CAPÍTULO 3

HABÍAMOS PASADO A UNA SALA DIFERENTE. ÉSTA ERA MÁS pequeña que la sala de juntas, y más parecida a la sala de estar de las casas unifamiliares. Había un espejo enorme en una pared, el cristal tenía pequeñas imperfecciones y burbujas cerca de una esquina. También presentaba zonas en las que había humedades. Su marco era dorado, pero un dorado deslustrado por la edad. Pertenecía al Sr. Biggs. Estábamos aquí, presentes en el santuario personal de Biggs, para hacer una llamada telefónica, aunque en este caso ningún teléfono nos haría falta.

Galen, Rhys, y Abeloec habían pasado su turno en el interrogatorio en la sala de conferencias. No habían sido capaces de hacer mucho, pero habían negado los cargos. Abe había permanecido de pie, con sus mechones sombreados de gris, negro y blanco, todo tan perfectamente uniforme que casi parecía artificial como algún gótico moderno, pero en este caso no era debido a ningún tinte, era verdadero. Su piel pálida y ojos grises hacían juego con el conjunto. Parecía extraño en su traje color gris carbón. Ningún sastre podría hacerle lucir mejor que con ropa que hubiera escogido él mismo. Había sido un buen amigo de las fiestas durante siglos, y su ropa generalmente lo reflejaba. Abe no tenía ninguna coartada porque había estado tratando de salir de una botella que le perseguía como una droga en el momento del ataque. Estaba limpio y sobrio desde hacía solamente dos días. Pero los sidhe no pueden realmente ser adictos a algo, igual que no pueden beber o drogarse hasta llegar al olvido. Era una ventaja y desventaja a la vez.

Los sidhes no podían ser adictos, pero tampoco podían usar el licor o las drogas para escapar de sus problemas. Se podrían emborrachar, pero solamente hasta cierto punto.

Galen parecía sereno y juvenilmente elegante con su traje marrón. No le habían permitido llevar su habitual tono de verde, porque éste hacía resaltar los matices verdosos de su piel blanca. Lo que ellos no habían parecido entender era que el marrón le daba un matiz verde oscuro de todas maneras, y mucho más perceptible al ojo humano. Sus rizos verdes estaban cortados al ras, con sólo una delgada trenza para recordarme que su pelo una vez había caído gloriosamente hasta sus tobillos. Era el que tenía la mejor coartada de los tres, porque había estado teniendo sexo conmigo cuando el presunto ataque ocurrió.

Hubo un tiempo durante el cual yo habría descrito a Rhys como infantilmente hermoso, pero hoy ya no. Hoy, cada uno de sus ciento setenta centímetros le hacían parecer más maduro y más él. Era el único de los guardaespaldas que estaban conmigo, que medía menos de 1´80 m. Rhys era todavía hermoso, pero había perdido su aire infantil, o a lo mejor es que había ganado alguna otra cosa. Un hombre que tenía más de mil años, y una vez había sido el Dios Cromm Cruach, no podía crecer, ¿o podía? Si él hubiera sido humano, lo que yo habría pensado es que los acontecimientos de estos últimos días le habían ayudado a madurar al fin. Pero parecía arrogante el pensar que mis pequeñas aventuras podrían afectar a un ser que en su día había sido adorado como un Dios.

Su pelo blanco se le rizaba en los hombros, y bajaba por la amplia extensión de su espalda. Era el más bajo de mis guardias sidhe, pero yo sabía cómo era el cuerpo que había bajo su traje, y era en su mayoría puro músculo. Se tomaba su entrenamiento muy en serio. Llevaba puesto un parche en el ojo para cubrir las principales cicatrices de la herida que había recibido hacía siglos. El único ojo que le quedaba era encantador, tres círculos de azul como líneas de cielo en diferentes días del año. Su boca era una suave y firme línea, y de entre mis hombres era al que mejor se le daba hacer pucheros, como si sus labios pidieran ser besados. Yo no sabía qué había hecho que apareciera esta nueva seriedad en él, pero le daba una nueva profundidad, como si hubiera algo más en él que hacía sólo unos días.

