CAPÍTULO 26

DESPERTÉ LENTA Y DOLOROSAMENTE. EL LADO DE MI CARA dolía, y notaba la cabeza como si alguien tratase de salir de mi cráneo a golpes. La luz era demasiado brillante. Tuve que cerrar los ojos y protegerlos con la mano. Atraje la sábana de seda sobre mis pechos… ¿Seda?

La cama se movió, y supe que alguien estaba conmigo.

– He atenuado las luces para ti, Meredith.

Aquella voz, oh Diosa. Parpadeé abriendo los ojos y lamenté no poder creer que era un sueño. Taranis estaba apoyado sobre un codo a mi lado. La sábana blanca de seda apenas cubría su cintura. El vello que ascendía por su pecho era de un rojo más sólido que el color de puesta de sol de su pelo. Una línea de vello se arrastraba más abajo, y realmente no quería que él me demostrara si era un pelirrojo natural.

Sostuve las sábanas contra mis pechos como una virgen asustada durante su noche de bodas. Pensé en una docena de cosas que decir, pero finalmente dije…

– Tío Taranis, ¿dónde estamos? -Así, le recordaba que yo era su sobrina. No iba a ceder al pánico. Él ya había demostrado que estaba loco en la oficina del abogado. Lo había vuelto a demostrar otra vez golpeándome, dejándome inconsciente y trayéndome aquí. Iba a estar tranquila, mientras pudiese.

– Vamos, Meredith, no me llames “Tío”. Me hace sentirme viejo.

Miré a aquella hermosa cara, tratando de encontrar un poco de cordura con la que poder razonar. Él bajó la mirada y me sonrió, pareciendo encantador y un poco hermosamente mundano, pero no había indicio alguno de que lo que sucedía estuviese mal o fuese extraño. Él actuaba como si nada estuviese mal. Y eso era más espantoso que casi cualquier otra cosa que pudiese haber hecho.

– Bien, Taranis… ¿Dónde estamos?

– En mi dormitorio -Él hizo un gesto, y seguí la línea de su mano.

Era una habitación, pero estaba ribeteada con vides florecientes, y árboles frutales entrelazados con la pared y repletos de fruta. Las joyas centelleaban y brillaban entre la verde vida vegetal. Era casi demasiado perfecto para ser verdadero. En el momento en el que lo pensé, supe que tenía razón. Era una ilusión. No traté de romperla. No importaba que él usase la magia para hacer que su habitación pareciese encantadora. Podía guardarse sus bromas de decoración. Aunque parte de mí se preguntase… ¿cómo había estado tan pronto tan segura de que no era verdadero?

– ¿Por qué estoy en tu dormitorio?

Él frunció el ceño entonces, sólo un poco.

– Quiero que seas mi reina.

Me lamí los labios, pero se quedaron secos. ¿Debería intentar razonar?

– Soy la heredera del trono oscuro. No puedo ser a la vez tu reina y la reina de la corte oscura.

– Tú nunca tendrás que volver a ese lugar horrible. Puedes quedarte aquí con nosotros. Siempre estuviste destinada a ser luminosa. -Él se inclinó, como si fuera a besarme otra vez.

No pude evitarlo. Me aparté de él.

Él se detuvo, frunciendo el ceño otra vez. Pareció que pensaba y que eso le dolía. No era un hombre estúpido. Creo que esto era sólo otro síntoma de su locura. Él sabía en alguna parte de su cabeza que estaba equivocado, pero su locura no le dejaría verlo.

– ¿No me encuentras hermoso?

Dije la verdad.

– Tú siempre has sido hermoso, tío.

– Te lo dije, Meredith, nada de tío.

– Como quieras. Te encuentro hermoso, Taranis.

– Pero reaccionas como si fuese feo.

– Sólo porque un hombre sea hermoso no significa que quiera besarlo.

– En el espejo, si tus guardias no hubieran estado contigo, habrías venido a mí.

– Lo recuerdo.

– Entonces… ¿por qué te apartas de mí ahora?

– No lo sé -y era la verdad. Aquí, en carne y hueso, estaba el hombre que me había abrumado en numerosas ocasiones a distancia con su compulsión mágica. Ahora yo estaba aquí sola, y él solamente me asustaba.

– Te ofrezco todo lo que tu madre siempre quiso de mí. Te haré reina de la corte luminosa. Estarás en mi cama y en mi corazón.

– No soy mi madre. Sus sueños no son los míos.

