CAPÍTULO 14


FINALMENTE EL ESPEJO VOLVIÓ A SER LO QUE ERA, UN simple espejo otra vez. Los trasgos llegarían esta noche con guardias Gorras Rojas para asegurarse de que no se produjera ninguna traición sidhe. Con Doyle herido, tenía que elegir a otros guardias para que nos observaran, y francamente, aquéllos en los que más confiaba no deseaban este privilegio.

Frost habría estado de pie junto a Doyle, si éste se lo hubiera ordenado, pero la verdad era que él no disfrutaba viéndome con otros hombres. Había acordado con Doyle, el que cuando les tocara a uno o al otro estar conmigo en la habitación, estarían los dos al mismo tiempo, pero él no me compartiría con nadie más. Rhys tenía una mente más abierta sobre compartirme con alguien más, pero habría sido otro tipo de tortura el pedirle que mirara cuando tuviera a los trasgos conmigo. Ser prisionero de los trasgos le había costado un ojo.

– ¿Quieres decir, que pueden desear hacerte daño, verdad? – preguntó Rhys.

– Sí -le contesté.

– ¿Sabes lo inquietante que es eso?

Pensé sobre eso, luego asentí.

– Lo comprendes o no.

– Yo tampoco lo entiendo -dijo Frost.

Me callé porque Frost realmente lo comprendía más de lo que yo había pensado que llegaría a hacerlo. No le gustaba causarme daño, pero un poco de "átame, desátame” funcionaba muy bien para estimularle. Pero ya que para él, el bondage y el causar dolor no era lo mismo, no discutí con él.

– Doyle lo comprende -dijo Rhys.

Asentí.

– ¿Tú disfrutas del sexo normal, verdad? -preguntó Rhys.

– El término “normal” es relativo. El tipo de sexo que me gusta es sólo el tipo de sexo que me gusta, Rhys.

Él respiró hondo y comenzó…

– No quiero parecer crítico. Lo que quiero decir es… ¿tienes menos… sexo de ese tipo con el resto de nosotros porque piensas que no haremos lo que tú quieres? Supongo que lo que quiero saber es… si realmente disfrutas estando conmigo.

Le rodeé con mis brazos, pero me aparté lo suficiente para así poder mirarle intensamente a la cara.

– Amo estar contigo, con todos vosotros. Pero a veces me gusta algo más duro. No me seduce la idea de tener sexo con los trasgos cada noche, pero el pensamiento me excita la verdad.

Él tembló, y no fue de placer. No, definitivamente, era de miedo.

– Ahora lo sé, gracias a ti, sólo fue mi ignorancia de la cultura trasgo lo que me costó el ojo. Si no hubiera sido sólo otro sidhe arrogante, habría sabido que su cultura permite que incluso los presos negocien durante el sexo. Podría haberlos obligado a que no me mutilaran. Pero veía el sexo como una tortura en sí, y no puedes negociar con la tortura.

– Cuando un trasgo te torture, lo sabrás.

Él se estremeció otra vez.

Le abracé, intentando eliminar lo que con bastante frecuencia mostraba su cara.

– Tenemos que decidir quién va a protegerme esta noche.

Él me abrazó muy fuerte.

– Lo siento, Merry, pero no puedo. Pero… es que solamente no puedo.

Susurré contra su pelo…

– Lo sé, y no importa.

– Yo lo haré -dijo Frost.

Me di la vuelta en los brazos de Rhys, para así poder mirar a Frost. Su cara era pura arrogancia y helada hermosura. Lo que vi es que no sería su falta de goce en lo que iba a ocurrir lo que provocaría su incapacidad para protegerme, sino que podría llegar a disfrutar de ello en secreto. Eso le supondría un obstáculo. Tenía tendencia a dejar que las emociones nublaran su juicio. Esta noche podría ocasionar que muchos de los resortes emocionales de Frost saltaran y le impidieran protegerme bien. Si Doyle hubiera estado aquí podría ayudarle a enfrentarse con todo su equipaje emocional, y entonces quizás podría, pero Doyle no estaría allí esta noche. ¿A quién más podría yo pedírselo?

De repente, el espejo mostró el dormitorio de la reina. Habíamos puesto un hechizo sobre el espejo para evitar que alguien más echara una ojeada a través de él, pero la reina se lo había tomado muy mal. Por lo que ella siempre tenía acceso al espejo. Esto significaba que no teníamos intimidad, pero también nos resguardaba de la cólera de Andais reduciéndola a un nivel más soportable.

También significaba que yo había comenzado a dormir en algunas de las habitaciones más pequeñas de la mansión. Mi excusa de que el sexo nos agotaba y nos quedábamos dormidos en cualquier parte, por el momento se aguantaba.

La reina estaba cubierta de sangre aproximadamente desde su ante brazo hasta la parte inferior de su cuerpo. Era difícil de saber con la ropa negra que llevaba puesta, pero la tela parecía pegada a su cuerpo a causa de la humedad. Sostenía el cuchillo en una mano, tan cubierto de sangre que supe que debía de estar resbaladizo.

