CAPÍTULO 4

EL ESPEJO SE LLENÓ DE LUZ. UNA BRILLANTE, DORADA LUZ solar, hasta que todos tuvimos que apartar nuestra mirada o quedarnos cegados por el brillo, el resplandor de Taranis, Rey de la Luz y la Ilusión. La voz de un hombre, creo que era Shelby habló desde detrás de la penumbra de mis párpados cerrados…

– ¿Qué demonios es eso?

– El rey, alardeando -le contesté. No debería haberlo dicho, pero no me sentía bien, y estaba enojada. Enojada por la necesidad de estar allí. Enojada y asustada, porque conocía a Taranis lo suficientemente bien como para saber que el otro zapato ni siquiera había comenzado a caer.

– Alardeando -dijo una alegre voz masculina-. Esto no es alarde, Meredith, así es como soy. -Él había usado sólo mi nombre, y ninguno de mis títulos. Era un insulto, e íbamos a dejarlo pasar. Pero aún más sorprendente, no se había anunciado de manera formal. Estaba siendo informal como si estuviéramos en privado. Era casi como si para él, los abogados humanos realmente no contaran.

La voz de Veducci sonó desde afuera de la luz cegadora que había aparecido en la sala.

– Rey Taranis, yo he hablado con usted en varias ocasiones y nunca me había cegado tanto su luz. ¿Si pudiera tener compasión de nosotros, meros humanos, y atenuar su gloria, sólo un poco?

– ¿Qué piensas de mi gloria, Meredith? -preguntó la alegre voz, y el mero sonido me hizo sonreír justo cuando bizqueaba para proteger mis ojos.

Frost apretó mi mano, y ese roce de piel contra piel me ayudó a pensar. El de Taranis no era un poder de carne y sexo. Para combatir aquello donde él es bueno, hay que usar la magia en la que tú eres bueno, y eso simplemente para poder ser capaz de pensar en la presencia de Taranis. Extendí la mano hacia Rhys, hasta que mi mano encontró la piel desnuda de su cuello y mejilla. El roce de ambos me ayudó a pensar.

– Creo que tu gloria es maravillosa, Tío Taranis. -Él había sido familiar primero, usando sólo mi nombre, por lo que supuse que sería bueno tratar de recordarle que yo era su sobrina. Que yo no era sólo una noble de la Corte de la Oscuridad a la cual impresionar.

No me sentí demasiado insultada; excepto por el uso de mi nombre, él jugaba a la misma clase de mierda que la Reina Andais. Ambos habían estado intentando derrotar la magia del otro durante siglos. Yo simplemente había sido lanzada en medio de un juego que no tenía ninguna esperanza de ganar. Si Andais misma no podía controlar la magia de Taranis en una llamada a través del espejo, entonces mis propias capacidades mucho más humildes eran inútiles. Mis hombres y yo sabíamos lo que venía con esta llamada. Había esperado que con los abogados presentes, Taranis pudiera atenuar las cosas un poco. Por lo visto, no.

– Tío me hace parecer viejo, Meredith. Taranis, debes llamarme Taranis. -Hizo sonar su voz como si fuéramos viejos amigos, y él estuviera tan feliz de verme. Sólo la cualidad de su voz me hacía querer decir sí a cualquier cosa, a todo. Cualquier otro sidhe que fuera atrapado utilizando su voz o su magia sobre otro sidhe de esta manera, acabaría enfrentado a un duelo, o castigado por su reina o rey. Pero él era el rey, y eso significaba que la gente no lo acusaría por ello. Pero yo ya me había visto obligada a llamarle la atención por algo similar la vez pasada que había hablado con él de esta manera; ¿podría permitirme comenzar la conversación de forma tan grosera como había terminado la vez anterior?

– Taranis, entonces, Tío. ¿Podrías, por favor, atenuar tu gloria de forma que podamos mirarte todos?

– ¿La luz está hiriendo tus ojos?

– Sí -le dije, y llegaron otras respuestas afirmativas desde detrás de mí. Los que eran del todo humanos debían estar realmente incómodos a estas alturas.

– Entonces atenuaré mi luz para ti, Meredith. -Él hizo que mi nombre sonara como un caramelo en su lengua. Algo dulce, espeso, y a lo cual se le pueden dar lametones.

Frost atrajo mi mano a su boca, y besó mis nudillos. Eso me ayudó a librarme del efecto que Taranis trataba con fuerza de imponer sobre mí. Ya había hecho esto la última vez, una seducción mágica tan poderosa que estaba malditamente cerca de hacerme daño.

Rhys se acurrucó más cerca a mi lado, acomodándose a lo largo de mi cuello y me susurró…

– Él no trata sólo de impresionarnos a todos nosotros, Merry, está apuntando directamente hacia ti.

Me giré hacia su rostro, con mis ojos aún cerrados contra la luz.

– Ya lo hizo la vez anterior.

La mano de Rhys encontró mi nuca, girando mi cara hacia la suya.

– No exactamente eso, Merry. Él intenta persuadirte con más fuerza.

Rhys me besó. Fue un beso suave, creo que más consciente del lápiz de labios rojo que yo llevaba puesto que de cualquier sentido del decoro. Frost frotó su pulgar sobre mi mano. Sus caricias me impidieron hundirme en la voz de Taranis, y en el tirón de la luz.

Sentí a Doyle sentarse delante de mí antes de que realmente abriera los ojos. Él me besó en la frente, añadiendo su toque a los demás como si ya supiera lo que Taranis hacía. Se movió a mi izquierda, y al principio no comprendí lo que hacía, luego oí la voz de Taranis, ni de cerca tan feliz como había sonado antes.

– Meredith, ¿cómo osas presentarte frente a mí con los monstruos que atacaron a mi señora, parada ahí como si ellos no hubiesen hecho ningún mal? ¿Por qué no están encadenados? -Su voz todavía sonaba bien, rica, pero era sólo una voz. Ni siquiera Taranis podía decir aquellas palabras, aquella atrocidad, con un tono cálido y seductor.

La luz se había atenuado un poco. Doyle estaba bloqueando un poco mi visión, y parcialmente bloqueaba a Rhys de la visión del rey, pero yo había visto este espectáculo antes. Taranis atenuaba la luz de modo que pareciera como si él estuviera formado por el resplandor. Formando un rostro, un cuerpo, su ropa, era luz en sí mismo.

Biggs dijo…

– Mis clientes son inocentes hasta no se prueba su culpabilidad, Rey Taranis.

– ¿Duda de la palabra de la nobleza de la Corte de la Luz? -No creí que el ultraje fuera fingido esta vez.

– Soy abogado, Su Alteza. Dudo de todo.

Creo que Biggs quiso hacer un alarde de humor, pero si lo hizo, no conocía a su auditorio. Taranis no tenía ningún sentido del humor del cual yo fuera consciente. Oh, él creía que era gracioso, pero es que a nadie se le permitía ser más gracioso que el rey. El último rumor de la Corte de la Luz decía que hasta el bufón de la corte de Taranis había sido encarcelado por impertinencia.

Yo me habría quejado más si no fuera porque Andais había matado a su último bufón de la corte aproximadamente cuatrocientos o quinientos años atrás.

