CAPÍTULO 28

NOS MOVIMOS A TRAVÉS DE HABITACIONES DE MÁRMOL Y oro. Habitaciones con paredes de un frío rosa con vetas de plata y columnas de oro. Habitaciones de mármol blanco con vetas rosas y lavanda, y columnas de plata. Habitaciones de mármol en plata y oro con columnas de marfil. Nos movimos bajo una continua lluvia de pétalos, pétalos de un rosa pálido como el primer rubor del alba, oscuros como el último resplandor asalmonado del día, y de un color lo suficientemente profundo como para ser púrpura. Caían a nuestro alrededor, y comprendí que los pétalos eran lo único vivo a nuestro paso. No había nada orgánico en este lugar de mármol y metal. Era un palacio, no era casa para unos seres que habían venido al mundo como espíritus de la naturaleza. Estábamos hechos para ser gente cálida, que amaba la vida y el amor, y aquí no había nada de eso.

No sé qué habrían hecho los otros nobles si no nos hubiéramos movido bajo esa bendición floral. Hacían juego con las habitaciones, vestidos con rígidas ropas de plata y oro, y colores suaves. Nos miraban fijamente, con la boca abierta. Algunos comenzaron a seguirnos, como en un desfile de creciente alegría y admiración.

Cuando oí la primera risa, me di cuenta de que se encontraban allí más por hallarse sometidos al encanto que simplemente por ver la lluvia de pétalos. El contacto de las flores parecía hacerles felices. Acaso no habían llegado con sonrisas y preguntas de protesta del tipo… “¿Dónde está el rey? ¿Qué has hecho?” Y cuando las voces se acallaron, simplemente nos siguieron, sonriendo.

Hugh susurró…

– He recordado cómo amaba a la Reina Roisin. Nunca llegué a comprender que aquel amor era en parte encanto.

Estuve a punto de decirle que yo no hacía eso, pero sólo pensarlo y el olor a rosas se hizo más intenso. Ya había aprendido que por lo general esto significaba ambas cosas, que lo hacía y que no lo hacía. Imaginé que no debía de decirle a Hugh que yo no creaba las flores a propósito, y con aquel pensamiento el olor a rosas se atenuó, por lo que imaginé que significaba que había hecho lo que ella deseaba. Quedé satisfecha con eso.

Doyle se había tenido que quedar atrás, para no ir a mi lado. Comprendía que así no se percatarían de su presencia y nadie ataría cabos, pero tuve que luchar contra mis sentimientos y contra la herida de mi cabeza, para no mirar alrededor buscando al enorme perro negro. Los grandes y peludos sabuesos de Hugh me ayudaban, por un lado bloqueando parcialmente mi visión, y por otra acariciándome con sus hocicos, tocándome los pies desnudos y las manos. Uno era casi totalmente blanco, el otro rojo salvo algunas pequeñas marcas blancas. Cada vez que me tocaban me sentía un poco mejor.

Los pétalos se posaban sobre sus grandes cabezas, luego caían al suelo cuando se movían y me olfateaban. Era como si los perros fueran más reales para mí, que la nobleza con su hermosa ropa. Los perros fueron creados por la magia que se desencadenó cuando estuve con Sholto. Habían llegado con la misma magia que consiguió que quedara embarazada. Los perros llegaron en la misma noche y de la misma magia. Una magia de creación y renacimiento.

Había guardias en las puertas situadas al final de la habitación donde nos detuvimos. Esta habitación era de mármol rojo y naranja, con vetas brillantes de blanco y oro atravesando toda la piedra. Las columnas eran de plata con vides de oro esculpidas que parecían florecer con flores también de oro.

Cuando era niña, pensaba que las columnas eran una de las cosas más bonitas del mundo. Ahora veía la realidad de lo que eran, una suplantación de las cosas reales. La corte Oscura, aún careciendo de la nueva magia, conservó vestigios reales de las rosas. Había existido un jardín acuático en el patio interior, con nenúfares. Sí, también contenía una roca con cadenas sujetas a ella, para que pudieras ser torturado en un escenario natural, pero había vida en la corte. Se había ido atenuando, pero no llegó a desparecer del todo cuando la diosa comenzó a moverse a través de mí, a través de nosotros.