Él era el único de los tres que había estado fuera de la colina de las hadas, nuestro sithen, cuando el supuesto ataque se había llevado a cabo. Lo que pasó realmente fue que fue atacado por guerreros de la Corte de la Luz que le acusaron abiertamente del delito. Habían salido a la nieve invernal para cazar a mis hombres con acero y hierro frío, dos de las únicas cosas que pueden herir de verdad a un guerrero sidhe. La mayoría de las veces incluso cuando se provocan duelos en las cortes, se lucha con armas que no pueden herirnos mortalmente. Es como en las películas de acción donde los hombres se golpean concienzudamente el uno al otro, pero siguen volviendo a por más. El hierro frío y el acero eran armas mortales. Y aquél que las utilizaba violaba la paz entre las dos cortes.

Los abogados discutían.

– Lady Caitrin alega que el ataque ocurrió durante un día en el cual mis clientes estaban justamente en Los Ángeles -decía Biggs. -Mis clientes no pueden haber hecho algo en Illinois cuando estuvieron en California durante todo el día. Durante ese día en cuestión, uno de los acusados estaba trabajando para la Agencia de Detectives Grey y fue visto por varios testigos en el susodicho día.

Ése había sido Rhys. A él le encantaba trabajar como detective. Le encantaba trabajar en secreto, y tenía el suficiente encanto para ser más eficiente que un detective humano. Galen también tenía el suficiente encanto para desempeñarlo, pero no se metía tan bien en el papel. Trabajar encubierto o como señuelo, era sólo una parte del trabajo correcto. Uno tenía que meterse en la piel de la persona que quería atrapar. Yo había tenido mi cuota de trabajar como señuelo en años anteriores. Ahora, nadie me permitiría estar cerca de cualquier situación peligrosa.

Así que, ¿cómo había sido atacada Lady Caitrin antes de que llegáramos al sithen? De nuevo, el tiempo había comenzado a transcurrir de forma diferente en el mundo de las hadas. El tiempo había comenzado a correr de forma muy diferente en la Corte de la Oscuridad, o más bien a mí alrededor. Doyle nos había dicho:

“-El tiempo transcurre de forma extraña en todos los sithen por primera vez en siglos, pero corre aún más insólitamente a tu alrededor, Meredith. Ahora que tú te has marchado, el tiempo en el mundo feérico transcurre de una manera rara, pero no de una manera tan insólita de una corte a otra.”

Era tan interesante como inquietante que el tiempo no corriera exactamente de la misma forma para mí, pero éste se estaba estirando. Era enero para nosotros y las cortes, pero la fecha todavía no era la misma. La fecha de la fiesta de Yule, baile al que mi tío Taranis había insistido en que asistiera, había pasado sin problemas. Todos nosotros habíamos decidido que era demasiado peligroso para mí el asistir. La acusación contra mis guardaespaldas confirmó que Taranis estaba tramando algo, ¿pero el qué? Taranis tenía un plan, e independientemente de lo que fuera, sería peligroso para todos, menos para él.

– El rey Taranis ha explicado que el tiempo corre de modo diferente en el Mundo Feérico a como lo hace en el mundo real -aclaró Shelby.

Yo sabía lo que Taranis no había dicho.

– En el mundo real -porque para él la Corte de la Luz era el mundo real.

– ¿Puedo hacerle a sus clientes una pregunta? -preguntó Veducci. Él se había mantenido apartado de las discusiones. De hecho, ésta era la primera vez que había dicho algo desde que habíamos cambiado de habitación. Me puso nerviosa.

– Adelante, puede preguntar -le concedió Biggs-, pero yo decidiré si ellos le pueden contestar.

Veducci asintió, y se apartó de la pared donde había estado apoyándose. Nos sonrió. Sólo la dureza en sus ojos me dejó saber que la sonrisa era falsa.