– ¿Se supone que eso fue gracioso? -La voz del rey reverberó a través del cuarto, como un retumbar de apagados truenos. Era uno de sus nombres, Taranis Tronante. Una vez había sido el Dios del Cielo y la Tormenta. Los romanos lo habían comparado con su propio Júpiter, aunque sus poderes nunca habían sido tan grandes como los de Júpiter.

– Por lo visto no -dijo Biggs, tratando de poner cara agradable.

Taranis finalmente se reveló en el espejo. Estaba rodeado de brillo, como si los colores que lo componían vacilaran. Al menos su pelo y barba eran de su color verdadero, los rojos y naranjas de una espectacular puesta de sol. Los bucles de su rizado cabello parecían teñidos por la gloria del cielo cuando el sol se hunde por el Oeste. Sus ojos eran realmente pétalos de diferentes tonos de verde: verde jade, verde hierba, verde hojas sombrías. Era como si una flor verde hubiera sustituido el iris de sus ojos. Cuando era una niña pequeña, antes de que supiera que él me desdeñaba, yo había pensado que él era realmente hermoso.

– Oh, Dios mío -dijo Nelson con voz entrecortada.

Miré detrás de mí para verla con los ojos bien abiertos, la cara casi floja.

– ¿Sólo ha visto los cuadros de él pretendiendo ser humano, verdad?

– Él tenía el cabello rojo y los ojos verdes, no así, no así -dijo ella. Cortez, su jefe, la tomó del codo y la llevó a una silla. Cortez estaba enojado y tenía problemas para disimularlo. Toda una reacción interesante de su parte.

Taranis volvió esos ojos de pétalos verdes hacia la mujer.

– Pocas mujeres humanas me han visto en toda mi gloria en muchos años. ¿Qué piensas de mí en mi verdadera forma, bonita muchacha?

Yo estaba bastante segura de que no se conseguía ser ayudante del fiscal de distrito de Los Ángeles permitiendo que los hombres te llamaran bonita muchacha. Pero si Nelson tenía un problema con ello, no lo dijo. Parecía locamente enamorada de él, embriagada por su atención.

Abe vino para unirse a nosotros en nuestro acurrucado grupo. Galen se arrastró detrás de él, pareciendo perplejo. Fue Abe quién se inclinó y le susurró…

– Hay alguna clase de magia aquí que no es sólo luz e ilusión. Si fuera cualquier otra persona, diría que él ha añadido magia de amor a su repertorio de tretas.

Doyle acercó a Abe más hacia nosotros, y susurró…

– Es un hechizo bastante poderoso el que está afectando a la Sra. Nelson.

Todos estuvimos de acuerdo.

No habíamos querido ignorar a Taranis, pero él estaba tan terriblemente ocupado coqueteando con Nelson que era fácil olvidar que simplemente porque un rey no te hace caso no significa que se te permita ignorarle.

– No vine aquí para ser insultado -dijo él con voz tormentosa. Tiempo atrás esto me habría impresionado, pero yo había intimado con Mistral. Él era un Dios de la Tormenta también, y uno que podía hacer que el relámpago cayera en el interior de un vestíbulo en el sithen. La voz retumbante de Taranis no podía compararse con Mistral. De hecho, cuando los hombres se separaron, y pude ver a mi tío más claramente, él parecía un poco exagerado, como un hombre que está demasiado arreglado para una cita.

Miré a los hombres arracimados a mi alrededor, y comprendí que todos me estaban tocando, Rhys tenía un brazo alrededor de mi cintura y mi costado; Frost al otro lado, su brazo un poco más alto; Doyle con sus oscuras y fuertes manos en mi cara; Abe con su mano en mi hombro, de forma que podía inclinarse sin llegar a caer ya que hasta estando sobrio su equilibrio parecía inestable a veces. Galen me había tocado porque él siempre me tocaba cuando podía. Era como si hubiera alcanzado una masa crítica de contactos. Podía pensar. Ya no estaba locamente enamorada como la buena señorita Nelson. Alguna vez había pensado, que el hecho de que Andais apareciera en las llamadas de espejo cubierta de hombres había sido una forma de burlarse y sobresaltar a Taranis y a su corte. En sólo dos llamadas de espejo por mi parte, había aprendido que había un método en su locura. Para mí, cinco era el número mágico o quizás lo que funcionaba era la mezcla de estos cinco poderes masculinos. De cualquier forma, ésta iba a ser una llamada diferente de lo que habría sido si el hechizo de Taranis hubiera funcionado conmigo. Interesante.

– Meredith -llamó Taranis-. Meredith, mírame.

Yo sabía que había poder en esa voz. Lo sentí tal como se puede sentir el océano. Susurrante y cercano. Pero yo ya no estaba parada en el agua. Ya no estaba en peligro de ahogarme en esa voz.

– Te veo, Tío Taranis. Te veo muy bien -dije, y mi voz fue fuerte y firme, e hizo que el arco de una ceja coloreada como una perfecta puesta de sol se elevara.

– Apenas puedo verte a través del amontonamiento de tus hombres, -dijo él. Había algo en su tono de voz que no podía discernir. Ansiedad, cólera; algo desagradable.

Doyle, Galen, y Abe comenzaron a alejarse de mí. Incluso Frost comenzó a separarse. Sólo Rhys se quedó aferrado a mi lado. En el momento en que sus manos desaparecieron, Taranis volvió a parecer rodeado de luz.

– Permaneced donde estabais, hombres míos -dije-. Yo soy vuestra princesa. Él no es vuestro rey.

Los hombres vacilaron. Doyle fue el primero que retrocedió y el resto siguió su ejemplo. Puse su mano en mi cara, y traté de decirle con mis ojos lo que pasaba. El hechizo apuntaba directamente hacia mí, como una flecha sólo dirigida hacia mi mente. ¿Cómo podría explicarles, sin palabras, lo que sucedía?

Rhys se colocó más firmemente alrededor de mi cintura, atrayéndome más cerca, dejando sólo el espacio suficiente para que el brazo de Frost se deslizara sobre mis hombros. Abe se paró detrás de mí, colocando una mano en mi hombro, el más cercano a Rhys. Galen se unió a él, y aunque claramente estaba perplejo, puso su mano en mi otro hombro, el más cercano a Frost. Yo tenía una mano rodeando la cintura de Rhys y la otra se la tendí a Doyle. Para el momento en que todos me estaban tocando, incluso a través de la ropa, la luz alrededor del rey se había desvanecido. Taranis era hermoso, pero eso era todo.

– ¿Meredith -dijo Taranis-, cómo puedes insultarme así? Estos hombres atacaron a una dama de mi corte, violentándola. Y aún así, tú estás ahí con ellos… tocándote, como si fueran tus favoritos de la corte.

– Pero, tío, es que ellos son algunos de mis favoritos.

– Meredith -dijo, y sonó asombrado, como un pariente mayor que oye que uno dice "joder" por primera vez.