En toda la Corte de la Luz no existía ningún rastro de vida. Incluso el gran árbol situado en la cámara principal estaba fabricado de metal. Era una gran obra, un logro artístico asombroso, pero tales cosas eran para los mortales. No se suponía que los inmortales tuvieran que ser conocidos sólo por su arte. Se suponía que debían ser conocidos por la realidad sobre la que ese arte estaba basado. Aquí no había nada real.

Los guardias estaban vestidos formalmente. Parecían más agentes del servicio secreto, que aristócratas Luminosos. Únicamente su extraordinaria belleza y los ojos formados por anillos de color, les delataban como algo más que humanos.

Hugh me sujetó un poco más fuerte. Sus sabuesos se movían ante mí. Comprendí que eran lo bastante altos como para ocultarme parcialmente de la vista de los guardias.

Lady Elasaid se situó por delante del grupo. Habló con tono resonante.

– Dejadnos pasar.

– Las órdenes del rey son claras, mi señora. No permite que haya nadie más en la rueda de prensa sin su permiso.

– ¿No ves la bendición de la Diosa ante ti?

– Somos inmunes a la ilusión gracias a la magia del rey.

– ¿Ves la lluvia de pétalos? -preguntó.

– Vemos esa ilusión, mi señora.

No pude ver lo que hizo, pero dijo…

– Tócalos.

– El rey también puede hacer que una ilusión sea tangible, Lady Elasaid.

Comprendí que habían visto mentiras durante tanto tiempo que no reconocían la verdad. Desconfiaban de todo.

El guardia rubio se colocó un paso por delante de nosotros, colaborando con nuestros perros para escondernos de la vista. Se giró hacia Hugh y susurró:

– ¿Llamo?

Hugo hizo un pequeño gesto afirmativo.

Esperé a que el guardia sacara un espejo de mano o usara la brillante superficie de su espada, pero no lo hizo. Metió la mano en la bolsa de cuero que llevaba a su lado y sacó un teléfono móvil muy moderno.

Debí parecer sorprendida, porque me dijo…

– Tenemos cobertura alrededor de esta habitación. Es la razón por la situamos aquí a la prensa.

Era totalmente lógico. Se echó hacia atrás, y otro se movió, con toda naturalidad, para ayudar a esconderle de la vista de los guardias situados ante las puertas.

Habló en susurros:

– Estamos al otro lado de las puertas con la princesa que está herida. Los guardias no nos dejan pasar.

Uno de los guardias apostados cerca de la puerta dijo:

– Volved a vuestras habitaciones. Ninguno de vosotros tenéis nada que hacer aquí.

El guardia rubio dijo…

– Sí, Sí. No. -Cerró el teléfono, lo devolvió a su bolso de cuero, y tomó su lugar a nuestro lado. Le susurró algo a Hugh, tan bajo que ni siquiera yo pude oírlo.

El grupo de nobles, junto con sus perros, se apiñaban a mi alrededor. Si esto degeneraba en una pelea con espadas y magia, no tendrían espacio para maniobrar. Entonces comprendí lo que habían hecho. Me protegían. Me protegían con sus cuerpos altos y delgados. Me protegían con su belleza inmortal. A mí, a la que una vez habían despreciado, y arriesgaban todo lo que eran, todo lo que habían tenido en su vida, por protegerme.

No eran mis amigos. La mayoría ni me conocían. Algunos dejaron claro, cuando yo era niña, que no les gustaba. Me encontraban demasiado humana, con la sangre demasiado mezclada como para ser sidhe. ¿Qué les había hecho Taranis para volverlos tan desesperados que le desafiaban de esta manera por mí?

Hubo una agitación delante de la brillante multitud que me rodeaba, casi como un movimiento de flores ante un fuerte viento.

Escuché al guardia situado junto a la puerta, su voz lo suficientemente ruda como para reconocerla entre las demás voces más dulces.

– No os permitiré ir más allá en nuestro sithen, señor, son ordenes del rey.

– A menos que quieran luchar contra nosotros, atravesaremos esta puerta.