– Sargento Rhys, ¿estaba usted en tierra feérica el día en que Lady Caitrin le acusa de haberla atacado?

– Supuestamente atacada -aclaró Biggs.

Veducci cabeceó en su dirección.

– ¿Estaba usted en tierra feérica el día en que Lady Caitrin alega que este supuesto ataque aconteció?

Que amablemente había rectificado… Cambiando de manera que fuera difícil bailar alrededor de la verdad y sin realmente mentir.

Rhys le sonrió, y pude apreciar ese lado menos serio que él me había mostrado la mayor parte de mi vida.

– Estaba en tierra feérica cuando el presunto ataque aconteció.

Veducci le hizo la misma pregunta a Galen. Galen pareció más incómodo que Rhys, pero aun así contestó.

– Sí, lo estaba.

La respuesta de Abeloec fue un simple…

– Sí.

Farmer le susurró algo a Biggs, y fue él el que preguntó en la siguiente ronda de preguntas.

– Sargento Rhys, ¿Estaban ustedes aquí en Los Ángeles el día del presunto ataque?

La pregunta demostró que nuestros abogados todavía no entendían completamente el dilema del tiempo en el sithen.

– No, no lo estaba.

Biggs frunció el ceño.

– Pero usted estuvo, durante todo el día. Tenemos muchos testigos.

Rhys le sonrió.

– Pero el día en Los Ángeles no era el mismo día que Lady Caitrin nos acusa del presunto ataque.

– Es la misma fecha -insistió Biggs.

– Sí -dijo Rhys con paciencia-, pero sólo porque sea la misma fecha no significa que sea el mismo día.

Veducci era el único que sonreía. Todos los demás parecieron pensar que era duro de mollera, o se preguntaban si Rhys estaba loco.

– ¿Puede aclararnos esto? -inquirió Veducci, todavía con aspecto complacido.

– Esto no es como una historia de ciencia ficción en la que hayamos viajado hacia atrás en el tiempo para rehacer el mismo día -dijo Rhys. -Tampoco hemos estado en dos sitios a la vez. Para nosotros, señor Veducci, este día es realmente un nuevo día. Nuestros doppelgängers [2] no están en el mundo de las hadas reviviendo ese día. Ése día en el mundo feérico es anterior. Este día aquí en Los Ángeles es un nuevo día. Lo que pasa es que este mismo día, fuera del mundo hada parece ser el mismo día, repetido.

– ¿Entonces usted podría haber estado en el mundo feérico durante el día en que ella fue atacada? -preguntó Veducci.

Rhys le sonrió, casi regocijándose.

– Durante el día que ella según afirma fue atacada, sí.

– Esto será una pesadilla para el jurado -afirmó Nelson.

– Al menos hasta que consigamos formar un jurado compuesto por hadas -dijo Farmer, sonriendo casi felizmente.

Nelson palideció bajo su exquisito maquillaje.

– ¿Un jurado compuesto por hadas? -repitió quedamente.

– ¿Podría realmente un jurado humano entender lo que es estar en dos sitios a la vez en la misma fecha? -preguntó Farmer.

Los abogados se miraron el uno al otro. Sólo Veducci no parecía confundido. Pienso que él ya había pensado en todo esto. Técnicamente, el tipo de trabajo que desempeñaba le hacía menos poderoso que Shelby o Cortez, pero podría ayudarles a hacernos daño. De todos los que teníamos en contra, Veducci era al que más quería convencer.

– Debemos intentar hacer todo lo que podamos para evitar ir ante un jurado -agregó Biggs.

– Si resulta que ellos atacaron a esta mujer, al menos -dijo Shelby- deberíamos recluirlos en tierra feérica.

– Usted tendría que demostrar su culpabilidad antes de poder conseguir que un juez imparta esa pena -comunicó Farmer.

– Lo que nos conduce otra vez al hecho de que ninguno de nosotros realmente quiere que este caso vaya a los tribunales. -La voz tranquila de Veducci cayó sobre la habitación como una piedra lanzada hacia una bandada de aves. Los pensamientos de los otros abogados parecieron dispersarse como esas mismas aves, volando llenas de confusión.