– Tendremos un hermoso niño -otra vez trató de besarme.

Me senté y el mundo palpitó en ondas de color. La náusea me hizo tener arcadas y el dolor de cabeza se hizo peor. Me incliné al lado de la cama y devolví. El esfuerzo de vomitar hizo que mi cabeza me doliera como si fuera a explotar. Grité de dolor.

Taranis se acercó al lado de la cama. Por el rabillo del ojo, vi cómo vacilaba. Pude ver el asco en su hermosa cara. Era demasiado sucio para él, demasiado verdadero. No habría ninguna ayuda por su parte.

Yo tenía todos los síntomas de una conmoción cerebral. Tenía que ir a un hospital o a un sanador verdadero. Necesitaba ayuda. Estaba en el borde de la cama, mi mejilla ilesa descansaba sobre la sábana de seda. Me apoyé ahí a la espera de que mi cabeza dejase de palpitar al ritmo de mi pulso, rezando para que la náusea pasase. Quedarme inmóvil me aliviaba, pero estaba herida, era mortal y yo no estaba segura de que Taranis lo entendiese.

Él no me tocó. Alcanzó la cuerda de una campana y llamó a los criados. Por mí, genial. Ellos podían estar cuerdos.

Oí voces. Él dijo…

– Traed a un sanador.

La voz de una mujer…

– ¿Qué le pasa a la princesa?

Se oyó el sonido de una mano golpeando la carne. Él le rugió…

– ¡Haz lo que se te ha dicho, puta!

No hubo más preguntas, pero dudé que cualquiera de los criados preguntara otra vez lo que había pasado. Ellos lo sabían demasiado bien.

Creo que me desmayé otra vez, porque de lo siguiente que me di cuenta fue de una mano fría en mi cara. Miré con cuidado moviendo sólo mis ojos por la cara de la mujer. Debería haber conocido su nombre, pero no podía pensar en ello. Tenía el pelo dorado y ojos que eran anillos de azul y gris. Había un aire suave en ella, como si simplemente por estar cerca de ella me sintiera un poco mejor.

– ¿Sabes cómo te llamas?

Tuve que tragar primero la amargura de la bilis, pero finalmente susurré…

– Soy la princesa Meredith NicEssus, portadora de las manos de la carne y de la sangre.

Ella sonrió.

– Sí, así es.

La voz de Taranis llegó hasta ella.

– ¡Cúrala!

– Debo averiguar primero la gravedad de sus heridas.

– Un guardia oscuro se volvió loco. Prefirió tratar de matarla en vez de verla venirse conmigo. Ellos prefieren matarla a perderla.

La sanadora y yo cambiamos una mirada. La mirada fue suficiente. Ella puso un dedo en sus labios. Lo entendí, o esperaba haberlo hecho. No discutiríamos con el loco, no si queríamos vivir. Y quería vivir. Portaba a nuestros niños. Yo no moriría ahora.

Frost ya no estaba, pero había un pedazo de él dentro de mí, vivo y creciendo. Yo lo mantendría de esa manera. Que la Diosa me ayudase, por favor, que me ayudase a escaparme a un lugar seguro.

Una voz masculina que no era la de Taranis habló tras ella.

– ¿Hueles a flores?

– Sí -dijo la sanadora, y me echó otra mirada que era a la vez cómplice y un intento de confortarme. Ella hizo señas a la voz masculina y él entró en mi campo de visión. Era alto, rubio y hermoso, el epítome de los sidhe luminosos. Salvo que él no parecía arrogante; parecía nervioso, tal vez hasta un poco asustado. Bueno. Necesitaba que no fuera estúpido.

Susurré…

– La Diosa me ayuda.

El olor de rosas era más fuerte. Una brisa rozó mi piel desnuda, hizo que las sábanas se moviesen en mis piernas con su toque.

El guardia miró hacia desde donde venía la brisa. La sanadora me miró. Me sonrió, aunque sus ojos parecían demasiado graves para ofrecer consuelo. Ella tenía una mirada que nunca querrías ver en la cara de un doctor.

– ¿Estoy malherida? -hablé suavemente y con cuidado.

– Existe la posibilidad de una hemorragia cerebral.

– Ya -dije.

– Tus ojos están iguales. Eso es un buen signo.

Quería decir que si una de mis pupilas no reaccionaba, podría morir. De forma que eran buenas noticias.