Biggs y Shelby intentaban acercarse y enterarse de lo que sucedía. Creo que la razón por la que los abogados no habían interferido antes era que incluso los hombres que estaban lejos habían sentido algo del hechizo que Taranis había traído a esta reunión. Había traído esta magia con algún objetivo específico o tal vez siempre la traía cuando trataba con la Reina Andais, y ahora conmigo. Yo no había sido capaz de sentirla la última vez que habíamos hablado con Taranis. Pero entonces tampoco tenía a Doyle, o a ninguno de los otros hombres. No era simplemente que mis poderes hubieran aumentado desde aquellos pocos días pasados en el Mundo de las Hadas. La Diosa había sido una deidad muy ocupada. Todos habíamos sido cambiados por su roce, y por el toque de su Consorte, el Dios.

– No hablaré de este asunto delante de los monstruos que violentaron a una mujer de mi corte. -La voz de Taranis rodó por el cuarto como el susurro de una tormenta. Todos reaccionaron como si fuera más que un susurro. Yo estaba segura detrás de las manos de mis hombres de lo que fuera que Taranis trataba de hacer.

Shelby se volvió hacia nosotros.

– Creo que es una petición razonable que los tres acusados esperen afuera mientras hablamos con el rey.

– No -dije.

– Princesa Meredith -dijo Shelby-, está siendo poco razonable.

– Sr. Shelby, usted está siendo mágicamente manipulado -le dije, riéndome de él.

Él me miró con el ceño fruncido.

– No entiendo lo que quiere decir con eso.

– Sé que usted no lo entiende -le dije. Me giré hacia Taranis-. Lo que estás haciendo es ilegal según la ley humana. La misma ley a la que has apelado pidiendo ayuda.

– No he pedido ayuda humana -dijo él.

– Has acusado a mis hombres conforme a la ley humana.

– Presenté una solicitud a la Reina Andais buscando justicia, pero ella rechazó reconocer mi derecho de juzgar a sus sidhe de la Corte Oscura.

– Tú gobiernas La Corte de la Luz y la Ilusión -dije-, no la Corte de la Oscuridad.

– Eso fue lo que tu reina me aclaró.

– Y entonces, cuando la Reina Andais negó tu petición en su corte, te volviste hacia los humanos.

– Apelé a ti, Meredith, pero ni siquiera contestaste mis llamadas.

– La reina Andais me aconsejó contra ello, y ella es mi reina y la hermana de mi padre. Presté atención a su consejo. -Realmente más que un consejo había sido una orden. Ella había dicho que no importando lo demoníaco que fuera lo que hubiese planeado Taranis yo debía evitarlo. Cuando alguien tan poderoso como Andais dice que evites a alguien por miedo de lo que pudiera hacer, lo escucho. Yo no había sido tan arrogante como para creer que todo el objetivo de Taranis era simplemente lograr que yo le devolviera una llamada de espejo. Andais tampoco había creído que ese fuera su objetivo, pero ahora, hoy, yo comenzaba a preguntármelo. No podía pensar en nada que yo pudiera ofrecerle que hiciera que este enorme esfuerzo valiera la pena.

– Pero ahora, conforme a la ley humana, debes hablarme -dijo él.

Biggs dijo…

– La princesa estuvo de acuerdo con esta reunión de cortesía. No se la obliga a estar aquí.

Los ojos de Taranis ni siquiera se movieron para dirigirle una mirada al abogado.

– Pero estás aquí ahora, y eres más hermosa de lo que recordaba. He sido muy despreocupado en mis atenciones hacia ti, Meredith.

Me reí, y fue un sonido áspero.

– Oh, no, Tío Taranis, creo que has sido muy concienzudo en tus atenciones hacia mí. Casi más concienzudo de lo que mi cuerpo mortal podría soportar.

Doyle, Rhys, y Frost se tensaron contra mí. Yo sabía lo que querían decir con eso: ten cuidado, no reveles secretos de la corte delante de los humanos. Pero Taranis había comenzado, exponiéndonos frente a los humanos. Yo sólo seguía su ejemplo.

– ¿Nunca olvidarás un momento de tu infancia?

– Casi me matas a palos, Tío. Probablemente no lo olvidaré.

– No entendía lo frágil que era tu cuerpo, Meredith, o nunca te habría tocado así.

Veducci fue el que se recuperó primero, diciendo…

– ¿Está el Rey Taranis confesando que la golpeó cuando era una niña, Princesa?

Miré a mi tío, tan grande, tan imponente, tan regio en su ropa cortesana de oro y blanca.

– No lo está negando, ¿O sí, Tío Taranis?

– Por favor, Meredith, tío parece tan formal. -Su voz engatusaba. Dado que en ese momento Nelson comenzó a acercarse más al espejo, creo que el tono quería ser seductor.

– Él no lo niega -dijo Doyle.

– No te hablo a ti, Oscuridad -dijo Taranis, y su voz trató de tronar otra vez. Pero la seducción no había funcionado, por lo que la amenaza tampoco sirvió.

– Rey Taranis -dijo Biggs-, ¿Confiesa usted que golpeaba a mi cliente cuando era una niña?

Taranis finalmente se dio la vuelta, frunciendo el ceño. Biggs reaccionó como si el sol mismo se hubiera reído de él. Realmente tropezó en su discurso y pareció inseguro.

Taranis dijo…

– Lo que hice hace años no tiene la menor influencia en el delito que estos monstruos cometieron.

Veducci se giró hacia mí.

– ¿Cómo de fuerte la golpeó él, Princesa Meredith?

– Recuerdo cuán roja era mi sangre sobre el mármol blanco -dije. Miré a Veducci mientras hablaba, aunque podía sentir la magia de Taranis empujando hacia mí, llamándome para que lo mirara. Miré a Veducci porque podía, y porque sabía que eso acobardaría al rey-. Si Gran, mi abuela, no hubiera intervenido creo que él me habría matado a palos.

– Todavía guardas rencor, Meredith. Te pedí perdón por mis acciones ese día.

– Sí -dije, volviéndome hacia el espejo-. Me has pedido perdón recientemente por esa paliza.

– ¿Por qué la golpeó? -preguntó Veducci.

Taranis rugió…

– No es asunto de humanos.

Él me había golpeado cuando yo pregunté por qué Maeve Reed, que una vez fue la diosa Conchenn, había sido desterrada de su corte. Ella era ahora la diosa dorada de Hollywood, y lo había sido durante cincuenta años. Todavía vivíamos todos en su casa en Holmby Hills, aunque la reciente incorporación de tantos hombres comenzaba a notarse incluso en su hogar. Maeve nos había dejado aún más espacio al irse a Europa. Era lo bastante lejos como para mantenerse fuera del camino de Taranis, o esa era nuestra esperanza.

Maeve nos había contado el oscuro y profundo secreto de Taranis. Había querido casarse con ella después de repudiar a una tercera esposa por esterilidad. Maeve se había negado, advirtiendo que la última esposa que él había echado había logrado tener niños con otro hombre. Ella se atrevió a decirle al rey que él era el estéril, y no las mujeres. Hacía cien años que Maeve le había dicho eso, pero él la había desterrado y había prohibido a todos hablar con ella. Porque si su corte averiguaba que hacía un siglo él ya sabía que podría ser estéril, y que no había dicho ni hecho nada… Si el rey es estéril, la gente y la tierra también son estériles. Había condenado a su raza a una muerte lenta. Ellos vivían casi para siempre, pero que no nacieran niños implicaba que cuando ellos murieran, no habría más sidhe de la Luz. Si su corte averiguaba lo que él había hecho, estarían en todo su derecho de exigir un sacrificio vivo, con Taranis en el papel de protagonista.

