CAPÍTULO 20

MIENTRAS MAEVE REED ESTABA EN EUROPA INTENTANDO mantenerse fuera del alcance de Taranis, nos había concedido el uso pleno de su casa. Nos dijo que era un pequeño precio a pagar por haberle salvado la vida y por ayudarla a quedarse embarazada antes de que su marido humano muriese de cáncer. De modo que, por una vez, las buenas acciones habían sido recompensadas. Teníamos una mansión en Holmby Hills, con casa independiente para los invitados, piscina cubierta, y una casita más pequeña cerca de la puerta para el jardinero-conserje.

Yo todavía dormía en el dormitorio principal de la casa de huéspedes, pero ahora éramos bastantes para llenar los dormitorios de ambas casas. Los hombres tuvieron que compartir algunos dormitorios.

Kitto había conseguido un cuarto para él solo porque la habitación era demasiado pequeña para compartirla con alguien de mayor tamaño que Rhys o yo misma. Lo cual significaba nadie.

Habíamos planeado usar el comedor de la casa principal para el encuentro inicial con los trasgos. Éste era un cuarto enorme que había comenzado su vida como sala de baile. Así que era luminoso, bien ventilado y lleno de mármol. Parecía digno de un cuento de hadas humano. La corte luminosa lo habría aprobado, pero ya que Maeve había sido desterrada de allí, tal vez el comedor-sala de baile sólo era para ella una estancia más de la casa.

La mayor parte de mis guardaespaldas parecían encontrarse como en casa bajo el resplandor de las rutilantes arañas de cristal que brillaban encima de nosotros. Los guardias que Ash y Holly habían traído no parecían encontrarse en casa en absoluto.

Los Gorras Rojas se erguían sobre todos los demás en el cuarto. Dos metros quince de trasgo eran mucho trasgo. Pero eso era ser bajo para un Gorra Roja. La mayoría estaban cerca de los tres metros y medio. La altura media era de dos metros y medio a tres. Sus pieles eran de matices que iban del amarillo, al gris, y al verde enfermizo. Yo sabía que los trasgos traían Gorras Rojas como guardias. Kurag, el Rey Trasgo, era del parecer que si nos enviaba a Ash y Holly sin guardias y algo les pasara, sería visto como un complot entre él y yo para librarnos de los hermanos. Dado que la única forma posible de que fuera derrocado como rey y ellos ascendieran al trono sería si él muriera a manos de los hermanos, sus muertes serían muy convenientes para él.

¿Entonces, por qué me los ofrecía para hacerlos aún más poderosos? Porque Kurag sabía cómo se terminaría su monarquía, cómo terminaban todos los reyes trasgo. Quería asegurarse de que su gente era fuerte incluso después de muerto. No se ofendía con los hermanos por su ambición. Él sólo quería mantener su poder un poco más.

Si los gemelos murieran a nuestras manos, incluso aunque fuera por accidente, sin haber trasgos a su alrededor, podría ser malinterpretado. Si los trasgos pensaran que Kurag había hecho matar a los hermanos, su vida estaría acabada. Todos los desafíos entre los trasgos eran desafíos personales. Había trasgos que eran asesinos como una actividad complementaria, pero nunca aceptaban "encargos" donde la víctima era otro trasgo. Matarían a un sidhe, o a la pequeña gente o duendes menores, pero nunca a otro trasgo.

La única excepción era si el trasgo fuera uno de los "mantenidos” como había sido el caso de Kitto. Si tú tuvieras un problema con uno de ellos, sus "amos" combatirían contigo. Porque entre ellos ser lo que Kitto era, equivalía a admitir no ser lo suficiente guerrero como para pertenecer a la gran cultura trasgo.