Ella comenzó a mezclar hierbas de su bolsa de cuero. Yo no reconocía todos los ingredientes, pero sí sabía bastante de la medicina herbaria como para advertirla…

– Llevo gemelos.

Ella se inclinó hacia mí y preguntó…

– ¿De cuanto tiempo?

– Un mes, poco más.

– Hay muchas cosas que no puedo darte entonces.

– ¿No puedes curar con las manos?

– Ningún sanador en esta corte retiene ese poder ¿Es cierto que algunos en tu corte lo hacen? -Ella susurró lo último en mi oído, tan cerca que su aliento movió mi pelo.

– Es cierto.

– Ah -dijo, y se inclinó hacia atrás. Había ahora una sonrisa en su cara, y un nuevo sentimiento de alegría que antes no había estado ahí. El olor de rosas era más fuerte. Casi esperé que el fuerte perfume empeorara mis náuseas, pero en cambio las alivió.

– Gracias, Madre -susurré.

– ¿Te sentirías mejor si tu madre estuviese contigo? -preguntó la sanadora.

– No, absolutamente no.

Ella asintió.

– Haré todo lo posible para que tus deseos sean realizados.

Lo que con toda probabilidad se traducía en que mi madre estaba siendo insistente. Ella nunca me había encontrado demasiada utilidad, pero si yo iba repentinamente a ser la reina de la corte que ella más había codiciado, entonces me amaría. Me amaría con la misma intensidad con la cual me había odiado durante años. Mi madre no era otra cosa que voluble. Uno de mis nombres en la corte luminosa era Amargura de Besaba. Porque mi concepción a partir de una noche de sexo la había condenado a estar en la corte oscura durante años. Éste había sido el matrimonio que cimentó el tratado entre las cortes. Nadie había soñado que si en ninguna corte había nacimientos, un matrimonio “mixto” pudiera ser fértil.

Nada como el hecho de mi nacimiento hizo aflorar el odio y el miedo de los luminosos por los oscuros. No hubo oferta en la corte luminosa para más uniones. Ellos preferirían morir antes de que uno de su gente se mezclase con nuestra sangre sucia.

Examinando la cara de la sanadora, yo no estaba segura de que todos los luminosos estuviesen de acuerdo con esa decisión. O tal vez era el olor de las rosas haciéndose más fuerte. Con todas las flores y las vides que había en la habitación de Taranis, y no había olido nada. Había parecido bonito, pero no… verdadero. Supe en un instante de claridad que así era en su mayor parte la corte luminosa: una ilusión.

Ilusión que podías ver y tocar, pero que no era cierta.

La sanadora se puso en pie y susurró al guardia. Él se situó a mi lado. Dos criados vinieron y comenzaron a limpiar el lío que yo había organizado. Puedes confiar en que la corte luminosa estará más preocupada por las apariencias que por la verdad. Ellos limpiarían el lío incluso antes de que yo estuviese curada, o antes de que ellos estuvieran seguros de si yo podría curarme.

Una de las criadas tenía un corte fresco en su mejilla y los principios de un moratón. Sus ojos eran marrones, y su cara, aunque bonita, parecía demasiado humana ¿Era ella, como yo, en parte de ascendencia humana, o era uno de los mortales atraídos al mundo feérico hacía siglos? Ellos consiguieron la inmortalidad, pero si alguna vez dejaran el sithen, todos sus largos años les alcanzarían al instante. Estaban más atrapados que cualquiera de nosotros ya que dejar el sithen significaría la verdadera muerte para ellos.

Ella me dirigió una mirada asustada mientras limpiaba. Cuando no aparté la mirada, ella sostuvo la mía. Hubo un momento de pánico en su rostro. Miedo por ella misma, y tal vez miedo por mí. Miedo de Taranis. Alguien había dicho que el Cu Sith le había impedido golpear a un criado ¿Dónde estaba el Cu Sith ahora?

Algo arañó en la puerta, no tuve que mirar hacia ella para saber que algo grande deseaba entrar.

La voz de Taranis…

– Echad a esa bestia de mi puerta.

– Rey Taranis -dijo la sanadora-, la princesa Meredith está más allá de mis capacidades de curación.

– ¡Cúrala!

– Muchas de las hierbas que podría usar dañarían a los niños que ella lleva.

– ¿Has dicho niños? -preguntó él, y parecía normal, casi cuerdo.

– Lleva gemelos. -Ella había aceptado simplemente mi palabra. Lo aprecié.

