CAPÍTULO 18

LA ROPA Y LAS ARMAS DE RHYS TERMINARON EN UN MONTÓN al lado de la cama. Desnudo, era tan asombroso como siempre. Había guardias que tenían cinturas más esbeltas, u hombros más amplios, pero nadie tenía los músculos tan esculpidos en estómago, pecho, brazos, y piernas como Rhys. Todo él era suave, duro y fuerte.

La cama no habría sido lo bastante grande para mí y dos de entre la mayoría de los otros hombres, pero Kitto y Rhys ocupaban menos espacio que la mayoría. Había espacio para nosotros tres.

Yacía entre los músculos pesados y suaves de los dos, y me sentía tan bien. La sensación me hizo cerrar los ojos y simplemente concentrarme en sentir sus cuerpos contra el mío. Necesitaba esto, ser consolada por las personas que me querían, ser apoyada, y no tener que preocuparme. ¿Se habría dado cuenta Doyle de que yo estaba ahí, tensa, escuchando sus gemidos de dolor, y no descansando realmente? Quizás.

Sólo ahora, con Rhys y Kitto rozándome con sus manos, dejando un beso en un hombro, luego en el otro, comprendí que hoy no se trataba de sexo. Tenía que ver con el necesitar ser consolado, necesitar sentirse cuidado por otro. ¿Era tan débil que necesitaba esto, aún cuando el hombre que decía amar estaba herido? ¿Estaría realmente contenta con el contacto de un sólo hombre, no importa quién fuera?

No amaba menos a Doyle aunque estuviera acostada entre dos hombres, pero ellos me daban algo que él no podía. Me daban un consuelo sin problemas. No amaba a ninguno de ellos de esa manera. Los amaba, pero… pero sus lágrimas no hacían trizas mi corazón. Sus penas me afligían pero no sangraba cuando ellos sangraban. El amor te hace débil y fuerte. Había sido en ese momento antes, cuando había pensado que mi Oscuridad ya no estaría nunca más. Había sido como la pérdida de una parte de mí misma. Me había congelado, me había hecho perder el Norte. Y eso era peligroso. ¿Pero no me había pasado lo mismo cuando Galen casi había sido asesinado en el sithen? Sí, me había sucedido. Había amado Galen desde que era una niña. Una parte de mí siempre le amaría. Pero ése era el amor de una niña, y yo ya no era una niña.

– No prestas atención -dijo Rhys.

Parpadeé hacia donde él estaba recostado a mi lado. Debí parecer sorprendida, porque se rió.

– Tu cuerpo disfrutaba siendo acariciado, pero tu mente estaba a cientos de kilómetros de esta cama. -El humor murió, dejando su rostro un poco triste-. ¿Ha pasado ya? ¿Doyle y Frost ya te han acaparado totalmente?

Me llevó un momento entender lo que él quería decir.

– No, no es eso.

– Ella piensa en la política y el poder -dijo Kitto desde donde su cabeza estaba enterrada en mi cadera y muslo.

Rhys miró al otro hombre.

– ¿En medio de las caricias ella piensa en política? Oh, eso es peor todavía.

– Ella a menudo me toca y piensa al mismo tiempo. Parece despejar su mente.

Rhys me miró desde donde estaba apoyado sobre su codo.

– ¿Todas estas caricias simplemente te despejan?

Eso era un insulto por no haber estado prestando atención.

– Disfrutaba de ello, Rhys, francamente. Pero mi mente corre a mil kilómetros por hora. Al parecer no puedo dejarla quieta. -Miré a Kitto-. ¿Realmente sólo te uso para despejar mi mente?

– No puedo ser un rey para ti, ambos lo sabemos. Estoy feliz de tener un lugar en tu vida, Merry. Trabajo para ti, y hago tareas que la mayor parte de tus nobles señores creen que son demasiado bajas para ellos. Puedo ser tu asistente personal, y nadie más podría hacer eso para ti.

– Ahora contamos con varias mujeres sidhe -dijo Rhys-. Si Merry quiere más damas de compañía, puede tenerlas.

– No confiamos en ellas para dejarlas a solas con nuestra princesa después de sólo unas pocas semanas alejadas del servicio de Cel -dijo Kitto.