Él había tratado dos veces de matar a Maeve utilizando la magia, hechizos horribles de los que ningún Sidhe de la Corte de la Luz se confesaría culpable. Había tratado de matarla, y no nosotros, aunque tuviera que preguntarse si conocíamos su secreto. Él temía a nuestra reina, o quizás no pensaba que su corte creería a alguien que era parte de la Corte de la Oscuridad. Quizás por eso Maeve era la amenaza y no nosotros.

– Si usted abusaba de la princesa cuando ella era una niña el caso puede verse afectado -dijo Veducci.

– Ahora lamento mi carácter en ese momento con esta mujer -dijo Taranis-. Pero mi único momento irreflexivo décadas atrás no cambia el hecho de que los tres sidhe de la Corte de la Oscuridad que están frente a mí hicieron lo peor que podían hacerle a Lady Caitrin.

– Si existe un patrón de abuso entre la princesa y el rey -dijo Biggs-, entonces sus acusaciones contra los amantes de la princesa pueden tener un motivo detrás.

– ¿Está usted insinuando que existe una intención romántica por parte del rey? -Cortez puso un enorme desdén en su voz, como si eso fuera ridículo.

– Él no sería el primer hombre en golpear a una muchacha en su niñez, para luego transformarlo en abuso sexual cuando ella se hiciera mayor -dijo Biggs.

– ¿De qué me está acusando? -preguntó Taranis.

– El Sr. Biggs trata de demostrar que usted tiene intenciones románticas hacia la princesa -dijo Cortez-, y yo le digo que no es así.

– Intenciones románticas -repitió Taranis despacio-. ¿Qué quiere decir él con eso?

– ¿Tiene usted intenciones sexuales o matrimoniales hacia la Princesa Meredith? -preguntó Biggs.

– No veo lo que tal pregunta tiene que ver con el salvaje ataque realizado por esos monstruos de la Corte de la Oscuridad a la hermosa Lady Caitrin.

Todos los hombres que me tocaban se tensaron otra vez o se quedaron muy quietos, incluido Galen. Todos se habían percatado de que el rey no había contestado la pregunta. Los sidhe sólo evitaban contestar una pregunta por dos motivos. Uno, una absoluta terquedad o bien, amor por los juegos de palabras. Taranis no sentía ningún amor por los juegos de palabras, y era uno de los menos tercos entre los sidhe. Dos, que la respuesta implicara admitir algo de lo que no quisieran confesarse culpables. Pero la única respuesta que Taranis podría posiblemente querer evitar era "sí". Y no podía ser "sí". Él no podía tener proyectos románticos conmigo. No podía.

Alcé la vista hacia Doyle y Frost. Busqué una pista en cuanto a lo que hacer. ¿Lo ignoraba, o lo acosaba? ¿Qué era mejor? ¿Qué era peor?

Cortez dijo…

– Aunque sintamos compasión por las tragedias infantiles de la princesa, aquí debemos investigar una nueva tragedia, el ataque de estos tres hombres sobre Lady Caitrin.

Miré fijamente a Cortez, él mantuvo su mirada lejos de la mía, como si su declaración le sonara áspera hasta para sus propios oídos.

– ¿Entiende usted realmente que está siendo completamente influenciado por su magia? -Pregunté.

– Creo que yo sabría si estuvieran influyendo en mí, Princesa Meredith -dijo Cortez.

– La naturaleza de la manipulación mágica -dijo Veducci, avanzando-implica que no sabes lo que sucede. Es por eso que es tan ilegal.

Biggs afrontó el espejo.

– ¿Está usando magia para manipular a la gente en este cuarto, Rey Taranis?

– No trato de manipular a todo el cuarto, Sr. Biggs -dijo Taranis.

– ¿Podemos hacer una pregunta? -preguntó Doyle.

– No hablaré con los monstruos de la Corte Oscura -dijo Taranis.

– El capitán Doyle no está acusado de ningún delito -dijo Biggs.

Comprendí que nuestros abogados tenían menos problemas con la presencia mágica de Taranis que los de la otra parte, excepto Veducci, que parecía estar bien. Los abogados habían firmado un acuerdo con Taranis, sólo verbal, pero era suficiente para que alguien de su poder tuviera algo más de influencia sobre todos ellos. Era la sutil magia de la monarquía. Si consientes en ser hombre de un rey verdadero, había poder en ese acuerdo. Taranis había sido elegido una vez por el mundo de las hadas para ser el rey, y ahora mismo había poder en ese viejo trato.

– Son todos unos monstruos -dijo Taranis. Él me miró, mostrándome todo el deseo que esos ojos de pétalos verdes podían contener-. Meredith, Meredith, ven con nosotros antes de que el poder de la Corte de la Oscuridad haga de ti algo horrible.

Si yo no hubiera roto su hechizo sobre mí antes, esa petición podría haberme lanzando hacia él. Pero estaba segura entre mis hombres y nuestro poder.

– He visto ambas cortes, Tío. Encontré ambas igualmente hermosas y horribles a su propia manera.

– ¿Cómo puedes comparar la luz y la alegría de la Corte Dorada frente a la oscuridad y el terror del Trono Oscuro?

– Probablemente soy la única noble sidhe en la historia reciente que puede compararlas, Tío.

– Taranis, Meredith. Por favor, Taranis.

No me gustó su insistencia de que lo llamara por su nombre y no por su título. Ante la Corte de la Oscuridad, siempre había sido muy consciente de su título. De hecho, no había pedido que se leyeran todos sus títulos. No parecía propio de él el renunciar a algo que lo realzara a los ojos de otros.

– Muy bien, Tío… Taranis. -En el momento en que lo dije, el aire se hizo más pesado. Era más difícil respirar. Él había unido su nombre al hechizo de atracción de modo que cada vez que yo dijera su nombre, eso me ligaría más fuertemente. Iba contra las reglas. Se habían declarado duelos por menos entre los sidhe en cualquier corte. Pero no desafías al rey a un duelo. Uno, él era el rey, y dos, él había estado una vez entre los mayores guerreros de los cuales los sidhe podían alardear. Él podría no estar en su mejor momento, pero yo era mortal, y me tragaría cualquier insulto que él lanzara en nuestro camino. ¿Tal vez él ya había contado con eso?

Doyle dijo…

– Necesitamos una silla para nuestra princesa.

Los abogados trajeron una silla, pidiendo disculpas por no haber pensado en ello antes. La magia puede hacer eso, hacerte olvidar lo que eres. Hacerte olvidar las cosas mundanas como unas sillas y que tus piernas están cansadas, hasta que comprendes que tu cuerpo te duele y que has estado ignorándolo. Me senté agradecida. Me habría puesto tacones bajos si hubiera sabido que estaría tanto tiempo de pie.

Hubo algo de confusión mientras me sentaba de modo que durante un momento no todos mis hombres estaban tocándome. Taranis estaba enmarcado por una luz dorada. En ese momento los hombres se colocaron en sus sitios y él volvió a verse normal otra vez. Bien, tan normal como era posible.