Me senté en una silla grande que había sido dispuesta como una especie de trono temporal. La mesa grande había sido movida hacia atrás contra la pared, junto con la mayor parte de las sillas. Frost estaba a mi espalda. Doyle estaba todavía encerrado en su dormitorio con los perros negros. Taranis casi había matado a mi Oscuridad. Si hubiéramos estado dentro del sithen apropiado, ya podría estar curado. Ninguna de nuestras magias era lo suficientemente fuerte aquí. Éste era uno de los motivos por los que la mayoría temía el exilio, porque nunca eras tan poderoso fuera del mundo feérico.

– Les hemos traído dentro, así los periodistas humanos no podrán difundirlo en la prensa -dijo Frost con una voz tan fría como su nombre-. Pero opino que la prensa no es motivo suficiente para haberles permitido atravesar nuestras defensas con tal ejército a sus espaldas.

Yo realmente no podía discutir con él, pero estaba extrañamente despreocupada. De hecho, me sentía mejor de lo que me había sentido en horas.

– Ya está hecho, Frost -le dije.

– ¿Por qué no estás más preocupada por todo esto? -preguntó él.

– No lo sé -le contesté.

– Si no fueran trasgos, diría que te han hechizado -dijo Rhys.

Ash y Holly estaban impresionados por todo el espectáculo, lo cual los situaba aparte de los otros trasgos y los hacía bastante más sidhe.

– Saludos, Ash y Holly, guerreros trasgos. Saludos también a los Gorras Rojas de la corte trasgo. ¿Quién manda aquí?

– Nosotros -dijo Ash, mientras él y su hermano caminaban hasta situarse ante mi silla. Llevaban puesta la ropa de corte que habían llevado anteriormente, Ash en verde para hacer juego con sus ojos, Holly en rojo para hacer juego con los suyos. La ropa era de satén, y a la moda si estuviéramos entre el 1500 y el 1600.

Su corto pelo amarillo rozó sus oídos cuando se inclinaron. Habían comenzado a dejarse crecer el pelo, aunque no había pasado el tiempo suficiente como para meterlos en problemas con la reina. El pelo les tendría que rozar el cuello para esto.

– Os habéis dejado crecer el pelo durante el mes que no os he visto -les dije.

Ellos cambiaron una mirada, entonces Ash dijo…

– Lo hacemos en previsión de que tu magia haga renacer en nosotros poderes de nuestro lado sidhe.

– Es mucha confianza por tu parte -dije.

– Tenemos confianza en tus poderes, Princesa -dijo Ash.

Miré a Holly. No había ninguna confianza en sus ojos, sólo impaciencia. Él conseguiría acostarse conmigo esta noche; todo lo demás era sólo un pretexto. Holly me dejaría entrever lo que sentían realmente los hermanos. Ash era casi tan bueno en los juegos cortesanos como un señor sidhe. No confiaba en ninguno de ellos, pero Ash podía mentir con sus ojos y con su cara; Holly no podía. Era bueno saberlo.

Miré hacia los Gorras Rojas. A algunos los conocía de la lucha que había tenido lugar semanas atrás. Me habían apoyado a mí, no a los hermanos, o a Kurag, su rey. Los Gorras Rojas me habían obedecido más allá de lo que el tratado requería. En ese momento yo no había examinado aquella extraña obediencia, tan diferente de la actitud usual de los Gorras Rojas hacia los sidhe o las mujeres, porque no estaba segura de cómo se lo tomaría Kurag. No quise dar la impresión de que estaba tratando de seducir, ni aunque fuera políticamente, a los guerreros más poderosos de la raza de los trasgos para ponerlos a mi servicio.

Kurag quería desesperadamente dar fin al tratado que tenía conmigo. Temía que la guerra civil estallara entre los sidhe oscuros, o entre ambas cortes. No quería formar parte de las próximas batallas, incluso aunque el tratado lo ligara a mí. Yo no le daría una excusa para dejarme de lado. Lo necesitábamos demasiado. Así que no había profundizado demasiado en los motivos que tenían los Gorras Rojas para ser tan leales a mí.