La cara de Rhys se oscureció.

– No, no lo hacemos. No todavía.

– Adoro que nadie pueda hacer esas cosas por Merry, salvo yo -dijo Kitto.

Acaricié sus rizos.

– ¿Realmente? -pregunté.

Él me sonrió y eso llenó sus ojos de algo más que sólo felicidad. Él tenía un lugar en mi vida. Pertenecía a algo. No es sólo la felicidad lo que buscamos. Buscamos algún lugar a donde pertenecer. Algunos pocos afortunados lo encontramos en la infancia en nuestras propias familias. Pero la mayor parte de nosotros pasamos nuestras vidas adultas buscando ese lugar, persona o colectivo que nos permita sentir que somos importantes, que importamos, y que sin nosotros algo no se haría o no sería posible. Tenemos que sentir que somos irremplazables.

– No tocas a nadie más aparte de a mí para despejar tu mente. Vienes a mi cuarto cuando tienes que esconderte de las demandas que los demás te exigen. Vienes a mí cuando quieres pensar. Me tocas, te toco. A veces hay sexo, pero a menudo sólo hay consuelo. -Él acurrucó su mejilla contra mi muslo-. Nadie me ha sostenido alguna vez para darme comodidad antes. Encuentro que me gusta, muchísimo.

Pensé en todo lo que él acababa de decir y no pude discutirlo.

– Creí que te escondías en el cuarto de Kitto porque era el único que no tenía espejo -dijo Rhys.

– Eso también -le dije.

– Ella no viene sólo a mi cuarto. Ella se acerca a mí cuando estoy sentado bajo su escritorio. Ella me ve siempre a sus pies como algo con quien contar cuando está allí, para tocar y ser tocado.

– ¿Los perros se te han unido alguna vez bajo el escritorio? -preguntó Rhys.

– Los perros no parece que se acerquen al escritorio cuando Kitto está debajo. -Lo miré, mis dedos jugando con su pelo-. ¿Les haces algo a los perros?

– Mi lugar está a tus pies, Merry. Ellos no pueden ocupar mi lugar.

– Ellos son perros, Kitto, no importa cuán especiales y mágicos sean. Son perros. Tú no lo eres.

Él sonrió, un poco tristemente.

– Pero los perros colman muchas de las necesidades que lleno para ti. Te he visto acariciarlos, los he visto calmarte.

– ¿Estás más celoso de los perros que del resto de nosotros? -preguntó Rhys.

– Sí -dijo Kitto.

Me hizo sentir triste, el hecho de que pensara que era tan poco importante para mí.

– Kitto, tú eres importante para mí. Tu contacto no se parece a las caricias de los perros.

Él movió su rostro para que yo no pudiera ver sus ojos. Los escondió besando mi muslo, porque no quería que yo viera su expresión.

– Eres mi princesa.

Yo había aprendido que la frase “Eres mi princesa” significaba varias cosas. Que estaba siendo obstinada, y me equivocaba, pero que ya que él no podía cambiar de opinión, dejaría de intentarlo. También podía significar que había pensado en algo espantoso y no quería compartirlo. O que yo había hecho algo para herir sus sentimientos, pero sentía que no tenía derecho a quejarse.

Tanto en una frase tan pequeña.

– Los trasgos no cuidan a los perros. Nunca tienen -dijo Rhys.

Lo miré.

– Pero los perros del mundo de las hadas son preciosos para todas las hadas.

– Los trasgos solían comérselos.

Miré a Kitto, quien todavía no mostraba su cara. Besó mi muslo un poco más abajo, lo que significaba que Rhys probablemente tenía razón.

– Si cualquiera de los perros desaparece, no seré feliz.

Ves -dijo Kitto-. Ellos son lo bastante importantes para ti como para amenazarme a causa de ellos.

– Son nuestras mascotas y un regalo de la Diosa y la magia salvaje.

– Sé lo que significan para todos vosotros, pero no es por mí por quien deberías preocuparte. Holly y Ash probablemente estarán demasiado ocupados para preocuparse por un poco de carne fresca, pero traen a los Gorras Rojas para protegerlos. Los Gorras Rojas deambularán mientras tienes sexo con los hermanos. Y a los Gorras Rojas les gusta su carne fresca y sus colas meneándose.