– Mis gemelos -dijo él y su voz volvió a sonar en ese tono arrogante. Él volvió a la cama, se sentó y me hizo saltar. El dolor de cabeza y las náuseas rugieron de nuevo a la vida. Lancé un grito cuando me atrajo a sus brazos. El movimiento era una agonía.

Grité, y el sonido también me hizo daño.

Taranis pareció congelarse ante mi grito, apartando la vista de mí, pareciendo casi infantil en su carencia de comprensión.

– ¿Quieres que tus niños mueran? -dijo la sanadora a su lado.

– No -dijo él todavía frunciendo el ceño y aturdido.

– Ella es mortal, mi rey. Es frágil. Debes permitirnos llevarla a algún sitio donde puedan curarla o tus niños morirán sin llegar a nacer.

– Pero son mis niños -dijo él, y sonó más como una pregunta que como una afirmación.

Ella me miró y luego dijo…

– Cualquier cosa que diga el rey es la verdad.

– Ella lleva a mis niños -dijo él, y todavía parecía un poco inseguro de sí mismo.

– Cualquier cosa que diga el rey es verdad -repitió ella.

Él asintió, abrazándome con un poco más de suavidad.

– Sí, mis niños. Mentiras, todo son mentiras. Yo tenía razón. Sólo necesitaba a la reina apropiada. -Se inclinó y puso el más suave de los besos sobre mi frente,

El arañar en la puerta era más fuerte. Taranis gritó, y se puso en pie conmigo en sus brazos.

– ¡Vete, sucio perro!

El movimiento fue demasiado brusco y vomité sobre él. Me dejó caer en la cama mientras aún vomitaba. La criada de ojos marrones me sujetó y me estabilizó, de forma que no me caí de la cama al suelo. Me sostuvo mientras devolvía hasta que sólo quedó la bilis y la amargura. La oscuridad trató de tragarse el mundo otra vez, pero el dolor era demasiado grande.

Yacía en los brazos de la criada y gemía de dolor. ¡Diosa y Consorte, ayudadme!

El olor de rosas llegó como una oleada calmante. La náusea se alivió. El dolor se amortiguó en vez de ser una cosa cegadora.

La criada de ojos marrones y la sanadora comenzaron a limpiarme otra vez. La mayor parte había ido a parar sobre el rey, pero no todo.

– Permite que te ayudemos a limpiarte, mi señor -dijo la otra criada.

– Sí, sí, debo limpiarme.

La criada de ojos marrones alzó la vista hacia la sanadora y el guardia. La sanadora dijo…

– Ve con tus compañeros sirvientes, ayuda al rey en el baño. Asegúrate de que disfruta de un baño largo y relajante.

El cuerpo de la criada se tensó un poco, entonces dijo…

– Como desee la sanadora, esos serán también mis deseos.

La sanadora ordenó al rubio guardia que me recogiese de los brazos de la mujer. Él vaciló.

– Tú eres un guerrero endurecido en las batallas. ¿Un poco de enfermedad te hace estremecerte?

Él frunció el ceño ante ella. Sus ojos llamearon con un indicio de fuego azul antes de decir…

– Haré lo que sea necesario -él me tomó bastante suavemente, mientras la sanadora decía…

– Apoya su cabeza con cuidado.

– He visto antes heridas de cabeza -dijo el guardia. Él hizo todo lo posible por mantenerme inmóvil. Cuando la lejana puerta del cuarto de baño se cerró detrás del rey y de las criadas, el guardia se puso cuidadosamente en pie conmigo en sus brazos.

La sanadora fue hacia la puerta, y él la siguió sin una palabra. El arañar en la puerta se había convertido ahora en un gemido, y cuando ellos abrieron la puerta el Cu Sith estaba ahí parado como un poni verde. Dejó escapar un suave ladrido cuando nos vio.

La sanadora susurró…

– Silencio.

El perro gimió, pero silenciosamente. Fue al lado del guardia, de modo que su piel rozara mis pies desnudos. Su toque envió un estremecimiento por mi cuerpo. Esperé que mi cabeza doliese, pero no lo hizo.

Realmente me sentí un poquito mejor.

Estábamos de pie en un largo pasillo de mármol delineado con espejos de gran calidad. Había dos filas de nobleza luminosa delante de aquellos espejos. Cada hombre y mujer tenían al menos a un perro mágico a su lado. Unos eran elegantes galgos como mis propios pobres perros. Recé porque Minnie estuviese bien. Ella había estado tan quieta.