– No quiera cerrar el caso antes de haberlo comenzado -dijo Cortez, no pareciendo demasiado feliz con su colega.

– Esto no es un caso, Cortez, esto es un desastre que debemos tratar de detener -puntualizó Veducci.

– Un desastre para quién, ¿para ellos? -inquirió Cortez, señalándonos.

– Para todas las hadas, mayormente -aclaró Veducci-. ¿Ha leído acaso lo acontecido en la última y gran guerra entre humanos y hadas en Europa?

– Ciertamente no -dijo Cortez.

Veducci echó una ojeada alrededor, a los otros abogados.

– ¿Soy el único aquí que ha investigado sobre este asunto?

Grover levantó la mano.

– Yo lo hice.

Veducci sonrió como si fuera la persona más alegre del mundo.

– Dígale a esta gente tan inteligente cómo comenzó la última gran guerra.

– Comenzó por una disputa entre las Cortes de la Luz y la Oscuridad.

– Exactamente -dijo Veducci. -Y luego se extendió hacia las Islas Británicas y gran parte del continente europeo.

– ¿Nos está diciendo que si no arbitramos en esta disputa las Cortes irán a la guerra? -inquirió Nelson.

– Sólo hay dos condiciones que Thomas Jefferson y su gabinete impusieron como inquebrantables para que las hadas permanecieran en suelo americano -dijo Veducci. -Que nunca debían permitir otra vez ser adorados como dioses, y que las dos Cortes nunca debían entrar en guerra. Si cualquiera de estas dos cosas ocurre, les echaríamos del país, que resulta que es el último país de la tierra que los admitiría.

– Sabemos todo eso -dijo Shelby.

– Pero ha considerado el por qué Jefferson impuso esas dos reglas, ¿especialmente la que se refiere a la guerra?

– Porque sería perjudicial para nuestro país -respondió Shelby.

Veducci sacudió la cabeza.

– Hay todavía un cráter en el continente europeo casi tan grande como la parte más ancha del Gran Cañón. Aquel agujero es lo que quedó en el lugar donde se luchó la última gran batalla de esa guerra. Piense en lo que pasaría si eso ocurre en el centro de este país, en medio de nuestra zona agrícola más productiva, por ejemplo.

Ellos se miraron el uno al otro. No habían pensado en eso. A Shelby y a Cortez les había parecido un caso sabroso. Una posibilidad de hacer una nueva ley que implicara a los duendes. Cada uno de ellos había tenido en cuenta los hechos sólo a corto plazo, excepto Veducci, e incluso Grover.

– ¿Qué propone que hagamos? -preguntó Shelby. -¿Dejarles ir de rositas?

– No, no si ellos son culpables, pero quiero que cada uno de los que estamos en esta habitación entienda todo lo que podría estar en juego – dijo Veducci.

– Suena como si estuviera del lado de la princesa -aclaró Cortez.

– La princesa no hechizó el reloj del embajador de los Estados Unidos de forma que la favoreciera.

– ¿Cómo sabemos que la princesa no lo hizo, que no nos engañó? -preguntó Shelby. Él sonó como si ya incluso se lo creyera.

Veducci se giró hacia mí.

– Princesa Meredith, ¿le dio usted al Embajador Stevens algún objeto mágico o frívolo que influyera en su opinión favoreciéndola a usted o a su Corte?

Sonreí.

– No, no lo hice.

– Es cierto que ellos no pueden mentir, si se les hace la pregunta correcta -aclaró Veducci.

– ¿Entonces cómo lo hizo Lady Caitrin para acusar a estos hombres con su nombre y descripción? Ella parecía de verdad traumatizada.

– Ése es el problema -admitió Veducci. -La dama en cuestión tendría que mentir, total y absolutamente, porque le hice las preguntas correctas, y ella fue firme. -Él nos miró, sobre todo a mí. -¿Entiende lo qué esto significa, Princesa?