Frost se quedó de pie a mi espalda con su mano en mi hombro. Yo había esperado que Doyle tomara su lugar a mi espalda también, pero fue Rhys quien se quedó de pie tras mi otro hombro. Doyle se arrodilló en el suelo a mi lado, con una mano en mi brazo. Galen se movió delante de mí, de forma que quedó de cuclillas a mis pies, apoyando su espalda contra mis piernas. Una de sus manos se movía de arriba abajo por mi pantorrilla, un gesto ocioso que habría sido posesivo en un humano, pero que en un hada podía significar simplemente un estado nervioso. Abe se arrodilló a mi otro lado, como un reflejo de Doyle. Bien, no exactamente como un reflejo. Doyle tenía una mano en el pomo de su espada corta, su otra mano se posaba tranquilamente sobre la mía. La mano de Abe agarró mi otra mano, apretándola. Si él hubiera sido humano yo habría dicho que tenía miedo. Entonces comprendí que ésta podía ser la primera vez que viera a Taranis desde que su ex-rey lo echara. Abe nunca había sido uno de los favoritos de la Reina Andais, por lo que no habría sido incluido en las anteriores llamadas de espejo entre las cortes.

Me incliné lo bastante para poder poner mi mejilla contra su pelo. Abe alzó la vista, asustado, como si no se hubiera esperado que yo devolviera sus gestos. La reina era más de recibir que de dar, en todo, excepto el dolor. Retribuí su sorpresa con una sonrisa, y traté de decirle con mis ojos que lamentaba no haber pensado en lo que podía significar para él ver al rey en este día.

– Debo aceptar parte de la culpa de que te sientas tan feliz entre ellos, Meredith -dijo Taranis-. Si sólo conocieras el placer de un sidhe de la Corte de la Luz, nunca les dejarías tocarte otra vez.

– La mayor parte de los sidhe que están ahora a mi alrededor, fueron una vez parte de la Corte de la Luz -dije, simplemente omitiendo su nombre. Quería saber, si yo dejaba de decir "Tío", si él trataría de conseguir que yo pronunciara su nombre por alguna otra razón. Había sentido el tirón de magia cuando dije su nombre.

– Ellos han sido nobles de la Corte de la Oscuridad durante siglos, Meredith -dijo Taranis-. Se han convertido en cosas retorcidas, pero no tienes nada con qué compararlos, y eso es un descuido grave de parte de mi corte. Aún más, lamento de corazón haberte descuidado así. Intentaría compensártelo.

– ¿Qué quieres decir con que son cosas retorcidas? -Pregunté. Creía saberlo, pero había aprendido a no precipitar conclusiones cuando trataba con una u otra corte.

– Lady Caitrin ha hablado de los horrores de sus cuerpos. Ninguno de los tres es lo bastante poderoso utilizando el encanto como para esconder su verdadera identidad durante la intimidad.

Biggs vino a mi lado como si yo se lo hubiera pedido.

– La declaración de la dama es completamente gráfica, y se lee más bien como una película de terror que otra cosa.

Miré a Doyle.

– ¿La leíste?

– Lo hice -dijo él. Alzó la vista hacia mí, sus ojos todavía ocultos detrás de las gafas oscuras.

– ¿La dama en cuestión los acusa de ser deformes? -Pregunté.

– Sí -dijo él.

Yo tenía una idea.

– De la misma forma en que el embajador los vio a todos ellos.

Doyle hizo un pequeño movimiento con la comisura de su boca, a escondidas del espejo. Yo sabía lo que esta casi sonrisa significaba. Yo tenía razón, y él creía que yo estaba sobre la pista correcta. De acuerdo, si yo estaba sobre la pista correcta, ¿Hacia dónde iba este pequeño tren?

– ¿Cómo de deformados dijo la dama que estaban en su declaración? -Pregunté.

– Tanto que ninguna mujer humana sobreviviría a un ataque -dijo Biggs.

Le miré con el ceño fruncido.

– No lo entiendo.

– Es un cuento de viejas -dijo Doyle-, que los sidhe de la Corte de la Oscuridad tienen huesos y espinas en sus miembros viriles.

– Oh -dije, pero extrañamente, el rumor tenía una base. Los voladores nocturnos, pertenecían a los sluagh, el reino de Sholto dentro de nuestra corte. Parecían mantarrayas con tentáculos colgando, pero podían volar como murciélagos. Eran los sabuesos voladores de la jauría salvaje de los sluagh. Un volador nocturno real tenía una espina huesuda dentro de su miembro que estimulaba la ovulación de los voladores nocturnos femeninos. También demostraba que eras de descendencia real, porque sólo ellos podían hacer que las hembras pusieran sus huevos para que pudieran ser fertilizados. Una violación por parte de un volador nocturno real podría haber dado lugar a la vieja historia de horror. El padre de Sholto no había sido de la Familia Real, porque su madre sidhe no había necesitado de la espina para ovular. Él había sido un bebé sorpresa desde muchos puntos de vista. Era magníficamente, maravillosamente sidhe, exceptuando algunos trozos suplementarios aquí y allá. Sobre todo allá.

– Rey Taranis -dije, y otra vez su nombre tiró de mí, como una mano que atrae la atención. Respiré hondo y me relajé con el peso de Rhys y Frost en mi espalda, mis manos en Doyle y Abe. Galen pareció sentir que era necesario porque deslizó su brazo entre mis pantorrillas, de modo que se abrazó a una de mis piernas, y abrió mis piernas un poco más para poder abrazarse más fuerte. Muy pocos de mis guardias habrían aceptado parecer tan sumisos delante de Taranis. Valoraba a los pocos que preferían más estar cerca de mí que guardar las apariencias.

Lo intenté otra vez.

– Rey de la Luz y la Ilusión, ¿dices que mis tres guardias son tan monstruosos que yacer con ellos es doloroso y horrible?

– Lady Caitrin dice que así es -dijo él. Se había sentado en su trono. Era enorme y de oro, y era la única cosa que no se había ido cuando se fueron sus ilusiones. Él estaba sentado en lo que costaría, incluso hoy, el rescate de un rey.

– Dices que mis hombres no pueden mantener su ilusión de belleza mientras mantienen relaciones íntimas, ¿Es eso correcto?

– Los sidhe de la Corte de la Oscuridad no tienen el poder de la ilusión que los sidhe de la Corte de la Luz poseen -dijo Taranis, sentándose con mayor comodidad en su trono, extendiendo las piernas, tal como lo hacen algunos hombres cuando quieren llamar la atención sobre su masculinidad.

– Entonces, cuando yo les hago el amor, ¿los veo tal y como realmente son?

– Eres en parte humana, Meredith. No tienes el poder de un sidhe verdadero. Lamento decirlo, pero se sabe que tu magia es débil. Ellos te han engañado, Meredith.