Algunos perros eran enormes perros lobos irlandeses, tal como eran antes de que la raza casi se hubiera extinguido. Nunca se mezclaron con otras razas. Eran gigantes, enormes cosas feroces, algunos de piel lisa, otros áspera. La mirada de sus ojos no tenía nada que ver con el aspecto y todo que ver con la batalla. Eran los perros de la guerra que los romanos habían temido y habían criado para luchar en la arena.

Dos de las damas, y uno de los hombres sostenían pequeños perros blancos y rojos en sus brazos. Toda la nobleza ama a un buen perro faldero.

No entendí por qué estaban ellos allí, pero había algo en la presencia de los perros que me calmó. Era como si una voz dijese “Estarás bien. No temas, estamos contigo”.

Reconocí a Hugh por el pelo encendido.

– ¿Cuál es la magnitud de sus heridas? -Él tenía una pareja de enormes sabuesos irlandeses. Ellos eran lo bastante altos como para mirarme a los ojos mientras estaba en los brazos del guardia.

– Tiene una conmoción cerebral, y está embarazada. De un mes con gemelos.

Él pareció asustado.

– Tenemos que sacarla de aquí.

La sanadora asintió.

– Sí, debemos.

La nobleza con sus perros se cerró detrás de nosotros, de modo que si Taranis hubiese abierto la puerta habría visto una pared sólida de nobleza sidhe, y yo habría quedado oculta tras ellos.

¿Realmente deseaban desafiar a su rey por mí? Seguimos rápidamente por el pasillo mientras ellos hablaban de traición.

Una mujer con el pelo que fluía en sombras de azul y gris como el cielo o el agua, habló. Me tomó un momento reconocerla como Lady Elasaid.

– El secretario de prensa ha hablado ya con los medios humanos.

– ¿Qué dijeron ellos en respuesta a las acusaciones de la Reina Andais?

Él dijo que le hemos ofrecido santuario a la princesa después de que fuese brutalmente atacada por sus propios guardias.

– Entonces repiten las mentiras que Taranis les dijo -dijo Hugh.

Lady Elasaid asintió.

– ¿Saben los medios que él nos atacó en la oficina del abogado? -Pregunté.

Ellos parecieron asustados, como si no hubieran esperado que yo pudiera hablar. Creo que para ellos yo era un objeto, y no demasiado real todavía. No se unían a mi causa porque yo les gustase o creyeran en mí, ellos sólo creían en la magia y el poder que yo ayudaba a regresar al sithen. Yo era simplemente el receptáculo para aquel poder.

– Sí -dijo Hugh-. Estamos seguros de que hubo una filtración. Ellos tienen fotos de la llegada de tus guardias heridos y yendo al hospital.

Habíamos llegado a un par de enormes puertas dobles blancas. Yo nunca había visto este vestíbulo. Nunca había sido antes honrada con un viaje al dormitorio del rey. Esperaba no volver a ser tan "honrada" nunca.

Lady Elasaid vino a mi lado.

– Princesa Meredith, me gustaría darte mi chal para cubrirte, si lo deseas. -Ella sostuvo una tela de seda de un brillante verde con diseños de oro. Hacía juego con mis ojos. La miré, moviendo los ojos cuidadosamente para que no me doliera. Ellos tenían un plan. No sabía cuál era, pero el mantón que hacía juego con mis ojos me decía que lo tenían. Si hasta mi ropa estaba siendo conjuntada entonces tenían un plan.

– Eso sería muy bienvenido -dije, y otra vez mi voz era suave, porque temía cómo se sentiría mi cabeza si yo hablaba en voz demasiado alta.

Yo había sido curada de heridas peores cuando estaba inmersa en alguna visión, pero esta vez la Diosa parecía contentarse con hacerme sentirme mejor poco a poco, en vez de curarme de repente.

Hugh habló mientras Lady Elasaid y otra dama noble me ayudaban a ponerme la túnica. Porque era una túnica, no un chal.

– Con una pequeña persuasión de algunos de nosotros, el rey exigió una rueda de prensa de modo que pudiera dar su versión de la historia. Él quería desmentir las mentiras monstruosas que los Oscuros estaban contando. La conferencia había sido programada para hablar sobre el ataque que había sucedido anteriormente en Los Ángeles. Pero ellos están todavía aquí, Princesa. Ahora están esperando a que el rey les hable sobre la acusación de que él te ha secuestrado.