Respiré hondo y expulsé el aire, despacio.

– Lo he pensado. Significa que Lady Caitrin tiene mucho que perder. Si ella es atrapada mintiendo, podría ser expulsada del mundo feérico. Y el exilio es considerado peor que la muerte entre la nobleza Luminosa.

– No sólo entre la nobleza -determinó Rhys.

Los otros guardias asintieron.

– Él tiene razón -dijo Doyle-. Incluso un hada menor haría todo lo que pudiera para evitar el exilio.

– ¿Entonces, cómo es que la dama miente? -nos preguntó Veducci.

Galen habló, con voz muy baja, un poco incierta.

– ¿Podría ser una ilusión? ¿Podría alguien haber usado un encanto tan fuerte que pudiera engañarla?

– ¿Quiere decir que la hizo pensar que estaba siendo atacada cuándo no lo fue? -indagó Nelson.

– No estoy seguro de si eso sería posible en un sidhe -contestó Veducci, mirándonos.

– ¿Y si no fuera completamente una ilusión? -comentó Rhys.

– ¿Qué quieres decir? -le pregunté.

– Tú puedes hacer un árbol plantando un esqueje en la tierra. Puedes crear un castillo partiendo de las ruinas de otro -dijo.

– Sería más fácil hacer cualquier cosa si puedes partir de algo físico sobre lo que construirla -expuso Doyle.

– ¿Qué podrías utilizar para crear un ataque? -preguntó Galen.

Doyle le miró. Su mirada era elocuente, pero Galen no lo entendió. Yo lo entendí a la primera.

– Quieres decir como los cuentos de nuestra gente en los que aparecen guerreros muertos que se introducen en las camas de las viudas, cosas así.

– Sí -afirmó Doyle-. Una ilusión usada como un disfraz.

– Muy pocos de los fantasiosos tienen tal poder para hacer esa clase de ilusión ahora -apuntó Frost.

– Sólo podría haber uno de entre todas las hadas que podría llevarlo a cabo -dijo Galen. Sus ojos verdes de repente estaban mortalmente serios.

– No puedes querer decir… -Frost comenzó a hablar, luego se detuvo. Todos lo pensamos. Abe fue el que lo dijo…

– ¡Será hijo de la gran puta!.

Veducci habló como si hubiera leído nuestras mentes. Esto me hizo preguntarme si sin sus protecciones contra la magia feérica, yo podría haber leído en él como un médium, o algo más.

– El Rey de la Luz y la Ilusión, ¿cómo son de potentes sus poderes de ilusión?

– ¡Joder! -Soltó Shelby-. No puedes decir esto. No puedes darles una duda razonable.

Veducci nos sonrió.

– La princesa y sus hombres tenían ya una duda razonable cuando entraron en esta habitación, pero nunca habrían acusado al rey en voz alta delante de nosotros. Habrían ocultado esto incluso a sus abogados.

Tuve un mal presentimiento. Me moví hacia Veducci, sólo la mano de Doyle en mi brazo me detuvo de tocar al hombre. Él tenía razón, podrían haberlo visto como alguna clase de magia.

– Señor Veducci, ¿planea usted acusar hoy a mi tío de este complot durante la llamada de espejo?

– Pensé que dejaría esto a sus abogados.

Mi piel de repente estaba fría. Sentí como me quedaba pálida. Veducci pareció indeciso, y casi me tendió una mano.

– ¿Se encuentra bien, Princesa?

– Tengo miedo por usted, por todos ustedes, y por nosotros -le dije. -Usted no entiende a Taranis. Él ha sido el poder absoluto en la Corte de la Luz durante más de mil años. Esto le ha llevado a una arrogancia que usted no puede llegar ni a imaginar. Se hace pasar por un rey feliz y amistoso ante los humanos, pero muestra una cara completamente diferente a aquellos que somos de la Corte de la Oscuridad. Si usted le acusa sin rodeos de esto, no sé lo que hará.