Reconocí la voz. Era el Comandante Walters, jefe de la división especial del Departamento de Policía de St. Louis, encargado de las relaciones con las hadas. Había sido un título honorario durante muchos años, hasta que volví a casa. No sabía cómo se había infiltrado en la rueda de prensa, pero no me importaba.

Se escuchó una segunda voz de hombre.

– Tenemos una autorización federal para llevarnos a la princesa en custodia preventiva. -Era el Agente Especial Raymond Gillett; el único agente federal que se mantuvo en contacto conmigo después de que la investigación sobre la muerte de mi padre se paralizara. Cuando era más joven había pensado que se preocupaba por lo que me ocurría. Últimamente había comprendido que se trataba más bien de no dejar un caso tan importante sin resolver. Todavía estaba enfadada con él, pero en aquel momento su voz familiar me sonó estupendamente.

– La princesa no está aquí, oficiales -dijo un segundo guardia-. Por favor, regresen al área de prensa.

– La princesa está aquí -dijo Lady Elasaid-, y necesita asistencia médica humana.

Pude sentir el aumento de la tensión en el grupo de nobles, como una primavera a la que hubieran herido demasiado a menudo. Para los oficiales humanos parecían hermosos e impasibles, pero sentí cómo la energía aumentaba en ellos, de la misma forma que la primera chispa de calor prende en una cerilla. Los guardias de la puerta también lo notaron.

El gran perro negro se situó a un lado de Hugh. No me hizo sentir mejor. Desarmado contra los guardias sidhe, lo único que podía hacer era morir por mí. No quería que muriera por mí. Quería que viviera por mí.

– Entre nosotros hay médicos -dijo el Comandante Walters-. Déjenlos que vean a la princesa, y que la llevemos hasta allí.

– El rey ha ordenado que no la devolvamos a los brutos que la hirieron. No puede volver a acercarse a los Oscuros.

– ¿Ha prohibido que se acerque a los humanos? -Preguntó el agente Gillet.

Hubo un momento de silencio hasta que un murmullo de poder comenzó a tomar forma entre los sidhe que me rodeaban. Lentamente, como si susurraran su magia.

– El rey no dijo nada de ella refiriéndose a los humanos -dijo la voz de otro guardia…

– Nos dijeron que la mantuviéramos alejada de la prensa.

– ¿Por qué tendría que ser alejada de la prensa? -Preguntó el agente Gillet-. Podría decirles en persona que fue rescatada de los “perversos” Oscuros por su “valiente” rey.

– No sé si…

– A menos, claro está, que crea que la princesa pueda dar una versión diferente… -dijo el Comandante Walters.

– El rey juró que fue así -dijo el guardia más locuaz.

– Entonces no tiene nada que perder dejando que nuestros doctores la vean -dijo el Agente Gillett.

El guardia que parecía más agradable dijo:

– Si el rey ha dicho la verdad, no hay nada que temer, Barry, Shanley… ¿No lo creéis así? -Se percibía una franca duda en su voz, como si hasta entre los más leales al rey, las mentiras se hicieran demasiado pesadas de llevar.

– Si realmente ella está aquí, entonces que avance -dijo Shanley. Parecía cansado.

Hugh me acercó aún más a él cuando la nobleza se separó como una brillante cortina. Sólo los perros y el guardia rubio se mantuvieron delante de mí. Doyle se quedó a nuestro lado. Creo que él, al igual que yo, estaba preocupado por si los guardias sospechaban quién era. Podrían dejarnos entrar en la sala de prensa, pero si llegaban a sospechar que la Oscuridad estaba en el interior de su sithen, se volverían locos.

Al final Hugh dijo…

– Dejad que la vean.

Tanto el guardia como los grandes perros se movieron. Doyle se situó algo detrás de Hugh de modo que pudiera mezclarse con los otros perros, si no se tenía en cuenta su color. Él era el único negro entre ellos. A mis ojos se destacaba casi dolorosamente, de lo negro que era entre tanto color Luminoso.

