CAPÍTULO 5

ABE TROPEZÓ A MI LADO, CASI TIRÁNDOME EN EL PROCESO, pero Galen me cogió entre sus brazos y corrió hacia la puerta. Se movió a tal velocidad que pareció desdibujarse dejando en la habitación un rastro de serpentinas de color. Fue casi como si ni siquiera abriera la puerta y pasara a través de ella, pues se movió tan rápidamente que la puerta no fue lo bastante sólida para detenernos. No estaba segura de si la puerta se abrió o no, pero al final estábamos al otro lado. Él me giró en sus brazos, de forma que pudiera llevarme como a un niño, o una novia durante su noche de bodas. Atravesó el largo pasillo con un trote rápido, alejándose de la puerta y del sonido de la batalla que había dentro.

Galen era el guardaespaldas al que podría ordenarle casi cualquier cosa. Pensé en pedirle que se parara, pero no estaba segura de lo que ocurría. ¿Y si me equivocaba al decirle que se detuviera? ¿Y si los hombres que amaba hubieran dado sus vidas por salvarme, y al detenerme aquí hiciera que ese sacrificio fuera en vano? Éste era uno de esos momentos en los que habría dado casi cualquier cosa por no ser la princesa. Había demasiadas decisiones, demasiados momentos como éste, donde, perdiera o ganara, acababa perdiendo.

Él me dejó en el suelo, pero sujetaba mi mano, como si supiera que yo podría intentar volver. Había presionado el botón para llamar al ascensor. Oí la maquinaria vibrar detrás de las puertas. No podía marcharme. Lo supe en el mismo instante en que se abrieron las puertas, no me subiría. No los abandonaría. No podía abandonarlos sin saber a quién habían hecho daño, y quién se encontraba malherido.

Retrocedí, soltándome de la mano de Galen. Él me miró, sus ojos verdes parecían un poco sorprendidos, su pulso todavía golpeaba sordamente contra un lado de su pálida garganta por encima de la corbata que los abogados le habían hecho llevar puesta. Negué con la cabeza.

– Merry, tenemos que irnos. Mi trabajo es mantenerte segura.

Sólo negué, y puse mi mano sobre la suya. Traté de llevarle de regreso hacia las puertas que se habían cerrado detrás de nosotros, o que no se habían abierto para que nosotros pasáramos. Todavía no podía recordar si se habían abierto o no las puertas. Me era muy difícil pensar en ello, al menos parecía recordar ese momento. Probablemente quería decir que Galen, efectivamente, nos había hecho atravesar la puerta. Imposible, sobre todo estando fuera del mundo feérico. Imposible, pero había pasado, ¿no?

Las puertas del ascensor se abrieron. Galen entró, pero le obligué a estirar el brazo porque yo no avancé.

– Merry, por favor -me dijo -. Por favor, no puedes regresar.

– Pero tampoco puedo irme. Si debo ser vuestra reina, entonces tengo que dejar de huir. Ser la reina de una Corte Feérica significa que debo ser también una guerrera. Debo ser capaz de luchar.

Él trató de meterme dentro. Puse una mano contra la pared para hacer algo de palanca.

– Eres mortal -me dijo. -Podrías morir.

– Podríamos morir todos -le dije-. Los sidhe ya no son inmortales. Tú lo sabes y yo lo sé.

Él puso una mano sobre la puerta que trataba de cerrarse.

– Pero somos más difíciles de matar que un humano. Tú te hieres como un humano, Merry. No puedo permitir que regreses dentro de aquella habitación.

Tuve un instante para comprender que de alguna manera éste era un momento decisivo. ¿Qué tipo de reina sería yo entonces?

– ¿Tú no lo puedes permitir? Galen, debo gobernar o no gobernar. No puede ser de las dos maneras. -Tiré con mi mano de la suya, y él no luchó contra mí.

Sólo me miró, buscando mi cara, como si no me conociera.

– Realmente vas a regresar, y a menos que te lance sobre mi hombro, no voy a poder pararte, ¿o podría?

– No, no podrías. -Y comencé a andar por el largo pasillo que acabábamos de atravesar.

Galen avanzó hasta ponerse a mi lado. Empezó a desabrochar los botones de su chaqueta, y se sacó el arma que llevaba colgada. Retiró el seguro y la preparó.

Alcancé de detrás de mi espalda, la pequeña y cómoda pistolera, sacando mi propia arma. Yo había sustituido la Lady Smith [3] que Doyle me había quitado una vez en el sithen antes de ser mío. Era un arma a la que estaba acostumbrada, y un arma elegida por muchos oficiales de policía como arma suplementaria o de apoyo. Extrañamente, la mayoría, varones. Originariamente diseñada para mujeres, uno de los colores elegidos para la culata había sido el rosa. Pero aún siendo negra o de un azul acerado, todavía era una buena arma, y era a la que más estaba acostumbrada. No sujeté mi arma tan suavemente como lo hacía Galen, pero es que la pistolera era nueva, y el arma también. Llevaba práctica estar preparado. Si Taranis estaba loco, ahí podría conseguir toda la práctica que necesitaba.

Загрузка...