– ¿Nos haría daño? -preguntó Nelson.

– No, pero podría usar la magia sobre usted -repliqué. -Él es el Rey de la Luz y la Ilusión. He estado de pie en su presencia, para una audiencia sin importancia, y utilizó un poco de encanto. Casi me caí ante su poder, y soy una princesa de la Corte Oscura. Usted es humano. Si él realmente quisiera ejercer su encanto sobre usted, podría hacerlo.

– Pero eso sería ilegal -dijo Shelby.

– Él es un rey con el poder de la vida y muerte en sus manos -le dije. -Él no piensa como un hombre moderno, no importa cuánto lo imite delante de la prensa. -Me sentí mareada, y alguien me acercó una silla.

Doyle se arrodilló a mi lado.

– ¿Te encuentras mal, Meredith? -susurró él.

Nelson me preguntó:

– ¿Se encuentra bien, Princesa Meredith?

– Estoy cansada, y asustada -contesté. -No tienen ni idea de cómo han sido estos últimos días, y no sé qué decir.

– ¿Tiene algo que ver con este caso? -indagó Cortez.

Alcé la vista hacia él.

– ¿Quiere saber si esta acusación es la razón de que esté cansada y asustada?

– Sí.

– No, no tiene nada que ver con estas falsas acusaciones. -Alcancé la mano de Doyle. -Hazles entender que deben tener mucho cuidado al enfrentarse con Taranis.

Doyle rodeó mi mano con la suya y dijo…

– Haré todo lo posible, mi princesa.

Le sonreí.

– Sé que lo harás.

Frost vino hasta mi otro lado y tocó mi mejilla.

– Estás pálida. Incluso para uno de nosotros con la piel de luz de luna, estás pálida.

Abeloec se acercó más a mí.

– Había oído que la princesa era lo bastante humana como para pillar una gripe. Pensé que era un rumor malintencionado.

– ¿Ustedes no se resfrían? -preguntó Nelson.

– Ellos no pueden -le dije, apretando mi mejilla contra la mano de Frost, y todavía esperando a Doyle. -Pero yo sí. No muy a menudo, pero la puedo padecer. -Y para mí misma añadí, “por eso soy la primera princesa de las hadas mortal”. Éste era uno de los motivos por lo que hubo tantos intentos de asesinato en la Corte de la Oscuridad. Había sectores de la nobleza que creían que si yo me sentaba en el trono, contaminaría a todo los inmortales con las enfermedades mortales. Les traería la muerte a todos ellos. ¿Cómo puede una luchar contra un rumor así, cuándo ellos ni siquiera cogen un simple resfriado? Y estaba a punto de dirigirme al más brillante de entre todos los brillantes de ellos, el Rey Taranis, Señor de la Luz y la Ilusión. Que la diosa me ayudara si él comprendía que osaba estar en su presencia con esta leve, pero aún así, enfermedad humana. Esto sólo le confirmaría cuan débil era, cuan humana era.

– Casi ha llegado el momento de que el rey se ponga en contacto con nosotros -informó Veducci, mirando su reloj.

– Si es que su tiempo corre como el nuestro -dijo Cortez.

Veducci asintió.

– Es verdad, pero, ¿puedo sugerir que consigamos un poco de metal para que usted pueda llevar?

– ¿Metal? -fue Nelson quien hizo esta pregunta.

– Creo que algo de material de oficina de este elegante bufete de abogados podrían ayudarnos un poco para que usted pueda tener una visión algo más clara mientras tratamos con el Rey Taranis.

– Material de oficina -dijo Cortez. -¿Quiere decir como clips?

– Por ejemplo -señaló Veducci. Él se giró hacia mí. -Que nos dice, Princesa, ¿sería provechoso tocar clips?

– Depende de con qué estén hechos, pero un puñado de ellos nos podrían ayudar.

– Podemos probarlo para usted -dijo Rhys.

– ¿Cómo? -preguntó Veducci.

