CAPÍTULO 22

EL MUNDO ESTALLÓ, SI UNO PODÍA DECIR QUE LA LUZ, EL color, la música, y el perfume de las flores estallaban. No tenía ninguna otra palabra para describir lo que pasó. Fue como estar en el punto exacto durante el primer día en el que la vida se creó en el planeta, pero también era como estar en el prado más hermoso del mundo durante un encantador día de primavera mientras soplaba la más suave de las brisas. Fue un momento perfecto, y también un momento de increíble violencia, como si nos hubieran hecho trizas y vuelto a componer en tan sólo un parpadeo.

Mientras tanto, los perros estaban amontonados contra mí, a ambos lados. Me sujetaron, estabilizándome, impidiendo que cada pedazo de mi cuerpo se separara y volara en aquel momento. Me ayudaron a mantenerme firme, lo bastante cuerda para sobrevivir.

Me agarré a su piel, acariciándolos con la mano. Y pensé… que Frost no tenía a ningún perro para mantenerle aquí.

Pensé en gritar, pero entonces todo terminó. Sólo la sensación de desorientación y el recuerdo del dolor y el poder, desvaneciéndose en un baile de luz y magia, me hizo saber que esto no había sido alguna clase de sueño.

Doyle me miraba fijamente por encima de los cuerpos de sus perros negros. Parecía curado, intacto. Tocó al kelpie, pero no se inclinó para hacerlo. Permaneció de pie, erguido y alto.

Alzó una mano y se quitó las vendas para mostrarnos que las quemaduras habían desaparecido. Supongo que si uno puede crear la realidad, un poco de curación no es para tanto.

Porque la realidad había cambiado.

Estábamos todavía en el comedor y sala de baile de Maeve Reed, pero ya no era el mismo cuarto. Era enorme, más de cuatro kilómetros de mármol se extendían en cada dirección. Las ventanas estaban tan lejos que sólo eran una línea centelleante. Y había tal multitud de semi-duendes por todas partes, que si inspirabas profundamente tenías todos los números para tragarte uno.

Ash y Holly trataban de aplastarlos como si fueran moscas.

– No seré feliz si les hacéis daño -les dije.

Los Gorras Rojas no aplastaban a ninguno de ellos. Ni los amenazaban. Esos hombres enormes se quedaron ahí de pie y dejaron que esas cositas diminutas les rodearan. Fueron cubiertos por un vaivén de alas de mariposa, hasta que apenas se pudo ver sus cuerpos ocultos por el lento baile de color.

Jonty me miraba fijamente con aquellos ojos rojos enmarcados por alas brillantes. Unas diminutas manos se agarraban a su gorra ensangrentada, zambulléndose en la sangre, riéndose tontamente, un sonido como el repicar de campanillas de cristal.

– Nos has renovado, mi reina -dijo Jonty.

No sé lo que yo le habría contestado a esto, ya que la voz de Rhys llegó hasta nosotros.

– ¡Merry!

Aquella única palabra, con aquella nota de urgencia fue suficiente. Me di la vuelta y supe que viera lo que viera, no me iba a gustar.

Rhys y Galen estaban arrodillados al lado de Frost. Yacía desplomado de lado, terriblemente inmóvil.

Recordé entonces lo que yo había pensado. Él no había tenido nada a lo que sujetarse mientras la realidad se rehacía. Había permanecido solo ante el terror y la belleza.

Corrí con mis perros a mi lado, casi pegados a mí, pero la magia todavía estaba aquí, todavía estaba actuando, y no me atreví a despedirlos. La magia más antigua que alguna vez había pertenecido a los sidhe estaba en la habitación esta noche. Era una magia que podía ser dirigida, pero nunca controlada, no del todo. La creación siempre es una cosa arriesgada, porque uno nunca sabe lo que resultará cuando todo esté dicho y hecho, o si merecerá el precio.

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