Ahora estaban erguidos frente a mí, más de ellos de los que yo había visto alguna vez en un mismo lugar a la vez. Parecían una pared viva de carne y músculo. Todos ellos llevaban puestos pequeños gorros redondos. La mayoría estaban cubiertos de sangre seca de modo que parecía que la lana de sus ropas era de colores marrones y negros. Pero aproximadamente a un tercio de ellos les caía sangre desde sus gorras, goteando sobre su cara y manchándoles los hombros y la pechera de su ropa.

En un tiempo lejano, ser un líder de guerra entre ellos quería decir que tenías que ser capaz de conseguir que la sangre de tu gorra permaneciera fresca. La alternativa era matar a un enemigo lo bastante a menudo como para mantener tu sombrero rojo. Este pequeño hábito cultural los había convertido en los guerreros más sanguinarios del mundo feérico.

Sólo había encontrado un Gorra Roja capaz de mantener su gorro empapado en sangre fresca: Jonty. Él estaba de pie entre ellos, en el frente cerca del centro. Medía unos tres metros, tenía la piel gris, y el color de su mirada era el color de la sangre fresca. Todos los Gorras Rojas tenían ojos rojos, pero había diferentes matices de rojo, y los de Jonty eran tan brillantes como su gorra.

Cuando yo lo conocí, su piel me había recordado el color gris del polvo, pero ahora su piel no parecía seca o áspera. De hecho parecía como si usara una buena y potente crema hidratante y se la hubiera aplicado en toda la piel que estaba al alcance de mi vista. Y ya que los trasgos no iban a balnearios, no entendía el cambio de tono de su piel.

También había otros cambios. Su gorro sangraba vertiendo espesos arroyuelos de sangre de forma que toda la parte superior de su cuerpo estaba empapado. La sangre chorreaba por su ropa, y había goteado desde las puntas de sus gruesos dedos mientras él estaba de pie, dejando un delicado dibujo de sangre sobre el suelo de mármol.

– Jonty, es bueno verte otra vez. -Lo quise decir. Él nos había salvado. Había obligado a los gemelos a unirse a nuestra lucha. Los Gorras Rojas le habían seguido a él, no a Ash y a Holly.

– Y a ti, Princesa Meredith -dijo él con esa voz, tan grave que sonaba como el retumbar de una avalancha de piedras.

– ¿Deberíamos haber saludado a Asesino Frost y a Rhys? -Preguntó Ash-. No estoy completamente seguro de las reglas del protocolo sidhe.

– Puedes saludarlos o no. Yo saludo a Jonty porque él estuvo en pie a mi lado en la batalla. Saludo a Jonty y sus Gorras Rojas porque ellos me ayudaron a mí y a los míos. Saludo a los Gorras Rojas como aliados verdaderos.

– Los trasgos son tus aliados -dijo Ash.

– Los trasgos son mis aliados porque Kurag no puede evadirse de nuestro trato. Tú habrías dejado a mis hombres morir esa noche en la oscuridad.

– ¿Vas a echarte atrás en tu trato para acostarte con nosotros, Princesa? -preguntó Ash.

– No, pero ver a Jonty y sus hombres me lo han hecho recordar, eso es todo. -Realmente, yo estaba enojada. Ash y Holly habían hecho lo que todos los trasgos, y la mayor parte de los sidhe. Ésa no era su lucha, y ellos no habían querido morir defendiendo a unos guerreros sidhe que no habrían dado nada por ellos. Yo no debería culparlos, pero lo hacía de todas formas.

Jonty me había recogido en sus enormes brazos y había atravesado la noche invernal hacia la lucha. Donde él iba, los otros Gorras Rojas le seguían. Y donde los Gorras Rojas fueron, los otros trasgos tuvieron que ir. Evitar la lucha los habría marcado como más débiles y más cobardes que los Gorras Rojas. Yo sabía que había un punto de orgullo, pero Kitto había explicado que era más que eso. Habría dejado las puertas abiertas a que los trasgos fueran desafiados en combate personal por los Gorras Rojas que luchaban a mi lado. Ningún trasgo habría enfrentado con gusto tal desafío.