– Si nos molesta tocarlos, le ayudarán.

– Pensaba que ni siquiera el duende menos poderoso podría tocar el metal -respondió Cortez.

– Algunos, la verdad es que pueden ser quemados por el roce con algunos metales, pero incluso el más alto sidhe no disfruta para nada del metal forjado por el hombre -aclaró Rhys, todavía con aquella sonrisa especial.

– Simplemente se queman por tocar un metal -dijo Nelson.

– Ahora no tenemos tiempo para hablar de las maravillas de los duendes, lo que nos interesa es conseguir el suficiente material de oficina – señaló Veducci.

Farmer presionó el intercomunicador y habló con uno de sus muchos secretarios y ayudantes personales que parecían estar fuera de la oficina. Pidió clips y grapas. Yo agregué…

– Cuters, navajas de bolsillo…

Shelby, Grover, y el otro ayudante tenían navajas en sus bolsillos.

– Ustedes están muy fascinados por la princesa -dijo Veducci. -Yo añadiría un puñado de algo más, por si acaso.

Miré a Veducci repartir todos los útiles de oficina. Se había hecho cargo de todo, y nadie le había cuestionado. Se supone que él era nuestro enemigo, pero nos ayudaba. ¿Habría dicho la verdad? Estaba aquí para impartir justicia, ¿o era mentira? Hasta que yo averiguara lo que Taranis quería, no podía permitirme confiar en nadie.

Veducci llegó hasta donde yo estaba sentada. Él asintió en dirección de Doyle y Frost, quiénes todavía me tenían aprisionada, uno a cada lado.

– ¿Puedo ofrecerle a la princesa algo de metal extra para que lo sostenga?

– Ella lleva metal, como todos nosotros.

– Armas y espadas, como pueden ver.

Entonces los ojos de Veducci me miraron rápidamente.

– ¿Nos está diciendo que la princesa está armada?

Así era en verdad. Tenía un cuchillo atado con una correa a mi muslo para que se sostuviera como hacía siempre. También tenía un arma pequeña a mi espalda en una nueva pistolera lateral que estaba diseñada para ser colocada allí. La verdad, no esperábamos que yo utilizara el arma para disparar, pero de esta manera llevaba bastante metal encima, acero y plomo, sin que fuera demasiado obvio para Taranis. Él vería como un insulto el que llevara encima metal delante de él. Los guardaespaldas podrían llevarlo, porque eran guardaespaldas; y se supone que ellos tenían que ir armados.

– La princesa lleva lo suficiente para protegerse -dijo Doyle.

Veducci hizo una pequeña reverencia.

– Entonces devolveré este material a su caja.

Unas trompetas sonaron, dulces y claras, como si lloviera música sobre nosotros desde una gran altura. Era el sonido del Rey Taranis cuando utilizaba el espejo. Era educado, y esperaba a que alguien tocara el espejo en nuestro lado. Las trompetas sonaron otra vez mientras contemplábamos el espejo en blanco.

Doyle y Frost se sentaron a mis pies. Rhys entró para colocarse a mi lado, como si ellos hubieran hablado de esto de antemano. Doyle avanzó, dejando espacio para que Rhys tomara su lugar a mi lado. Rhys me abrazó ligeramente, y agregó bajito…

– Siento mover a tu favorito de su sitio.

Me giré y le miré, porque se supone que los celos eran una emoción humana. Rhys me dejó ver en su cara que él sabía que mi corazón había elegido, aunque mi cuerpo no lo hubiera hecho. Me dejó saber que sabía cómo me sentía sobre Doyle, y que esto le hacía daño a él. Todo eso podía reflejar una mirada.

Doyle tocó el espejo, y Rhys susurró…

– Sonríe para el rey.

Dejé que la sonrisa que había practicado durante años llenara mi cara. Una sonrisa agradable, pero no demasiado feliz. Una sonrisa para una corte, una sonrisa para no dejar ver lo que había detrás, y para pensar en cosas que no hacían gracia en absoluto.

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