No quise mirar hacia la cama, pero tenía que hacerlo. Me quedé en los brazos de Rhys y los dos miramos hacia la cama, tan despacio como cuando uno tiene que ver algo que no desea ver nunca.

Tenía que ser Crystall, pero sólo era una masa sangrienta con forma de hombre. Sólo sus hombros y la forma de sus caderas me hicieron estar segura de que era un cuerpo de hombre. Él todavía yacía sobre su estómago, todavía estaba donde lo habíamos visto. La mitad de un brazo colgaba de la cama, con una mano en el aire. La mano se movía nerviosa e involuntariamente como si algo que ella le hubiera hecho le hubiera causado un daño neurológico.

Las lágrimas simplemente se derramaron por mi cara, incapaz de pararlas. Rhys empujó mi cara contra su hombro para evitar que yo lo viera. Por una vez, le dejé. Ya había visto lo que Andais quería que viera, aunque no tuviera ni idea del por qué quería que lo viera. Lo que ella le había hecho a Crystall estaba por lo general reservado a los traidores, los enemigos. La gente de la que pretendía conseguir alguna información, o prisioneros que debían ser torturados por sus delitos. ¿Por qué lo había reducido a una ruina sanguinolenta? ¡Por qué! Quise gritarla.

Los brazos de Rhys se tensaron a mi alrededor, como si él hubiera adivinado mis intenciones.

– Mentiste sobre tomar a Rhys en tu cama -dijo ella por fin.

– No -dije-. Acabamos de despedir a los trasgos en el espejo. – Me limpié los ojos y me giré para afrontar a mi reina. ¡¡Cómo la odiaba!!.

– Pareces un poco pálida e indecisa para el sexo, sobrina. -Su voz ronroneó de placer por el efecto que provocaba en mí. Era eso, ¿sólo un juego para ver cómo de horrible podría hacerme sentir? ¿Crystall era alguien sin importancia, sólo un cuerpo para usar y así hacerme daño?

– Haré que Sholto traiga a Rhys a casa. Él puede encantar mi espejo como encantó el tuyo, y luego puede unirse a mí, como siempre ha querido. -Luego miró hacia Rhys. Le dirigió una profunda mirada con aquellos ojos de tres tonalidades de gris. -Porque todavía me quieres… ¿no es así, Rhys?

Era una pregunta peligrosa. Rhys habló, con cuidado.

– ¿Quién no querría acostarse con semejante belleza? Pero tú quieres que Merry se quede embarazada, y debo estar aquí para cumplir mi deber con ella, como ordenarte que hiciera.

– ¿Y si te ordeno que regreses a casa? -inquirió ella.

– Diste tu juramento de que todos los hombres que habían venido a mi cama serían míos -dije. -Lo juraste.

– Exceptuando a Mistral. A él no te lo di para que le conservaras -dijo ella.

– Excepto a Mistral -asentí, con voz suave, y luchando por mantenerla.

– ¿Te trastornaría más ver a Rhys tirado en mi cama en lugar de a éste?

Otra vez, una pregunta peligrosa. Pensé varias cosas que decir, pero me conformé con decir sólo la verdad.

– Sí.

– No puedes amarlos a todos, Meredith. Ninguna mujer puede amarlos a todos.

– Con un amor verdadero, quizás no, mi reina, pero de alguna forma sí que los amo a todos. Los amo porque son mi gente. Me enseñaron que uno tiene que cuidar a aquellos que están a su cargo.

– Las palabras de mi hermano siguen saliendo con frecuencia de tu boca. -Ella sacudió la mano, y creo que no fue a propósito que la sangre saliera disparada hacia su lado del espejo. -Sir Hugh se ha puesto en contacto conmigo. Se está hablando de obligar a Taranis a sacrificarse para devolver la vida a su gente. Una conversación regicida, Meredith. En la conversación ha salido a colación lo que la Corte de la Luz ha sufrido bajo su reinado de locura. -Hubo algo en la manera de decir esto último que hizo que mi estómago se encogiera.

Frost aclaró…

– Él estaba completamente loco esta mañana, mi reina.

– Sí, Asesino Frost, sí, así que todavía sigues ahí. Todavía a su lado. Los Luminosos quieren que sepa que no desean insultarme al ofrecerte su trono.

– ¿Está decidido entonces? -preguntó Frost.

– No, todavía no, pasará algo más que un día y una noche antes de que la facción de Hugh pierda o gane el control de suficiente parte de la nobleza como para poder ofrecer a su trono a nuestra princesa. Hugh me dijo que siempre podría tener a Cel para ocupar mi trono. Como si no fuera Meredith mi primera opción.

¿Acaso tenía Hugh alguna idea de cuánto me había puesto en peligro? Andais no era mucho más estable que Taranis. No tenía ni idea de cómo podría reaccionar a tal conversación con la Corte de la Luz.

– Pareces asustada, Meredith -me dijo.

– ¿Debería no estarlo?

– ¿Por qué no estás conmovida ante la posibilidad de ser la reina Luminosa?

– Porque mi corazón está con la Corte de la Oscuridad -dije finalmente.

Entonces ella sonrió.