– Mierda -dijo Rhys-. Yo sabía eso, pero han pasado tantos años desde que he tenido cualquier trato con los Gorras Rojas que lo olvidé.

– ¿Ellos no ayudaron a torturarte? -pregunté, antes de poder contener el pensamiento.

– No. Recordaron que una vez fui Cromm Cruach, y que les regalé mucha sangre para jugar. Todavía sienten que me deben algo a cambio de ese momento.

– Debió haber sido un buen baño de sangre para que sientan que te deben algo después de tantos siglos -le dije.

Fue el turno de Rhys de mirar a lo lejos para que yo no pudiera ver su expresión.

– Una de las traducciones de mi nombre era “garra roja”. Era un nombre fiel.

Entendí que con “nombre fiel” quería decir lo exacta que era la descripción. Lo miré fijamente, tan pálido y hermoso a mi lado. Su cara infantilmente hermosa con esa plena y acariciable boca. Las cicatrices eran lo único que te impedía ver más allá de esa máscara de juventud y humor. Sin ellas que te recordaran los serios trances por los que había pasado este hombre sin edad, podrías confundirlo con alguien informal. Alguien a quien despedir. Él, ciertamente, había jugado ese papel durante años en la corte.

Tracé el borde del área llena de cicatrices. En un tiempo pasado, se habría apartado, pero ahora sabía que para mí las cicatrices eran sólo otra textura en su cuerpo, sólo más cosas que tocar y besar.

Él me sonrió, y su rostro se volvió aún más hermoso, de esa forma repentina en que el rostro de un amante puede brillar para ti.

No con magia, sino simplemente por el placer derivado de algo que has dicho o hecho.

– ¿Qué? -pregunté con voz suave.

– En todos los largos años desde que me arrancaron el ojo, eres la única persona que me ha tocado así.

Fruncí el ceño hacia él, y puse mi mano contra su cara, el borde de la cicatriz justo bajo mi mano.

– ¿Así cómo?

Él me miró, como si yo supiera exactamente cómo.

– Somos sidhe de la Corte de la Oscuridad. Las cosas que otros consideran imperfecciones son señales de belleza entre nosotros -le dije.

– Sólo si no eres sidhe -dijo Rhys-. Estar realmente marcado y ser sidhe es un recordatorio vivo de que tu belleza perfecta puede ser estropeada para siempre. Soy el fantasma en el espejo, Merry. Les recuerdo que sólo somos mortales con unas vidas más largas, pero no realmente inmortales.

– Yo también -dije.

Él me sonrió otra vez, presionando su rostro con más fuerza contra mi mano.

– Ése es uno de los motivos por los que siempre pensé que haríamos una buena pareja.

Le miré con el ceño fruncido.

– ¿Qué?

– No hagas como que no lo recuerdas, tuvimos una cita cuando tenías dieciséis años.

– Lo recuerdo. -Dejé mi mano caer sobre la sábana-. Recuerdo que trataste de persuadirme para que tuviera sexo contigo, lo que habría conseguido que ambos fuéramos ejecutados.

– Realmente no aspiraba a la cópula. Solamente quería ver qué impresión de tu familia te llevabas después.

Yo fruncí el ceño más fuerte.

– ¿Qué significa eso?

Él sonrió, suavemente esta vez.

– Dependiendo de cómo respondieras a mis acercamientos… -dijo alzando las cejas al decir la última palabra, haciéndome reír-… yo decidiría si me acercaba o no a tu padre.

Yo tenía una noción de a dónde iba esto.

– ¿Le preguntaste a mi padre si podías ser mi novio?

– Le pedí que me tuviera en consideración.

– Ninguno de los dos me dijo nada.

– Parecía claro desde el principio de todo esto que yo no era un favorito para tu corazón. Amabas a Galen más que a mí ya desde que tenías dieciséis años. Entonces tu padre te entregó a Griffin, y si hubieras quedado embarazada eso habría sido todo.

Mi cara se ensombreció con la mención de mi ex-novio. Él me había rechazado años después. Dicho de otra forma, yo era demasiado humana, no lo bastante sidhe para él. Lo que él no había comprendido era que una vez que me dejara, Andais lo obligaría de nuevo al celibato como el resto de la guardia. Él trató de unirse a mi pequeño harén y lo rechacé. La única razón por la que quería unirse a nosotros era para tener sexo con alguien, con cualquiera. Él no me amaba. Y yo lo sabía.