Debía parecer aún peor de lo que me sentía, porque ambos hombres me miraron con los ojos muy abiertos. Se controlaron después de la primera impresión, pero ya la había visto. E incluso lo entendía. Y fue como si aquella mirada me hubiera hecho revivirlo. No sé si fue por la magia, el miedo por Doyle, o el miedo a que Taranis nos encontrara. O tal vez… tal vez fuera esa pequeña voz en mi cabeza, que había ido creciendo hasta ser cada vez más estridente. La voz que finalmente me hizo pensar en lo sucedido, preguntarme, al menos para mí misma… ¿Me violó? ¿Me violó después de golpearme y dejarme inconsciente? ¿Era eso lo que el gran rey de la Corte de la Luz consideraba seducción? Diosa, permite que estuviera desorientado cuando pensó en la posibilidad de que el hijo que yo llevaba fuera suyo.

Fue como si aún sabiendo que te habías cortado, sólo notaras el dolor después de ver la sangre. Yo había visto “la sangre” en las caras de los policías. Lo vi en el modo en que se acercaron a mí. El lado izquierdo de mi rostro estaba dolorido e hinchado. Estaba segura de que me debía doler desde antes, pero fue como si hubiera empezado a sentir todo el dolor ahora.

El dolor de cabeza regresó en un rugido que me hizo cerrar los ojos y me produjo una nueva ola de náuseas.

Una voz me dijo:

– ¿Princesa Meredith, puede usted hablar?

Alcé la vista hacia los ojos del Agente Gillett. Vi allí, en su mirada, algo de la antigua compasión que me hizo confiar en él cuando era una jovencita. Examiné aquellos ojos y supe que era sincero. Recientemente me había sentido utilizada por él al comprender que se había mantenido en contacto conmigo con la esperanza de solucionar el asesinato de mi padre, no por mí, sino por un propósito personal. Le había dicho que no se me acercara, pero ahora entendí lo que había visto en él cuando tenía diecisiete años. Como en este momento, él estaba profundamente preocupado.

Quizás recordase la primera vez que me vio, mientras me derrumbaba por la pena, sujetando la espada de mi padre muerto, como si fuera la última cosa sólida del universo.

– Doctor… -susurré-. Necesito un doctor. -Susurraba, porque la última vez que me había sentido tan mal, hablar me había producido un verdadero dolor de cabeza. Pero también susurraba porque sabía que me haría parecer más lastimada y si la compasión me daba una ventaja delante de la prensa, jugaría aquella carta todo lo que pudiera.

Los ojos del Agente Gillet se endurecieron, y de nuevo vi la voluntad que me había hecho creer que encontraría al asesino de mi padre.

Esta noche eso estaba bien. Llevaba a los nietos de mi padre en mi interior. Pero tenía que llegar a un lugar seguro. Los sidhe siempre habían confiado en la fuerza de sus brazos y en la magia, nunca se habían sentido débiles. No entendían el sentimiento de sentirse impotentes. Yo lo entendía porque había vivido sintiéndome indefensa la mayor parte de mi vida.

Dejé de luchar por ser valiente. Dejé de luchar por sentirme mejor. Me dejé invadir por la sensación de dolor y miedo que sentía. Me permití pensar en todo lo que estaba intentando olvidar. Dejé que mis ojos se anegaran de lágrimas.

Los guardias de las puertas trataron de acercarse hacia nosotros, pero el Comandante Walters usó su voz de oficial. Resonó por toda la habitación de mármol y más allá de las puertas.

– Ustedes se apartarán de la puerta, ahora.

El guardia locuaz dijo:

– Shanley, no tenemos a nadie que pueda curar eso. Deja que los humanos la traten. -Tenía el pelo del color de las hojas de otoño, justo antes de caer al suelo, y los círculos de sus ojos eran verdes. Parecía joven, aunque tuviera ya más de setenta años, porque ésa era la edad de Galen, y él era el sidhe más joven después de mí.

Shanley me miró. Sus ojos eran dos perfectos círculos de azul.

Estando en los brazos de Hugh, le miré con los ojos anegados por las lágrimas, y una inflamada contusión que me cubría un costado de la cara desde la sien a la barbilla.

Shanley habló con voz queda…

– ¿Qué historia contarás a la prensa, Princesa Meredith?

– La verdad -susurré.

Una mirada dolorida se reflejó en aquellos encantadores e inhumanos ojos.

– No puedo dejar que entres en esa habitación.