Cada vez que él decía mi nombre el aire se volvía un poco más denso. La mano de Galen se deslizó por mi pierna hasta que encontró la parte donde acababa la media en el muslo, y finalmente pudo tocar piel desnuda. La caricia me hizo cerrar los ojos durante un momento, pero despejó mi mente. Tiempo atrás, lo que Taranis había dicho podría haber sido cierto, pero mi magia había crecido. Yo ya no era como había sido. ¿Nadie se lo había dicho a Taranis? No siempre era inteligente decirle a un rey algo que no le iba a gustar, y Taranis me había tratado como a un ser inferior, o peor que eso, toda mi vida. Descubrir que yo podría ser la heredera de la corte rival significaba que su trato hacia mí había sido peor que políticamente incorrecto. Me había convertido en su enemiga, o eso podría pensar. Él estaba lejos de ser el único noble en ambas cortes en encontrarse a sí mismo huyendo para escapar de una vida de malos tratos.

– Conozco lo que sostengo en mi mano y en mi cuerpo, Tío.

– No conoces los placeres de la Corte de la Luz, Meredith. Hay mucho esperándote, si sólo te dieras la oportunidad de saberlo. -Su voz era como el tañido de campanas. Casi era música sonando en el aire.

Nelson comenzó otra vez a acercarse hacia el espejo. Su cara reflejaba asombro y maravilla. A pesar de que nada de lo que veía era verdadero. Yo lo sabía ahora.

– He hablado con los abogados dos veces antes de que los hechizaras, Tío, pero todo lo que les estás haciendo les hace olvidar. Estás consiguiendo que olviden la verdad, Tío.

Los hombres en el cuarto parecieron tomar un profundo aliento colectivo.

– Creo que me he perdido algo -dijo Biggs.

– Todos -dijo Veducci. Fue hacia Nelson, que estaba de pie delante del espejo, mirándolo como si las maravillas del universo estuvieran tras ese cristal. Tocó su hombro, pero ella no reaccionó. Simplemente siguió mirando fijamente al rey.

Veducci llamó…

– Cortez, ayúdeme con ella.

Cortez parecía como si hubiera estado durmiendo, y se hubiese despertado en otro lugar.

– ¿Qué demonios pasa? -preguntó.

– El rey Taranis está utilizando su magia contra todos nosotros.

– Pensé que el metal nos protegería -dijo Shelby.

– Él es el rey de la Corte de la Luz -dijo Veducci-. Ni siquiera las cosas que llevo son protección suficiente. No creo que algún material de oficina vaya a neutralizarlo hoy. -Puso una mano sobre cada uno de los hombros de la mujer y comenzó a separarla del espejo. Llamó por encima de su hombro- Cortez, concéntrese, y ayúdeme con su asistente -dijo gritando, y los gritos parecieron sobresaltar a Cortez. Comenzó a avanzar, todavía pareciendo asustado, pero se movió e hizo lo que Veducci le pedía.

Entre los dos retiraron a Nelson del espejo. Ella no luchó contra ellos, pero mantuvo su rostro vuelto hacia la figura de Taranis cuando él se sentó por encima de todos nosotros. Era interesante. Yo no había comprendido antes que algo relativo a la perspectiva del espejo, lo situaba ligeramente por encima de nosotros. Por supuesto, Taranis estaba en su trono, en la Sala del Trono. Él estaba sobre una tarima. Nos miraba desde arriba, literalmente. El hecho de que me hubiera dado cuenta de eso justo ahora, me decía claramente que sin importar el hechizo que él había lanzado hacia mí, éste tenía algún efecto. Al menos, no estaba notando lo obvio.

– Está quebrantando la ley humana -dijo Doyle-, usando la magia contra ellos.

– No le hablaré a los monstruos de la guardia de la reina.

– Entonces habla conmigo, Tío -dije-. Estás infringiendo la ley con la magia que estás lanzando. Debes detenerte, o esta entrevista se termina ahora.

– Puedo hacer el juramento que elijas -dijo Taranis-, para demostrarte que no uso deliberadamente la magia con nadie que sea totalmente humano en esta sala.

Era un bonito trozo de mentira, pero tan cerca de la verdad que no era una mentira total. Me reí. Frost y Abe se movieron, como si el sonido no hubiera sido lo que habían esperado.

– ¿Oh, Tío, también prestarás cualquier juramento de mi elección diciendo que no intentas a hechizarme a ?

Él alardeaba ante mí de cada rasgo de ese hermoso y viril rostro, pero para mi gusto, la barba lo arruinaba. Yo no era admiradora del vello facial, pero podía ser porque crecí en la corte de Andais. Por alguna razón, el deseo de la reina de que sus hombres no tuvieran barba se había vuelto realidad. La mayor parte de ellos no podrían haberse dejado crecer una buena barba aunque hubiesen querido. A veces los deseos de la reina se volvían realidad en el mundo de las hadas y yo había visto la verdad de ese viejo refrán en el sithen. Debía cuidar las palabras que decía en voz alta en el sithen, porque cuando mis propios pensamientos se hicieron realidad, había sido aterrador. Me alegré de estar fuera del mundo de las hadas y de regreso a una realidad más sólida, donde podía pensar lo que quisiera y no tenía que preocuparme de si eso se volvía realidad.

Me concentré en mis propios pensamientos mientras Taranis empujaba hacia mí con su rostro, sus ojos, el color fantástico de su cabello. Él empujaba el hechizo que había conjurado sobre mí. Parecía un peso en el aire, una sustancia espesa en mi lengua, como si el mismo aire tratara de convertirse en lo que él deseaba. Él estaba en el mundo de las hadas, y quizás allí, en su corte, eso habría funcionado exactamente así. Independientemente de lo que él quisiera de mí, yo podría haberme visto obligada a dárselo. Pero yo estaba en Los Ángeles, no en el mundo de las hadas, y estaba muy contenta de estar aquí. Feliz de estar rodeada de acero fabricado por el hombre, hormigón, y cristal. Había hadas que habrían enfermado simplemente al dar un paso en este edificio. Mi sangre humana me permitía no resultar afectada. Mis hombres eran sidhe, y estaban hechos de pasta más dura.

– Meredith, Meredith, ven a mí. -Él realmente me ofrecía su mano, como si pudiera traspasar el espejo y llevarme. Algunos sidhe podrían hacer exactamente eso. No creí que Taranis fuera uno de ellos.

Doyle se puso de pie, manteniendo una mano sobre mí, pero con los pies separados, con la otra mano libre en su costado. Yo conocía esa postura. Él se dejaba espacio para sacar su arma. Tendría que ser una pistola porque yo sujetaba la mano que él habría necesitado para usar la espada que llevaba en su costado.

Frost se movió un poco más lejos del respaldo de mi silla, su mano aún reposaba relajada sobre mi hombro. No tuve que mirarlo para saber que él llevaba a cabo su propia versión de los preparativos de Doyle.

Galen se levantó, rompiendo su contacto conmigo. Taranis de repente quedó perfilado por una luz dorada. Sus ojos brillaron con todo el calor de los brotes verdes en pleno crecimiento. Comencé a levantarme de la silla. Rhys me empujó con su mano de forma que no pudiera moverme.

Doyle dijo…

– Galen.

Galen volvió a caer sobre una rodilla, y así poder tocar mi pierna. El roce fue suficiente. El brillo se difuminó, y la compulsión para levantarme se aligeró.

– Esto es un problema -dije.

Abe se apoyó contra mi otro brazo, haciendo que su largo pelo a mechas se extendiera alrededor de la silla. Se rió, con ese sonido masculino, tan cálido.