Lo que yo no había esperado era que vendiera fotos bastante íntimas de nosotros dos a los periódicos sensacionalistas. Yo lo había amado una vez. En cambio, no estaba segura de que él me hubiera amado alguna vez. Había vendido las fotos y había huido del mundo de las hadas. Según lo que yo sabía el largo brazo del mundo feérico nunca lo había atrapado. Según lo que yo sabía. No lo había preguntado. Lo había amado una vez. No quería saber cómo había muerto, o que me presentaran su cabeza en una cesta. La tía Andais era capaz de ambas cosas, o incluso de alguna peor.

Rhys tocó mi mejilla, me hizo alzar la vista hacia él.

– No debería haber mencionado su nombre.

– Lo siento, pero no había pensado en él durante mucho tiempo.

– Hasta que yo lo traje de vuelta -dijo Rhys.

Kitto se movió minuciosamente a mi otro lado. Hasta ese momento él había estando tan quieto que casi había olvidado que estaba allí. Era muy bueno en esto, porque estar desnudo en una cama conmigo y con Rhys, y todavía ser capaz de pasar casi desapercibido… yo comenzaba a preguntarme si acaso era una clase de magia. Si lo era, entonces no era sidhe. Los trasgos serpiente eran usados sobre todo como exploradores, espiando la configuración del terreno. Tal vez todos ellos poseían un talento natural para pasar desapercibidos si lo deseaban.

Lo miré, pero no le pregunté en voz alta si podía hacer magia. Kitto no creería que podía hacer magia ni aunque así fuera. Él creía que no tenía poderes, y eso era todo.

– Quizás debería dejaros solos -dijo él.

– Éste es tu cuarto y tu cama -dijo Rhys.

– Sí, pero lo compartiré con mi amigo, aunque no esté incluido.

Rhys extendió la mano más allá de mí y acarició el hombro del otro hombre.

– Es una oferta generosa, Kitto, pero creo que no habrá sexo esta tarde.

– ¿Qué? -pregunté.

Él me sonrió.

– Tu mente está ocupada por todo lo que ha pasado hoy, tal como la mente de una reina debería estarlo. Eso hace a una buena gobernante, pero mal sexo.

Comencé a protestar, pero él levantó mi barbilla con su mano.

– Está bien, Merry. Tal vez lo que necesitamos ahora mismo es abrazarnos el uno al otro. Tal vez se trata de proximidad.

– Rhys…

Su mano se movió de modo que cubrió mi boca, ligeramente, con su mano.

– Está bien, realmente.

Besé la palma de su mano, luego la alejé de mi boca.

– Ahora entiendo por qué no Galen. Él es un desastre político. Pero tú, tú eres un buen político.

– Gracias por el elogio.

– ¿Y por qué? -pregunté.

– ¿Por qué no me eligió tu padre? -preguntó.

Asentí con la cabeza.

Kitto salió de la cama.

– Éste es un asunto sidhe.

– Quédate -dijo Rhys.

Kitto vaciló.

– El príncipe Essus me dijo que había bastante muerte en su vida. Él quería que te unieras con alguien cuya magia tuviera que ver con la vida.

– La magia de Griffin versaba sobre la belleza y el sexo.

– Tu padre creía que ese tipo de poder era lo que faltaba para provocar la aparición de tu magia. -Rhys jugó con las puntas de mi pelo-. Tenía razón.

– Si fueras trasgo -dijo Kitto-, la belleza y el sexo serían inútiles. Eso te condenaría a ser un esclavo de alguien más fuerte y más capaz de luchar. Tus poderes, Rhys, serían valorados por encima de tales cosas suaves.

– Essus quería algo más suave para su hija -dijo Rhys.

– Él nunca habría elegido a Doyle, ¿verdad? -pregunté.

– Nunca se le habría ocurrido que la Oscuridad de la reina podría ser separada alguna vez de su lado. Pero no, creo que si yo ya era demasiado duro para su hija, desde luego Doyle lo habría sido también.