Yo sabía lo que les debía a Jonty y a sus hombres, pero no por qué lo habían hecho. ¿Por qué lo habían arriesgado todo por mí? Si yo pudiera discurrir una forma de preguntarlo sin insultar a Ash y Holly, o incluso a Kurag, su rey, yo lo habría preguntado. Pero la cultura de los trasgos era un laberinto para el cual yo no tenía aún un mapa. No me dejaba ningún margen para preguntar por qué a un guerrero. ¿Por qué fuiste valiente? Porque yo era un trasgo. ¿Por qué me ayudaste? Porque ningún trasgo se da la vuelta ante una buena lucha. No era del todo cierto, pero era un saber popular, y decir otra cosa nos llevaría a preguntar sobre la falta de entusiasmo de Ash y Holly.

Frost tocó mi hombro, sólo un roce ligero. Si Doyle hubiera estado allí, me habría avisado antes. A Frost no le gustaba el motivo por el que los trasgos estaban aquí esta noche. No le gustaba que yo estuviese con ellos, pero sabía que los necesitábamos como aliados.

Rhys habló suavemente…

– Merry…

Alcé la vista hacia él, asustada.

– ¿Me he perdido algo?

– Sí. -dijo haciendo señas con su mirada hacia los gemelos.

Me giré hacia ellos.

– Lo siento tanto, pero han sucedido tantas cosas hoy, que me doy cuenta que la preocupación anula mi sentido del deber.

– Entonces la Oscuridad todavía está demasiado herida para estar a tu lado -dijo Ash.

– Él no estará aquí esta noche. Te lo dije antes.

– ¿Quieren Rhys y Asesino Frost ser tus guardias esta noche? -preguntó Holly.

– No.

Rhys no podría hacerlo. Y a Frost yo no se lo habría ordenado. No podría esconder sus sentimientos lo bastante bien. Temí que insultara a Holly con una mirada o un sonido esta noche. Para un trasgo encontrarse en pleno apogeo sexual podía parecerse mucho a estar en medio de la lujuria de sangre en la batalla. No quise provocar que Frost comenzara una lucha por casualidad.

– Amatheon y Adair me protegerán. -A la mención de sus nombres, se adelantaron un paso, abandonando la fila de guardias detrás de mí. Amatheon tenía el pelo de color cobre, y Adair estaba coronado con un color oro oscuro que antes había sido de una tonalidad más tirando a marrón, antes de que hubiéramos tenido sexo dentro del sithen, y él hubiera recobrado algo de su poder. Amatheon había sido un Dios de la agricultura. Adair había sido la arboleda de roble, y al mismo tiempo también una deidad solar. Yo no estaba seguro si él fue deidad solar en primer lugar y luego degradado a roble, o si él hubiera sido ambos simultáneamente. Se consideraba una grosería el preguntar a una deidad caída cuáles habían sido una vez sus viejos poderes. Parecía como frotar en sus narices el estatus perdido.

– ¿Es verdad que follártelos fue lo que convirtió el jardín del dolor de Andais en el prado que es ahora? -preguntó Holly.

– Sí -le contesté.

Rhys dijo…

– Lamento que Doyle no esté aquí, realmente lo hago. Odio a los trasgos, todos lo saben, así que no confío en mantener mi buen juicio en esto.

– Rhys -dije-, sabes que…

– ¿Nadie va a preguntar por qué han traído a cada Gorra Roja que los trasgos tienen bajo sus órdenes?

– Yo tampoco -dijo Frost- deseo que Merry lo haga. Esto empaña también mi juicio.

– Bien, realmente a mí no me importa a quién se tire, mientras finalmente folle conmigo, así que lo diré yo… ¿Por qué, en nombre del Consorte, tenéis a tantos Gorras Rojas con vosotros? -dijo Onilwyn apartándose del resto de mis guardias.