– ¿Él dejó entrar a la prensa en el sithen luminoso? -pregunté.

– ¿Cómo podría él permitir que los oscuros fueran más progresistas que nosotros? Andais había convocado una conferencia para reclamar tu vuelta. Él parecería culpable si hiciera menos.

Pensé que ahora entendía por qué la Deidad me había curado sólo en parte, lo bastante como para funcionar, pero no lo bastante como para estar bien. Yo tenía que parecer herida ante la prensa.

– ¿Cree él francamente en lo que dijo antes, que me rescató?

– Eso me temo.

Lady Elasaid sujetó un alfiler de oro en el cuello de la túnica.

– Te arreglaría el pelo si hubiera tiempo.

– Queremos que parezca despeinada y herida -dijo Hugh.

Me las arreglé para sonreír a Lady Elasaid.

– Gracias por la túnica. Estaré bien. Sólo llévame ante la prensa. ¿Asumo que será en directo?

Lady Elasaid frunció el ceño.

– No lo entiendo.

– Sí -dijo Hugh-. Será retransmitida en directo.

– No nos demoremos demasiado aquí -dijo el guardia rubio.

– Sólo el rey puede vernos aquí, y él ya no se preocupa lo bastante como para usar sus espejos para tales cosas. Estamos más seguros aquí que en el siguiente pasillo -dijo Hugh.

– Nadie se atrevería a espiar al rey -dijo una mujer.

Entonces nos encontramos en el lugar que era el centro del poder Taranis, a salvo. A salvo para conspirar a sus espaldas. A salvo de ojos curiosos, porque ellos temían que él los viera, pero su locura lo había cegado.

Me pregunté quién había sido el primero lo bastante valiente como para entender que el propio sanctasanctórum del rey era el lugar ideal para planear la traición. Quienquiera que fuera sería alguien de quien tener cuidado. Si planeas una vez el derrocamiento de un regente, la próxima vez la idea puede parecerte más fácil. O eso parece.

– Quisimos ver lo razonable que eras antes de que te explicáramos nuestro plan -dijo Lady Elasaid.

Hugh dijo…

– Las lesiones cerebrales pueden hacer que una persona no sea fiable, y éste es un juego demasiado peligroso como para mostrarte nuestros secretos si tú los dejas escapar.

– ¿Puedo hablar libremente aquí? -Pregunté.

– Sí -dijo él.

– Llévame ante las cámaras y jugaré a la doncella en apuros para ti.

Hugh y algunos otros sonrieron.

– Realmente lo entiendes.

– He estado ante la prensa toda mi vida. Entiendo su poder.

– Le hicimos jurar a él el juramento más solemne de que no se revelaría ante ti hasta que estuviéramos seguros de que no estropearías el plan si lo supieras cerca.

Miré con ceño a Hugh pero me dolió, y entonces me detuve. Le dije…

– No lo entiendo.

Hubo un movimiento cerca de la lejana puerta, escondida por la muchedumbre de gente y perros. La muchedumbre se movió a uno y otro lado, revelando a un enorme perro negro. No tan enorme como algunos sabuesos irlandeses, pero… el perro negro trotó hacia mí, sus uñas sonando sobre el mármol.

Casi susurré su nombre, pero me paré a tiempo. Tendí una mano hacia él. Él puso su gran cabeza cubierta de pelo en mi mano, entonces hubo un instante de niebla caliente y magia hormigueante. Doyle estaba de pie ante mí, desnudo y perfecto. Llevaba puesto el único metal que parecía haber sobrevivido a la transformación, los pendientes de plata que asomaron de la longitud de su pelo largo hasta el tobillo. Incluso el lazo para su pelo había desaparecido.

Estaba desarmado y solo dentro del sithen luminoso. El peligro al que se había expuesto él mismo hizo que mi estómago se encogiera fuertemente. En aquel momento temí por él más que por mí.

Él me tomó en sus brazos, y me agarré a él. Me agarré a la sensación de su piel, a su fuerza. Moví la cabeza demasiado rápidamente, y una oleada de náusea enturbió mi visión. Él pareció notarlo porque me movió para acomodarme en sus brazos. Se arrodilló en el pasillo blanco y dorado, su oscuridad se repitió en los espejos mientras me sostenía.

Había un brillo en sus mejillas, y vi a la Oscuridad llorar por segunda vez en su vida.

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