– Merry, Merry, necesitas más hombres. Parece ser un tema recurrente contigo.

Sonreí, porque él tenía mucha razón.

– Nunca llegarían a tiempo -dijo Frost.

Llamé…

– Biggs, Veducci, Shelby, Cortez, todos ustedes.

Cortez tuvo que quedarse con Nelson para mantenerla en su silla e intentar que no se acercara al espejo, pero el resto vino hacia mí.

– Meredith -dijo Taranis-, ¿qué haces?

– Conseguir ayuda -le contesté.

Doyle hizo señas a los hombres para que se colocaran entre nosotros y el espejo. Formaron una pared de trajes y cuerpos. Eso ayudó. ¿Cuál, en nombre de Danu, era este hechizo? Yo sabía que era mejor no invocar el nombre de la Diosa, realmente lo sabía. Pero había pasado toda una vida usándolo como una frase hecha, igual como un humano diría… “En el nombre de Dios”. Nadie espera realmente que Dios conteste, ¿verdad?

La sala olió a rosas salvajes. Un viento refrescó el cuarto como si alguien hubiera abierto una ventana, aunque yo sabía que nadie lo había hecho.

– Merry, tranquila… -dijo Rhys, en voz baja.

Yo sabía lo que él quería decir. Habíamos logrado ocultar a Taranis algunos secretos justamente acerca de lo viva que se mostraba la Diosa conmigo. En el mundo de las hadas éste era el principio de la manifestación plena. Si la Diosa, incluso una sombra de ella, aparecía en este cuarto, Taranis lo sabría. Sabría que tenía que temerme. No estábamos listos para esto, todavía no.

Recé silenciosamente… “Diosa, por favor, guarda tu poder para más tarde. No le entregues nuestro secreto a este hombre”.

El olor de flores se volvió más fuerte durante un momento, pero el viento comenzó a extinguirse. Entonces el aroma comenzó a diluirse como el perfume caro cuando el que lo lleva abandona el cuarto. Sentí que la tensión de los hombres que me rodeaban disminuía. Los humanos simplemente parecían estupefactos.

– Su perfume es asombroso, Princesa -dijo Biggs-. ¿Cuál es?

– Hablaremos sobre cosméticos más tarde, Sr. Biggs -le contesté.

Él pareció avergonzado.

– Por supuesto. Lo siento. Hay algo en su gente que hace que un pobre abogado se olvide de sí mismo. -Sus palabras podrían ser terriblemente verdaderas. Yo esperaba que nadie en este cuarto descubriera cuán verdaderas podrían ser.

– Rey de la Corte de la Luz, me insultas, a mí y a mi corte, y a través de mí, a mi reina -le dije.

– Meredith. -Su voz resonó a través de la sala y recorrió mi piel, como si tuviera dedos.

Nelson gimió.

– ¡Detente! -Grité, y resonó un eco de poder en mi voz-. Si no dejas de intentar hechizarme, dejaré en blanco el espejo, y no habrá más conversaciones.

– Ellos atacaron a una mujer de mi corte. No deben quedar exentos del castigo.

– Danos alguna prueba de los delitos, Tío.

– La palabra de una noble de la Corte de la Luz es prueba suficiente -dijo, y ahora su voz no parecía seductora. Parecía enojada.

– Pero la palabra de un noble de la Corte de la Oscuridad no vale nada, ¿se trata de eso? -Pregunté.

– Nuestras historias hablan por sí mismas -dijo él.

Deseaba poder hacer que los abogados se movieran de forma que pudiera ver a Taranis, pero no me atreví. Con él apartado de mi vista podía pensar. Podía estar enojada.

– Entonces me estás llamando mentirosa. ¿Es eso, Tío?

– No a ti, Meredith, a ti nunca.

– Uno de los hombres que acusas estaba conmigo cuando Lady Caitrin afirma que fue violada. Él no podría haber estado con ella y conmigo, al mismo tiempo. Ella miente, o cree la mentira de otros.

La mano de Doyle se tensó en la mía. Él tenía razón. Había dicho demasiado. Demonios, pero estos juegos de palabras eran difíciles. Tantos secretos que guardar, y era tan difícil decidir quién sabía qué, y cuándo decir algo a alguien.

– Meredith -dijo él, su voz empujando contra mí de nuevo, casi como una caricia-, Meredith, ven a mí, ven con nosotros.

Nelson dejó escapar un sonido como un grito suave.

– ¡No puedo sujetarla! -dijo Cortez.

Shelby fue a ayudarle y yo de repente pude ver el espejo.

Podía ver la alta, imponente figura. La visión era bastante para añadir peso a sus palabras, de modo que parecía una compulsión.

– Meredith, ven a mí.

Él me ofreció su mano, y yo sabía que debía tomarla, lo sabía.

Las manos y los cuerpos de mis hombres presionaban mis hombros, brazos, y piernas, manteniéndome en la silla. Yo no me había dado cuenta, pero debía haber intentado levantarme. No creo que hubiera llegado a acercarme hacia Taranis, pero…, pero… era bueno que tuviera manos para dominarme.

Nelson gritaba…

– ¡Él es tan hermoso, tan hermoso! ¡Tengo que ir hacia él! ¡Tengo que ir hacia él!

Los forcejeos de la mujer enviaron a Cortez y Shelby a estrellarse contra el suelo.

– Seguridad. -La voz profunda de Doyle pareció atravesar la histeria.

– ¿Qué? -dijo Biggs, parpadeando demasiado rápidamente.

– Llame a seguridad -dijo Doyle-. Pida ayuda.

Biggs asintió con la cabeza, otra vez demasiado rápido, sin embargo, caminó hacia el teléfono que había sobre su escritorio.

La voz de Taranis llegó como algo brillante y duro, como si las palabras pudieran ser piedras lanzadas contra la piel.

– Sr. Biggs, míreme.

Biggs vaciló, su mano alargándose hacia el teléfono.

– Manténgala en la silla -dijo Doyle, y entonces me dejó para ir hacia Biggs.

– Él es un monstruo, Biggs -dijo Taranis-. No permita que le toque.

Biggs se giró con los ojos muy abiertos y miró a Doyle. Retrocedió, con las manos al frente como si intentara rechazar un golpe.

– Oh, Dios mío -susurró. Sea lo que fuera que él veía cuando miraba a mi atractivo capitán, no era eso lo que allí había.

Veducci se volvió de donde todavía estaba parado delante de mí. Tomó algo del bolsillo de su pantalón y lo lanzó contra el espejo. Polvo y trozos de hierbas golpearon la superficie, pero en vez de rebotar se introdujeron en el cristal como si éste fuera agua. Los trozos secos flotaron, provocaron pequeñas ondulaciones en la superficie supuestamente sólida. En ese momento supe dos cosas. Una, que Taranis podría utilizar el espejo como una forma de viajar entre un lugar y otro, una capacidad que la mayoría había perdido. Dos, que él realmente había querido decir “ven a mí”. Si yo hubiera ido hacia el espejo, él podría haber tirado de mí a través de él. Diosa, ayúdanos.

Biggs pareció despertar del hechizo, y agarró el teléfono como era su objetivo.