Onilwyn era el sidhe más tosco que yo había visto jamás. Había algo macizo en su estructura muscular. Era bastante alto y se movía bien, pero simplemente parecía no estar tan bien hecho como el resto. Nunca estuve segura del por qué, y otra vez, no podía preguntar. No era su brusquedad lo que hacía que no quisiera acostarme con él. Era tan hermoso con su largo pelo verde y ojos encantadores como la mayoría de los sidhe. Pero hermoso, o no, para mí, Onilwyn era feo.

Yo había logrado no acostarme todavía con él porque realmente no me gustaba. Él había sido uno de los amigos de Cel que más me habían atormentado cuando era niña. Realmente no deseaba ser atada a él por un niño y un matrimonio, así que yo lo había rechazado en mi cama. Le había dado permiso para masturbarse, que era más de lo que la reina le había permitido. Podía entretenerse todo lo que quisiera. Sólo que no lo quería entreteniéndose conmigo.

Si no me quedaba pronto embarazada, él había prometido quejarse a la reina. Yo tenía hasta final de este mes, momento en el que empezaría a sangrar, perdiendo las posibilidades de concebir un bebé hasta el mes siguiente. La reina me forzaría a ir a su cama. Primero, por la posibilidad de que pudiera quedarme embarazada. Segundo, porque ella sabía que no quería hacerlo.

Pero a veces es la persona desagradable la que dice lo que debe ser dicho. Yo no me había preocupado de cuántos Gorras Rojas había en la habitación hasta que Onilwyn habló. Esto estaba mal. Yo debería haberme preocupado. Había bastantes como para que perdiéramos si comenzaba una batalla. ¿Por qué no me había preocupado de esto?

Mi mano izquierda palpitó con fuerza y esto provocó un sonido de mí. A mi mano de sangre le gustaban los Gorras Rojas. A mi poder le gustaban los Gorras Rojas. ¿No estaba bien, o sí?

Ash y Holly cambiaron una mirada.

– La verdad -dije-. ¿Por qué habéis traído a cada Gorra Roja del que los trasgos pueden alardear?

– Ellos insistieron -dijo Ash.

– Los Gorras Rojas no insisten -dijo Onilwyn-. Obedecen.

Ash miró al otro hombre.

– Yo me amotinaría esperando que un sidhe supiese tanto de nosotros. -Él me miró y asintió hacia mí-. Excepto la princesa, que parece hacer un estudio de la cultura de toda su gente.

Asentí en respuesta.

– Aprecio que hayas notado mis esfuerzos.

– Los he notado. Es uno de los motivos por los que estoy aquí.

– Luché en las guerras entre trasgos y sidhe -dijo Onilwyn-. Vi a los Gorras Rojas ser enviados a batallas que eran la muerte segura, pero nunca vacilaron. Aprendí que han jurado no desobedecer nunca al Rey Trasgo.

– Estás en lo cierto, hombre verde -dijo Jonty.

– También tienen prohibido competir por la monarquía -dijo Onilwyn.

– También es correcto.

– ¿Por qué estáis todos aquí? -volvió a preguntar Onilwyn.

Miré a Onilwyn. No era propio de él preocuparse tanto por mi seguridad. Tal vez se estaba preocupando de la suya.

Los Gorras Rojas miraron a Jonty. Él me miró a mí.

– ¿Por qué estáis aquí, Jonty? ¿Por qué hiciste que tantos de los tuyos vinieran contigo?

– A ti te contestaré -dijo él con aquella voz profunda, insultando a todos, a Ash y a Holly, a Onilwyn y a todos, excepto a mí.

Él avanzó. Rhys y Frost se movieron un poco delante de mí. Algunos de los otros guardias se movieron de su fila situada detrás de nosotros.

– No -les dije-. Él me ayudó a salvaros a todos. No seáis ahora desagradecidos.

– Se supone que nosotros te protegemos, Merry. ¿Cómo podemos permitir que eso se acerque a ti? -dijo Rhys.

Le dirigí una mirada poco amistosa.

– Él no es “eso”, Rhys. Él es un Gorra Roja. Es Jonty. Es un trasgo. Pero no es un “eso”.

