser todo lo misterioso que quiera más tarde -le dije. -Ahora quiero ir a ver a Doyle y Abe.
Veducci metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y me ofreció algo.
– Pensé que usted podría quererlas.
Eran las gafas de sol de Doyle. Un lado estaba derretido, como si alguna mano gigantesca y caliente las hubiese aplastado como cera derretida. Mi estómago pareció hundirse hasta mis pies, y luego regresar hasta mi garganta. Durante un segundo pensé que vomitaría, para luego pensar que podría desmayarme. Yo no había visto la cara de Doyle debajo de las vendas. ¿Cómo sería de grave?
– ¿Necesita sentarse, Princesa? -preguntó Veducci solícitamente. Él realmente se movió para cogerme del brazo como si yo no estuviese de pie ya entre dos fuertes brazos.
Frost se movió de modo que el abogado no pudiera tocarme.
– La tenemos.
Veducci dio un paso atrás.
– Ya lo veo. -Hizo una pequeña reverencia y volvió con los guardias de seguridad que estaban hablando con la policía.
Un oficial uniformado nos esperaba.
– Tengo que hacerles algunas preguntas -nos dijo.
– ¿Puede usted hacerlas de camino al hospital? Tengo que ver a mis hombres.
Él vaciló.
– ¿Necesita usted que la llevemos al hospital, Princesa Meredith?
Eché un vistazo al reloj detrás del escritorio. Habíamos sido traídos aquí por el conductor de Maeve Reed en su limusina. Él había planeado hacer algunos encargos para la Sra. Reed y luego volver para recogernos en aproximadamente tres horas, o al menos llamar para preguntarnos. Sorprendentemente, aún no habían pasado tres horas.
– Un paseo sería encantador. Gracias, oficial -le dije.