– Es así, ¿de verdad? La mitad de mi sithen está recubierto de mármol blanco, rosado y dorado. Hay flores y brotes por todas partes. El Vestíbulo de la Muerte que queda en pie, y que fue un lugar para la tortura durante milenios ahora está cubierto de flores. La magia de Galen disolvió todas las celdas, y no puedo hacer nada para reconstruir el sithen. Tengo a gente arrancando las flores en el vestíbulo, pero simplemente vuelven a salir a la noche siguiente.

– No sé lo qué quieres que diga, Tía Andais.

– Pensé que la única revolución de la que debía de preocuparme era una causada por las armas o la política. Tú me has mostrado que hay otros modos de perder el poder, Meredith. Tu magia posee mi sithen incluso desde Los Ángeles. Los cambios nos arrastran cada día más, como una especie de cáncer. -Ella se rió, pero esa risa tenía un resquemor doloroso. -Un cáncer formado por flores y paredes de color pastel. Si yo dejara a los Luminosos tenerte, ¿mi reino volvería a ser como era, o es demasiado tarde? Es esto lo que quieren los Luminosos, Meredith, ¿que tú rehagas todos los mundos feéricos a su imagen? Estás destruyendo nuestra herencia, Meredith. Si no lo paro, pronto no habrá ninguna Corte Oscura que salvar.

– No fue deliberado por mi parte, Tía.

– Si te doy a los Luminosos, ¿se parará?

Miré fijamente a aquellos ojos. Ojos que reflejaban menos cordura de la que deberían tener.

– No lo sé.

– ¿Qué dice la Diosa?

– No lo sé.

– Ella habla contigo, Meredith. Sé que lo hace. Pero ve con cuidado. Ella no es una deidad cristiana que tendrá cuidado de ti. Ella es el mismo poder que me hizo.

– Sé que la Diosa tiene muchas caras – le dije.

– ¿Y tú, Meredith, en realidad cuántas tienes?

Sólo sacudí la cabeza.

– Disfruta de Rhys mientras puedas, porque una vez que te sientes en el trono Luminoso, mis guardias regresarán conmigo. Ellos guardan sólo a nuestra realeza.

– No estoy de acuerdo…

Ella me silenció.

– Ya no sé cómo salvar a mi gente y a nuestra cultura. Pensé que tú serías la solución, pero aunque puedas salvar el mundo hada, al mismo tiempo pareces destruir el estilo de vida Oscuro. ¿Te ofreció la Diosa una elección sobre cómo devolver la vida a las hadas?

– Sí -dije suavemente.

– Te ofreció el sacrificio de la sangre o el sexo, ¿verdad?

– Sí -dije. No pude esconder la mirada de asombro de mi cara.

– No parezcas tan sobresaltada, Meredith. No siempre he sido reina. Antes nadie gobernaba aquí si no eras elegido por la Diosa. Elegí la muerte y la sangre para cimentar mi lazo con la tierra. Elegí el camino de la Oscuridad. ¿Qué elegiste tú, hija de mi hermano?

Había una luz en sus ojos que me hizo tener miedo de decir la verdad, pero no podía mentir, no sobre esto.

– La vida. Elegí la vida.

– Elegiste el camino de la Luz.

– Si hay un modo de traer el poder sin matar, ¿por qué es una equivocación el elegirlo?

– ¿La vida de quién salvaste?

Humedecí mis labios que de repente estaban secos.

– No pregunté.

– ¿Doyle?

– No -le dije.

– ¡Entonces quién! -me gritó.

– Amatheon -solté.

– Amatheon. Él es uno de tus nuevos amantes. Él ayudó a Cel a atormentarte cuando eras una niña. ¿Por qué?

– No te entiendo, Tía.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué, qué? -inquirí.

– ¿Por qué le salvaste? ¿Por qué no matarle para devolver la vida a la tierra? Seguro que él habría accedido al sacrificio voluntariamente.

– ¿Por qué matarle si no tenía que hacerlo? -pregunté.

Ella sacudió la cabeza tristemente.

– Esa no es una respuesta de la Oscuridad, Meredith.

– Mi padre, tu hermano, habría dicho lo mismo.

– No, mi hermano era un Oscuro.

– Mi padre me enseñó que todos los duendes ya sean del más bajo al más alto nivel tienen valor.

– No -contestó ella.

– Sí -respondí.

– Pensé en ti mientras hería a Crystall, Meredith. La única pega que tengo sobre cederte a los Luminosos es que si lo hago, no puedo matarte sin comenzar una guerra. No quiero perder la ocasión de torturarte hasta la muerte, Meredith. No puedo dejar de pensar que cuando estés muerta tu magia desaparecerá y esa Diosa traicionera desaparecerá contigo.

– ¿Condenarías a todos los duendes a la muerte porque éste no es el mundo feérico que tu deseas que haya? -esto lo preguntó Frost, sorprendido.

– Sí y no. -Con esto, el espejo quedó otra vez en blanco. Nos quedamos mirándolo mientras cavilábamos. Estábamos pálidos y conmocionados. Hoy, ninguna buena noticia parecía quedar impune.

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