Mi cólera pareció sorprenderlo. Hizo una pequeña inclinación y se movió hacia atrás.

– Como desee mi señora.

Normalmente, yo habría tratado de aliviar sus sentimientos dolidos, pero esta noche tenía otras cosas en la cabeza antes que hacer malabarismos con las relaciones emocionales de mi vida.

Me levanté y la ropa de seda que llevaba puesta rozó el suelo con un sonido que parecía casi vivo. Las sandalias de tiras cruzadas y tacón alto hicieron un sonido agudo sobre el mármol.

Los tacones altos habían sido la única cosa que los gemelos me habían pedido que llevara puesta. La única petición. Moví la ropa de forma que pudieran ver un destello de los tacones de diez centímetros y las tiras que envolvían mis pantorrillas. De la garganta de Holly escapó un sonido. Ash se controló mejor, pero su cara no podía disimularlo. Ellos querían mi carne blanca contra la suya dorada. Querían conocer la carne sidhe, no era sólo un asunto de poder.

Ellos, como yo, sabían lo que era ser un extraño. Ser siempre diferente de aquellos que están a tu alrededor.

Jonty cayó de rodillas delante de mí. Arrodillándose, me miró a los ojos. Me hizo ser consciente de lo pequeña que yo era.

– Jonty -le dije.

– Princesa -me contestó.

Estudié su cara. De cerca el cambio era hasta más alarmante. Su piel era más lisa, de un color gris más suave. Él se rió de mí, y los dientes que yo recordaba como un montón de colmillos parecían más rectos, más blancos, menos espantosos, más la boca de una persona que la de un animal.

– ¿Qué te ha pasado, Jonty? -Pregunté.

– Tú eres lo que me ha pasado, Princesa.

– No lo entiendo.

– Tu mano de sangre nos pasó a todos nosotros aquella noche de invierno.

Fruncí un poco el ceño y traté de pensar en un modo de hacer mi pregunta, pero… ¿cómo haces una pregunta cuando no tienes ni idea de qué preguntar?

– No lo entiendo, Jonty.

– Tu mano de sangre nos ha devuelto nuestro poder.

– Tu poder no ha vuelto del todo -dijo Holly.

Jonty le lanzó una mirada diabólica.

– No, como dice el mestizo, no. Pero es más poder del que hemos conocido en siglos. -Volvió a mirarme, la cólera desvaneciéndose de sus ojos mientras me contemplaba. Había una suavidad en su mirada que no veías en los ojos de la mayoría de los trasgos. Los Gorras Rojas eran conocidos por su ferocidad, no por su bondad.

– ¿Por qué habéis venido todos vosotros, Jonty?

– Ellos quieren que les toques como me tocaste a mí. Quieren que también a ellos les restituyas su poder.

– ¿Por qué no me lo preguntaste antes?

– ¿Lo habrías hecho?

– Tú nos salvaste, Jonty. Lo sé. Pero más que esto, mi trabajo, mi tarea como princesa debe ser devolver el poder a las hadas. A todas las hadas. Esto os incluye a ti y tus hombres.

Jonty miró al suelo, y habló tan suavemente como su profunda voz se lo permitía.

– Yo sabía que no nos rechazarías si nos presentábamos ante ti. Yo sabía que tu mano de sangre nos llamaría con intensidad si nos acercábamos a ti, pero no pensé que dirías simplemente sí a distancia.

Él alzó la vista y sus ojos rojos brillaban. Los Gorras Rojas no lloraban, nunca.

Una única lágrima se deslizó de su ojo. Una lágrima del color de la sangre fresca. Hice lo que yo sabía era costumbre entre los trasgos. Las lágrimas son preciosas, la sangre más preciosa aún. Toqué con mi dedo su cara y capturé aquella única lágrima antes de que pudiera mezclarse y perderse en la sangre que se deslizaba hacia abajo por su cara.

La lágrima tembló en mi dedo como una lágrima verdadera, pero era roja como la sangre. La levanté hasta mi boca, y bebí su lágrima.

Загрузка...