– No había pensado antes en quién mi padre podría haber elegido para mí de entre mis guardias.

– ¿No? -preguntó.

– No.

Kitto había recogido sus vaqueros del suelo donde los había dejado caer.

– Os dejaré para que podáis hablar.

– Quédate -dijo Rhys-. Ayúdame a entender por qué Merry viene a ti cuando quiere relajarse. No soy el deseo más ferviente de su corazón. Ni siquiera soy el que hace que su corazón lata más rápido por un simple roce. También necesito encontrar un lugar en su vida. Ayúdame enseñándome a cómo ser algo más en su vida.

– No te enseñaré mi lugar, porque me sustituirías.

– Nunca podré conformarme con exigirle tan poco a Merry como tú. No tengo, ni tu personalidad, ni tu paciencia. Pero puedes enseñarme a presionarla menos, de modo que ella pueda volverse hacia mí en busca de algo.

– Oh, Rhys -dije.

Él sacudió la cabeza, haciendo que todo su cabello blanco y rizado se deslizara alrededor de sus hombros.

– Me gustas. Siempre me gustaste. Disfrutas del sexo conmigo, pero no ardes por mí. Extrañamente, ardes por cosas más frías que mis poderes.

– Soy una sidhe de la Oscuridad.

– También eres sidhe de la Luz.

– En parte sí, pero también soy humana en parte, y en parte brownie. Pero si me empujas a elegir, soy sidhe de la oscuridad.

Él sonrió, una triste sonrisa.

– Lo sé.

– Andais me acusó de rehacer la corte de la Oscuridad a semejanza de la Corte de la Luz. No lo hago a propósito.

– ¿Recuerdas lo que te dije sobre cuando tenías dieciséis años? ¿Que yo quería ver a qué lado de tu familia te acercarías después? -preguntó Rhys.

– Sí.

– Quería que te acercaras al lado luminoso de tu familia.

– Mi abuelo es un bastardo abusivo. Mi tío está loco. Mi madre es una advenediza fría y envidiosa. ¿Por qué querrías eso en tu vida?

– No me refiero a sus personalidades, y no me refería a esos parientes que recuerdas. Recuerda, conocí a tus antepasados antes de que se perdieran en las grandes guerras en Europa. Conocí a algunas mujeres de la línea de tu madre. Eran diosas de la fertilidad, el amor, y la lujuria. Eran un grupito cálido, Merry, de esa forma sencilla y terrenal.

– Entonces qué, ¿te preguntabas si yo me parecería a mi bis-bis-bisabuela?

– Tías -dijo Rhys-, y una bisabuela o dos. Me las recordabas. El pelo, los ojos. Las vi en ti.

– Nadie más lo hizo -le dije.

– Nadie más miraba.

Me elevé y le di un beso. El beso creció hasta que yo sentí su cuerpo ponerse duro otra vez, donde toda la conversación lo había vuelto suave. Se separó de mis labios con un sonido que era casi de dolor.

– No puedo seguir siendo un caballero si sigues besándome así.

– Entonces no seas un caballero, sé mi amante.

Kitto terminó de abrocharse los vaqueros.

– Os dejaré para que hagáis lo que los sidhe hacéis mejor, además de la magia. Eres mi amigo, Rhys, te creo cuando dices eso, pero no te sientes cómodo si estoy en la cama contigo y la princesa.

Rhys comenzó a protestar. Fue mi turno de poner mis dedos sobre sus labios.

– Él tiene razón.

Él movió mi mano.

– Lo sé. Demonios, lo sé. Pensé que si podía tener sexo contigo y con Kitto, podría protegerte esta noche con los trasgos, pero no puedo.

– Has recorrido un largo camino en el tema de los trasgos, Rhys. Es bueno.

– ¿Quién te protegerá esta noche si Doyle está herido y mi sensibilidad está demasiado a flor de piel?

– No lo sé -dije-, y en este preciso momento no me importa. Hazme el amor, Rhys, ahora, sólo tú. Quédate conmigo, ayúdame a calmar mis pensamientos. -Me elevé y lo besé otra vez y lo atraje hacia abajo con brazos, manos e impaciencia.

No oí la puerta cerrarse silenciosamente detrás de Kitto, pero cuando abrí los ojos, estábamos solos.

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