– Ellos son unos monstruos, Meredith -dijo Taranis-. No pueden aguantar el contacto de la luz del sol. ¿Cómo puede algo que se esconde en la oscuridad ser otra cosa además de maligno?

Sacudí la cabeza.

– Tu voz son sólo palabras ahora, Tío. Mis hombres están de pie a la luz del sol, erguidos y orgullosos.

Los hombres en cuestión miraron al rey, excepto Galen, que me miró a mí. Fue una mirada de interrogación; ¿Estaba mejor ahora? Asentí con la cabeza hacia él, dedicándole la sonrisa que le había brindado desde que tenía catorce años.

Taranis bramó…

– No, no te acostarás con el hombre verde, y traerás vida a la oscuridad. La Diosa te ha tocado, y nosotros somos la gente de la Diosa.

Luché para mantener mi rostro en blanco, porque ese último comentario podría significar muchas cosas. ¿Sabría ya que el cáliz de la Diosa había venido a mí? ¿O los rumores habían plantado algo más en su cabeza?

El olor de rosas volvió. Galen susurró…

– Huelo a flores de manzano. -Todos los hombres inspiraron el olor que habían sentido cuando la Diosa se había manifestado para ellos. No era sólo una diosa, sino muchas. Era el rostro de todo lo que era femenino. No sólo una rosa, sino que todo aquello que crecía sobre la tierra estaba en su aroma.

Doyle volvió con nosotros.

– ¿Es prudente, Meredith?

– No lo sé. -Pero me levanté, y ellos dejaron que sus manos se apartaran de mí. Me detuve delante de mi tío sola, con los hombres alineados alrededor de mí. Los abogados se habían movido hacia atrás, frunciendo el ceño, pareciendo perplejos, excepto Veducci, que parecía entender mucho más de lo que debería.

– Todos somos gente de la Diosa, Tío -dije.

– Los sidhe de la Corte de la Oscuridad son los hijos del Dios Oscuro.

– No hay ningún Dios Oscuro entre nosotros -le contesté-. No somos cristianos para poblar nuestro infierno con horrores. Somos hijos de la tierra y el cielo. Somos la naturaleza misma. No hay ningún mal en nosotros, sólo diferencias.

– Ellos han llenado tu cabeza de mentiras -dijo él.

– La verdad es la verdad, ya sea a la luz del sol o en la noche más oscura. No puedes esconderte de la verdad para siempre, Tío.

– ¿Dónde está el embajador? Él inspeccionará sus cuerpos y encontrará los horrores que la Dama dijo que estaban allí.

Hubo un viento en el cuarto, una brisa suave que contenía el primer calor de la primavera. El aroma de las plantas se mezclaba de forma que podía oler las flores de manzano de Galen, el olor de las hojas de roble de otoño y bosque profundo de Doyle, y el dulce y empalagoso lirio del valle de Rhys. Frost era un sabor a hielo aromatizado, y Abe era el prado dulzón. Los olores y los gustos se combinaron con el olor de las rosas salvajes.

– Huelo a flores -dijo Nelson, su voz vacilante.

– ¿A qué hueles, Tío? -Pregunté.

– Huelo solamente a la corrupción que está de pie detrás de ti. ¿Dónde está el Embajador Stevens?

– Ahora está siendo atendido por un hechicero humano. Ellos lo limpiarán del hechizo que colocaste sobre él.

– Más mentiras -dijo él, pero había algo en su cara que desmentía la fuerza de sus protestas.

– He dormido con estos hombres. Sé que sus cuerpos no tienen ningún horror.

– Eres en parte humana, Meredith. Ellos te han hechizado.

El viento creció, y empujó contra la superficie del espejo, con sus trozos de hierbas flotantes, como el viento en el agua. Miré la ondulación del cristal.

– ¿A qué hueles, Tío? -Repetí.

– Huelo solamente el hedor de la magia de la Corte Oscura. -Su voz sonaba horrible por la cólera, y algo más. Comprendí en ese momento que Taranis estaba loco. Yo había pensado que todos sus delitos habían sido causados por su arrogancia, pero al examinar su rostro, mi piel se quedó helada, incluso con el roce de la Diosa. Taranis, el Rey de la Corte de la Luz, estaba loco. Estaba allí, en sus ojos, como si una cortina de cordura se hubiera rasgado y no pudieses dejar de notarlo. Algo se había roto en su mente. El Consorte nos ayude.

– No eres tú mismo, Majestad -dijo Doyle suavemente con su voz profunda.

– Tú eres la Oscuridad, y yo soy la Luz. -Taranis levantó su mano derecha, la palma hacia arriba. Sentí que mis guardias avanzaban hacia mí. Se amontonaron encima de mí, presionándome contra el suelo, protegiéndome con sus cuerpos. Sentí el calor, incluso a través de la carne que me protegía. Oí ruidos, luego a Nelson gritando, y a los abogados gritando también. Hablé desde debajo del montón de hombres con Galen presionado fuertemente contra mí.

– ¿Qué es eso? ¿Qué ha pasado?

Más voces masculinas sonaron desde la puerta lejana. La seguridad había llegado, pero… ¿de qué servirían las armas cuándo alguien podía convertir la luz misma en un arma? ¿Se podría disparar a través de un espejo y golpear algo al otro lado? Se podría disparar al espejo, pero la bala debería detenerse en el cristal. Taranis podía dañarnos a nosotros. ¿Podríamos dañarlo a él?

Otras voces parecieron llegar de delante de nosotros, al otro lado del espejo. Traté de mirar por encima del brazo de Galen, y la cortina del largo pelo de Abe, pero me vi atrapada en la penumbra de sus cuerpos, con la sensación de más peso encima de mí, de modo que estaba atrapada e inútil hasta que la lucha terminara. Yo sabía que no serviría de nada ordenarles que se alejaran de mí. Si pensaran que era seguro, se moverían, y me sacarían del cuarto. Hasta ese momento ofrecerían sus vidas para proteger la mía. Una vez yo había estado contenta de saberlo. Ahora algunos de ellos eran tan preciosos para mí como mi propia vida. Tenía que saber lo que estaba pasando.

– ¿Galen, qué pasa?

– Tengo dos capas de pelo delante de mí. Estoy tan ciego como tú -me dijo él.

Abe me contestó…

– La guardia de Taranis trata de contenerlo.

– ¿Por qué gritó Nelson? -Pregunté. Mi voz salió un poco ahogada por el peso de todos ellos encima de mí.

Oí los gritos de Frost…

– ¡Sacadla!

Noté el movimiento antes de que Galen agarrara mi brazo y me pusiera de pie. Abe sujetaba mi otro brazo, y corrían hacia la puerta más lejana. Corrían tan rápido que simplemente me llevaban en volandas.

Taranis gritó detrás de mí…

– ¡Meredith, Meredith, no, ellos no te robarán!

Luz, una dorada, brillante y ardiente luz resplandeció detrás de nosotros. El calor golpeó nuestras espaldas primero. Reconocí la voz de Rhys, gritos. Oí carreras detrás de nosotros, pero yo sabía que era demasiado tarde. Al contrario que en las películas, no se puede superar a la luz. Ni siquiera los sidhe son tan rápidos.

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