Con sus palabras admitía que sabía que mi verdad y la verdad de Taranis no eran las mismas. Sabía que su rey había mentido, y jurado sobre ello. Lo sabía, pero a pesar de todo había jurado servir a Taranis como guardia. Se encontraba atrapado entre sus votos y la traición de su rey.

Podía haberme compadecido de él, pero estaba segura de que Taranis no podría ser distraído durante mucho tiempo en su baño. Ni siquiera con sirvientas de las que pudiera abusar. Nos encontrábamos a escasos centímetros de la prensa y una relativa seguridad. ¿Pero cómo podríamos salvar aquellos últimos centímetros?

El comandante Walters sacó su radio de un bolsillo del abrigo y golpeó un botón.

– Necesitamos refuerzos aquí fuera.

– Si aparecen, lucharemos contra ellos -dijo Shanley.

– Está embarazada -dijo la sanadora-. De gemelos.

La miró con recelo.

– Mientes.

– Es cierto que tengo pocos poderes, pero tengo suficiente magia para poder sentirlo. Está embarazada. Pude sentir los latidos de sus corazones como el revoloteo de las aves.

– No es posible que pudieras captar los latidos de sus corazones tan rápidamente -dijo el guardia.

– Ella entró en este sithen embarazada de gemelos. Fue violada en la cama del rey, embarazada de los niños de otro.

– No diga esas cosas, Quinnie -dijo él.

– Soy sanadora -dijo ella-. Debo dejar esto claro. Por todo lo que soy, por todo lo que tengo, te juro que la princesa está embarazada al menos de un mes, y de gemelos.

– ¿Lo jurarías? -preguntó él.

– Lo juraré por todo lo que quieras.

Se contemplaron el uno al otro durante un largo momento. Se escucharon golpes y lucha tras los guardias situados en la puerta. El resto de los policías y agentes intentaban entrar. Los guardias luminosos no querían herir a los policías delante de la prensa, mientras les enfocaban con cámaras en directo.

Pero parecía como si la policía no tuviera los mismos remordimientos con los guardias. La puerta se estremeció bajo el peso de los cuerpos que la golpeaban.

El guardia locuaz intentó ayudar a su capitán.

– Shanley, escúchala.

– El rey también prestó juramento -dijo él-. Y nada lo ha roto.

– Él cree lo que dice -dijo la sanadora-. Sabe que es así. Lo cree, por lo tanto no miente, pero eso no lo hace verdadero. Lo hemos visto en estas últimas semanas.

Shanley miró a su compañero, luego a la sanadora y finalmente a mí.

– ¿Te violaban los Oscuros cuando nuestro rey te salvó?

– No -contesté.

Sus ojos brillaron, pero no debido a la magia.

– ¿Te tomó en contra de tu voluntad?

– Sí -susurré.

Una lágrima surcó cada uno de sus hermosos ojos. Se inclinó levemente.

– Estoy a tus órdenes.

Esperaba entender lo que él quería que yo hiciera. Hablé tan fuerte como me atreví, ante las palpitaciones de mi cabeza.

– Yo, la Princesa Meredith NicEssus, poseedora de las manos de la carne y la sangre, nieta de Uar el Cruel, te ordeno que te apartes y nos dejes pasar.

Él se inclinó todavía más, y se apartó mientras permanecía en aquella posición.

El comandante Walters se dirigió de nuevo a la radio.

– Llegamos. Repito, traemos a la princesa. Despejen las puertas.

Los ruidos de enfrentamiento se hicieron más fuertes. El guardia de los ojos azules habló en voz alta.

– Retiraos, hombres. La princesa se marcha.

Los enfrentamientos redujeron su intensidad, hasta que no se oyó sonido alguno. El guardia de los ojos azules hizo un gesto con la cabeza hacia los otros guardias y ellos abrieron las grandes puertas.

Doyle se situó más cerca mientras Hugh me llevaba. Durante un momento pensé que estábamos siendo agredidos por un ataque mágico de luz, pero después comprendí que eran las luces en movimiento de las cámaras y los flashes. Cerré los ojos contra las deslumbrantes y cegadoras luces, y Hugh me llevó a través de las puertas.

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